Domingo 5º de Cuaresma-José Luis Sicre

ANGUSTIA Y ORACIÓN

La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

Pero este marco optimista encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

José Luis Sicre

DOMINGO 5º DE CUARESMA  (B)-Fray Marcos

(Jr 31,31-34) «Meteré mi ley en su pecho, la escribirá en sus corazones.»

(Hch 5,7-9) «Él, a pesar de ser hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.»

(Jn 12, 20-33) Si el grano no muere, permanece solo, si muere se multiplica.

u vida biológica es solo un medio para alcanzar la verdadera Vida. Solo alcanzando esa meta, darás pleno sentido a tu vida.

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo, tiene que descubrirla ahora en “el Hombre”.

 Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotunda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

 Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida sicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo, no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomo consciencia de esto y perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

 El que quiera colaborar conmigo, que me siga, “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

 Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir?  “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

 

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro me está empujando a la entrega a los demás, pero debo superara la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y sicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Garizumako 5. igandea – B – José A. Pagola

(Joan 12,20-33)

MAITASUNA EZ DA IZATEN ORDAINIK GABEKO – NO SE AMA IMPUNEMENTE

Esaldi gutxi izan ohi dira gaurko ebanjelioan entzun ditugunak bezain probokatzaile: «Gari-alea, lurrera erori eta hiltzen ez bada, agor gelditzen da; hiltzen bada, ordea, fruitu ugari ematen du». Argia da Jesusen pentsamendua. Ezin eragin du batek bizitza, nork berea eman gabe. Ezin lagundu diezu besteei bizitzen, prest ez bazaude zeurea besteengatik emateko. Maitasunaren fruitu da bizitza, eta geure burua emateko gai garen neurrian sortzen da.

Kristautasunean ez dira bereizi izan beti, argiro, desegitea geure esku dugun sufrimendua eta desegin ezin dugun sufrimendua. Bada saihestezina den sufrimendu bat, geure sorkari-izaeraren isla da, orain garenaren eta izatera deituak garenaren arteko aldea adierazten du. Baina bada beste sufrimendu bat ere, gure egoismoaren eta zuzengabekerien fruitu dena. Sufrimendu bat, gizakiok elkar zauritzen erabiltzen duguna.

Arrazoizkoa da oinazeari ihes egin nahi izatea, bera saihesten saiatzea posible den guztietan, borroka egitea gugandik urruntzeko. Baina, horregatik hain justu, bada sufrimendu bat bizitzan baitaratu beharrekoa, nork bere egin beharrekoa: gizon-emakumeen artetik ezkutatzen saiatzeagatik sortu eta onartua den sufrimendua. «Oinazea ona da, soilik, bera desegiteko prozesuari aurrera eragiten badio» (Dorothee Sölle).

Garbi dago: bizitzan sufrimendu, samintasun eta atsekabe asko saihesten ahal genuke. Aski genuke begiak ixtea besteen sufrimenduaren aurrean eta geure bizitza buru-belarri ematea geure zorionaren bila, era egoistan. Baina beti prezio altuegi baten bizkar izango litzateke hori: sinpleki, maitatzea bertan behera utziz.

Maite duzunean eta bizitza biziki maite, ezin biziko zara axolagabe jendearen sufrimendu handiaren nahiz txikiaren aurrean. Maite duena zaurigarri bihurtzen da. Besteak maitatzeak berekin dakar sufrimendua, «gupida», solidaritatea oinazean. «Ez da sufrimendurik gugatik aparte izan daitekeenik» (K. Simonow). Solidaritate mingarri honek gizakiaren salbazioa eta liberazioa sorrarazten ditu. Horixe dugu topatzen Gurutziltzatuagan: salbatu egiten du oinazea partekatzen eta sufritzen ari denaren solidario bihurtzen denak.

José Antonio Pagola

Itzultzailea: Dionisio Amundarain

NO SE AMA IMPUNEMENTE

Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

Domingo 5º de Cuaresma – Koinonía

Jeremías 31,31-34

Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados

«Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor.» Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.»

Salmo responsorial: 50

Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso: / enseñaré a los malvados tus caminos, / los pecadores volverán a ti. R.

Hebreos 5,7-9

Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Juan 12,20-33

Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Notas a los textos bíblicos:

El profeta Isaías recuerda y reconoce la acción liberadora de Dios en la historia. Al pueblo sediento que experimenta la dureza de una vida oprimida, Dios le anuncia buenas nuevas colmando su sed. Esta historia del pueblo de la Biblia que parece imposible de cambiar recibe el favor de Dios que interviene renovando su promesa de no abandonarlo: «agua en el desierto, ríos en el arenal, camino en el mar, sendas en las aguas impetuosas». El pueblo reconoce la bendición de Dios y se maravilla, pero pronto la olvida; esa es su historia: vivir sin recordar la misericordia de Dios. La esperanza es el mejor tesoro que tenemos los pobres para soñar una mejor vida, especialmente insertos en una realidad egoísta y desleal. Al esperar, soñar y confiar en Dios, la boca se nos llena de risas y cantos, porque nuestra suerte ha cambiado, nuestro Dios se ha acordado de nosotros, hemos cosechado «las gavillas», sacrificios de una vida que nos hacen volver cantando como el salmista.

