¿CUÁNTAS VECES TIENE QUE PERDONARTE A TI? Fray Marcos

 

 

 

Fe Adulta

Mt 18, 21-35

El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de comunidad. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo real.

La frase «setenta veces siete«, no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de las ofensas.

La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (270 t. de plata). El empleado es incapaz de perdonar una minucia (400 grs.). Al final del texto, encontramos un ramalazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

El perdón sólo puede nacer de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón de evangelio. El ego necesita enfrentarse al otro para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono, pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.

Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.

Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata del bien o el mal que le presenta la inteligencia, que con demasiada frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno, lo que en realidad es malo. Sin esta aclaración, es imposible entrar en una auténtica dinámica del perdón.

“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos, nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida en que nosotros perdonamos.

Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el juridicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo, no tiene sentido.

Nuestro sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.

Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: «Del vengativo se vengará el Señor». «Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas». Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenues­tro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: «…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?

Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.

No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir, después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.

 

Meditación

Si vivo en la superficie de mi ser (ego),
el perdón que nos pide Jesús, será imposible.
No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa.
No hay nada que perdonar, ni nadie a quien perdonar.
Cualquier otra solución no pasará de artificial e inútil,
o se convierte en refuerzo de nuestro ego.

 

 

Fray Marcos

 

Urteko 24 igandea – 24 Tiempo ordinario, José A. Pagola

 

 

 

– A (Mateo 18,15-20)

Evangelio del 17 / Sept / 2017
por Coordinador – Mario González Jurado

BARKATUZ BIZI – VIVIR PERDONANDO

Ikasleek gauza sinesgaitzak esaten entzun diote Jesusi etsaiekiko maitasunaz, pertsegitzen gaituztenekiko otoitzaz, kalte egin digutenekiko barkazioaz. Segur aski, mezu harrigarria iruditu zaie, baina ez oso errealista eta, gainera, oso problematikoa.

Oraingo honetan, planteamendu oso praktiko eta zehatza agertu dio Pedrok Jesusi; beren artean dituzten arazo batzuk konpontzen lagunduko diena: errezeloak, inbidiak, aurkaritzak, gatazkak eta hika-mikak. Nola jokatu behar dute Jesusen jarraitzaileen familia horretan? Zehazki: «Neure anaiak iraintzen banau, zenbat bider barkatu behar diot?»

Jesusek erantzun baino lehen, Pedro oldartsuak hartu dio aurre bere iradokizuna eginez: «Zazpi aldiz?» Proposamen hori oso zabala da, juduen gizartean arnasten den giro zorrotzaren aldean. Lege-maisuen eta esenioen taldeetan bizi ohi zutena bera baino zabalagoa, hauek gehienera lau aldiz barkatzeko eskatzen baitzuten.

Pedro, halaz guztiz, juduen kasuistikaren munduan mugitzen da; hartan barkazioa adiskidetasunezko konponketa arautua; talde bereko zirenen bizikidetasuna garantizatzeko irtenbidetzat emana.

Jesusen erantzunak beste erregistro batean jarri beharra dakar. Barkazioak ez du mugarik: «Ez dizut esaten zazpi aldiz, baizik hirurogeita hamarretan zazpi aldiz». Ez du zentzurik zenbat aldiz barkatu den kontuan emateak. Zenbat aldiz barkatu duen zenbatzen hasten dena zentzurik gabeko bidean sartuko da, Jesusen jarraitzaileen artean nagusi izan behar duen espiritua hondatzen duen bidean.

Ezaguna zen juduen artean Lamek-en, basamortuko legendazko heroi haren «Mendeku-kanta»; hau zioen: «Kain zazpi aldiz mendekatuko dute; Lamek, berriz, hirurogeita hamarretan zazpi aldiz». Mugarik gabeko mendeku-kultura honen aurrean, mugarik gabeko barkazioa abesten du Jesusek bere jarraitzaileentzat.

Oso urte gutxitan ezinegona haziz joan da Elizaren baitan, gero eta gatazka zein aurkaritza saminagoak eta mingarriagoak eragin dituena. Elkarrekiko errespetu falta, irainak eta kalumniak gero eta sarriago gertatzen dira. Inork gaitzesten ez dituela, beren burua kristautzat ematen duten taldeak internet-sareaz baliatzen dira oldarkortasuna eta gorrotoa ereiteko, beste fededun batzuen izena eta ibilbidea gupidarik gabe hondatuz.

