Urteko 15. igandea – A (Mateo 13,1-23)

IKASI EREITEN JESUSEK BEZALA

Ez zuen izan Jesusek lan erraza bere egitasmoa aurrera eramatea. Berehala topo egin zuen kritikarekin eta ukoarekin. Beraren hitzak ez zuen izan espero zitekeen onarpenik. Beraren jarraitzaile hurbilenekoen artean ere hasiak ziren esnatzen etsipena eta mesfidantza. Pena merezi al zuen lanean jarraitzea Jesusen ondoan? Ez ote zen hura guztia utopia ezinezko bat?

Uste zuena esan zien Jesusek. Ereile baten parabola kontatu zien, lanera eragiten zioten errealismoa eta fede hautsezina ikusarazteko. Biak. Bada, noski, fruiturik gabeko lan bat, alferrik galtzen ahal dena, baina Jainkoaren azken egitasmoa ez da porrotean geldituko. Ez zaio amore eman behar etsipenari. Ereiten jarraitu behar da. Azkenean ikusiko da uzta ugari bat.

Parabola hau entzun zutenek bazekiten bere buruaz ari zela. Horrelakoa zen Jesus. Nonahi ereiten zuen bere hitza, ernetzen ahal zela ikusten zuen edonon. Ontasun- eta erruki-keinuak ereiten zituen, baita gutxiena uste zen lekuan ere: erlijiotik oso urrun zebilen jendeagan ere.

Galileako laborari baten errealismoaz eta konfiantzaz ereiten zuen Jesusek. Denek zekiten ereintza galdu egingo zela leku batean baino gehiagotan hain desberdinak ziren soro haietan. Baina horrek ez zuen etsiarazten inor: hori eta guzti, laborari bakar batek ere ez zion uzten ereiteari. Garrantzizkoa azken uzta zen. Antzeko zerbait gertatzen da Jainkoaren erreinuarekin. Ez da falta trabarik, ezta kontra egiterik ere, baina Jainkoaren indarrak emango du bere fruitua. Zorakeria izango litzateke ereiteari uztea.

Jesusen Elizan ez dugu uzta-biltzaile beharrik. Gure egitekoa ez datza arrakasta uztatzean, kalea konkistatzean, gizartea dominatzean, elizak lepo betetzean, geure fede erlijiosoa ezartzean. Falta zaizkigunak ereileak dira. Jesusen jarraitzaileak, esperantza-hitzak eta gupida-keinuak agerian jarriz ereingo dutenak.

Hau da gaur egun geure artean eragin behar dugun bihotz-berritzea: «uzta biltzearen» obsesiotik «ereitearen» lan pazientziazko eta esperantzazkora igarotzea. Jesusek ondaretzat, uzta-biltzailearena ez, baizik ereilearen parabola utzi zigun.

José Antonio Pagola
Itzultzailea: Dionisio Amundarai

APRENDER A SEMBRAR COMO JESÚS

No fue fácil para Jesús llevar adelante su proyecto. Enseguida se encontró con la crítica y el rechazo. Su palabra no tenía la acogida que cabía esperar. Entre sus seguidores más cercanos empezaba a despertarse el desaliento y la desconfianza. ¿Merecía la pena seguir trabajando junto a Jesús? ¿No era todo aquello una utopía imposible?

Jesús les dijo lo que pensaba. Les contó la parábola de un sembrador para hacerles ver el realismo con que trabajaba y la fe inquebrantable que le animaba. Las dos cosas. Hay, ciertamente, un trabajo infructuoso que se puede echar a perder, pero el proyecto final de Dios no fracasará. No hay que ceder al desaliento. Hay que seguir sembrando. Al final habrá cosecha abundante.

Los que le escuchaban la parábola sabían que estaba hablando de sí mismo. Así era Jesús. Sembraba su palabra en cualquier parte donde veía alguna esperanza de que pudiera germinar. Sembraba gestos de bondad y misericordia hasta en los ambientes más insospechados: entre gentes muy alejadas de la religión.

Jesús sembraba con el realismo y la confianza de un labrador de Galilea. Todos sabían que la siembra se echaría a perder en más de un lugar en aquellas tierras tan desiguales. Pero eso no desalentaba a nadie: ningún labrador dejaba por ello de sembrar. Lo importante era la cosecha final. Algo semejante ocurre con el reino de Dios. No faltan obstáculos y resistencias, pero la fuerza de Dios dará su fruto. Sería absurdo dejar de sembrar.

En la Iglesia de Jesús no necesitamos cosechadores. Lo nuestro no es cosechar éxitos, conquistar la calle, dominar la sociedad, llenar las iglesias, imponer nuestra fe religiosa. Lo que nos hace falta son sembradores. Seguidores y seguidoras de Jesús que siembren por donde pasan palabras de esperanza y gestos de compasión.

