Domingo 30 de octubre de 2016: Domingo 31º del Tiempo Ordinario, Koinonia

Sab. 11,22 – 12,2: Dios ama a todas sus criaturas.

2ª Tes. 1,11 – 2, 2: No pierdan la cabeza por supuestas revelaciones

Lucas 19, 1-10

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»

Él bajo en seguida y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»

Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»

Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán.

Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

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La primera lectura es una bella oración meditativa sobre Dios, que nos posibilita hacer unas reflexiones menos habituales.

Solemos hablar a y escuchar hablar sobre Dios como algo ya sabido, como algo que, por definición, no necesita replanteamiento. Ello ha empezado a cambiar, a la altura de la crisis que atraviesan las religiones, ante la constatada «crisis de Dios» (Gotteskreise, Juan Bautista Metz), crisis que ya nadie considera coyuntural o pasajera, sino epocal. Algo muy profundo está cambiando en la cultura y en la conciencia humana, que hace que ese concepto central que ha brillado con luz propia en el centro del firmamento mental de la humanidad durante los últimos milenios, el de Dios, se opaque y entre en lo que ya Martín Buber llamó el «eclipse de Dios».

La lectura de hoy del libro de la Sabiduría habla muy correctamente a Dios, y no lo presenta con ninguno de los rasgos éticamente menos adecuados, de los que hemos tenido que purificar tantas veces la imagen de Dios, no; este texto presenta una bella e impecable imagen de Dios… sólo que no deja de utilizar un lenguaje «teísta».

La palabra «Dios» viene de deus en latín, que a su vez viene de theos en griego. Aunque el concepto tiene orígenes más antiguos, para nuestra cultura occidental fueron ellos, los filósofos griegos, quienes lo configuraron definitivamente. Siempre que decimos dios estamos evocando el theos griego, pues nos servimos de un concepto suyo, que además fue heredado y trasmitido culturalmente. No importa que personalmente quisiéramos matizar la palabra; la palabra está ya «ocupada» en nuestra cultura, y el concepto que le está asociado está registrado en el subconsciente colectivo, como un tipo de divinidad que está «ahí afuera, ahí arriba», en una especie de segundo piso celestial, desde donde puede intervenir en nuestro mundo, para revelarse, para actuar, para reaccionar… en función de su manera de ser, concebida muy antropomórficamente (los dioses piensan, aman, deciden, se ofenden, se arrepienten, perdonan… como nosotros, que al fin y al cabo estaríamos hechos «a su imagen y semejanza» –¿y viceversa?–).

Concebir la razón y el misterio supremos de la Realidad en forma de theos (en sentido genérico), eso es lo que llamamos «teísmo». Es un «modelo» de representación del Misterio, una forma de imaginar y de relacionarnos con el Misterio que hemos llamado Dios. Con mucha frecuencia ese «modelo» nos ha resultado transparente: no se veía, ni siquiera éramos conscientes de su mediación. Nos parecía como que nuestro hablar de Dios evocaba automáticamente su descripción directa, en vez de caer en la cuenta de que simplemente utilizábamos un modelo (theos), y que al Misterio que denominábamos con ese nombre, se le podría concebir con otros modelos muy diferentes. Podríamos, en efecto, pensar –y amar– a la Divinidad de un modo no teísta… Porque hay religiones no teístas. El judeo-cristianismo ha tenido una expresión teísta constante en la historia, pero hoy sabemos que aunque ese modelo teísta nos haya acompañado de modo permanente, no es esencial al cristianismo, ni le resulta imprescindible.

Más aún. La evolución de la espiritualidad –sin descartar el influjo de otras religiones– hace sentir a muchos cristianos un no disimulado malestar ante el uso y abuso del teísmo en nuestra tradición. Son cada vez más los que abogan por colocar al teísmo en su sitio, en una consideración simplemente mediacional: es una mediación, con sus ventajas y sus dificultades. Las dificultades no son pocas, y son crecientes en nuestra sociedad de mentalidad crítica; no faltan teólogos que postulan su superación. La alternativa al teísmo no es el ateísmo, obviamente, sino el pos-teísmo: una consideración y una (no-)representación de la Divinidad más allá del modelo del teísmo…

El tema es profundo y desafiante. Merece la pena prestarle atención, para no quedarnos en «la fe del carbonero», la fe acrítica, repetitiva y fundamentalista. (John Shelby SPONG es un obispo-teólogo anglicano -que está comenzando a ser conocido en el ámbito latino- que está escribiendo bastante sobre el tema; véase Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, en la colección Tiempo Axial,tiempoaxial.org; también la Agenda Latinoamericana’2011, dedicada ese año al tema de la religión, abordó en varios artículos el tema del teísmo y la necesidad de renovar las imágenes de Dios –puede tomarse esa Agenda de su página digital: latinoamericana.org/digital–.