Pablo nos propone su gran sueño: parecerse a Jesús en todo, encontrar en él la vida y la libertad, el agua que calma la sed. Esta identificación incluye tomar parte en su misma vida, sufrimientos y Resurrección. A esto lo llamará “configurarse” con Cristo, encontrarse con él, “conocerlo”, “sentirlo”, y sobre todo “tomar parte en el sufrimiento redentor”.

En el evangelio, Jesús hace cumplir la ley de manera justa, enfrentando a los acusadores de una mujer pecadora. Alegra y salva la vida de esta mujer cumpliendo sus sueños de ser amada por alguien y liberada de sus ataduras. Es muy simple: por encima de la ley y los juicios morales, están las personas y las situaciones concretas de su pecado e historia. La palabra de Jesús siempre es Buena Nueva, no solo para la mujer a quien evidentemente le llega el perdón y la paz, sino también para el pueblo acostumbrado a ser objeto de juicios y condenas. Vivimos en sociedades propensas a juzgar y señalar las faltas que otros cometen, expertos en buscar culpables. Es el momento de volver el juicio hacia nosotros mismos y enfrentarnos a nuestra propia fragilidad: sólo Jesús puede dignificarnos y capacitarnos para dignificar a quien nos rodea. Nos llama a aliviar y a compartir agua viva a tanta persona sedienta en los desiertos del mundo. Hoy, en lugar de apagar la sed de miles de seres humanos, se acaparan las fuentes de agua, y se piensa egoístamente. ¿Cómo puedes aliviar la vida de personas necesitadas?

El bello texto de la primera lectura, de un discípulo de Isaías, es característico de su teología. Se ha llamado con frecuencia a Isaías el “profeta del nuevo éxodo” (35,6; 41,18ss) y el texto que comentamos, un texto muy citado y utilizado pastoralmente, lo muestra claramente. Con la fórmula clásica del “enviado” (“así dice…”) comienza la unidad; como ocurre con mucha frecuencia Dios, es presentado por lo que “hace”. La misma concluye en el v. 21 ya que en v. 22 comienza un nuevo oráculo de estilo muy diferente, con lo que el texto de la liturgia presenta claramente una unidad “redonda”. El estilo es hímnico, como se nota en los paralelismos (semejante a 40,22s; Sal 104,2ss; 136,5ss).

Es interesante que presenta una larga introducción (vv.16-17) sobre el pasado, haciendo memoria de los acontecimientos del éxodo (Ex 13-14), pero con una serie de tiempos verbales que debemos tener presentes, ya que si los dos primeros son participios (que traza, que hace salir), los dos segundos son imperfectos (se echarán, no se levantarán) y sólo los dos últimos son futuros, y claramente pasados (se apagaron, se extinguieron), por lo que el marco principal es el presente que pone al lector “en medio” de los acontecimientos, con lo que recuerda a Israel que su fe no radica en los acontecimientos del pasado, sino en un Dios que “hace” (en presente) esas cosas.

Lo llamativo es que después de toda esta introducción nos viene a decir en v. 18: “no se acuerden de las cosas pasadas” (no debe leerse como pregunta, como hacen algunas Biblias); las cosas “pasadas” son las del éxodo, como vemos en 41,22; 42,9; 43,9; 49,9; 48,3. ¿Por qué no recordar lo que acaba de poner en la memoria? La memoria (“¡recuerda!”) es fundamental en Israel (Sal 78), y por eso es importante la historia. Ciertamente porque lo que viene “es nuevo”, ya no estamos ante un río que se seca para que un pueblo pase, sino ante un desierto que se llena de agua para que el pueblo beba; lo nuevo es el camino en el desierto (35,8-10; 40,3-4), y el agua y la vegetación en ese lugar (35,6-7; 41,18-19).

Es interesante recordar que, para el tiempo del éxodo, el desierto es un lugar terrible (“enorme y temible”, Dt 1,19; 8,15); allí Dios dio agua de la roca, y alimento del cielo; lo que ahora va a realizar –y realiza– es algo notablemente superior, que hace empalidecer lo “antiguo”. Los acontecimientos que narra nos recuerdan lo que nos dice que no debemos recordar, y ahora en imperfecto: es algo que “se está haciendo”. Entre la doble referencia al agua en el desierto, aparece una extraña imagen: los que glorifican a Dios son los animales del desierto, no el pueblo (aunque estos parecen ocupar su lugar, como es frecuente, por ejemplo, en los sacrificios, y se confirma en el relato con la doble referencia “mi pueblo, mi elegido”). Es este pueblo el que contará las alabanzas de Yavé (ver 43,10; 44,8), y es presentado como el pueblo que “me modelé”, con lo que regresamos a las imágenes de creación, muy frecuentes en el discípulo de Isaías (ver 43,1.7).

Lo que quiere destacar el autor es que no hay que quedarse en los acontecimientos del pasado por más maravillosos que hayan sido; quedarse en los acontecimientos y no en Dios es una forma sutil de idolatría; lo que hay que recordar es a Dios que es quien las hizo, hace y hará. El éxodo es el acontecimiento arquetípico y por eso es modelo de acontecimientos nuevos, no es algo en lo que Dios se ha estancado en el pasado. La “sola memoria” puede ser peligrosa, no puede ser un permanecer “estancados”, no tiene valor si no va acompañada de la esperanza, si no prepara futuro.

