Las mujeres y el poder en la Iglesia

ATRIO

Es difícil -y más en una institución tan enorme y diversa como la Iglesia católica- que una decisión, por limitada que sea, no se preste a diferentes y enfrentadas reacciones. Es lo que, de nuevo, compruebo cuando repaso las tomas de posición de muchas personas y colectivos estos últimos días ante la disposición, tomada por el Papa Francisco, de incorporar -con voz y voto- un grupo de setenta laicos y laicas (la mitad de ellos, mujeres) al Sínodo mundial de obispos que se va a celebrar el próximo mes de octubre en Roma para afrontar el siempre peliagudo asunto de cómo se ha de gobernar y estructurar la Iglesia e impartir magisterio.

Las voces críticas han subrayado la contradicción (otra más, han enfatizado) que presenta la decisión de Francisco. ¿Cómo se explica que en una asamblea de obispos haya laicos con voz y con voto? ¿No se están confundiendo las churras con las merinas? Conviene tener presente que quienes formulan éstas o parecidas críticas lo hacen porque sostienen que el poder en la Iglesia católica lo detentan única y exclusivamente los ministros ordenados y, de manera particular, los obispos; y solo ellos. Y lo detentan por “mandato o institución divina”, es decir, porque, por voluntad de Jesús de Nazaret, el poder y su ejercicio descansarían -así lo entienden- en los apóstoles y, a partir de ellos, en los obispos, sucesores suyos; por supuesto, todos varones. Para nada en los laicos; y menos, en las mujeres. Éstos solo pueden “participar” de dicho poder si los obispos tienen a bien concederles tal “participación”. De ahí brota y hasta ahí llega -en el mejor de los casos- el poder del laicado en el gobierno y magisterio de la Iglesia. Y, por supuesto, los de las mujeres… Leer más ( Jesús Martínez Gordo )