Esta es la conversión que hemos de promover hoy entre nosotros: ir pasando de la obsesión por «cosechar» a la paciente labor de «sembrar». Jesús nos dejó en herencia la parábola del sembrador, no la del cosechador.

José Antonio Pagola

DOMINGO 12 (A) Fray Marcos

(Jr 20,10-13) Cantad al Señor que libró al pobre de manos de los impíos

(Rom 5,12-15) La benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos.

(Mt 10,26-33) No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. 

Nadie puede deteriorar tu verdadero ser. Lo que te pueden quitar o dar es lo que tenías que eliminar tú. El que tienes por enemigo te está haciendo un inmenso favor.

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso los matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan todas la actitudes vitales a las que se tuvo que enfrentar.

Hay un miedo instintivo que es producto de la evolución. Este es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto es defender la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este es el que nos traiciona y nos lleva a desatinos constantes porque nos paraliza y atenaza. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados por la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o que, si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que Dios hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestra verdadera riqueza, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está de mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sean el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción

El miedo es utilizado por todo aquel que pretende someter a otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos toda clase de seguros, si no también por las religiones, que explotan a sus seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido un miedo irracional. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades, civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas, por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de sus intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho, lo está desplegando constantemente, por lo tanto, no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno, es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte. Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

Urteko 12. igandea – A (Mateo 10,26-33)

JAINKOAGAN KONFIANTZA IZATEN IKASI

Konbentziturik nago ezen Jainkoaren esperientziak, Jesusek eskaini eta komunikatu digun bezala harturik, bake nahastezina isurtzen duela beti, kezkaz, beldurrez eta segurtasun-ezaz beterik den gure bihotzean. Bake hori izan ohi da kasik beti, beraren deia geure izatearen hondo-hondotik entzun dugunaren zeinurik hoberena: «Ez beldur izan, ez da parekotasunik zuen eta txolarreen artean». Nola hurbil gintezke Jainko horrengana?

Agian, lehenengo gauza Jainkoa maitasunez bakarrik esperimentatzen gelditzea da. Beragandik datorren guztia maitasun da. Beragandik bizia, bakea eta ongia datorkigu soilik. Ni aldendu naiteke beragandik eta ahaztu nezake maite nauela; bera, ordea, ez da aldatzen. Aldaketa nigan bakarrik gertatzen da. Berak ez dio uzten sekula ni maitatzeari.

Bada oraino zerbait hunkigarriagorik. Baldintzarik gabe maite nau Jainkoak, naizen bezala. Ez dut beraren maitasuna erosi beharrik. Ez dut beraren bihotza konkistatu beharrik. Ez dut, ez aldatu beharrik, ez hobeago izan beharrik, berak ni maitatzeko. Hobeto esan, berak horrela maite nauela jakinik, aldatzen, hazten eta on izaten ahal naiz.

Orain, has ninteke neure bizitzaz pentsatzen: zer eskatzen dit Jainkoak?, zer espero du nigandik? Soil-soilik, ikas dezadala maitatzen. Ez dakit zein inguruabarretan gerta naitekeen eta zein erabaki hartu beharko dudan, baina Jainkoak nigandik espero duen gauza bakarra jendea maita dezadan da eta halakoaren ongia bila dezadan, neure burua maita dezadan eta neure buruari tratu ona eman diezaiodan, bizia maita dezadan eta guztientzat duinago eta gizatiarrago egiten saia nadin. Maitasunari sentibera izan nakion.

Bada ahaztu behar ez dudan zerbait. Ez naiz bakarrik egongo sekula. Denok Jainkoagan «bizi, mugitzen eta existitzen gara». Bera izango da beti behar dudan presentzia ulerkor eta zorrotz hori, ahuldadean sostengu izango dudan esku sendo hori, bidean gidari izango dudan argi hori. Bide egitera gonbidatuko nau berak beti, biziari «bai» esanez. Egun batean, mundu honetako neure erromesaldia bukatuko dudanean, Jainkoaren baitan ezagutuko dut bakea eta atsedena, bizia eta askatasuna.

José Antonio Pagola
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

APRENDER A CONFIAR EN DIOS

Estoy convencido de que la experiencia de Dios, tal como la ofrece y comunica Jesús, infunde siempre una paz inconfundible en nuestro corazón, lleno de inquietudes, miedos e inseguridades. Esta paz es casi siempre el mejor signo de que hemos escuchado desde el fondo de nuestro ser su llamada: «No tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones». ¿Cómo acercarnos a ese Dios?

