NOCHEBUENA _ NAVIDAD (A) Fray Marcos

Is 9,2 Quebrará La vara de opresor, el jugo de carga, el bastón de su hombro.

(Tit 2,11-14) Ha aparecido la gracia de Dios, que traerá la salvación para todos.

(Lc 2,1-14) En la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor

Dios “es” encarnación. No pienses en lo que sucedió hace dos mil años, piensa en lo que está pasando dentro de ti en este instante.

Una vez más, mandan las Escrituras condicionan a Lucas para que el Mesías nacería en Belén. Tanto Lucas como Mateo dan por supuesto el hecho, aunque lo explican de distinta manera. En Lucas se dan razones para justificar que Jesús nació en Belén, aunque no era de allí. Mateo trata de justificar por qué terminó viviendo en Nazaret, dando por supuesto que nació en Belén. Ambos resaltan la importancia de que el Mesías perteneciera al pueblo de Israel, y además, fuese descendiente de David, para ellos el rey por excelencia que había nacido allí.

Recordamos el nacimiento de Jesús, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Pero lo que celebramos está más allá de toda circunstancia de tiempo y espacio. Dios está fuera del tiempo y del espacio. En Dios se identifican el ser del actuar. Dios todo lo que hace, lo es eternamente. Si se manifestó en Jesús, quiere decir que estaba en él, se encarnó en él. Pues bien, podemos estar seguros de que Dios es encarnación y nunca podrá dejar de encarnarse. La realidad divina ni empieza ni termina, ni está aquí ni está allá, ni se crea ni se destruye. Dios está en mí exactamente lo mismo que en Jesús. Para creer en la encarnación hay que dejar de creer en un Dios desencarnado. Si no se manifiesta en mí como se manifestó en Jesús, la culpa es solo mía.

En Jesús ha nacido un salvador, un liberador. Pero en mí sigue habiendo un opresor, porque el salvador que hay en mí, aún no ha nacido. Repito, lo que Dios ha hecho en el hombre Jesús, los está haciendo hoy en mí. El nacimiento de Dios en Jesús fue tarea de toda su vida. Nada se le dio como cómoda posesión automática. También él tuvo que nacer de nuevo. El nacimiento del Espíritu tiene que ser consciente. Nunca puede ser un presupuesto, ni para Jesús ni par nadie. Se nos da gratis, pero hay que desenvolver el regalo, y la envoltura tiene muchas capas que nos fascinan y nos invitan (tientan) a quedarnos ahí y no seguir quitando capas inútiles.

Miremos hacia dentro. Cuando Pablo nos dice que somos otro Cristo, quiere decir algo muy profundo y real. Dios está en mí; “yo y el Padre somos uno”, no es símbolo, sino realidad más real que el Belén, los pastores, los magos y los ángeles juntos. El portal de Belén no es más que un símbolo sensible, pero dentro de mí, está la realidad de un Dios identificado conmigo. Tengo que descubrir el Niño en mí. Toda la magia y la luz que puedo percibir en esa escena externa, está dentro de mí. No permitáis que la Navidad quede fuera de vosotros, descubridla y vividla dentro. Entonces la llevaréis con vosotros a todas partes y os permitirá caminar, y los que os vean, podrán caminar también a esa luz. Estamos celebrando no un hecho que pasó sino algo que está pasando

La buena noticia no es que “en la ciudad de David os ha nacido un Salvador” sino que dentro de ti está ese salvador y puedes darle a luz en cualquier instante. Para eso estás aquí. Está dentro de ti, pero tan envuelto en trapos y capisayos que puedes quedarte sin descubrirlo. Como los pastores, puede que no lo creamos, pero por si acaso, debíamos acercarnos sigilosos. Celebrar la navidad es dar a luz en nosotros a ese Niño, para que todos puedan ver que Dios sigue naciendo aquí y ahora. No nos conformemos con celebrarlo en el recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual. Dios será siempre un Niño que yo tengo que darle a luz como decía Eckhart.

Si miro demasiado hacia fuera, puedo quedar deslumbrado por las lucecitas de las estrellas o por los cantos de los ángeles, pero me perderé el verdadero tesoro que está escondido en mí y en cada uno de los seres humanos. Para Dios, los pastores, despreciados por la sociedad de entonces, son lo preferidos. Dios ve su verdadero valor y los llama a su salvación. Otros en cambio le cierran las puertas. Un pesebre es comedero. Este evangelio se escribió cuando la eucaristía era ya práctica litúrgica significativa para el cristiano. Sin duda quiere hacernos pensar en Cristo pan de vida.

Os ha nacido un salvador. No está reflejando las expectativas que lo judíos tenían con relación al Mesías. Jesús nunca respondió a las expectativas de una Mesías anunciado en el AT. Los cristianos cambiaron sustancialmente el significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando conceptos distintos a las mismas palabras. Aquí se precisa que la salvación es para los marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto de vista social ni del religioso. Si la salvación llega a los más pequeños es que es para todos.

Y en la tierra paz. ¡Ojalá descubriéramos el profundo significado de esta palabra! No se trata solo de ausencia de guerras, de conflictos, de refriegas. La paz es la consecuencia de una armonía, primero interna, luego hacia los demás. Desde lo divino que hay en nosotros, sería impensable cualquier guerra. La paz no es ausencia de problemas. Dios está siempre en paz, y ¡mira que le hacemos la puñeta! Si Dios me acepta como soy, ¿por qué no puedo aceptar a los demás como son sin pretender que sean como yo quiero? Descubre que al rechazarlos, rechazamos a Dios.

Navidad

(Is 57,7-10) “… y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.

(Heb 1,1-6) Dios habló de distintas maneras… Ahora nos ha hablado por el Hijo.

(Jn 1,1-18) “En el principio ya existía la Palabra, … y Dios era la Palabra.”

Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos habla del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Solo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”, como decía Agustín. Pero está ahí, y solo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él y hacer que los demás también lo vean.

La encarnación solo tiene realidad dentro de ti, como solo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externo. Solamente dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero donde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz… Si no descubro lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos ni en los demás ni en Jesús. Esto debe hacernos pensar.

Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “caí Theos en o Logos” y en latín: “et Deis erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse por “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés, Se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra, manifestada en un hombre. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado y en ese error hemos vivido toda nuestra vida.

Seguimos creyendo y diciendo que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios, ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera ni en los templos ni en los ritos sino en el hombre… Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no me afecta a mí. Hallarme has en ti, hallarte has en mí.