Premia estukoak ditugu Jesusen lekukoak, haren Ebanjelioa hitz sendoz hots egingo eta bihotz apalez haren bakea kutsatuko dutenak. Fededunak: haren Elizan sartu den itsutasun gaixoti hori barkatuz eta sendatuz joango diren lekukoak behar ditu.

José Antonio Pagola Itzultzailea: Dionisio Amundarain

 

24 Tiempo ordinario

– A (Mateo 18,15-20)

Evangelio del 17 / Sept / 2017
por Coordinador – Mario González Jurado

VIVIR PERDONANDO

Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».

Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido un «Canto de venganza» de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: «Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete». Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.

En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.

José Antonio Pagola

 

Domingo 17 de septiembre de 2017, Domingo 24º Ordinario, Koinonía

Eclo 27,33–28,9: Perdona la ofensa de tu prójimo
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso
Rom 14,7-9: En vida y en muerte, somos del Señor
Mt 18,21-35: Perdona setenta veces siete

Mt 18,21-35

No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

COMENTARIO A LOS TEXTOS LITÚRGICOS:

Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.

El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.

El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.

En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.

Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?

La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.

En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.

En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.

En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 95 de la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «Setenta veces siete». El audio, el guión y su comentario teológico-bíblico pueden ser tomados de aquí: https://radialistas.net/article/95-setenta-veces-siete

 

Francisco se ha comprometido a fondo para erradicar los abusos sexuales de la Iglesia

Jesús Bastante en Religión Digital

«Que no quepa duda de que Francisco se ha comprometido a fondo para erradicar el flagelo del abuso sexual en la Iglesia». El cardenal Sean O’Malley, responsable de la comisión antipederastia vaticana, defendió la tolerancia cero del Papa contra los abusos a menores.

Durante la apertura del seminario sobre «Protección de abusos sexuales en hogares y escuelas», organizado por la Universidad Gregoriana de Roma, el religioso defendió que «la prioridad principal de la comisión son las víctimas. Las víctimas, primero», muy en la línea de lo defendido por la irlandesa Marie Collins, quien hace unas semanas decidió abandonar el grupo, tras la negativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe de crear un tribunal para recoger las denuncias de las víctimas y de los obispos negligentes.

En su intervención, O’Malley valoró la acción reformadora del papa, pero no sólo en la estructuras de la Iglesia, «sino la de hacer cambiar los corazones», y anunció que seguirán estudiando y preparándose para que así sea. «Nuestro trabajo es el de proporcionar un ambiente seguro en toda institución católica», apuntó el purpurado.

En su discurso, O’Malley agregó que «no hay ninguna justificación en nuestros días para no aprobar normas concretas que protejan a nuestros hijos, jóvenes y mujeres».

«Estamos llamados a reformar y renovar todas las instituciones de nuestra Iglesia. Pero también estamos llamados por Dios a ser defensores fuertes en nuestras sociedades y en todas las institución públicas», agregó.

 

Plenaria electoral en la CEE. Sí que se ha visto algún que otro brillo de navaja

José Lorenzo en Vida Nueva

Cuando despertaron, la zarza aún humeaba. Iba a dar comienzo la Plenaria para la renovación de cargos al frente del Episcopado cuando, casi imperceptiblemente, se fue formando una pequeña nube sobre la mesa presidencial, de la que surgió una zarza ardiente. Lo demás debió ocurrir mientras dormían.

Al despertar, cada uno sabía ya cuál era su función y el lugar que ocupaba ahora en el renovado organigrama. El presidente asintió con gesto agradecido, el vicepresidente se puso a su servicio, el Ejecutivo se abrazó y los de la Permanente se entendieron sin decirse ni una palabra…

Pero no, realmente, la última Asamblea de los obispos españoles no discurrió por estos derroteros, como se creen algunos, empeñados en privar a estos hombres de sentimientos comunes en el resto de los mortales, como pueden ser las filias y fobias, las estrategias y los intereses comunes, eso sí, al servicio del Evangelio.