En la carta a los Filipenses vemos que lo que ha cambiado a Pablo dando un nuevo enfoque a su vida es el “conocimiento de Cristo Jesús”. Es cierto que otro “conocimiento” puede ser inútil o hasta perverso, pero si de conocimiento de Cristo se trata, ése llegará a su plenitud al final de los tiempos, donde “conoceré, como soy conocido (por Dios)”, 1 Cor 13,12. Todo es “a causa de Cristo” (v. 7). La esperanza judía en el mesías era ciertamente futura, pero Pablo es consciente que ya ha conocido. Sin embargo, todas las esperanzas de Israel, que tan bien quedan expresadas en Rom 9,4-5 no han “conocido”, y han quedado al margen. Esto es para Pablo, un motivo de gran dolor, como lo manifiesta especialmente (9,3). Pero para él, todo lo que preparaba la llegada de Cristo, ya no tiene sentido, como el pedagogo (Gal 3,24-25) no tiene sentido una vez que el niño ha llegado a la escuela a la cual él lo llevaba. Es importante notar cómo Pablo empieza a poner los cimientos para una marcada separación entre Israel y la Iglesia: todo lo anterior, en comparación con Cristo es nada menos que basura.

El lenguaje que Pablo destaca es económico “pérdida/ganancia”, pero más bien es deportivo. Pablo pretende (nótese la semejanza con el lenguaje de 1 Cor 13 que acabamos de mencionar): “ganar a Cristo y ser encontrado por él”. Las imágenes deportivas no son extrañas a Pablo (1Cor 9,24-27; 2Cor 4,8-9), y le sirven a Pablo como un ejemplo más para destacar algo que ya ha comenzado pero que aún no ha concluido. Sin embargo, Pablo no pretende que las imágenes sean suficientes; él no corre con sus propias fuerzas, no espera llegar con su “justicia”; no lo ha alcanzado, sino que fue él mismo alcanzado por Cristo. Aunque más de pasada que en Gálatas y Romanos, queda planteado el tema de la fe y las obras. Pablo sabe que colabora con la obra de Dios, pero sabe que no son sus fuerzas las que le permiten alcanzar la meta (notar estos binomios tan característicos de Pablo: conocer/ser conocido, ganar/ser hallado, alcanzar/ser alcanzado). La justificación –la meta– sólo puede venir de la iniciativa de Dios, no por la ley sino por la fe.

Como no conocemos el contexto de este relato del evangelio de Juan, que es un relato añadido, no sabemos las razones por las cuales a Jesús quieren “ponerle una trampa”. Pero dada la semejanza con los acontecimientos del final de la vida de Jesús, según nos cuentan los evangelios sinópticos, podemos pensar que el drama ya se ha desencadenado y se pretende ahora por todos los medios encontrar argumentos para un juicio que ya está decidido. En ese sentido, el texto es semejante al de la moneda del impuesto al César. Tampoco es fácil saber exactamente cuál es la trampa, pero parece ser ponerlo en la disyuntiva entre, por un lado, ser fiel a la ley de Moisés, y consentir en que la adúltera sea apedreada, con lo que su insistencia en la misericordia se revela “hipócrita”, o, por otro lado, insistir en la misericordia con lo que se manifiesta como infiel a lo mandado por Moisés.

A Jesús no van a buscarlo porque confíen en su buen criterio o porque reconozcan autoridad a su palabra, o porque él pueda decidir la suerte de la mujer. En realidad, en este drama ni Jesús ni la mujer son importantes. Ambos son rechazados por los escribas y fariseos. Jesús, porque buscan atraparlo; la mujer porque es una simple excusa para ese objetivo. Por eso, porque su palabra en realidad no importa es por lo que el Señor se inclina para escribir en tierra. Manifiesta su desinterés por la cuestión, como ellos también la manifiestan.

Somos tan prontos a juzgar y condenar, nosotros los hombres… ¡Es tan fácil en este caso! Nada menos que una adúltera, descubierta en plena infidelidad. Hay que aplicarle el rigor de la ley: ¡debe ser apedreada! De paso, veremos cuánto de fiel a la ley es Jesús. La actitud del Señor no parece ser muy atenta; casi, hasta parece indiferente. En nuestras actitudes, muchas veces, juzgar y condenar van de la mano. Los hombres ya condenaron, falta que hable Jesús, para condenarlo también a él.

¿Sexo? ¡Horror! Para tantos, todavía sigue siendo el más grave y horroroso de los pecados. Es cierto que muchas veces nos hemos ido al otro extremo, y ni hablamos ya del tema… pero cuántas veces nos encontramos con actitudes o comentarios que parecen que el único pecado existente fuera el pecado sexual. La envidia, la ambición, la falta de solidaridad, la injusticia, la soberbia, y tantos otros, parecen no estar en la “lista”. El sexo es «el» pecado. Ésa es, también, la actitud de los acusadores de la mujer: fue descubierta en pleno pecado, ¡debe ser apedreada! «-Muy bien, el que no tenga pecado, que tire la primera piedra». Y, casualmente, los primeros en retirarse son los ancianos, los que ya no tienen «ése» pecado. Muchos pecados hay, no uno, pero nosotros juzgamos, ¡y hasta condenamos!

