*ORAR CON EL EVANGELIO

* JUEVES SANTO
• NOS AMÓ HASTA EL EXTREMO.
* Día del amor fraterno, de la comunidad cristiana reunida en torno a una misma mesa compartida; día del servicio como práctica del Amor, día de la solidaridad aprendida de Jesús.
Todo ello confluye en la última Cena del Señor Jesús, en Jesús hecho presencia real a través del pan y del vino.
* Noche memorable fue la de Pascua para los israelitas a lo largo de todas las generaciones, porque en ella se celebraba la liberación de su esclavitud de Egipto y de la última plaga: la matanza de los primogénitos.
* Muchas veces había cenado Jesús con los excluidos de la sociedad.
Cuando Jesús vio que se acercaba la hora de su muerte, o sea cuando su Mensaje había colmado de rechazo al Sanedrín a los jefes, quiso despedirse de sus discípulos con una cena. Era un gesto profundamente humano; necesitaba compañía y apoyo en su soledad y al mismo tiempo quería confirmarles en su mensaje dándoles su testamento espiritual.
* Cuando se sentó a la mesa presidiendo aquella cena, pronunció la acción de gracias ritual con la que siempre se iniciaba. Tomó el pan lo fue partiendo y dijo “esto es mi cuerpo”. Poco entendieron los discípulos de lo que sentía el corazón del maestro. Pero quedaba puesto el fundamento sacramental: el pan el Cuerpo de jesús y su muerte salvadora para la Iglesia y para el mundo entero.
* El amor de Jesús es un servicio creativo: precisamente a mitad de la cena les lava los pies. Jesús se pone a sus pies, no rebajándose sino enseñándonos que el servicio ha de ser en plan de igualdad. El servicio ha de ser alegre y generoso, sin pretender éxitos ni glorias.
* La noche en que iba a ser entregado, o sea, hoy JUEVES SANTO. Fracasó Jesús aquella noche con Judas, pero al verle otra vez en Getsemaní le llamó sinceramente “AMIGO”.
Así es el Amor de Jesucristo…
* Sólo el amor salvará al mundo y nos dará sentido pleno a la vida. El amor es la palabra clave de la vida cristiana… Una comunidad cristiana que no se pone al servicio real de los demás, una Iglesia que no se da, que no se entrega, que no sirve, difícilmente puede reflejar y testimoniar su identidad cristiana.

*ORAMOS EN ACTITUD DE OFRENDA
* Haznos ofrenda, Señor, hoy contigo de justicia y reconciliación, pan partido, siempre repartido, en la mesa de la comunión.
Haznos vida, cariño y entrega, que valientes podamos romper actitudes que matan la vida, que nos llenan de miedo y nos quitan la fe.
Que tu entrega y pasión por la vida se abra espacio en nuestro interior.
Que tu vida, ofrenda fecunda se haga fruto en nuestro corazón. AMÉN.

* SEGUIMOS ORANDO
DESDE EL AMOR.
* Señor Jesucristo, la última cena con tus discípulos nos dice qué tipo de comunidad quisiste crear con tus seguidores y qué tipo de Iglesia deseas que construyamos los que en Ti creemos.
A cuantos celebramos la eucaristía ayúdanos a vivir de tal modo que nuestra ley sea el Amor y nuestro distintivo, el servicio…
No nos dejes caer en la tentación de creer en tu presencia en el Pan y el Vino y olvidarnos de las personas o de adorarte en la Eucaristía y no ser servidores de los pobres.
Que cada vez que te recibimos seamos transformad@s por ti hasta que nuestra vida tenga el sabor del buen pan que tú partiste y distribuiste. AMÉN
ZURIÑE

• VIERNES SANTO* REVIVIMOS LA MUERTE DE CRISTO: (Jn. 18,1-19,42.)

• Hoy celebramos la Pasión y la Muerte de Jesús, que da su vida por tod@s nosotr@s. Su solidaridad no puede alcanzar niveles más altos. La vida humana, la realidad social, es capaz de engendrar odio y de matar a l@s que anuncian la vida y la verdad. Esto ocurrió con Jesús, su mensaje, llevaba a la vida, la verdad, la entrega, el servicio, al amor. Por eso lo llevaron a la muerte. Pero es una muerte llena de vida, porque Dios nos habla de la Vida incluso (sobre todo) desde la Cruz. Tampoco hay palabras y realidad de Amor más grande que cuanto hoy celebramos.
* Hoy muere Jesús. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes… Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, no supo pedir perdón y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás… Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que lo azotaran…. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo…. Después le colocan una corona de espinas y se burlan de Él…
* Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al calvario se encuentra con su Madre… Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las 12 del mediodía, le crucificaron.
Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el Espíritu al Padre…
* Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el cuerpo en manos de su Madre…
Son cerca de las siete cuando lo entierran en el sepulcro.
* ¡Danos Señor!, Dolor de amor.
* Contemplamos. Guardamos silencio y Oramos.
* ORACIÓN DE LA CRUZ
* Ante tu Cruz, Señor Jesús, permanecemos en silencio, con el corazón en suspenso.
Te recordamos recorriendo palestina y acercándote a los pobres y poniendo luz en los ojos de los ciegos, y renovando las ilusiones, y llamando a cambiar la vida y el mundo, y anunciando el amor sin medida de Dios el Padre.
Ante tu Cruz recordamos tu fidelidad hasta el fin, tu entrega sin reservas.
El mal y la mentira –el mal del mundo y nuestro mal, la mentira del mundo y nuestra mentira- han querido hacerte desaparecer y lo han logrado: te han detenido, te han torturado, te han crucificado.
Señor Jesús, ante tu cruz, contemplando tu rostro, que refleja el rostro dolorido de toda la humanidad, y junto a María tu Madre, déjanos decirte nuestro agradecimiento, nuestro amor, nuestra fe.
Míranos y danos tu gracia salvadora, señor Jesús. AMÉN

SEGUIMOS ORANDO ANTE LA CRUZ
¡Te adoramos, oh, Cristo y te bendecimos!
Y como maría, el discípulo amado y aquel grupito de mujeres queremos acompañarte junto a la Cruz.
Haznos comprender, en el silencio y profundidad del corazón todo el significado y toda la riqueza de Amor, de donación generosa y de vida que se encuentra en tu Cruz y en nuestras cruces.
Haznos esperar en silencio que los frutos de tu vida entregada –cual grano de trigo sembrado- se hagan visibles en el mundo.
Y, permaneciendo a tu lado, haznos verdaderamente hermanos y hermanas de los que cerca o lejos de nosotros tienen una cruz más pesada, debido a la soledad, desesperanza, a la falta de fe o al abandono en que se hallan.
No permitas que debido a nuestro egoísmo, carguemos alguna cruz en los más débiles o seamos insensibles al sufrimiento de nuestro mundo. AMÉN.
ZURIÑE

JAUNAREN PIZTUERAKO PAZKO-JAIA 2013ko martzoaren 31a

BERPIZTUAREKIN TOPO EGIN

José Antonio Pagola.
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

Jn 20, 1-9

ECLESALIA, 27/03/13.- Joan ebanjelariaren kontakizunak dioenez, Maria Magdalena da hilobira joan den lehenengo pertsona. Artean ilun zela. Eta, atsekabez, hutsik dagoela ikusi du. Jesusen falta sentitu du. Bera ulertu eta sendatu zuen Maisua. Berak azkeneraino leial jarraitu zion Profeta. Nori jarraitu behar dio orain? Kezka hori agertu die ikasleei: «Eraman egin dute Jauna hilobitik eta ez dakigu non ezarri duten».

Mariaren hitz hauek adieraz lezakete hainbat kristauk gaur egun bizi duen esperientzia: Zer egin dugu Jesus berpiztuaz? Nork eraman du? Non ezarri dugu? Sinesten dugun Jaun hori, biziaz betea den Kristo al da ala oroitzapena bihotzean pixkana itzaliz doakigun Kristo?

Oker bat da, irmoago sinetsi ahal izateko «frogen» bila ibiltzea. Ez da aski Elizaren irakaspenetara jotzea. Alferrik da teologoen maisu-lanetan miatzen ibiltzea. Berpiztuarekin topo egin ahal izateko, ororen aurretik, barne-ibilbide bat egin beharra dugu. Geure barnean aurkitu ezean, ez dugu aurkituko inon ere.