Ciertamente, la de Añastro no se ha convertido aún en la casa de las dagas voladoras, pero en las últimas semanas sí que se ha visto algún que otro brillo de navaja. Y si reparamos en algunos nombramientos, sobre todo en las comisiones episcopales, cuesta más creer en ese angelismo que nos quieren vender, que en un simple y muy humano intento de meter el dedo en el ojo de terceros.

Tampoco es para escandalizarse mucho. La fe de los sencillos pasa por encima de esto o la tocata y fuga de cardenales críticos con Francisco.

La comunión es fatigosa y, la unidad, un desiderátum que necesita recorrido y voluntad. Y aún tenemos lances recientes en nuestra Iglesia donde a los obispos se les veía fieramente humanos. Hubo un tiempo en que Guerra Campos se ausentaba de las plenarias que presidía Tarancón. No era nada personal. Solo que, con el purpurado levantino en Madrid y Pablo VI en Roma, nuestra Iglesia estaba en proceso de «protestantización», y sus organismos, «albergando la oposición al Magisterio». Como ven, nada nuevo…

 

 

En Tánger, aprendemos el Evangelio de los musulmanes y de los pobres

Luis Perniá entrevista a Santiago Agrelo en Utopía

Santiago Agrelo Martínez, es un franciscano español arzobispo de Tánger. Fue nombrado arzobispo de Tánger por Benedicto XVI en 2007, cuando era párroco en la diócesis de Astorga y profesor en el Instituto Teológico de Compostela.

Destaca por ser crítico con las políticas sobre extranjería del Gobierno del Partido Popular, incluidas las vallas con concertinas en las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla.»En Tánger, aprendemos el Evangelio de los musulmanes y de los pobres».

El escándalo de los ricos, que ha llevado la desigualdad a extremos nunca vistos, ¿se solapa diciendo que son los inmigrantes los que vienen a aniquilar nuestro estado de bienestar?

Me vais a permitir que diga una locura: Y si así fuese, ¿qué?

Y continuaré haciendo preguntas insensatas: ¿Es que se ha de anteponer mi bienestar a la dignidad de los demás? ¿Es que mi bienestar se ha de mantener a costa del ejercicio de derechos fundamentales de otras personas? ¿Es que yo tengo derecho a mi bienestar y el otro ni siquiera lo tiene a estar?

Pero si de las preguntas en que me hago el loco paso a una observación en la que puedo hacer de cuerdo y muy racional, entonces diré que ese «vienen a aniquilar nuestro estado de bienestar» es un mantra que, repetido, cumple con su función de anestésico de las conciencias y de justificación de un crimen atroz, porque de política criminal se trata cuando hablamos de política migratoria de la Unión Europea o de España en particular: esa política es una condena a muerte para miles de personas inocentes.

Las bienaventuranzas, ¿son un escándalo?

Las bienaventuranzas son una locura de Dios y sólo a él se le podría ocurrir decir cosas semejantes. ¿He dicho Dios? Mejor si digo Jesús de Nazaret, que es lo mismo pero en carne y hueso.

Siempre me pareció más difícil explicar las bienaventuranzas que vivirlas. Si las vives, experimentas que son verdaderas. Si las explicas, te avergüenzas, al menos porque puede parecer cínico decirle a quien se sabe desgraciado que, en realidad, es un afortunado. Y, lo que es peor, puedes parecer un interesado distribuidor de opio para el pueblo de los excluidos.

Y hay algo más: siempre me pareció imposible hablar de las bienaventuranzas desde una situación existencial que no sea la que ellas consideran. Un rico no puede decir jamás: «Dichosos los pobres». Sería intolerable.

El que lo dijo, el Dios en carne y hueso, para poder decirlo, hubo de hacerse bienaventurado él también, entiéndase pobre, y hambriento de justicia, y perseguido y calumniado… Y esto no se puede decir sin escandalizar al personal.

El Reino de Dios, ¿es un escándalo?

Si por escandalosa se entiende una realidad que, por inesperada, nos sorprende y, por novedosa, nos descoloca, habrá que decir que el Reino de Dios es un escándalo.