¿Quién considera pecado sus opciones políticas, que miran sus intereses y no lo que mejor beneficie la causa de todos, especialmente de los pobres? ¿Quién considera pecado su falta de solidaridad con los marginados de su mismo barrio o región? ¿Quién considera pecado su «no te entrometas«, o su falta de compromiso político para que los pecados desaparezcan?

Este que hoy leemos, fue el texto comentado por monseñor Romero en su célebre última homilía: “No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera… Fortaleza, pero ternura: la dignidad humana ante todo… A Jesús no le importaban (los) detalles legalistas… Él ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores… convertirla es mucho mejor que apedrearla, ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla… Las fuentes (del) pecado social (están) en el corazón del ser humano… Nadie quiere echarse la culpa y todos son responsables… de la ola de crímenes y violencia… la salvación comienza arrancando del pecado a cada persona». «–No peques más».

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 76 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «La primera piedra». El audio, el guión y un comentario bíblico-teológico pueden ser tomados de aquí: https://radialistas.net/76-la-primera-piedra/

La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene varios capítulos que pueden ser útiles para suscitar un diálogo-debate sobre el tema.

DOMINGO  4º  DE CUARESMA  (B) – Fray Marcos

(2 Cr 36,14-23)»Quien pertenezca a su pueblo sea su Dios con él y suba.»

(Ef 2,4-10) «Por pura gracia estáis salvados»

(Jn 3,14-21) No mandó al hijo para condenar al mundo sino para salvarlo 

No esperes que alguien venga a salvare. Eres ya plenitud, solo debes descubrirla dentro de ti, vivirla y manifestarla.

Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo: eso es imposible. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso?

El domingo pasado, Jesús criticó el culto idolátrico del templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (es lo que busca Nicodemo) sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología muy avanzada de finales del s. I.

 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por la serpiente). Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es necesario saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Jesús crucificado representa a la vez, muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado”, va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús.

Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión (crea) tenga Vida definitiva. «Vida definitiva» Denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por «eterna», empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La resultado de ser levantado en alto, es plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.

Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. «Dar a su Hijo» no se refiere sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo, Para los sinópticos, a Israel. La salvación destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu es para todos. A finales del s. I. el cristianismo era ya religión universal

El que le presta adhesión no tendrá sentencia; el que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferen­cia. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica, Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Para Dios todo está en equilibrio. Cada acto coloca al hombre en su sitio.

Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. «Su modo de obrar» Denota el proceder habitual, no un acto puntual. En el prólogo había dicho: «y la Vida era la luz de los hombres». No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús, exige salir de la situación de opresión.

El que obra con bajeza…  El que practica la lealtad. «Obra con bajeza se opone a “practicar la lealtad”. «Hacer la verdad» es un semitismo y lo opuesto es «hacer la falsedad». El que es cómplice de la muerte, no puede aguantar la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (luz) las que separan de Dios, sino la conduc­ta (Vida). Quién con su modo de obrar daña al hombre, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.

Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al decir lealtad, muestra que el amor es algo práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz, se hace por amor, no para que se vean las obras. «Realizadas en unión con Dios». No obras hechas según Dios, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas.

En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiestas en las obras. Cada puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Esperar de Dios una salvación raquítica.

Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestra vida espiritual. He creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación, sino llevarnos a plenitud de ser, al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.

La verdadera salvación no puede venirme de fuera, tiene que surgir de lo más hondo de mí ser. Desde ahí, Dios hace posible mi plenitud. Hay que tener claro, que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (S. Agustín. Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Para que se complete mi salvación solo falta lo que depende de mí.

La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitacio­nes. Buscar la salvación por ahí, es un error garrafal. La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy, vivir a tope esa toma de conciencia y manifestarla en el amor.

Falsa y verdadera salvación

Salvación consecuencia de una idea falsa de Dios:

Dios ofendido que necesita defender su honor

Salvación como rescate, gracias a la muerte de Cristo

Salvación como la superación de un desastre. El pecado del hombre

Salvaciones consecuencia de una idea falsa del hombre:

El hombre empecatado sin posibilidad de salir del fango

Sálvese quien pueda. El hombre individual sin conexión social con los demás.

Tengo un alma que salvar y es cosa exclusivamente mía.