Tal vez, lo primero es detenernos a experimentar a Dios solo como amor. Todo lo que nace de él es amor. De él solo nos llega vida, paz y bien. Yo me puedo apartar de él y olvidar su amor, pero él no cambia. El cambio se produce solo en mí. Él nunca deja de amarme.

Hay algo todavía más conmovedor. Dios me ama incondicionalmente, tal como soy. No tengo que ganarme su amor. No tengo que conquistar su corazón. No tengo que cambiar ni ser mejor para ser amado por él. Más bien, sabiendo que me ama así, puedo cambiar, crecer y ser bueno.

Ahora puedo pensar en mi vida: ¿qué me pide Dios?, ¿qué espera de mí? Solo que aprenda a amar. No sé en qué circunstancias me puedo encontrar y qué decisiones tendré que tomar, pero Dios solo espera de mí que ame a las personas y busque su bien, que me ame a mí mismo y me trate bien, que ame la vida y me esfuerce por hacerla más digna y humana para todos. Que sea sensible al amor.

Hay algo que no he de olvidar. Nunca estaré solo. Todos «vivimos, nos movemos y existimos» en Dios. Él será siempre esa presencia comprensiva y exigente que necesito, esa mano fuerte que me sostendrá en la debilidad, esa luz que me guiará por sus caminos. Él me invitará siempre a caminar diciendo «sí» a la vida. Un día, cuando termine mi peregrinación por este mundo, conoceré junto a Dios la paz y el descanso, la vida y la libertad.

José Antonio Pagola

Papa Francisco. (Mt 9,35-38)

El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”» (Mt 9,35-38). Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante». ¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola: Dios. Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de Dios, la comunión con él (cf. Jn 15,5). Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos «colaboradores de Dios», se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta qué punto es inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación, el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1 Co 3,9). Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con él y por él.

Urteko-11-Igandea-a-Mateo(9-36-10-8)

GAUR EGUNGO GIZARTEAN BIZIA TXERTATU

Jainkoaren erreinua ez da hil ondoren hasten den salbazioa bakarrik. Grazia eta bizia oldartzea da oraingo bizialdi honetan jadanik. Are gehiago. Erreinua hurbil delako zeinurik argiena lurrean bide egiten hasia den bizi-korronte hau da, hain justu. «Zoazte eta hots egin hurbil dela zeruetako erreinua. Sendatu gaixoak, piztu hildakoak. Garbitu legenardunak, bota deabruak». Gaur, kristauok inoiz baino gogotsuago entzun beharko genuke Jesusen gonbita, gizartean bizia txertatzekoa.

Leize kezkagarria ari da irekitzen aurrerapen teknikoaren eta garapen espiritualaren artean. Esan liteke gizakiak ez duela indar espiritualik bere etengabeko aurrerapena arnastu eta berari zentzua emateko. Emaitzak bistakoak dira. Aski jende ageri da bere diruak eta eskura dituela uste duen gauzek pobreturik. Jende askoz nagusitu dira bizitzaren nekea eta asperdura. Pertsona ez gutxiren alderik hobena zikintzen ari da «barne kutsadura». Badira galdurik bizi diren gizon eta emakumeak, beren bizitzari zentzurik ezin ikusirik. Badira korrika bizi diren pertsonak, jarduera urduri eta bortitzean murgildurik, beren barrua hustuz doazenak, zer nahi duten justu jakin gabe.

Ez ote gaude berriro sendatu beharra duten gizon eta emakume «gaixoren» aurrean?, piztu beharra duten «hildakoren» aurrean?, gizaki bezala bizitzea eragozten dieten hainbat eta hainbat deabrurengandik askatuak izan zain dauden eta «hartuak» direnen aurrean? Badira, hondo-hondoan, bizira itzuli nahi duten pertsonak. Sendatu eta piztu ditzaten nahi dute. Barre egitera eta biziaz gozatzera itzuli nahi dute, egun bakoitzari pozik aurre egitera.

Eta bide bakarra dute: maitatzen ikastea. Eta maitasunak eskatzen dituen gauza berriak ikastea, oso modan ez daudenak: xumetasuna, onarpena, adiskidetasuna, doako arreta besteri, leialtasuna… Maitasun-faltan segitzen dugu geure artean. Norbaitek iratzarri beharko lukeen maitasuna. Gaur egungo gizon-emakumeak ez ditu salbatuko, ez konfortak, ez elektronikak, baizik eta maitasunak. Geure baitan maitatzeko gaitasunik baldin badugu, kutsatu egin beharko genuke. Doan emana dugu eta doan behar diegu eman, erregalu, era askotan, geure bidean aurkitzen ditugunei.