Se le esperaba glorioso, y aparece despreciable. Se le deseaba fuerte, y se manifiesta débil. Se le soñaba poderoso, y aparece humilde. Se preparaban para él los justos, y llega para los pecadores. Se le podía suponer centrado en el templo, en los ritos, en las sinagogas, y se manifiesta como un Reino de Dios para los pobres.

Resulta que en el Reino de Dios se da la prioridad a los mancos en detrimento de los sábados, y son de casa las prostitutas y los ladrones, donde sólo teníamos previsto que entrasen los que pagan el diezmo de sus bienes, incluso de la ruda y del comino.

Decididamente, el Reino de Dios es un escándalo.

¿Qué significa Beliones a las puertas de Europa?

El de Beliones es otro tipo de escándalo, precisamente porque lo damos nosotros y no el Señor. Cuando es el Señor el que escandaliza, lo hace porque da la vida a quien no la tenía. Nosotros escandalizamos porque quitamos la vida a quien la tiene.

Beliones es un lugar de tortura para centenares de inocentes. Los cínicos dicen que los chicos están en ese tormento porque quieren: nadie los obliga a estar allí. He dicho ‘cínicos’, pues de cinismo se trata cuando se sugiere que alguien está voluntariamente en un lugar, a sabiendas de que está allí empujado por la necesidad.

Claro que a los cínicos se les podría decir que esos chicos están en Beliones porque tienen derecho a estar allí, y lo que hacen los torturadores es impedir el ejercicio de ese derecho; como tienen derecho a pedir asilo, como tienen derecho a ser protegidos y no maltratados; como tienen derecho a emigrar sin que nadie ponga vallas en su camino…

Beliones, que es un monte de Marruecos, es una vergüenza de Europa. ¡Una vergüenza de escándalo!

Ponerse a los pies de los pobres, ¿es un escándalo o un reto?

Para un discípulo de Jesús, «ponerse a los pies de los pobres» es un mandato que pertenece al corazón de la fe. Curiosamente, no figura en ningún credo y tampoco lo encontraríamos en ningún elenco de dogmas de la fe.

En el evangelio de Lucas se dice de Jesús de Nazaret que dio por cumplida en su persona la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres». Y el evangelio de Juan nos permite contemplar, asombrados, que Jesús lava los pies de los discípulos. Y allí resuena el mandato: «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Ver a Dios a nuestros pies y pensar que podemos tener otro oficio, otra vocación, otra religión, será sólo una manera de engañarse cada uno a sí mismo.

¿Qué decir de la política europea sobre refugiados? ¿Qué decir de la Iglesia española?

Si hablamos de política migratoria europea, la considero egoísta, miope, inicua y suicida.

Egoísta: decidida en nombre de la propia seguridad, del propio bienestar, de los propios privilegios. Los negreros de ayer no hemos renunciado a ser los negreros de hoy, los amos que hoy impiden salir de sus tierras a los mismos a quienes ayer se les impedía quedarse en ellas.

Miope: porque echa a las cunetas de la vida energías increíbles, corazones limpios, riqueza cultural, humana y también económica.

Inicua: porque discrimina, pisotea derechos fundamentales de las personas, excluye de bienes que a todos pertenecen, cierra caminos que todos tienen derecho a recorrer.

Suicida: no hace falta que lo explique: si hasta ahora hemos conseguido una Europa vieja -una Europa de viejos-, mañana mismo será una Europa de muertos.

 

 

Religión y apostasía. A propósito de “Silencio”

Joxe Arregi en Diario de Noticias de Navarra

Hace ya dos meses que dos matrimonios amigos fuimos a ver Silencio, de Scorsesse. Entretanto, ha desaparecido de las carteleras y de los medios que todo lo devoran. Todo lo devoramos sin haberlo saboreado y sin tiempo para digerir y nutrirnos. En cuanto a la película como tal, carezco de criterio competente para afirmar si es buena o mala, ni me interesa en este momento. Nos dio para una larga y sabrosa sobremesa, con discordancia de opiniones y concordia comensal: ¿Apostatan realmente los jesuitas Ferreira y Rodrigues o solo fingen hacerlo? Por lo demás, ¿es la película fiel a la historia? Y las grandes cuestiones de fondo: ¿Qué es fe? ¿Qué es apostasía?…