Se salva el alma, no los cuerpos

Salvación consecuencia de una idea falsa del mundo:

El mundo como algo perverso que había que reprobar

Recompensa para el más allá por haber despreciado el más acá

Desconexión de la naturaleza como ámbito en el que nos desarrollamos

La salvación de Jesús como algo ajena a nuestras luchas

La salvación es plenitud de humanidad

Salvarse es desplegar lo que nos hace plenamente humanos

A medida que nos hacemos más humanos, crece nuestra plenitud

La salvación nunca podrá estar completada

Ninguna clase de paraíso puede satisfacer la necesidad de salvación

El ser humano es un proyecto que nunca podrá ser alcanzado del todo

La salvación nunca será un seguro a todo riesgo

La salvación nunca nos curará de nuestra finitud

No puede haber diferencia entre una salvación divina y una humana

DOMINGO 4º DE CUARESMA- J. A. Pagola

GURUTZILTZATUARI BEGIRA JARRI – MIRAR AL CRUCIFICADO

Joan ebanjelaria Jesusek Nikodemo izeneko fariseu ospetsu batekin bizi izandako topo egite arraro batez mintzo zaigu. Kontakizunaren arabera, Nikodemo izan da iniziatiba hartu eta Jesusengana «gauez» joan dena. Sumatu du Nikodemok «Jainkoagandik etorritako gizona» dela Jesus; halere, ilunpean bizi da bera. Argira gidatuko du Jesusek.

Jesusekin zinez nola topo egingo dabilen oro ordezkatzen du Nikodemok kontakizunean. Horregatik, halako batean, Nikodemo kontakizunean eszenatik ezkutatu egin da, eta Jesusek bere hitzaldia jarraitu du, gonbit orokor bat eginez, ilunpean bizi ez gaitezen, baizik eta argi bila ibili.

Jesusen arabera, den-dena argitzen ahal duen argia Gurutziltzatuagan dago. Ausarta da baieztapena: «Hainbeste maite zuen Jainkoak mundua bere Seme bakarra eman baitzuen beronengan sinesten dutenetako inor gal ez dadin, baizik eta denek betiko bizia izan dezaten». Ikusi ahal genezake Jainkoaren maitasuna eta sentitu gizon horrengan, gurutzean josia den horrengan?

Txikitatik gurutzea alde guztietan ikustera ohiturik, ez dugu ikasi Gurutziltzatuari aurpegira begira fedez eta maitasunez egoten. Gure begiak, zabarturik, ez dira gai aurpegi horretan argia ikusteko, gure bizitza une latz eta zailean argitzen ahal lukeena. Halaz guztiz, Jesus gurutzetik bizi- eta maitasun-seinaleak bidaltzen ari zaigu.

Zabalik dituen beso horietan, jadanik ezin besarkatu dituzte haurrak, eta esku iltzatu horietan, jadanik ezin ferekatu dituzte lepradunak ezta bedeinkatu ere gaixoak, Jainkoa dago, besoak zabal-zabal, gure bizitza pobrea, hainbeste sufrimenduk hautsia, onartu, besarkatu eta sostengatzeko.

Heriotzak itzalitako aurpegi horretatik, bekatariei eta prostituituei samurkiro begira jadanik ezin jarri diren begi horietatik, hainbat eta hainbat abusu eta zuzengabekeriaren biktimengatik jadanik sumindura-oihurik ezin egin duen aho horretatik, Jainkoa gizadiaz duen bere «maitasun zoroa» agertzen ari zaigu.

«Jainkoak bere Semea bidali zigun mundura, ez mundua juzkatzeko, baizik eta beraren bidez mundua salba dadin». Harrera ona egiten ahal diogu Jainko horri eta uko ere egiten ahal diogu. Inork ez gaitu behartzen. Gu geu gara erabaki behar dugunak. Baina «argia etorri da jadanik mundura». Zergatik egiten diogu uko hainbat aldiz, Gurutziltzatuagandik datorkigun argiari?

Berak jar lezake argia bizitzarik zoritxarrekoenean eta porrot handiena egina duenagan; baina «gaizki diharduena… ez da argira hurbiltzen, bere egintzek berek salatzen dutela ikusi nahi ezta». Era ez oso egoera duinean bizi ohi garenean, iskin egiten diogu argiari, Jainkoaren aurrean gaizki sentitzen garelako. Ez dugu jarri nahi izaten Gurutziltzatuari begira. Aitzitik, «egia egiten duena hurbiltzen da argira». Ez du ilunera ihes egiten. Ez du zer ezkutaturik izaten. Bere begiez Gurutziltzatuaren bila ibili ohi da. Honek biziarazten du nornahi bere argian.

José Antonio Pagola

Itzultzailea: Dionisio Amundarain

MIRAR AL CRUCIFICADO

El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos, que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas, que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su «amor loco» por la humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal… no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz, porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

José Antonio Pagola

Domingo 4º de Cuaresma – Koinonía

2Crónicas 36,14-16.19-23

La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: «El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»

Salmo responsorial: 136

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Junto a los canales de Babilonia / nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; / en los sauces de sus orillas / colgábamos nuestras cítaras. R.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; / nuestros opresores, a divertirlos: / «Cantadnos un cantar de Sión.» R.

¡Cómo cantar un cántico del Señor / en tierra extranjera! / Si me olvido de ti, Jerusalén, / que se me paralice la mano derecha. R.

Que se me pegue la lengua al paladar / si no me acuerdo de ti, / si no pongo a Jerusalén / en la cumbre de mis alegrías. R.

Efesios 2,4-10

Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

Juan 3,14-21

Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

COMENTARIO A LOS TEXTOS:

Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.

Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.

La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:

Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.

Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad.

Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B – José Luis Sicre

El evangelio de la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos.