Joan ebanjelariak, pixka bat geroxeago, honela deskribatzen du Maria: batetik bestera korrika informazio bila. Eta, Jesus ikusi duenean, oinazeak eta malkoek itsuturik, ezin antzeman izan dio. Uste izan du baratzeko arduraduna dela ikusi duen hura. Jesusek galdera bakarra egin dio: «Andrea, zergatik ari zara negarrez?, noren bila zabiltza?»

Agian, gu geure ere horren antzeko galdera egin beharrean gara. Zergatik da gure fedea, batzuetan, hain leloa? Zer da, gure artean, poz-falta horren hondo-hondoko arrazoia? Zeren bila gabiltza kristauak gaur egun? Zer amesten dugu? Jesusen bila al gabiltza, geure elkarteetan biziaz betea sentitu nahi genukeena?

Gaurko kontakizun honen arabera, hizketan ari da Jesus Mariarekin, baina honek ez daki Jesus dela. Hala, dei egin dio Jesusek bere izenaz, Galilean ibiltzen zirenean bere ahotsean agertu ohi zuen samurtasun bera azalduz: «Maria!» Honek kolpean erantzun dio: «Rabbuni, Maisu».

Mariak berpiztuarekin topo, Jesusek berari dei egiten diola sentitu duenean egin du topo. Horixe da kontua. Orduan agertzen zaigu Jesus biziaz beterik: geure izenaz dei egiten digula sentitu eta egiten digun gonbitari kasu egiten diogunean. Orduan da hazten gure fedea.

Kristoganako geure fedea ez dugu biziberrituko kanpotik bakarrik elikatu nahi badugu. Ez dugu harekin topo egingo, harekin berarekin harreman biziak izaten saiatu gabe. Segur aski, ebanjelioen bidez ezagutu eta nork bere bihotz barnean bilatutako Jesusekiko maitasunak eraman gaitzake, beste ezerk baino hobeto, Berpiztuarekin topo egitera.

Domingo de Resurrección (C) Juan 20, 1-9

ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA, 27/03/13.- Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

Es un error que busquemos «pruebas» para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?».

Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: «¡María!». Ella se vuelve rápida: «Rabbuní, Maestro».

María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

JUEVES SANTO Y VIERNES SANTO, 28 y 29 de Marzo de 2013

SER PAN PARA TODOS

FE ADULTA

Jn 13, 1-15

Me parece muy importante el hecho de que el cuarto evangelio omita el relato del pan y el vino y sitúe en el lugar que le correspondería el del lavatorio de los pies. Nos sirve para comprender mejor la intención de este evangelista: ya están narrados y divulgados, desde hace quizá veinte años, los hechos y dichos de Jesús. El cuarto evangelista pretende insistir en lo más significativo, dar más sentido e interpretar teológicamente lo que ya saben los cristianos. En el caso del lavatorio de los pies, da el sentido último de la eucaristía: ponerse a los pies de todos, ofrecerse, integralmente, para ser pan para todos.

La celebración se debe centrar, por tanto, en la Cena de despedida, y en nuestra Cena. Es realmente preocupante la tendencia del pueblo cristiano a reducir los sacramentos a acciones físicas que deben tener el poder de producir efectos por sí mismas, «por su propia virtud», y para el individuo.

En la eucaristía, apenas ponemos el acento en la reunión, en la oración, en el perdón, en el encuentro con la Iglesia… tendemos a poner el acento en la unión personal con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Incluso tendemos a entender la presencia «real» de Cristo en la Eucaristía como una presencia casi «física» del Cuerpo de Cristo en la Hostia y de la Sangre de Cristo en el Vino… que demanda, ante todo, la adoración.

Una hermosa frase de Panikkar lo resume bien: «No es que en la Eucaristía el pan se transforme en Cristo, sino que Cristo es pan, y como tal se le reconoce en la liturgia eucarística». Aplicándolo a la celebración diríamos que no se trata tanto de que nosotros comemos ese pan sino que aceptamos ser pan, grano triturado y entregado para la vida del mundo. Sin esta dimensión de compromiso, de entrega al servicio, ni la vida ni la pasión de Jesús, ni nuestra vida ni la celebración de la eucaristía tienen ningún sentido.

Por esto resultan tan acertadas las lecturas. Nos recuerdan ante todo la celebración, la reunión, la Cena del Señor, que es lo que celebramos cada domingo. Y, por encima de ello, el espíritu de esta celebración, la comunidad de la Iglesia con su Cabeza, en aquello que define precisamente a Cristo, ser pan y vino, servicio que se entrega para dar vida.

Hoy es día para emocionarse. Dios es tan «para nosotros» que lo que mejor le representa es el pan. Jamás nadie ha sido tan osado como Jesús. Jamás nadie se ha atrevido a tanto. Jesús pan molido en la cruz, Jesús nuestro alimento, Jesús levadura de nuestra masa insípida, Dios nuestro pan. Ahora entendemos mucho mejor lo que decimos al rezar: «Danos hoy nuestro pan de cada día»

Es también preocupante que la legislación de la Iglesia haya insistido tanto en asistir a Misa y tan poco en comulgar con Jesús: «Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar – Comulgar por Pascua Florida» –> los dos mandamientos de la Iglesia que aprendíamos de niños.

Para la teología catequética habitual hace algunos años, la Misa era ante todo «El Santo Sacrificio» y su momento culminante era la Consagración. La teología oficial actual sigue insistiendo fuertemente en el aspecto sacrificial y añade, generalmente a modo de verdadero añadido, el aspecto «convivencial». Pero no es suficiente: el aspecto que llaman pomposamente «convivencial» es lo esencial de nuestra reunión eucarística. El aspecto sacrificial es la esencia de la vida entera de Jesús, y esto se simboliza perfectamente en el pan y el vino. En la misa no estamos ofreciendo a Dios el Sacrificio de Cristo en la cruz. Estamos uniéndonos a la entrega completa de toda la vida de Jesús.

Después de la celebración de la Eucaristía, hay dos costumbres tradicionales y muy hermosas del pueblo cristiano: la veneración del Pan y el Vino de la Eucaristía, y la Hora Santa.

Guardar el Pan y el Vino de la Eucaristía para los enfermos, los ausentes… fue una costumbre que la Iglesia fue adquiriendo. Era lógico venerarlo con sumo respeto. De aquí hemos ido muy lejos, tan lejos que a veces algunos cristianos se parecen mucho a los paganos que creían tener a sus dioses guardados en casa. Nosotros no tenemos a Dios guardado en una cajita, ni Jesús necesita compañía. Jesús está resucitado a la diestra de Dios y Dios está en todas partes, no lo olvidemos.

Nuestra veneración del Pan y el Vino de la Eucaristía debe remontar esas imágenes, que pueden ser válidas, pero que son insuficientes. El centro de nuestra atención es la Celebración de la Cena del Señor, y el Mensaje: Dios es el Pan y el Vino de la Vida, y esto lo hemos descubierto en Jesús. La increíble novedad de ese mensaje es muy superior a todo lo demás. La veneración del Pan y el Vio eucarísticos tienen poco sentido si los desligamos del sentido mismo de la celebración eucarística.

En la «Hora Santa» prevalecen algunas veces en demasía los aspectos sentimentales excesivamente subjetivos e imaginativos. «Acompañamos a Jesús en su desamparo». Está muy bien como aplicación de nuestros sentidos, y nos ayuda a identificarnos con Él, pero hay que ir más lejos, eso no es más que el ambiente: se nos ofrece una magnífica oportunidad de asimilar el profundo mensaje del abandono de Jesús, de su oración angustiada, de la noche del hombre… Y es una preparación magnífica para vivir intensamente la celebración del Viernes.

Tradicionalmente se dedica parte de esta «Hora Santa» a la consideración del lavatorio de los pies. Y es claro que en ese relato del cuarto evangelio se encuentra una admirable síntesis. Tan admirable que, como hemos visto, para el evangelista puede desplazar incluso el relato mismo de la Eucaristía. Se nos muestra, muy acertadamente, que la contemplación de Jesús no termina en el sentimiento, ni en el acompañamiento emocionado: termina en la Misión. «Os he dado ejemplo para que, como yo lo he hecho con vosotros, así también vosotros lo hagáis».