Pero antes de nada: ¿Qué movía a unos jóvenes jesuitas –o franciscanos y dominicos– europeos a embarcarse hacia las lejanas islas de Japón, con una lengua, unas tradiciones y una religión tan distintas de las suyas, mientras su propia Europa se desangraba en guerras de cristianos por cuestiones de dogmas y de poderes? Les movía sin duda la mejor voluntad, pero no la mejor inteligencia de la fe. Iban en nombre de Jesús, pero al amparo de monarcas y de ricos mercaderes. Les inspiraba el evangelio liberador de Jesús, pero estaban sujetos a su letra, convencidos de que la fe consiste en profesar el Credo, el evangelio se identifica con religión cristiana y la religión cristiana católica es la única verdadera. Creían con razón que el mensaje del evangelio es universal, pero ignoraban que el lenguaje y todas las formas en que lo expresaban eran –siguen siendo– radicalmente particulares. Embarcaban para enseñar lo que conocían, pero no para aprender lo que desconocían. Querían salvar a aquellas gentes, pero pensaban que la salvación era cosa del cielo después de la muerte, y que solo se podrían salvar quienes abrazaran sus creencias y recibieran su bautismo. Se exponían heroicamente a la tortura y la muerte, pero les confortaba la certeza de que obtendrían la corona suprema en lo más alto del cielo.

Eran mensajeros de Jesús. Solo que Jesús nunca pretendió fundar una religión, ni jamás se le pasó por la cabeza enviar a nadie a “convertir paganos”. Él se sintió profeta de Dios, de un mundo nuevo inminente, y, con un grupo de discípulos y discípulas, se fue a anunciarlo y vivirlo por caminos y aldeas. “Convertíos a la vida”, venía a decir.

Pero muy pronto el evangelio de la vida se convirtió en religión clerical, la Iglesia se alió con el imperio y los cristianos entendieron que Jesús los enviaba a cristianizar y, sin saberlo, a helenizar, romanizar y europeizar todo el mundo. Los profetas de un mundo nuevo se volvieron misioneros de la única religión que garantizaba el perdón de los pecados aquí y la vida feliz solo en el más allá.

En la nueva religión de los misioneros cristianos, muchos encontraron consuelo y libertad, la esperanza de sus vidas, y de buena gana apostataron de sus antiguas creencias y prácticas religiosas, incluso hasta morir torturados. Otros muchos, incontables, fueron sometidos contra su voluntad a una terrible disyuntiva: o apostatar o morir. Pero la Iglesia jamás ha proclamado mártires a cristianos disidentes o a quienes ella hizo morir por no apostatar de su religión o de su ateísmo.

A veces cambiaron las tornas, como en Japón a lo largo del siglo XVII, cuando el poder político impuso el budismo como religión de Estado, igual que los reyes europeos imponían su confesión católica, protestante o anglicana en sus reinos y en las tierras conquistadas. Muchos cristianos japoneses prefirieron entonces la muerte más terrible a la apostasía, mientras los monjes budistas cantaban mantras al Buda compasivo Amida, y ellos –los cristianos– se preguntaban por qué Dios callaba, sin atreverse a pensar que un Dios así no puede existir. Otros –como el Kichijiro del film– apostataron del cristianismo para salvar su vida, pero condenándose a vivir el resto de su vida carcomidos por la culpabilidad. El jesuita Rodrigues también apostata, pero solo por salvar a otros, y vive el resto de su vida en el remordimiento de haber pisado un fumie, una mera tablilla con la imagen de Jesús. Mucho antes que él había apostatado el padre Ferreira, y no solo para salvar a otros sino también para salvarse a sí mismo. Y no tuvo remordimientos por haberlo hecho. Vivió en paz. Vivió.

En nuestra sobremesa hubo discrepancias al respecto: ¿apostató el sabio padre Ferreira por convicción o solo fingió hacerlo? Para mí, el padre Ferreira es el modelo del cristiano maduro, libre de la religión. Es el único que no apostata en realidad. Pues toda religión, el cristianismo incluido, no es en el mejor de los casos sino una representación de la Vida, como el fumie no era sino una representación de Jesús. ¿No querría tu mujer que pisaras su imagen por salvar tu vida y la de tus hijos? Preferir la religión a la vida propia y ajena: eso es apostatar.