Preguntas para un concurso

  1. ¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final?
  2. Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas las representaciones aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?
  3. Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del templo. ¿Cuál?
  4. ¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve?
  5. ¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las autoridades judías?

Respuestas

  1. Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos días antes de morir.
  2. El único que menciona el azote es Juan. Y ninguno dice que Jesús echase a la gente a latigazos.
  3. Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos.
  4. El más breve es Lucas.
  5. Juan.

El relato de Juan (Jn 2,13-25)

El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos.

Un gesto revolucionario

A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va mucho más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos contemplarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.

Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Se fija en todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos…  ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, poder comulgar, confesarnos, incluso rezar.

Juan intuye la gravedad del problema y añade unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y a una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.

La reacción de las autoridades

En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús. Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque en ciertos ambientes judíos se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.

La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.

Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. Pero sí nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras. Jesús no se refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará.

Cuaresma y resurrección

Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.

Jesús, nuevo templo de Dios

Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.

Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25)

En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.

El Decálogo: tercer momento de la Historia de la salvación (1ª lectura)

Pensando especialmente en los catecúmenos la primera lectura recuerda el Decálogo. A pesar de su enorme interés, es difícil tratar las tres lecturas en la homilía. Por su estrecha relación con la Cuaresma convendría limitarse a la segunda y al evangelio.

José Luis Sicre

Garizumako 3. igandea – 3º  domingo de Cuaresma-B-José A. Pagola

(Joan 2,13-25)

ZER ERLIJIO DA GURE HAU? – ¿QUÉ RELIGIÓN ES LA NUESTRA?

Ebanjelio guztiek dakarte Jesusen keinu ausart eta probokatzaile baten berri: Jerusalemgo Tenpluan gauzatua. Segur aski ez zen izan oso handiosa. Uso-saltzaile batzuen taldea kolpatu zuen, trukatzaile batzuen mahaiak irauli eta une batzuetan jarduera eteten saiatu zen. Ezin egin izan zuen beste ezer asko gehiago.

Halere, indar profetikoz kutsatutako keinu hura izan zen Jesus atxilotzea eta presaka eraitea eragin zituena. Tenpluari eraso egitea judu-herriaren bihotzari eraso egitea zen: judu-herriaren bizitza erlijioso, sozial eta politikoaren erdiguneari. Ukiezina zen Tenplua. Han bizi zen Israel herriaren Jainkoa. Zer izango zen herriaz beren artean Tenplua ukan gabe?, nolatan biziraun zezaketen Tenplurik gabe?

Jesusentzat, ordea, oztopo eta traba handia zen hura, Jainkoaren erreinua onartu ahal izateko, berak hartzen eta hots egiten zuen bezala. Keinu hark koloka ipini zuen «leku santu» hartatik sustatzen zuten sistema ekonomiko, politiko eta erlijiosoa. Zer zen Tenplu hura?, Jainkoaren erreinuaren eta beronen zuzentasunaren zeinu ala Erromarekin lankide izatearen sinbolo?, otoitz-etxe ala nekazarien hamarrenen eta hasikinen mandio?, Jainkoaren barkazioaren santutegi ala era guztietako zuzengabekerien zuzenespen?

«Merkatu» bat zen hura. «Jainkoaren etxearen» inguruan aberastasuna metatzen zen bitartean, herrixketan bertako seme-alaben miseria haziz zihoan. Ez. Jainkoak ez zuen sekula zuzentzat emango hura bezalako erlijio bat. Behartsuen Jainkoa ezin izan zen errege Tenplu hartatik. Jainkoaren erreinua iristearekin galdua zuen Tenplu hark izateko arrazoi guztia.

Jesusen jarduerak bere jarraitzaile guztiak ipini gaitu erne eta geure buruari galde egitera behartu gaitu: zer erlijio ari gara lantzen eta eragiten geure tenpluetan. Jesusengan arnastua ez bada, bihur daiteke era «santu» bat geure burua Jainkoaren egitasmoari ixteko, Jesusek munduan sustatu nahi zuenari. Lehenengo gauza ez da erlijioa, baizik eta Jainkoaren erreinua.

Zer erlijio da gure hau?, sufritzen ari direnentzat errukia hazaraztekoa ala gure ongizatean lasai bizitzen uzten diguna?, geure probetxu propioa elikatzen duena ala mundu gizatiarrago bat egiteko lan eginarazten diguna? Juduen Tenpluaren antza baldin badu, Jesusek ez du bedeinkatuko.

José Antonio Pagola

Itzultzailea: Dionisio Amundarain

¿QUÉ RELIGIÓN ES LA NUESTRA?

Todos los evangelios se hacen eco de un gesto audaz y provocativo de Jesús dentro del recinto del Templo de Jerusalén. Probablemente no fue muy espectacular. Atropelló a un grupo de vendedores de palomas, volcó las mesas de algunos cambistas y trató de interrumpir la actividad durante algunos momentos. No pudo hacer mucho más.

Sin embargo, aquel gesto cargado de fuerza profética fue lo que desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar el Templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y política. El Templo era intocable. Allí habitaba el Dios de Israel. ¿Qué sería del pueblo sin su presencia entre ellos?, ¿cómo podrían sobrevivir sin el Templo?