José Antonio Pagola
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

INTRODUCIR VIDA EN LA SOCIEDAD ACTUAL

El reino de Dios no es solo una salvación que comienza después de la muerte. Es una irrupción de gracia y de vida ya en nuestra existencia actual. Más aún. El signo más claro de que el reino está cerca es precisamente esta corriente de vida que comienza a abrirse paso en la tierra. «Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios». Hoy más que nunca deberíamos escuchar los creyentes la invitación de Jesús a poner nueva vida en la sociedad.

Se está abriendo un abismo inquietante entre el progreso técnico y nuestro desarrollo espiritual. Se diría que el hombre no tiene fuerza espiritual para animar y dar sentido a su incesante progreso. Los resultados son palpables. A bastantes se les ve empobrecidos por su dinero y por las cosas que creen poseer. El cansancio de la vida y el aburrimiento se apoderan de muchos. La «contaminación interior» está ensuciando lo mejor de no pocas personas. Hay hombres y mujeres que viven perdidos, sin poder encontrar un sentido a su vida. Hay personas que viven corriendo, sumergidas en una nerviosa e intensa actividad, vaciándose por dentro, sin saber exactamente lo que quieren.

¿No estamos de nuevo ante hombres y mujeres «enfermos» que necesitan ser curados, «muertos» que necesitan resurrección, «poseídos» que esperan ser liberados de tantos demonios que les impiden vivir como seres humanos? Hay personas que, en el fondo, quieren volver a vivir. Quieren curarse y resucitar. Volver a reír y disfrutar de la vida, enfrentarse a cada día con alegría.

Y solo hay un camino: aprender a amar. Y aprender de nuevo cosas que exige el amor y que no están muy de moda: sencillez, acogida, amistad, solidaridad, atención gratuita al otro, fidelidad… Entre nosotros sigue faltando amor. Alguien lo tiene que despertar. A los hombres de hoy no los va a salvar ni el confort ni la electrónica, sino el amor. Si en nosotros hay capacidad de amar, la tenemos que contagiar. Se nos ha dado gratis y gratis lo tenemos que regalar de muchas maneras a quienes encontremos en nuestro camino.

José Antonio Pagola

CORPUS (A) – Fray Marcos

(Dt 8,2-3.14-16) para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de…

(1 cor 10,16-17) El pan que partimos, ¿no nos une en el cuerpo de Cristo?

(Jn 6,51-59) El que come de este pan vivirá para siempre

La eucaristía es el signo del verdadero amor que se manifiesta en la entrega. Reducirla a la comunión o a la adoración del pan consagrado es devaluarla.

La eucaristía es una realidad muy compleja, que formar parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su riqueza. Vamos a intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión debe estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa solo con la intención de comulgar es sencillamente una trampa alejada de lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Juan en el discurso del pan de vida. Juan hace referencia al alimento, pero alimentarse es creer en él, identificarse con él.

3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Jesús.  En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero descubría en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, una vida totalmente entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos (sacerdocio de los fieles).

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando necesito el signo del amor es cuando me siento separado de Dios. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don total de sí mismo que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades.  Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no podemos celebrar la eucaristía sin comprometerme con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Es más tajante aún el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su «ego», a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del «ego» que es precisamente lo contrarío. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, de la unidad, de la Presencia. Si la celebración no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa. Conformarnos con asistir a Misa sin celebrar la eucaristía es un engaño total.

Hoy me siento incapaz de comunicaros la enorme cantidad de cosas que me gustaría trasmitiros. Me gustaría poder hablar horas y horas con cada uno de vosotros para sacaros de todos los disparates que se han dicho sobre este sacramento. Muchas veces os dicho que de las realidades trascendentes no se puede hablar con propiedad. Pero es que un lenguaje exagerado y excesivo tampoco, en vez de aproximarnos a la verdad, nos aleja de ella. Es lo que ha pasado con este sacramento admirable.

Hemos oído cientos de veces que la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Jesús no instituyó nada. Ni siquiera podemos tener seguridad de lo que realmente hizo y menos aún del sentido que pudo dar él a los gestos que realizó.

La eucaristía fue el resultado de un proceso que pudo durar muchos años. En el que influyeron multitud de realidades. Para mí la influencia fundamental debemos buscarla en la cena pascual y en las comidas realizadas por Jesús durante su vida.

Los exegetas nos cuentan que seguramente comenzó por ser una comida fraterna en la que se daba gracias a Dios por los dones recibidos. La clave era el compartir y descubrir en esa actitud la presencia de Jesús vivo en la comunidad. Tanto el que compartía lo que tenía como el que podía comer gracias a la generosidad de los demás, sentían esa presencia que le mantenía unidos. Al crecer las comunidades fue inviable esa comida compartida y se transformó en el rito que prevaleció hasta nuestros días.

