La Iglesia lo tiene claro

José Ignacio Calleja. «Se pelea por dar con su lugar y misión en este momento desconcertante».

La gente puede pensar que en la Iglesia vivimos ajenos a los cambios del mundo, como si todo sucediera en un teatro de novedades y vanidades que nacen y mueren al compás del telón. O que nos dedicamos a nadar y guardar la ropa, a ver si escampa entre tanta crítica y mala fama como nos alcanzan.

O que andamos desesperados viendo la menguante evolución de las cifras de fieles en los templos y sacramentos. La gente puede pensar todo esto y mil cosas más y no acertaría sino a medias. Y desde luego es más atinado y justo pensar que la Iglesia rumia su tiempo y su destino en él, y lo hace con la pretensión de servir en algo a esa gente y a su vida.

En libertad, con respeto, aprendiendo mucho del día a día entre ellos, pero con calma y empeño. Estoy diciendo lo que en parte es y, obviamente, lo que quiero que sea de forma rotunda y masiva. En todo caso, el mundo, la vida de la gente más sencilla, nos importa sobremanera; tanto que sin entenderla desde dentro, no podemos decir una palabra con sentido.

El Evangelio pensamos que lo tiene todo, pero casi nada es comprensible sin preguntas tomadas de la vida. Es aquello -recuerden- de teníamos las repuestas y nos fallaron las preguntas. Es así. Yo sé que muchos se resistirán a esta idea, pero sin preguntas en el lugar adecuado y justo -desde las victimas y personas más necesitadas- no hay respuestas.

Cuando un grupo cree saber lo que tiene que decir siempre, porque su mensaje es imperecedero y constante, termina repitiendo «a por uvas voy, manzanas traigo». Esa conexión de las respuestas con las preguntas es inalterable en la condición humana. El profesor, el periodista, el político, los padres, el maestro, todos tienen la misma manera de realizar su existencia: conocer las preguntas más humanas para acertar en las respuestas justas.   Leer mas…

José Ignacio Calleja en Religión Digital, 6 de febrero de 2018