Para Jesús, sin embargo, era el gran obstáculo para acoger el reino de Dios tal como él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel «lugar santo». ¿Qué era aquel Templo?, ¿signo del reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma?, ¿casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos?, ¿santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias?

Aquello era un «mercado». Mientras en el entorno de la «casa de Dios» se acumulaba la riqueza, en las aldeas crecía la miseria de sus hijos. No. Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo. Con la llegada de su reinado perdía su razón de ser.

La actuación de Jesús nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos qué religión estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por Jesús, se puede convertir en una manera «santa» de cerrarnos al proyecto de Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino el reino de Dios.

¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.

José Antonio Pagola

Domingo 3º de Cuaresma – B – Koinonía

Éxodo 20,1-17

La Ley se dio por medio de Moisés

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí.

[No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.]

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo.

[Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.]

Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»

Salmo responsorial: 18

Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante. R.

Los mandatos del Señor son rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los ojos. R.

La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos. R.

Más preciosos que el oro, / más que el oro fino; / más dulces que la miel / de un panal que destila. R.

1Corintios 1,22-25

Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios

Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Juan 2,13-25

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Comentario a los textos:

El evangelio de Juan coloca esta manifestación mesiánica de Jesús al comienzo de su

actividad pública y en el contexto de una fiesta de Pascua en Jerusalén. Para Juan es

muy importante poner a Jesús y a su comunidad en ese marco de la sucesión de las

fiestas judías. Eso lo vemos a lo largo de todo el evangelio, pues no hay ningún

acontecimiento fuera de ese marco. Juan optó por encuadrar toda la actividad pública de

Jesús en el tiempo religioso de los que su propio Evangelio define como “los judíos” (!). Al

organizar la narración en función de una serie de fiestas judías, deja entrever una

construcción ideológica y cultural rica, articulada e intencionada (hoy sabemos que las

cosas no se sucedieron así, sino que se trata de una organización literaria de la narración,

con una intención significativa).

La pascua judía es confrontada por Jesús y su comunidad discipular tres veces en el

evangelio de Juan. Es evidente el simbolismo: con Jesús irrumpe una nueva Alianza (tres

siempre simboliza el nacimiento de algo nuevo). El tiempo del Reino construye una nueva

festividad. El tiempo de las fiestas judías es contrapuesto con un tiempo inusual y

alternativo. El relato centra su interés en la dialéctica entre la estructura simbólica y

temporal del judaísmo, y una estructura nueva alternativa que se quiere afirmar e

institucionalizar.

El simbolismo de la revelación mesiánica de Jesús es sumamente resaltado en la

confrontación con el templo. El relato necesita hacerlo; al fin y al cabo, se está

construyendo y afirmando una nueva identidad. El templo de Jerusalén es el centro de las

instituciones y símbolo de la gloria y el poder de la nación judía (tanto la residente en

Palestina como la que se encuentra en la Diáspora). El evangelio emplea un símbolo

conocido para indicar la presentación mesiánica de Jesús: el “látigo con cuerdas”. Era

proverbial la frase “el látigo del Mesías” para significar la violencia que implica la irrupción

de la era mesiánica. El uso que Jesús hace del “látigo” no deja la menor duda acerca de

su identidad y del proyecto que encarna: con él arroja fuera del templo el ganado que se

vendía para los sacrificios, las ovejas y los bueyes. Sacrificios, como ovejas y bueyes, así

como sus potenciales compradores (sólo los ricos podían ofrecer este tipo de ganado en

el sacrificio) son puestos fuera del horizonte del nuevo proyecto mesiánico-profético.

Al echar todos afuera del templo con sus ovejas y sus bueyes, Jesús declara la

invalidez del culto de los potentados, del que los sacrificios constituían el momento

cumbre. Jesús no denuncia solamente, como habían hecho los profetas, «el culto que

encubre la injusticia», sino que declara infame «el culto que es en sí mismo una

injusticia», por ser medio de explotación, pero sobre todo «por ser legitimación religiosa de

la injusticia y del crimen». No propone una reforma del culto, sino su abolición.

La expulsión de los bueyes tiene que ver con la misma constitución de la sociedad

tributaria-monárquica. El primer rey de Israel se constituyó a partir del “grupo de

campesinos propietarios de bueyes”. No es de extrañar que a partir de entonces,

latifundistas, bueyes y sacrificios en el templo estén articulados en un solo proyecto, y que

se correspondan ideológica y religiosamente. Además, el dios Baal de los agricultores

cananeos se representaba con un buey. La agricultura y la ganadería necesitan su propio

dios y su propio culto. Los latifundistas fueron aliados importantes de Herodes para la

consolidación de su poder, y él, como retribución, mantuvo en forma opulenta al templo.

Así podemos entender por qué el templo estaba lleno de bueyes, si la ideología religiosa

dominante cuyo centro simbólico estaba allí era la justificación principal del sistema social

estratificado y concentrador en Palestina desde la Reforma de Josías.

La expulsión de las ovejas del templo tiene también un rico sentido simbólico. Las

ovejas son figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está condenado al sacrificio.