Por eso, la veneración del Santísimo Sacramento y la Hora Santa deben estar orientadas a unir el jueves y el viernes. Comulgamos con Jesús, el que se entrega hasta la muerte, el que sirve hasta la muerte, el que se pone a los pies de todos aunque le cueste la vida.

José Enrique Galarreta

COMULGAR CON EL CRUCIFICADO

Escrito por José Enrique Galarreta

FE ADULTA

Jn 18, 1 a 19, 42

Cada año se nos ofrece la oportunidad de vivir el desafío de la cruz. Jesús muere en la cruz rechazado por los jefes del pueblo, ejecutado por orden del procurador romano, como un sedicioso, sin muerte de profeta, con todos los signos externos tradicionales del rechazado de los hombres y del mismo Dios. Para sus enemigos, ésta fue la suprema confirmación de que no era el Mesías verdadero, sino un impostor. Para sus propios discípulos, supuso la gran crisis de su fe. La expresa muy bien el relato de los dos de Emaús: «nosotros esperábamos que él iba a ser el libertador de Israel, pero ya van dos días que murió…»

Y es así, en efecto, con la muerte de Jesús en la cruz muere todo mesianismo davídico triunfante. Tenían razón los sacerdotes: no era éste el que esperábamos. Pero era éste el que debían esperar. Por esta razón tantos textos de la resurrección insisten en que Jesús les hace entender las Escrituras, les enseña a leerlas, les abre la mente para comprender. Eso es lo que debemos esperar del Viernes Santo: que nos abra la mente para entender y aceptar a Jesús y al Dios de Jesús.

Ante el Jesús de Getsemaní y de la cruz, que clama a su Padre desde un profundo desamparo interior, y es denostado por sus enemigos que le retan a que baje de la cruz, muere definitivamente la imagen de Jesús falso hombre, deidad disfrazada de humanidad, dotada de especiales poderes que utiliza cuando le viene bien. Jesús muere porque ha resultado peligroso para los poderes religiosos que manejan a su vez a los poderes políticos. Los motivos de su muerte son bien humanos: su delito han sido sus curaciones y sus parábolas. Pero los sacerdotes han entendido muy bien, quizá fueron los que mejor entendieron a Jesús: si lo de Jesús triunfa, se acabó su poder, su templo, su status. Jesús se enfrentó a todo eso y fue crucificado porque ellos eran más poderosos. Así, sin más. La humanidad de Jesús resplandece en la Pasión de manera singular.

Pero con esa muerte murieron también para siempre los sacerdotes, los ritos del Templo, la religión/poder, la opresión religiosa del pueblo por sus jefes, la teología para sabios iniciados, la santidad reservada a los puros, la ley como ocasión de condena, el servicio a Dios bajo temor… todo eso murió. Los que creyeron en Jesús se libraron de todo eso. También a ellos intentaron matarlos, aunque tuvieron que contentarse con ser expulsados de la Sinagoga. Y para nosotros, los que dos mil años más tarde seguimos a Jesús, todas esas cosas han muerto también.

Jesús muere por los pecados, a causa de los pecados. Lo llevan a la muerte la desdeñosa pureza legal de los fariseos, la dogmática engreída de los escribas, la conveniencia política y económica de los sacerdotes, la razón de estado, el desinterés por la justicia de los gobernantes, la indiferencia del pueblo que aspira sólo a un mecías guerrillero, la cobardía de sus seguidores. Por todos esos pecados muere Jesús. Es decir, por la soberbia, la envidia, la venganza, la comodidad, la cobardía… los mismo pecados que hay en cada uno de nosotros, los que pueden causar nuestra muerte como personas y la de la humanidad como tal.

Por eso, una lectura de la muerte de Jesús entiende que el pecado es más poderoso que el Inocente, que el mal prevalece sobre el bien. Pero no es verdad. En los que siguen a Jesús se muestra que el pecado puede ser vencido, pero desde dentro, desde la conversión, desde el seguimiento. En ellos queda claro que Jesús puede quitar el pecado, que es verdaderamente el Libertador.

Jesús crucificado muestra qué es el triunfo: llegar hasta el final, realizar su labor por encima de todo miedo y conveniencia, entregarse a la gente pese a quien pese, y cueste lo que cueste. Jesús crucificado muestra que es más que un hombre normal: es el hombre lleno del Espíritu, y es el Espíritu el que le hace capaz de ir hasta el final. Jesús pudo evitar su muerte. Simplemente, con no subir a Jerusalén a celebrar la Pascua. Simplemente con no pernoctar aquella noche en Getsemaní. Jesús pudo perderse en los desiertos del este y buscarse la vida en Petra o en la corte de Persia; facultades tenía de sobra para ello. Fue a la muerte porque aceptó dar la vida, anunciar el mensaje en el mismo Templo de Jerusalén. Jesús se entregó libremente, y una vez detenido y atado, ya no pudo escapar. Por eso, los jefes judíos se sintieron confirmados en que no era el Mesías. Por eso, sus discípulos estuvieron a punto de no creer en él. Y por eso, precisamente por eso, porque pudo escaparse y no lo hizo y porque cuando lo ataron ya no pudo escapar, por eso precisamente creemos nosotros en él, en el Hombre lleno del Espíritu.

En este crucificado descubrimos nosotros cómo es Dios. Por Jesús crucificado conocemos a su Padre, por Jesús crucificado podemos llamar a Dios Padre. Seguimos sintiendo la tentación de exigir al Todopoderoso un milagro en favor de su hijo. Seguimos añorando a los dioses milagreros. Seguimos deseando que a los santos todo les vaya bien y no tengan por qué sufrir. En resumen, seguimos pensando que la religión es una excepción de la vida, un continuo milagro, una magia aparte de lo cotidiano. Y Jesús crucificado nos muestra a la religión como la fuerza para asumir la vida hasta el final, como entrega al Reino con todas sus consecuencias.

Ante todo esto, ¡que ridícula queda aquella teología que entiende la cruz como el sacrificio sangriento con el cual Jesús paga por nosotros la deuda del pecado para que el Padre nos perdone! Es como si Jesús fuera el bueno, capaz de aplacar con su sangre al Juez hasta entonces implacable. Pero nosotros sabemos que Jesús es así porque está lleno del Espíritu, es decir «porque se parece a su Padre», porque es el Hijo. En la cruz conocemos al Padre. En la cruz conocemos el amor, y su verdadera naturaleza: más que un sentimiento, una capacidad de entrega hasta la muerte. Y en ese amor de Jesús reconocemos que es el Hijo, en el corazón de Jesús reconocemos el corazón del Padre. Y es por todo esto por lo que en la pasión y muerte de Jesús resplandece no sólo la humanidad sino la divinidad. Nos han malacostumbrado a entender que Dios resplandece en relámpagos luminosos y esplendores rituales. No, Dios resplandece en el corazón de ese hombre, en su impecable veracidad, en su inagotable capacidad de con-padecer, en su valor, en su consecuencia hasta el final. La divinidad no es un añadido que anula a la humanidad, sino la fuerza del Viento de Dios que potencia a la humanidad hasta límites insospechables.

PARA COMPLETAR LA CELEBRACIÓN DEL VIERNES SANTO

La celebración del Viernes Santo tiene cuatro partes:

la lectura de la Palabra,
la oración,
la adoración de Cristo Crucificado
la comunión.

SEGUNDA PARTE: LA ORACIÓN UNIVERSAL

Después de la lectura de la Pasión, hacemos una larga oración, en la que concluimos a todas las personas del mundo. Reunida ante Jesús crucificado, la Iglesia entra en oración, agrupando ante Él todas las necesidades de la humanidad, de los que creen en Jesús y de todos, creyentes y no creyentes.

Es un momento enormemente intenso, puesto que ponemos ante la muerte de Cristo todo el mundo, como acogiéndolos a todos junto a Jesús crucificado, y pidiendo por la salvación de todo el género humano.