 

 

 

Jesús no ordenó a mujeres, pero es que tampoco ordenó a hombres

Engracia Vidal en Religión Digital

Quiero contestar al escrito del Sr. Arzobispo de Santiago y a Don Segundo Pérez en su comentario a la ordenación de Cristina Moreira. Es verdad que Jesús no ordenó a mujeres… pero también lo es que tampoco ordenó a hombres, por lo menos en el sentido, forma y condiciones que tienen hoy. Todo ha sido obra de la Iglesia que en la historia ha tenido el poder de estructurar los elementos que permitieron y permiten llevar a cabo la obra de Jesús.

La mujer, del siglo primero no podía ejercer el papel de representar a Jesús. Solo se le podía permitir al hombre. Ese mismo poder es el que tiene hoy la Iglesia para ir asumiendo el desenvolvimiento de la sociedad y el nuevo papel que representa la mujer, y solo en la medida en que lo asuma y desenvuelva será fiel a su Fundador. Recordemos a Pablo. «Ya no hay distinción de judío ni griego; ni de siervo ni libre; ni tampoco de hombre ni mujer; porque todos vosotros sois una cosa en Jesucristo» (Gálatas 2,8).

No puedo decir «yo no soy nadie para opinar», no. Como persona, aunque sea mujer, puedo y debo opinar. Como bautizada y por lo tanto cristiana, puedo y debo opinar. Como preocupada por mi formación humana y teológica, puedo y debo opinar.

Lamento que los hombres que rigen la Iglesia no reconozcan esta realidad y que en pleno siglo XXI nos sigan considerando sujetos de «segunda clase» y sin capacidad de opinar y colaborar a las decisiones en la Iglesia.

No se dan cuenta los señores obispos que en el siglo XXI, la mujer, en cuanto a su función en la sociedad, tiene las mismas posibilidades que el hombre, y que solo depende de su preparación y competencia, no de su sexo. ¿Es tan difícil de entender? ¿A quien se está perjudicando? A la mujer desde luego, pero sobre todo a la Iglesia-Institución que va quedando como discriminadora con las que no han nacido varones. ¿Es esto cristiano?

El argumento de que Jesús no lo hizo, no nos sirve. Jesús solo pudo hacer lo que la sociedad que el vivió podía comprender y practicar. La evolución humana ha sido, es y será. Y la fe nos hace ver a Dios en esta continuidad de su creación.

Por favor, señores masculinos, abran los ojos y miren…

 

El Papa es un gran líder, quizás el líder moral del mundo

Entrevista a Antonio Spadaro, director de la Civiltà Cattolica

Una Iglesia menos auto-referencial y más acogedora, el viaje a la isla de Lesbos en abril del 2016 para visitar a los refugiados, acompañado por el Patriarca ecuménico Bartolomé. Y la exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, con el lema «el tiempo es superior al espacio», encarna todo el sentido de un pontificado que además de producir frutos, apunta sobre todo a sembrar para el futuro.

Éstos y otros son los temas tratados por el Director de La Civiltà Cattolica, el padre jesuita Antonio Spadaro, el 13 de marzo, día en el que se celebró el cuarto aniversario del pontificado del Papa Francisco. Leer más

Dónde ponemos la religión

Miguel Izu en Diario de Noticias de Navarra

Seguimos sin saber dónde poner la religión, cuál es su sitio, en un Estado no confesional, aconfesional o laico, sea lo que sea el que tenemos. Seguimos sin criterios claros y acordados sobre qué significa la separación de la Iglesia y del Estado, seguimos en buena parte lastrados por la tradición de un Estado confesionalmente católico y de una Iglesia católica dependiente del amparo estatal. Seguimos siendo incapaces de distinguir entre las distintas dimensiones de la religión, como hecho individual o personal, como expresión de la libertad que asiste a cada persona para construirse como ser humano, como hecho social o colectivo, como un derecho que se ejerce en comunidad, y como hecho público o político que afecta a la organización del Estado, sobre todo en cuanto a cómo se garantiza la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Leer más