Hoy todos estamos de acuerdo en que, para renovar el sacramento de la eucaristía, es preciso tener en cuenta la tradición. Pero mientras unos se paran en el concilio de Trento, otros queremos llegar hasta los orígenes y descubrir allí el sentido de sacramento.

La primera es una mala opción porque Trento no elaboró una doctrina sobre este sacramento. Se limitó a responder a las dos cuestiones puestas en entredicho por la reforma protestante: la presencia real y el sacrificio. La reacción del concilio fue violenta y con demasiado resentimiento para que pudiera ser ecuánime. En Trento dio comienzo la contrarreforma, que fue más nefasta para la Iglesia que la misma reforma. Sus exageraciones han marcado la doctrina durante los siglos posteriores y aún no nos hemos librado de su influencia.

Con relación a la presencia, se mezcló la metafísica con la realidad física y nos metió por un callejón del que no hemos salido todavía. Los conceptos de sustancia y accidente son metafísicos y no tienen nada que ver con la realidad física.

Con relación al sacramento como sacrificio, también se exageró el lenguaje, llegando a conclusiones descabelladas.

Me pregunto, ¿Cómo dos aspectos que no se tuvieron en cuenta para nada durante lo cinco primeros siglos, pueden ser lo esencial del sacramento?

Las exageraciones del concilio han marcado la pauta de toda la doctrina del sacramento durante los últimos cinco siglos. Aun hoy para la inmensa mayoría de los fieles el sacramento consiste en el sacrificio de Cristo y en la presencia real

La eucaristía no es una realidad estática sino dinámica. Es algo que hacemos que desplegamos dentro de la comunidad. Del mismo modo la presencia real estática distorsiona la dinámica del sacramento y lo convierte en cosa. Aun cuando se comulgue fuera de la misa, no tiene sentido si no se hace referencia a lo que se celebró en la eucaristía de la que procede el pan consagrado que comemos.

Kristoren Gorputza eta Odola – A (Joan 6,51-58)

OGIA ETA ARDOA

Larriki murriztuko genuke eukaristiaren edukia, ahaztuko bagenu, hartan aurkituko dugula gure bizitza elikatuko duen janaria. Egia da ezen fede berak elkartzen dituela anai-arrebak, sentitzen dutenean partekatzen duten janaria dela eukaristia. Baina, anai-arreba arteko elkartasun hau oso garrantzizkoa delarik ere, ez da nahikoa, janaritzat ematen zaigun Kristorekiko elkartasuna ahazten badugu.

Antzeko zerbait esan behar dugu eukaristian Kristok duen presentziaz. Azpimarratu ohi da, eta arrazoi osoz, Kristok ogian eta ardoan sakramentuzko presentzia duela; baina Kristo ez dago hor egote hutsaz; bere burua eskainiz dago presente gure bizitza sostengatzen duen janari bezala,.

Eukaristiaren esanahi sakona berraurkitu nahi badugu, ogiaren eta ardoaren oinarrizko sinbolismoa berreskuratu beharra dugu. Gizakiak, bizirauteko, jan eta edan beharra du. Eta gertakizun xinple honek, batzuetan hain ahaztua delarik ongizatearen gizarte aseetan, agertzen du gizakia ez dela oinarritzen bere baitan, baizik eta bizia era misteriotsuan hartuz bizi dela.

Gaur egungo gizartea galtzen ari da gizakiaren oinarrizko keinuen esanahia aurkitzeko gaitasuna. Halere, keinu xume eta jatorrizko hauek dira sorkarien, bizitza erregalu gisa Jainkoagandik hartzen dugunon, geure izaera egiazkora itzularazten gaituztenak.

Zehazki, ogia sinbolo esanguratsua da, bere baitan laburbiltzen duena pertsonarentzat janariak eta elikadurak esan nahi duten guztia. Horregatik, era kasik sakratuan beneratu izan da ogia kultura askotan. Gure arteko bat baino gehiago oroituko da, oraindik ere, nolatan musu emanarazten zigun amak lurrera nahi gabe erotzen zitzaigun ogi-puska bati.

Baina, sorotik mahaira iritsi bitartean, lana eskatzen du ogiak, ereiteko, lurra ongarritzeko, garia mozteko eta alea biltzeko, alea ehotzeko, ogi-irina erretzeko. Ardogintza, berriz, prozesu are korapilatsuagoa da.