Sugiero que, en cada una de las oraciones, se sustituya el «Dios todopoderoso y eterno» por «Dios y Padre nuestro».

TERCERA PARTE, LA ADORACIÓN DE LA CRUZ

La cruz, el patíbulo en que está colgado Cristo muerto, es el escándalo. Que alguien muera ahí es para que todos odiemos la cruz, la aborrezcamos como símbolo vivo de la humillación de Jesús.

Pero desde la fe, la cruz se convierte en la demostración máxima de la entrega de Jesús: Jesús fue consecuente hasta el final, por eso creemos en Él. Más aún, en esa entrega de Jesús conocemos a Dios mismo. Jesús es capaz de ir hasta el final, hasta la misma cruz, por la fuerza del mismo Dios que estaba en Él. Por eso veneramos su cruz, porque en ella hemos podido conocer mejor de qué es capaz el amor de Cristo y el amor de Dios. Por esto, la adoración de la cruz es la superación del máximo obstáculo para nuestra fe.

«Por la cruz a la resurrección» se convierte así en la síntesis profunda de la vida del cristiano. La aceptación de la cruz como elemento de salvación es la aceptación de la vida en servicio, como aceptación de la voluntad de Dios sobre nosotros. Es la aplicación de las lecturas de Filipenses y de Hebreos. Adoramos hasta el patíbulo de Cristo, porque el Espíritu de Dios ha podido dar sentido hasta a esa muerte infamante.

La adoración de la cruz es un signo de respeto y amor por algo tan unido al momento más dramático de la vida de Jesús. Pero tiene más sentido. Es la aceptación de la vida como cruz, la profesión de fe en que la cruz no es final sino camino. En la cruz que adoramos está Jesús muerto; solamente podemos adorarla porque sabemos que Jesús no está muerto, que ahora, mientras le contemplamos muerto, está vivo y sentado a la diestra de Dios.

CUARTA PARTE, LA COMUNIÓN

Hoy no se celebra la Eucaristía. La Iglesia lo ha hecho así como señal de duelo. Hoy no hay «celebración». Es una antigua costumbre, más o menos razonable. Pero los cristianos echaban de menos la comunión, y desde hace algunos años se la incluye en la celebración. Ha sido, sin duda, una concesión a la devoción popular por «comulgar», pero especialmente oportuna y llena de sentido, hoy quizá más que nunca.

La comunión no parece tener mucho sentido desplazada de la celebración de la Eucaristía pero tiene hoy una significación muy especial.

Hoy, Viernes Santo, con el recuerdo vivido y cercano de Jesús entregado hasta la muerte en cruz, comulgar adquiere un significado muy especial: se trata de comulgar con Él, en el sentido más profundo de la palabra comulgar; estar de acuerdo, estar con él, aceptarlo, adherirse a Él.

Esta comunión con Jesús subraya, hoy más que nunca, el sentido de compromiso que tiene la fe. Comulgar con Jesús significa aceptar una invitación: Jesús se sentía hijo y vivió como hijo; Jesús entregó su vida para que nos enterásemos de que somos hijos y viviéramos como hijos; Jesús invitó, y sigue invitando a vivir así. Comulgar significa aceptar: aceptar que soy hijo, aceptar vivir como hijo, aceptar el encargo de anunciar esto, de preocuparse por los hijos.

Siempre es así la comunión, pero hoy parece que este aspecto de adhesión a Jesús queda subrayado de manera muy especial, porque se hace en el momento en que contemplamos lo que le costó a Jesús todo eso.

Aceptar a Dios a pesar de la cruz, del mal de la vida y del mundo.
Aceptar que la cruz de los demás es mi cruz y estar dispuesto a compartirla.
Aceptar que la cruz es sólo camino, pero no final.
Aceptarlo porque creemos en Jesús, el Hijo entregado hasta la muerte.

Como siempre y más que nunca, hoy se trata de que «comulgamos con el crucificado». Nuestra adhesión a él significa la aceptación de sus criterios y sus valores, los que le llevaron hasta la muerte.

Comulgar hoy significa cambiar de bando: pasar de estar con los crucificadores a estar con los crucificados. Pasar de ser crucificador a ser, quizá, crucificado.

Comulgar es, hoy más que nunca, una opción por Jesús, con todas las consecuencias que pudiera llevar. Una hermosa frase de Pablo lo resume bien: por la cruz de Cristo, el mundo (sus criterios y valores ) son para mí como un crucificado, y así, como un crucificado soy yo también para ellos, como lo fue el mismo Jesús.

Tuvo mucha razón el pueblo cristiano cuando reclamó que el Viernes Santo no podía pasar sin comulgar con el crucificado.

José Enrique Galarreta

DOMINGO DE RAMOS, 24 de Marzo de 2013, Lc. 19, 28-44

MUERTE, POR AMOR, EQUIVALE A VIDA

Escrito por Fray Marcos

FE ADULTA

Lc 19, 28-44

La liturgia de este domingo es desconcertante. Empieza celebrando una entrada «triunfal» (Lc 19,28-40), y termina recordando una muerte ignominiosa (Lc 22,14 a 23,56). Es francamente difícil armonizar estos dos momentos de la vida de Jesús. Podríamos decir que ni el triunfo fue triunfo, ni la muerte fue muerte. Todos los evangelistas plantean la subida a Jerusalén como resumen de la actividad pública de Jesús. La muerte en la ciudad santa es considerada como la meta última de toda su vida.

En la vida de Jesús se vuelve a escenificar el Éxodo, el paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida (pascua, paso). Allí iba a dejar patente el amor incondicional de Dios al hombre, manifestado en el servicio hasta la muerte.

¿Por qué fracasó Jesús tan estrepitosamente? Porque la salvación que él ofrece no coincide con la salvación que esperamos la mayoría de los humanos. Jesús pretendió llevarnos a la plenitud, pero en nuestro verdadero ser. Nosotros nos empeñamos en salvar nuestro ser engañoso, nuestro «ego».

Para nada nos interesa acomodarnos a la «voluntad» de Dios; preferimos que Dios se acomode a lo que nosotros queremos. Dios «quiere» para nosotros lo mejor. Ni siquiera puede querer lo menos bueno. Y nosotros estamos tan pegados a nuestra contingencia, que seguimos creyendo que en la individualidad está nuestro futuro. No hay que entender la voluntad de Dios como venida de fuera. Lo que Dios quiere es la exigencia más profunda de nuestro verdadero ser.

El fracaso humano de Jesús en su intento de instaurar el Reino de Dios, nos invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de las limitaciones humanas. Si nuestro primer objetivo es evitar el dolor a toda costa y buscar el máximo placer posible, nunca podremos aceptar la predicación de Jesús. Él confió completamente en Dios, pero Dios no lo libró del dolor ni de la muerte. Interpretar este aparente abandono extremo de Jesús por parte de Dios, sería la clave de nuestro acercamiento a su pasión y muerte y sería la clave también para interpretar el dolor humano y tratar de darle el verdadero sentido, que escapa a la mayoría de los mortales y está más allá de toda sensiblería.

Es un disparate pensar que Dios exigió, planeó, quiso o permitió la muerte de Jesús. Peor aún si la consideramos condición para perdonar nuestros pecados. La muerte de Jesús no fue voluntad de Dios, sino fruto de la imbecilidad de los hombres. Fue el deseo de poder y el afán de someter a los demás, lo que hizo inaceptable el mensaje de Jesús. El pecado del mundo es la opresión.

Lo que Dios esperaba de Jesús fue su total fidelidad, es decir, que una vez que tuvo experiencia de lo que Dios era, no dejara de manifestarlo a cualquier precio. La muerte de Jesús no fue un accidente; fue la consecuencia de su vida. Una vez que vivió como vivió y predicó lo que predicó, era lógico que lo eliminaran por insoportable.

Dios no está solo en la resurrección, está siempre en el hombre, también en el dolor y en la muerte. Si no sabemos encontrarlo ahí, seguiremos pensando como los hombres, no como Dios. Es ésta una lección que no acabamos de aprender. Seguimos asociando el amor de Dios con todo lo placentero, lo agradable, lo que me satisface. El dolor, el sacrificio, el esfuerzo lo seguimos asociando a castigo de Dios, es decir a ausencia de Dios. Las celebraciones de Semana Santa nos tienen que llevar a la conclusión contraria. Dios está siempre en nosotros, pero necesitamos descubrirlo, sobre todo, en el dolor y la limitación.