Los dirigentes explotan y asesinan al pueblo –verdadera víctima del culto–, sacrifican y

destruyen al rebaño, a cuya costa viven. Jesús no se propone reformar aquella institución

religiosa propósito por cierto inútil, sino rescatar al pueblo de ella.

Todos los grupos judíos esperaban la utopía del Reino, de forma que la agitación del

primer siglo hizo a muchos pensar que la hora estaba próxima. Para los zelotas era la

hora de tomar las armas contra la ocupación romana para instaurar el reino de Dios en el

cual el templo y su personal ya no estuvieran sujetos a ningún imperio. Los saduceos no

esperaban activamente el Reino y se contentaban con mantener como mejor podían el

culto del templo con la ayuda de las autoridades romanas. Los esenios, como los zelotas,

estaban listos para tomar las armas por el Reino, pero se habían retirado al desierto en

espera del momento oportuno (kairós), considerando que el templo estaba en manos

ilegítimas. Los fariseos también consideraban que para que llegara el Reino había que

acabar con el dominio extranjero y restaurar la autonomía del templo. Sin embargo, no

entraron a ninguna guerrilla y se dedicaron a la más rigurosa observancia de la ley.

A diferencia de los grupos anteriores, la actitud de Jesús y de su comunidad

discipular es de tajante oposición al templo, lo que aparece de una manera mucho más

radicalmente –no sólo como rechazo de un culto de los poderosos– en las acciones contra

los cambistas, a quienes les desparrama las monedas, y contra los vendedores de

palomas, a quienes les ordena quitar de en medio su mercancía.

Los cambistas representaban “el sistema financiero” de la época. Todos los varones

judíos mayores de 21 años estaban obligados a pagar un tributo anual al templo, e

infinidad de donativos en dinero iban a parar al tesoro del templo. Además, en la

antigüedad, los templos, por la inmunidad que les confería su carácter sagrado, eran el

lugar elegido por los pudientes para depositar sus tesoros. El templo de Jerusalén llegó a

ser uno de los mayores bancos de la antigüedad. Pero pagar el tributo y los donativos no

se podía hacer en monedas que llevasen la efigie imperial, considerada idolátrica por los

judíos: el templo acuñaba su propia moneda y los que iban a pagar tenían que cambiar

sus monedas por las del templo. Los cambistas cobraban, naturalmente, su comisión. Al

volcar sus mesas y desparramar sus monedas, Jesús estaba atacando directamente el

tributo al templo y, con él, al sistema económico religioso dominante. El templo es para

Jesús una empresa que explota económicamente al pueblo. De hecho, el culto

proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza

sacerdotal, al clero y a los empleados. La acción de Jesús toca, por tanto, un punto

neurálgico: el sistema económico e ideológico que representaba el templo en Israel.

La acción contra los vendedores de palomas es igualmente de enorme impacto

ideológico. Las palomas eran animales sacrificiales de menor importancia, pues con ellas

los pobres ofrecían sus cultos a Dios; sin embargo el hecho de que sus vendedores hayan

sido los únicos a quienes Jesús se dirige y a los que hace responsables de la corrupción

del templo, quiere hacer ver la enorme preocupación de Dios por la suerte de los pobres y

su enojo por quienes hacen negocio con su pobreza. En contraste con las dos acciones

anteriores, Jesús no ejecuta acción alguna, sino que se dirige a los vendedores mismos

acusándolos de explotar a los pobres por medio del culto, del impuesto, y del fraude de lo

sagrado.

El templo es “casa del mercado”, y allí el dios es el dinero. Al llamar a Dios mi Padre,

Jesús no lo identifica con el sistema religioso del templo. La relación con Dios no es

religiosa sino familiar, está en el ámbito de la casa familiar. La relación se desacraliza y se

familiariza. En la casa del Padre ya no puede haber comercio ni explotación, siendo casa-

familia acoge a quien necesite amor, intimidad, confianza, afecto.

Aún, Jesús da un paso más en su confrontación radical con el templo al proponerse

él mismo como santuario de Dios. Frente al poder de Herodes (cuarenta y seis años de

construcción del templo) emerge el poder del resucitado (tres días). En el Reino de Dios

no se requiere templos sino cuerpos vivos. Éstos son los santuarios de Dios, donde brilla

su presencia y su amor, si viven dignamente. Jesús no viene a continuar la línea religiosa

tradicional. Vino a proponer una humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad

de la vida en cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base es posible soñar y

construir otra manera de vivir y otra manera de creer.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 107 de la serie «Un tal Jesús», de

los hnos. López Vigil. El guión, y su comentario bíblico-teológico, pueden ser tomados de

aquí: https://radialistas.net/107-con-el-latigo-en-la-mano/

La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene un capítulo, el 68,

titulado «¿Lugares sagrados», una entrevista a Jesús vuelto a la Tierra acerca de su

visión sobre el Templo. El audio, el guión y unos materiales complementarios pueden

recogerse aquí: https://radialistas.net/68-lugares-sagrados/

También se puede encontrar datos muy interesantes e ilustrativos sobre el Templo de

Jerusalén en el «clásico» libro de Joaquín Jeremías, «Jerusalén en tiempos de Jesús»,

editorial Cristiandad, Madrid 1977 (accesible en internet).