Horregatik, ogia eta ardoa aldarera ekartzean, «lurraren eta gizakiaren lanaren fruitu» direla esaten dugu. Batetik, «lurraren fruitu» dira, eta gogorarazten digute mundua eta gu geu dohain bat garela, Kreatzailearen eskuek sortuak. Bestetik, «lanaren fruitu» dira, eta geure ahalegin solidarioaz egiten eta eraikitzen duguna adierazten dute.

Ogi hori eta ardo hori «bizi-ogi» eta «salbazio-kaliza» bihurtuko dira fededunontzat. Hor aurkitzen ditugu kristauok Jesusek esaten dizkigun «egiazko janari» hori eta «egiazko edari» hori. Janaria eta edaria, lurreko gure bizitza elikatzen dutenak, lurra lantzera eta hobetzera gonbidatzen gaituztenak, eta betiko bizira bide egiten dugun bitartean sostengu ditugunak.

José Antonio Pagola
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

PAN Y VINO

Empobreceríamos gravemente el contenido de la eucaristía si olvidáramos que en ella hemos de encontrar los creyentes el alimento que ha de nutrir nuestra existencia. Es cierto que la eucaristía es una comida compartida por hermanos que se sienten unidos en una misma fe. Pero, aun siendo muy importante esta comunión fraterna, es todavía insuficiente si olvidamos la unión con Cristo, que se nos da como alimento.

Algo semejante hemos de decir de la presencia de Cristo en la eucaristía. Se ha subrayado, y con razón, esta presencia sacramental de Cristo en el pan y el vino, pero Cristo no está ahí por estar; está presente ofreciéndose como alimento que sostiene nuestras vidas.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y el vino. Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del bienestar, revela que el ser humano no se fundamenta a sí mismo, sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para la persona la comida y el alimento. Por eso el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Todavía recordará más de uno cómo nuestras madres nos lo hacían besar cuando, por descuido, caía al suelo algún trozo.

Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por quienes siembran, abonan el terreno, siegan y recogen las espigas, muelen el trigo, cuecen la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.

Por eso, cuando se presenta el pan y el vino sobre el altar, se dice que son «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Por una parte son «fruto de la tierra» y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don que ha surgido de las manos del Creador. Por otra son «fruto del trabajo», y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario.

Ese pan y ese vino se convertirán para los creyentes en «pan de vida» y «cáliz de salvación». Ahí encontramos los cristianos esa «verdadera comida» y «verdadera bebida» que nos dice Jesús. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida eterna.

José Antonio Pagola

TRINIDAD (A) Fray Marcos

(Ex 34,4-9) Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

(2Cor 13,11-13) tened un mismo sentir y el Dios de la paz estará con vosotros.

(Jn 3,16-18) Mandó su Hijo al mundo no para condenarlo sino para salvarlo.

Dios ni es 1 ni es 3. Es TODO y, a la vez, no es NADA de lo que es. Aplicar números a Dios es absurdo. Él es el infinito.

Nos ha hecho polvo el empeño griego de explicar racionalmente el evangelio.

Del Abba celeste (origen de todo lo que es) no se puede pasar al Padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra entendido literalmente.

De Hijo cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre y hacerlo presente allí donde actúa, no se puede pasar al Hijo engendrado no creado.

Del Espíritu que lo invade todo y esta en todo, no se puede pasar al sujeto concreto que está por ahí haciendo de las suyas y distribuyendo dones y frutos.

Esto no quiere decir que despreciemos el dogma. El famoso slogan que obsesionó a los teólogos de la Edad Media “fides quaerens intelectum” (la fe buscando ser entendida) ha perdido todo su mordiente. Hoy aceptamos que las verdades de fe no pueden ser demostradas. A lo máximo que podemos aspirar es a descubrir que no nos irracionales. Lo que me llevará a una verdadera fe no es el conocimiento sino la vivencia personal e interior. La gran enseñanza de la Trinidad es que solo vivimos si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad.

Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar retazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba.

La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra vivencia cristiana. Una profunda experiencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación al misterio Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar lo que algunos consideraron errores en las formulaciones racionales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Solo viviendo la realidad de Dios en nosotros se podrá manifestar luego en el servicio al otro.

Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de explicar la esencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.

Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el TODO que nos identifica con Él. Debemos tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación” (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a cada persona. Ni el Padre ha creado ni el Hijo separado ha venido a salvarnos ni el Espíritu Santo actúa por su cuenta. Todo es obra del Dios sin hacer nada.

Nada de lo que pensamos o decimos sobre Dios es adecuado. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios son incorrectos. Lo que creemos saber racionalmente de Dios, es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Mucho más si creemos que solo nuestro dios es verdadero. Incluso los ateos pueden estar más cerca del verdadero Dios que los muy creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en el ídolo que nosotros nos empeñamos en mantener a toda costa.

Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. Teniendo esto en cuenta, podemos hablar de Dios sin ninguna limitación, pero con la conciencia de que toda palabra es inadecuada.

De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, estamos radicalmente equivocados, porque en Dios los verbos no pueden conjugarse. Dios no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios todo lo que hace los es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano que no se puede aplicar Dios. En Dios el AMOR, es algo completamente distinto.

Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. No se trata de una relación entre sujeto y objeto sino en la identificación de ambos. En el amor humano hay un sujeto que ama, un objeto amado y el amor. Ese amor no se puede aplicar a Dios porque no hay nada fuera de Él. El amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros; no puede no amar, dejaría de ser.

Vivir la experiencia de la Trinidad, sería convivir. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de nuestro ser. En cada uno de nosotros se está reflejando la Trinidad. Si descubrimos a Dios en nosotros, identificado con nuestro propio ser, descubriremos a Dios con nosotros en los demás. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios.

Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera un teísmo interesado y miope. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateísmo.

La verdad es que no hemos hecho mucho caso al Dios revelado por Jesús. Su Dios es amor y solo amor. Aunque condicionado por la idea de Dios del AT, dio un salto en el vacío y nos llevó al Abba insondable. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios.

Más allá de la Trinidad

De Dios no podemos decir nada porque nada podemos pensar sobre Él

Pretender llegar a Dios por vía intelectual o racional o conceptual es absurdo

El único conocimiento de Dios posible es el vivencial, místico

Pero esa vivencia no se puede meter en palabras y conceptos

Eckhart hace una profunda, aunque sutil diferencia entre Dios y Deidad

Dios sería lo que percibimos de Dios en las criaturas, el Dios que puede ser nombrado

Las criaturas nos hablan de Dios, pero no pueden hablar de la Deidad

Deidad sería lo que trasciende y nada puede verse de ella porque es pura unidad

No se puede relacionar con nada porque no hay nada fuera de ella

En la divinidad todo es uno y todo se identifica con ella

El ser humano puede relacionarse con Dios como presente en su creación

Pero con la Divinidad no hay relación posible sino solo identidad total

La Trinidad es una representación que nos hacemos de Dios

Pero esa representación no puede afectar a la Divinidad porque es simplicidad absoluta

La Trinidad es Dios captado por el hombre y comprendido a su manera

La Deidad es Dios sacado de los límites de toda manipulación humana

Mientras tratemos con Dios podemos permanecer siendo nosotros mismos

Si me sumerjo en la Divinidad, no quedará nada de mí, me confundiré con ella

Al relacionarse con Dios, el hombre busca sus propios intereses

Si se relaciona con la Deidad, camina hacia la disolución total y desaparición del yo

No solo debe renunciar a todo lo externo a él sino renunciar a sí mismo

La pura Nada de Dios y el absoluto vacío del hombre se identifican

Cualquier palabra pronunciada te descentrará de la UNIDAD y te volverá a tu yo

La Deidad es nada y vacío, para alcanzarla tienes que vaciarte totalmente

Nada expresa la imposibilidad absoluta de identificar a la Deidad con nada

Hay que dejar de ser para llegar a ser uno con el ser absoluto

Ese vaciamiento exige incluso vaciarse de Dios (el dios pensado y visto desde fuera)

Ahora entenderéis la frase: pido a Dios que me libre de Dios

Esa nada absoluta de la Divinidad y del hombre está fuera del tiempo y el espacio

Solo se puede dar en el aquí y ahora eternos, es decir, en la eternidad presente

Por eso la encarnación no pudo darse en un único ser y un tiempo determinado

Dios es encarnación y se está encarnando siempre en todos y en todo

Todo ser humano puede vivir esa experiencia de encarnación en él mismo

Hirutasun Txit Santua -Santísima Trinidad–J. A. Pagola

KRISTAUA JAINKOAREN AURREAN

Kristauok ez dugu izaten beti gauza erraza Hirutasun bezala aitortzen dugun Jainkoaren misterioarekin harreman zehatz eta biziak izatea. Halaz guztiz, krisialdi erlijiosoa gonbidatzen ari zaigu berarekin harreman pertsonal, osasuntsu eta graziazkoak zaintzera, inoiz baino arduratsuago. Jesus, Galileako profetagan haragi egindakoa, dugu abiapuntu hobena geure fede xumea biziberritzeko.