Los textos de la Pasión no son una crónica de sucesos, sino teología extraída de unos hechos, que al relatarlos no tienen como objetivo principal informarnos sino trasmitir la teología sobre la muerte de Jesús que fueron elaborando los primeros cristianos. Aunque hay grandes diferencias entre los cuatro evangelios, el relato de la pasión es la parte en que más coinciden los cuatro. Esto se debe a que fue el primer relato que se redactó por escrito, seguramente, como catequesis. Por eso quedó fijado muy pronto en sus rasgos generales, que reflejan después los evangelistas con su propia peculiaridad en sus respectivas redacciones. Dentro del marco recibido por la tradición, cada uno le da su propio matiz.

La pasión de Lucas tiene una clara tendencia catequética. Aunque utiliza la narración de Marcos u otra más antigua que ya utilizó el mismo Marcos, le da un toque de humanización muy significativo. Suaviza mucho la relación de los que están alrededor de Jesús con su persona. No todo es negativo. Incluso los paganos quedan de alguna manera justificados. Hay en el relato muchos personajes que están con Jesús y pretenden ayudarle. El mismo Jesús se relaciona con algunos con total comprensión y como ayudándoles a entender lo que está pasando. Lucas elimina de su relato todos los extremismos y presenta una pasión más humana.

Para nosotros hoy, lo verdaderamente importante no es la muerte física de Jesús, ni los sufrimientos que padeció. A través de lo que conocemos de la historia humana, miles de personas, antes y después de Jesús, han padecido sufrimientos mucho mayores y más prolongados de los que sufrió él. Lo importante de la figura de Jesús en ese trance, fue su actitud inquebrantable de vivir, hasta sus últimas consecuencias, lo que predicó. Para nosotros, lo importante es descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para él, para los discípulos y para nosotros.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos, etc. no eran gente depravada que se opusieran a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía, de buena fe, ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida de manera absoluta y exclusiva, en la Ley de Moisés. Para ellos defender la Ley y el templo, era defender al mismo Dios.

La pregunta que se hacían era esta: ¿era Jesús el profeta, como creían algunos de los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo y le llevaba fuera de la religión judía? La respuesta no era sencilla. Por una parte veían que Jesús iba contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por otra parte, los signos que hacía eran una muestra de que Dios estaba con él. El desconcierto de los discípulos ante la condena y muerte de Jesús, tiene mucho que ver con esa confrontación de sus representantes religiosos. ¿A quién debían hacer caso, a los representantes legítimos de Dios, o a Jesús, a quien los sacerdotes consideraban un blasfemo?

¿Por qué murió? Solo indirectamente podemos aproximarnos a la actitud que Jesús adoptó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco. Pronto se dio cuenta de que los jefes religiosos querían eliminarlo. Jesús debió tener razones muy poderosas para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que eso le acarrearía la muerte. Sabía que el pueblo que no le entendía, dejaría de seguirle. Pero también sabía que los jefes religiosos no se iban a conformar con no hacerle caso. Sabiendo todo eso, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Que le importara más ser fiel que salvar la vida, es lo que debemos valorar. Eso es lo que Dios esperaba de él, y eso es lo que tuvo siempre claro.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Para los apóstoles, fue el imprescindible revulsivo que les llevó al descubrimiento del verdadero Jesús. Durante su vida lo siguieron como amigo, maestro, profeta, pero estaban muy lejos de conocer el verdadero significado de la persona de Jesús. A ese descubrimiento no podían llegar a través de lo que oían y lo que veían; se necesitaba un proceso de maduración interior. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquél Jesús de Nazaret, al Señor, Mesías o Cristo y al Hijo…

En esto consistió la experiencia pascual. Si queremos entender la muerte y la resurrección de Jesús, todos tenemos que seguir ese mismo camino de la vivencia interior. No hay explicación racional posible ante los acontecimientos que vamos a celebrar.

Meditación-contemplación

Jesús, con su muerte, manifestó que la VIDA estaba en él.

Si la VIDA (Dios) estaba en él, ¿qué podía temer de la muerte fisiológica?

La muerte ni añade ni quita nada a su verdadero SER.

La muerte no le puede arrebatar un ápice de VIDA

…………………………..

La verdadera Vida está ya en mí.

Lo único que tengo que hacer es descubrirla.

Toda «muerte» (entrega, servicio) es signo de Vida.

Todo egoísmo (opresión, dominio) es signo de «muerte».

……………………..

La Vida-Amor es el fundamento de mi ser.

No la encontraré en lo superficial y accidental.

Sólo entrando dentro de mí, muy adentro, más adentro;

descubriré lo esencial de mí mismo.

…………………..

Fray Marcos

 

* ORAR CON EL EVANGELIO.(Lc. 22,14-23.56)

• DOMINGO DE RAMOS
EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

* Todo el Evangelio es el mejor camino para acercarnos a la persona de Jesús y conocer sus sentimientos, actitudes y motivaciones de fondo.
Este Jesús, a quien queremos acercarnos personal y comunitariamente esta Semana Santa, es el que nos ofrece salvación y vida.
* Jesús hace su entrada en Jerusalén como mesías en un humilde burrito (Lc. 19,8-40), como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 9,9)
Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de las personas; quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás, pobres, marginad@s… Pocos días más tarde, en esa misma ciudad, será clavado en la Cruz.
* Desde la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora por ella. Mira como la ciudad se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera… Lleno de misericordia se compadece de esta ciudad que le rechaza. Todo lo intentó Jesús, con los milagros, las palabras…
* Pero nosotr@s como Jerusalén, podemos aclamarlo y rechazarlo.
Sabemos que aquella entrada triunfal de Jesús fue muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto y cinco días más tarde el jubiloso ¡Hosanna! Se transformó en un grito enfurecido: ¡Crucifícale!
* La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide de nosotr@s coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y rechazar lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar a Jesús hasta la Cruz.
* Es bueno que recordemos… “El que persevere hasta el fin, ése se salvará” (Mt.10, 22) Y no nos separemos de la Virgen. Ella nos enseñará a ser constantes…

* ORACION – PROCLAMACIÓN

* ¡Hosanna!, ¡Hosanna!
¡Bendito el que viene en nombre de Dios!
Que se abran las puertas de los templos, de las casas, de las escuelas, de los trabajos, de nuestras mismas vidas que está llegando ¡el Rey poderoso!, ¡nuestro Rey poderoso y humilde!
¿Quién es este Rey?
¡Es Jesús, nuestro Salvador, Hermano y amigo!
Que ha escuchado nuestras hosannas y viene a salvarnos y a darnos vida.
Es Jesús, que ha abrazado y bendecido a las niñas y niños, es Jesús que ha conversado en público y que se ha dejado tocar, ungir por la mujer, Magdalena.
Es Jesús que se ha detenido a dar de comer a la multitud, que ha dado vida a las hijas e hijos y a l@s amig@s.
Es Jesús, que ha hecho el bien en el “día de descanso”, es Jesús, que sigue entrando cada día para que le abramos nuestra vida y pueda vivir en ti y en mí, y en todo ser que lo acepte como: JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS VIVIENTE. AMÉN
* ZURIÑE

JAUNAREN NEKALDIKO ERRAMU-IGANDEA, GURUTZILTZATUAREN AURREAN-ANTE EL CRUCIFICADO

2013ko martxoaren 24a

José Antonio Pagola.
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

Lukas 22,14-23,56

ECLESALIA, 20/03/13.- Tenpluko segurtasun-indarrek atxilotu du, eta Jesusek ez du jada inolako dudarik: Aitak ez dio entzun bizitzen jarraitzeko agertu dion gogoa; ikasleak ihesi joan dira, nor bere segurtasun bila. Bakarrik dago. Bere egitasmoak huts egin duela ikusi du. Zain-zain du heriotza.

