Lecturas:
Ex 17, 8-13
Sal 120, 1-8
2Tes 3, 14- 4, 2
Lc 18, 1-8
PRIMERAS REFLEXIONES
Moisés con sus brazos elevados durante el combate y Jesús contando la historieta del juez venal nos llevan a reflexionar sobre la oración. No sobra hacerlo una vez más, dada su dificultad, su necesidad y su frecuencia. Es fácil repetir que “quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre”, a condición de olvidar la experiencia continua de que no es así. Luego, se pretende salvar el dicho evangélico con interpretaciones alegóricas que desembocan en la afirmación de que se recibe, sí, pero sin relación con lo solicitado. Hablamos demasiado y demasiado firmemente estos temas de oración, como si la rotundidad disipara las objeciones y dificultades insalvables. Lc, mucho más prudente, ya nos hace ver que el orante recibe “Espíritu Santo” ( Lc 11, 13) y, sobre todo, que hay que contar con una dilación, una pausa, entre el pedir y el recibir que puede encerrar la vida entera, pues la comprobación concluye en la venida del Hijo del Hombre (Ev de hoy). Jesús oraba con frecuencia, en la noche (Lc 6, 12). Oró con insistencia en la dura noche de la pasión (Lc 22, 39-46) y se puso en pie para afrontarla. Oró en la cruz (Lc 23, 34. 46) y se levantó -lo levantaron- en la resurrección.