Nola bizi Aitaren aurrean? Oinarrizko bi jarrera agertu dizkigu Jesusek. Lehenik eta behin, erabateko konfiantza. Ona da Aita. Mugarik gabe maite gaitu. Ezer ez zaio axola gure ongia baizik. Beldurrik gabe izan dezakegu konfiantza beragan, errezelorik gabe, kalkulurik edo estrategiarik gabe. Bizitzea Maitasunagan konfiantza izatea da, gauza guztien azken misterio gisa harturik.

Bigarrenik, baldintzarik gabeko esanekotasuna. On da Aita horren borondateari adi bizitzea, guztiontzat bizi duinago bat besterik ez baitu nahi. Ez dago bizitzeko modu osasuntsuago eta egokiagorik. Hauxe du bere arrazoi sekretua errealitatearen misterioa Jainko Aitarekiko fedeaz bizi duenak.

Zer da Jainkoaren Seme haragi eginarekin bizitzea? Lehenik eta behin, Jesusi jarraitzea: bera ezagutzea, berari sinestea, berarekin sintonizatzea, beraren urratsei jarraituz bizitzen ikastea. Bizitza berak ikusten zuen bezala ikustea; jendeari berak ematen zion bezalako tratua ematea; berak egiten zuen bezala, ontasunaren eta askatasun kreatzailearen zeinuak ereitea. Bizitza gizatiarrago eginez bizitzea. Horrela bizi da Jainkoa haragi egin denean. Kristau batentzat ez dago biziera zirraragarriagorik.

Bigarren, Aitaren borondateari jarraituz, Jesusek abian ipini duen Jainkoaren egitasmoan parte hartzea. Ezin gelditu gara besoak gurutzaturik. Negar dagitenak, barrez ikusi nahi ditu Jainkoak; gose direnak, jaten ikusi nahi ditu. Gauzak eraldatu egin behar ditugu, bizitza guztientzat bizitza izan dadin. Berak «Jainkoaren erreinua» deitzen duen egitasmo hau dugu giza bizitza gizatiarrago bihurtzeko Jesusek Jainkoaren azken misteriotik proposatzen digun esparrua, norabidea eta horizontea.

Zer da Espiritu Santuak arnasturik bizitzea? Lehenik eta behin, maitasuna arnasturik bizitzea. Hori ateratzen dugu Jesusen ibilbide guztitik. Funtsezkoa, den-dena maitasunez eta maitasunetik bizitzea da. Ez da ezer garrantzizkoagorik. Maitasuna da gure bizitzan zentzua, egia eta esperantza jartzen dituen indarra. Maitasunak salbatzen gaitu hainbat eta hainbat trakeskeria, errore eta miseriatatik.

Azkenik, «Jainkoaren Espirituak gantzuturik» bizi denak sentitzen du Berri Ona behartsuei hots egitera modu berezian bidalia dela. Halakoaren bizitza indar askatzailea da gatibuentzat; argi da itsu bizi direnentzat; opari da zoritxarreko sentitzen direnentzat.

José Antonio Pagola
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

EL CRISTIANO ANTE DIOS

No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.

¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.

En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues solo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.

¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.

En segundo lugar, colaborar en el proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.

¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo? En primer lugar vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.

Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.

José Antonio Pagola

PENTECOSTÉS (A) Fray Marcos

(Hch 2,1-11) Se llenaron de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas…

(Cor 12,3-13) Nadie puede decir Jesús es Señor, si nos es bajo la acción del E.

(Jn 20,19-23) Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Dios es Espíritu, imaginarlo de otra manera nos lleva a la idolatría. No tiene que venir de ninguna parte ni hay lugar alguno donde no esté.

Espíritu es el concepto más escurridizo de la teología. La Escritura no es de gran ayuda en este caso, porque las numerosas referencias al Espíritu, tanto en el AT como en el NT no se puede entender al pie de la letra. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tenga el mismo significado. El valor teológico lo debemos descubrir en cada caso, más allá de la literalidad del discurso. Algo está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una entidad separada que actúa por su cuenta.

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con la única vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra de Dios: Pare, Hijo y Espíritu. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

Pablo dijo: sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Seño (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que dar Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo que soy.

Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “supra personal”. Lo llama papá, cosa inusitada en su época y en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios. Toda su predicación estuvo encaminada a hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia para alcanzar la plenitud de humanidad que le alcanzó.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos atrapar por cualquier clase de sometimiento alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, interese, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuente que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto, esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, ser trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios está en cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. «El que quiera ser primero sea el servidor de todos.» O, «no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.»

El Espíritu es la fuerza que mantiene unida la comunidad. En el relato de los Hechos, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico del relato. Dios hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. El Espíritu fue el alma de la primera comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

Para salir de una falsa obediencia debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tiene que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados o superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.