Zirraragarria da bere azken orduetan Jesusek agertu duen isiltasuna. Halere, ebanjelariek jaso dituzte gurutzean jaulki dituen hitz batzuk. Oso laburrak dira, baina lehen kristau-belaunaldiei asko lagundu zieten Jesus gurutziltzatua gogoratzeko, maitasunez eta esker onez.

Gurutzean josten ari diren bitartean jaulkitakoak dakartza Lukasek. Dardararen eta oinaze-garrasien artean, lortu du Jesusek hitz batzuk esatea, bihotzean duena agertzeko: «Aita, barka iezaiezu, ez dakite-eta zer ari diren». Horrelakoa da Jesus. Bereei eskatu izan du «maita ditzatela etsaiak» eta «egin dezatela otoitz pertsegitzaileentzat». Eta orain, bera doa hiltzera etsaiei barkatuz. Barkazio bihurtu du gurutzeko bere heriotza.

Gurutzean josten dutenentzat Aitari egindako eskari hau, lehenik eta behin errukizko keinu goitarra da, eta konfiantza Jainkoaren atzemanezineko barkazioaz. Hauxe da Jesusek gizadiari utzi dion ondarea: Ez galdu sekula Jainkoarekiko konfiantza. Jainkoaren errukiak ez du azkenik.

Markosek, berriz, gurutzean josi dutenaren oihu dramatiko hau dakarkigu: «Ene Jainko, ene Jainko! Nolatan utzi nauzu eskutik?» Bakartasun eta abandonu handienean jaulkitako hitzak dira; egundoko zinezkotasuna adierazten dute. Jesusek sentitu du bere Aita maiteak utzi egin duela. Zer dela eta? Jesus kexu da Aita mutu gelditu delako. Non da? Zer dela-eta dago mutu?

Jesusen oihu hau, historiako biktima guztien oihuarekin bat dator: hainbat eta hainbat injustizia, abandonu eta sufrimenengatik Jainkoari argibide bat eskatu nahi dio; gurutziltzatuaren ezpainak Jainkoari erantzun bat eskatzen ari zaizkio heriotza baino haratagorako: gure Jainkoa, zer dela-eta uzten gaituzu eskutik?, ez ote diezu sekula erantzungo errugabeen oihuei eta lantuei?

Lukasek Jesusen azken hitza ere jaso du. Bere herio-larria eta guzti, azkeneraino eutsi dio Jesusek Aitaganako konfiantzari: «Aita, zure eskuetan uzten dut neure espiritua». Ez ezerk, ez inork apartarazi ahal izan du Jesus Aitagandik. Aitak arnastu du bere espirituaz Jesus bizitza guztian. Bere egitekoa bukaturik, Aitaren eskuetan utzi du dena Jesusek. Aitak bere isiltasuna hautsi eta piztu egingo du Jesus.

Aste Santu honetan, Jaunaren Nekaldia eta Heriotza ospatuko ditugu kristau-elkarteek. Orobat egin ahal izango dugu gogoeta, isilik, Jesus gurutziltzatuaren aurrean, bere hilzorikoan Jesusek jaulki zituen hitzak sakonduz.

Domingo de Ramos (C) Lucas 22,14-23,56

ANTE EL CRUCIFICADO

24 de Marzo de 2013

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.

El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.

Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Así es Jesús. Ha pedido a los suyos «amar a sus enemigos» y «rogar por sus perseguidores». Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.

Esta petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.

Marcos recoge un grito dramático del crucificado: «¡Dios mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?». Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?

Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?

Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.

Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

V DOMINGO DE CUARESMA, 17 de Marzo de 2013, Jn. 8, 1-11

¡NINGUNA CONDENA EN NOMBRE DE DIOS!

Escrito por Fray Marcos
FE ADULTA

Jn 8, 1-11

INTRODUCCIÓN

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuestos a cercenar.

El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas actitudes del presente y ver lo que tengo que rectificar.

CONTEXTO

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices.

Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con todos los evangelios, incluido el de Juan. Puede ser que la supresión y los cambios se deban a su increíble mensaje de tolerancia y perdón, que se podía interpretar como lasitud o permisividad, en un tema tan sensible como el sexual.

EXPLICACIÓN

En el relato, se destaca de manera clara el «fariseísmo» de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. Si con toda certeza saben que es culpable, ¿por qué no la ejecutan ellos? No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman «Maestro». El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, no solo perdería su fama de bondad y misericordia, sino que iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba abiertamente en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, en el evangelio, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.

Si los pescaron «in fraganti», ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos). Hay que tener en cuenta que se consideraba adulterio la relación sexual de un casado con una mujer casada, no la relación de un casado con una soltera. La mujer se consideraba propiedad del marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que era de él (la mujer). Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. ¡Cómo iba a considerar venida de Dios, una Ley que estaba de acuerdo con esta barbaridad! ¡Qué poco han cambiado las cosas! Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer.

Aparentemente, Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o «privilegio» del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón, sino que es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran margen para la reflexión. El perdón por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

APLICACIÓN

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo «buenos cristianos» que ponen el cumplimiento de la «Ley» por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la «Ley». El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Por el contrario, Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio de los individuos.

Desde el Paleolítico, los seres humanos buscaron verse libres de sus culpas por medio de un «chivo expiatorio». En todas las religiones, podemos encontrar esta exigencia de los dioses. El colmo de esta servidumbre fue el sacrificio de un ser humano como medio de aplacar al dios. Una persona «elegida» como instrumento de propiciación y sacrificada, garantizaba la supervivencia y el bienestar del resto del pueblo.

Jesús nos dice que lo más preciado para Dios es precisamente la persona concreta. Que la causa de Dios es la causa de cada ser humano. Lo más contrario a Dios es machacar a un ser humano, sea con el pretexto que sea. Explicar la muerte de Jesús como sacrificio exigido por Dios para poder amarnos, va en contra de la esencia del mensaje del mismo Jesús.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor de lo que las hemos hecho. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda, sin hacernos ver la posibilida¬d de lo nuevo, que seguimos teniendo, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, siempre estará más allá. Será como un anhelo que nos dejará sin aliento por lo no conseguido.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: «no tengáis miedo». El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El acercamiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta a la habitual. La «buena noticia» consiste en que el amor de Dios al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Me ama porque es amor. Su esencia es el amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí mismo. Pero nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Fijaros que Jesús lo que hace es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro hasta la muerte? El fariseísmo sigue arraigado en lo más hondo de nuestro ser.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado su hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde su hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y naturalmente es el otro el que tiene que cambiar.

Meditación-contemplación

Tampoco yo te condeno.

Jesús nos dice, sin paliativos, que Dios no condena.

Todo aquel que se atreve a condenar, no habla en nombre de Dios.

Mientras esto no lo tenga claro, no daré un paso en la vida espiritual.

………………………..

Si uno te ayuda a descubrir tus fallos,

te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud.

Si alguien te convence de que eres una piltrafa,

te está metiendo por un callejón sin salida.

…………………….

Dios no es un ser que ama. DIOS ES AMOR y solo amor.

Cuando atribuimos cualidades a Dios, lo ridiculizamos.

Si descubro ese AMOR en lo más hondo de mí,

todo mi ser quedará empapado, trasformado en amor.

……………………..

Fray Marcos

 

* ORAR CON EL EVANGELIO:(Jn.8,1-11)

• DOMINGO V CUARESMA –C-
MARZO 17 de 2013

En muchos textos del evangelio se nos dice que Jesús se retiraba al monte, al desierto para Orar. Y la gente le buscaba, hasta encontrarlo para escucharlo. En el Evangelio de este domingo es El, que, después de Orar, baja al templo para atender a l@s que le buscan. Vemos que se entrega, regala su tiempo. (Cuanto nos cuesta eso cuando estamos ocupados y nos molestan) y Jesús se sienta, para enseñarles. Me lo imagino fijando su mirada en cada un@, escuchando…
* Hoy esta palabra de Dios nos hace seguir en la línea de los dos domingos anteriores:
LA MISERICORDIA DE DIOS para con l@s pecadores y la acogida de l@s marginad@s Les hará entender que hay que salvar a la persona antes que el precepto, la ley.
* Yo no se, y los Evangelios no nos dicen, si la vida de esta mujer cambió, pero lo que si se es que no olvidará el terror que pasó pensando en que iba a morir apedreada y también, la “compasión” y la “ternura” que encontró en aquel que era el único que podía haberle condenado…
* ¡Qué trato más exquisito el de Jesús! Cuya única misión es salvar, abrirnos caminos, dar esperanza, ayudarnos a cambiar. Jesús subraya con fuerza la auténtica actitud del cristian@: un no rotundo al pecado: “En adelante, no peques más” pero “Tampoco yo te condeno”
* Habían venido a presentar a la mujer (¿y el hombre?…) dispuestos a “pillar” a Jesús. Pero Jesús, nuestro Jesús de Nazaret les frena de raíz con una jugada maestra: Si alguno está libre de fallos de pecado… puede empezar a tirar piedras… No hay respuesta… silencio… rabia…vergüenza… huida.
* La CONVERSIÓN que se nos viene recordando durante la cuaresma nos lleva a un futuro nuevo, al inacabado actuar de Dios con nosotr@s que es empezar de nuevo, teniendo como horizonte la meta. El Dios de Jesús, nos ama, nos mira con ternura. En la oración, en la escucha de la Palabra, lo sentimos.
¡Qué paciencia la tuya, Señor! ¡Qué alegría y que suerte la mía! La tuya, la nuestra.
* ORACIÓN
* Jesús de Nazaret, tu te muestras a la humanidad como el Dios del Amor fiel. Tu tarea de perdonar claramente la percibimos en el perdón incondicional de los pecados como el que hoy nos recuerda tu Palabra a favor de la mujer adúltera.
Gracias, Señor, porque en este gesto liberador, en este perdón la persona vuelve a encontrarse a sí misma, al saberse amada y acogida por ti.
* Jesús de Nazaret, Tú nos muestras el rostro misericordioso de dios. Ayúdanos a no convertirnos en jueces de las personas que se cruzan en nuestra vida. Haz más grande nuestra humildad, y más constante nuestra caridad para que, reconociendo nuestros propios errores, seamos comprensiv@s, y a la vez saber ayudar a l@s que fallan y se desvían del camino. Que resuenen en nuestro interior, las palabras de Jesús:
”YO NO TE CONDENO”. “VETE, Y NO PEQUES MÁS”.
************
*Tenemos nuevo Papa Francisco I. El Evangelio del día en que es elegido, miércoles 12 a las 7 y 10 de la tarde, comienza así: Dijo Jesús: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo”.
Eso pedimos unidos para este nuevo Pastor de nuestra querida Iglesia, tan llena de gente buena y tan necesitada de una renovación. Que actúe con la fuerza del Espíritu, haciendo la Voluntad del Padre que “ACTÚA” esa Voluntad, que siempre fue la de Jesús y “ACTUÓ”
ZURIÑE

GARIZUMAKO V. IGANDEA, GUZTIOK DUGU BARKAZIO BEHARRA – TODOS NECESITAMOS PERDÓN

Jn. 8, 1-11
2013ko martxoaren 17a

José Antonio Pagola.
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

ECLESALIA, 13/03/13.- Ohitura duenez, Oliamendin eman du Jesusek gaua, bakarrik, bere Aita kutunarekin. Jainkoaren Espirituaz beterik hasi nahi du egun berria; hark bidali du «gatibuei liberazioa hots egitera… eta zapalduak askatzera». Laster inguratuko zaio jendetza handi bat, tenpluaren zelaigunera hari entzutera etorria.

Bat-batean, idazkari- eta fariseu-talde bat etorri da, «adulterioan harrapatu duten emakume bat» dakartela. Ez zaie axola emakumearen zori izugarria. Emakumeari inork ez dio galderarik egin. Jada heriotzara galdua da. Salatzaileek argi utzi dute: «Moisesen legeak emakume adulteriogileak harrika hiltzeko agindua eman digu. Zuk, zer diozu?»

Dramatikoa da egoera: fariseuak urduri daude, emakumea estu, jendea zer gertatuko. Jesus isilik harrigarriro. Bere aurrean du emakume umiliatu hura, guztiek gaitzetsia. Laster hilko dute. Hau ote da Jainkoaren azken hitza bere alaba honetaz?

Jesus eseria dago, eta lurrerantz makurtu da, eta lurrean zirriborroak idazten hasi. Segur aski, argi bila dabil. Akusatzaileek erantzun bat eskatzen diote Legearen izenean. Jainkoaren errukiaz duen esperientziatik erantzungo die: emakumea eta akusatzaileak, guztiak dira Jainkoaren barkazioaren beharrean.

Alabaina, akusatzaileak, soilik, emakumearen bekatua dute buruan eta Legearen kondena. Jesusek aldatu egingo du ikusmira. Beren bekatua jarriko die begi aurrean akusatzaileei. Jainkoaren aurrean, guztiek aitortu behar dute bekatari direla. Guztiak dira haren barkazio-beharrean.

Gero eta gehiago eskatzen diotelako, zutik jarri eta esaten die Jesusek: «Zuetan bekaturik ez duenak, bola diezaiola lehen harria». Zein zarete zuek emakume hau heriotzara galtzeko, zeuen bekatuaz eta Jainkoaren barkazio- eta erruki-beharraz ahaztuz?

Akusatzaileek, orduan, «alde egin dute batak bestearen ondoren». Jesusek elkar bizitza iradokitzen du; hartan, pertsona bati dagokionez, azken hitza ez du izango heriotza-zigorrak. Geroago, goraki esango du: «Ni ez naiz etorri mundua juzgatzera, salbatzera baizik».

Jesusek emakumearekin izan duen solasak beste argi bat eskaini digu haren jardueraz. Akusatzaileak joan dira, baina emakumea ez da mugitu. Ematen du, Jesusen azken hitza entzun beharra duela. Artean ez da sentitu guztiz liberatua. Jesusek diotso: «Nik ere ez zaitut gaitzesten. Zoaz eta, aurrerantzean, ez gehiago bekaturik egin».

Bere barkazioa eskaini dio; aldi berean, gehiago bekaturik ez egitera gonbidatu du. Jainkoaren barkazioak ez du desegiten erantzukizuna, bihotz-berritzea eskatzen du. Jesusek badaki «Jainkoak ez duela nahi bekataria hiltzea, baizik eta bihotz-berritu eta bizi dadin nahi du».

5 Cuaresma (C) Juan 8, 1-11

TODOS NECESITAMOS PERDÓN

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA, 13/03/13.- Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a «proclamar la liberación de los cautivos… y dar libertad a los oprimidos». Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a «una mujer sorprendida en adulterio». No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: «La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propio pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

Los acusadores «se van retirando uno tras otro». Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: «Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo».

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice «Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más».

Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que «Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva». (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

IV DOMINGO DE CUARESMA, 10 de Marzo de 2013, Lc 15, 1-32

EL PADRE USURPA EL ROL DE LA MADRE

JOSÉ ENRIQUE GALARRETA
FE ADULTA
Lc 15, 1-32

El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de meditar la perla de las Parábolas de Jesús. Vamos a hacerlo a fondo. En primer lugar, ofrecemos unas notas al texto de la parábola que ayuden a su comprensión.

El contexto es la murmuración de los «justos». Estamos ante la mayor revolución de Jesús: que no te quiere Dios porque eres bueno, sino porque le necesitas.

El hijo menor se marcha. En esto consiste el pecado: preferir el mal engañados por su apariencia de bien. En el fondo «marcharse lejos del Padre». Y a esto conduce el pecado: a echar a perder la vida, a hacer del hombre algo miserable. Se arrepiente sólo por hambre: en casa estaba mucho mejor. No conoce a su padre: cree que tiene que convencerle para que le perdone. (Por eso se fue, porque no le conocía).

El padre no perdona, no razona, simplemente, se lleva un alegrón indecible. Y no piensa más que en celebrar, en tirar la casa por la ventana. «Porque ha vuelto a la vida».

El hijo mayor es «justo», cumple bien con sus obligaciones, respeta a su padre, pero no se alegra de que haya vuelto su hermano. «Aunque hable las lenguas de los ángeles, si no tengo amor, no soy nada». «No te das cuenta de que eres feliz, de que estás en casa, de que es tuyo todo lo de tu padre» «pero nuestra alegría no era completa, porque faltaba tu hermano»…

Diríamos que no hay nada que comentar, que no hay más que leer, admirar, y dejarse penetrar de la Palabra. Y es lo que debemos hacer: releer una y otra vez el texto evangélico y dejar que el Espíritu de Jesús nos vaya invadiendo. Sin embargo, es tanto el contenido y tan revolucionario, que necesariamente debemos explicarlo un poco.

Ante todo, Jesús es el mejor narrador de todos los tiempos. Es el Maestro de los maestros al inventar narraciones para hablar de Dios. Jesús es el que sabe hablar de Dios, porque le conoce. Jesús es el que sabe hablar del hombre, porque le conoce.

Lo primero que se nos ofrece es sin duda una preciosa definición del pecado y de la conversión.

¿Qué hay en la casa del padre? Trabajo, cariño, responsabilidad, sentirse bien, tener alimento, ser alguien, ser hijo.

¿Qué hay lejos de la casa del Padre? Engaño, apariencia de felicidad, todo insatisfactorio y perecedero. El hijo pequeño ha cometido un grave error. Le ha parecido que hay cosas mejores que trabajar en la Casa del Padre. Es una definición del pecado: un grave error, sentirse atraído por algo que, a la larga, te va a decepcionar, te va a hacer desgraciado. Y sobre todo, no ser nadie, haber perdido la dignidad y la identidad.

¿Por qué quiere el hijo volver? Por hambre. Porque se acuerda de que en casa de su Padre se estaba mucho mejor. Ni siquiera por su Padre, ni por cariño. Porque se acuerda de lo bien que estaba en su casa.

Hasta aquí, Jesús nos ofrece todo un tratado de sicología del pecado y de la conversión. El pecado es error: pensamos que fuera de la Ley de Dios se está mejor. Buscamos la felicidad fuera de lo que Dios propone. Debilidad y error que conduce al ser humano a la indignidad y a la pérdida de identidad.

Pero el mensaje es mucho más amplio y profundo: el mensaje básico no es el hijo, sino el padre. El mayor de los errores del hijo es que no conoce a su padre. Piensa que tendrá que rogarle, que convencerle, que quizá consiga ser admitido como un criado… ¡Qué sorpresa, cuando empieza a recitar su cantinela «padre, he pecado contra el cielo y contra ti…» y se da cuenta de que su padre ni le escucha, sino que grita de alegría a todo el mundo, que traigan buena ropa, que maten el ternero, porque mi hijo ha vuelto!

Quizá hayamos olvidado que la parábola es paradójica. Tuvo que sonar muy mal ante aquel auditorio acostumbrado a que el «Paterfamilias» fuese ante todo «el amo», el que imparte justicia, el conservador de la hacienda. Para todos los oyentes, el que tiene razón es el hijo mayor, que es trabajador, fiel a su casa, justo. La misericordia esperable sería que el hijo que vuelve fuese admitido en casa como peón… por pura bondad. Entonces podríamos hablar de un padre justo y misericordioso… Pero el padre de la parábola es mucho más que eso.

Ese padre que destroza la herencia, perjudica los intereses del hermano justo y trata al hijo pequeño «como si no hubiese pasado nada» (y todavía mejor) no es un buen ejemplo para el orden ni para la educación de los hijos ni para el mantenimiento de la estabilidad de la hacienda familiar. El padre de esta parábola usurpa el rol de la madre, que debería estar ahí para interceder por el hijo descarriado; pero no hace falta, porque el padre no es el paterfamilias justo sino la madre emocionada por el regreso del hijo.

La parábola se inscribe pues junto a las otras en que el mensaje radica precisamente en «Dios no hace justicia», como los viñadores de la última hora o la invitación al banquete, y a los hechos de Jesús en que prefiere a los pecadores antes que a los justos. Los pecadores que se acercan a Jesús son acogidos inmediatamente, aunque no hagan nada por «merecer» el perdón, como la mujer adúltera.

Lo esencial en la parábola es sin duda que el hijo es restituido a su condición de hijo sin ningún mérito propio; solamente porque el Padre está deseando hacerlo así. En cuanto el hijo da pie para ello, recibe la plenitud del cariño del padre: no tiene más que acercarse, aunque sea sólo por hambre, y encontrará al Padre feliz de recuperarle como hijo.

Y éste es el secreto: no se trata de perdonar cosas pasadas y decir que no tienen importancia, sino de recuperarle como hijo. No estamos ante un tribunal «blando» que quita importancia a los errores o maldades anteriores. Esto deformaría esencialmente la imagen del padre. Se trata de que no estamos ante un tribunal, sino ante el estupendo milagro de que el cariño del Padre ha recuperado a un hijo.

Ha recuperado a un solo hijo. Al otro hijo no parece poder recuperarlo ni el cariño del padre: seguirá viviendo en el árido reino de la justicia. No olvidemos que estas parábolas las provocan los fariseos y escribas que murmuran porque Jesús acoge a los publicanos y pecadores que acuden en masa a Él.

Demasiadas veces seguimos viendo a Dios como Amo y como Juez. Jesús ha revelado lo más íntimo de Dios con otras imágenes: médico y papá.

Demasiadas veces seguimos pensando en nuestros pecados como delitos, ofensas cometidas contra Dios. Jesús ha revelado lo más íntimo del pecado: enfermedad y error.

Demasiadas veces hemos concebido esta vida como un lugar en que hemos de pasarlo lo mejor posible dentro de las molestas restricciones que nos imponen las leyes del Amo, esperando resignadamente la catástrofe final de la muerte. Jesús ha revelado que esta vida es trabajar por los hermanos esperando la vuelta a Casa, donde todo llegará a su plenitud (es decir, a la normalidad).

Dios es papá, que nos quiere porque es Él así, no porque seamos maravillosos. Las madres no quieren a sus hijos porque sean guapos. Les quieren, sin más. Así es Dios: nos quiere, sin más. La madre enseña al hijo lo que es bueno, informa, corrige, cura… No se trata de delitos, ni de perdones, ni de leyes. Se trata de que quiere la felicidad del hijo. Si el hijo hace mal, la madre no se indigna, se apena. Si el hijo «vuelve», la madre no perdona, se lleva un alegrón.

Jesús no ha pagado al eterno padre la deuda de nuestros pecados. Porque no hay deuda, sino enfermedades, porque el Padre no necesita ser pagado de nada, porque la Salvación no es iniciativa de Jesús, sino del Padre, porque Jesús no es el bueno que apacigua al juez, sino el Hijo en quien resplandece toda la bondad del Padre. Ya es hora de que cambiemos de religión, y nos fiemos de una vez de la Buena Noticia.

Y si alguien cree que esta manera de entender a Jesús es permisiva, que ancha es Castilla, que no hay que preocuparse por los pecados… es que no se ha enterado de nada. Porque nada hay más exigente que el amor. Porque todas las leyes y obligaciones del mundo se quedan pequeñas y ridículas ante la exigencia que supone el querer, porque la madre hace mil veces más que aquello a lo que está obligada, y lo hace disfrutando, y cuanto más tiene que esforzarse más disfruta, porque el amor sólo se satisface dando y esforzándose.

Y ésa es la vida y la religión a la que Jesús llama, infinitamente más exigente que todos los preceptos, infinitamente más satisfactoria que todos los premios, infinitamente más humana y más divina, porque Jesús conoce a Dios y al hombre, y ha establecido una relación entre ellos objetiva, no basada en lo que nosotros nos imaginamos de Dios y del hombre, sino en lo que Dios y el hombre son en realidad.

En resumen, un cristiano se define por haber aceptado la misión: ¿quieres trabajar en las cosas de tu padre? Decir que sí es vivir como hijo, metiéndose en todos los líos de los demás hijos, porque eso, los hijos, son «las cosas de mi padre». Si alguien piensa que esto es permisivo, hablamos diferente idioma.

Así que hemos dado con una hermosa descripción de «El Reino». El Reino es «estar en las cosas de mi padre». Y de aquí surge una sana, sencilla y comprometedora teología de la ecología y de la solidaridad, tan lejana de esas teologías trinitarias y cristológicas tan presuntuosas como estériles.

José Enrique Galarreta