En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña hoy que el Padre–Dios no deja de ser el mismo, siempre compasivo perdonador, amigo de la vida, siempre saliendo al encuentro de sus hijos y construyendo con ellos una relación nueva de amor. Las lecturas de este domingo son una preciosa descripción de este comportamiento de Dios con la persona humana. Nos dicen que Dios ama entrañablemente todo lo que existe, porque su aliento de vida está en todas las cosas.

El episodio de la conversión de Zaqueo se encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús por rescatar lo que está “perdido”. Este evangelio es una ocasión excelente para recordar que éstos son los temas que se destacan en el material particular de la tradición lucana y que resaltan la predilección de Jesús por los pobres, marginados y excluidos.

El relato nos muestra la pedagogía de Dios, en la persona de Jesús, hacia aquellos que actúan mal. Dios es paciente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia, corrige lentamente, respeta los ritmos y siempre busca la vida y la reconciliación. En este sentido, Dios es definido como “el amigo de la vida”, y buscando ésta, su auténtica gloria, sale hacia el pecador y lo corrige, le brinda su amor y lo salva.

Muy seguramente nosotros, por nuestra incapacidad de acoger y perdonar, no hubiéramos considerado a Zaqueo como un hijo bienaventurado de Dios, como no lo consideraron sus paisanos que murmuraron contra Jesús diciendo: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”. Decididamente, Jesús y sus coetáneos creían en un Dios diferente. Por eso pensaban también de forma diferente. Para el judaísmo de la época el perdón era cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano.

Por eso, la actitud de Jesús es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la conversión.

La actitud de Jesús es la que produce la conversión que se realiza en la libertad. Todo lo que le pasa a Zaqueo es fruto del amor de Dios que actúa en su hijo Jesús, es la manifestación de la misericordia y la compasión de Dios que perdona y da la fuerza para cambiar. De esta manera la vida se reconstruye y me puedo liberar de todas las ataduras que me esclavizan, puedo entregarlo todo, sin miedos y sin restricciones.

Con esta actitud, Zaqueo se constituye en prototipo de discípulo, porque nos muestra de qué manera la conversión influye en nuestra relación con los bienes materiales; y en segundo lugar nos recuerda las exigencias que conlleva seguir a Jesús hasta el final. Aquí la salvación que llega en la persona de Jesús opera un cambio radical de vida.

No dudemos que Jesús nos está llamando también a nosotros a la conversión, nos está invitando a que cambiemos radicalmente nuestra vida. No se lo neguemos, no se lo impidamos. El Señor nos propone unirnos a El, ser sus discípulos y a ejemplo de Zaqueo ser capaces de despojarnos de todo lo que no nos permite vivir auténticamente como cristianos. Esta misma experiencia es la de muchos otros testigos de Jesús que, mirados por El, se convirtieron, renació su dignidad, y recuperaron la vida. Aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que El se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa para que Él pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón. No tengamos miedo, dejémonos seducir por el Señor, por el maestro, para confesar nuestras mentiras, arrepentirnos, expresar nuestra necesidad de ser justos, devolver lo que le hemos quitado al otro… No dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón. El Señor está con nosotros para que experimentemos su amor. El ya nos ha perdonado, por eso es posible la conversión.

El caso de Zaqueo puede ser iluminador para el tema de la opción por los pobres. En la polémica oficial contra esta opción que sacaron a la luz la teología y la espiritualidad latinoamericanas, se insistió mucho en que no podría tratarse sino de una opción «preferencial», no de una «opción por los pobres» sin más, porque sin aquel adjetivo podría entenderse como una opción «exclusiva o excluyente»… Pero el adjetivo «preferencial» rebaja y diluye la esencia de la opción por los pobres, porque quien opta por los pobres preferencialmente, se entiende que opta también por los ricos, aunque sea menos preferencialmente… Una opción preferencial es una opción que no acaba de optar, que no quiere definirse, que no toma partido, que «se queda encima del muro», como dice la expresión brasileña…

Jesús opta por los pobres, mira la vida desde su óptica, es uno de los pobres, y comparte con ellos su causa. Evidentemente, no excluye a las personas ricas, y ése es el caso de Zaqueo. Pero Jesús no es neutral en el tema de riqueza-pobreza. Su encuentro con Zaqueo no deja a éste indiferente: Jesús lo desafía a pronunciarse, incluso económicamente. Jesús no excluye a Zaqueo, ni a ninguna otra persona rica, pero «sí excluye el modo de vida de los ricos», exigiéndoles la justicia y el amor. La opción por los pobres no excluye a ninguna persona (¡al contrario, desearía alcanzar y cambiar a todos los que no asumen la causa de los pobres!). Lo que excluye es la forma de vida de los ricos, la opresión y la injusticia. Buen tema éste para enfocar la homilía sobre la opción por los pobres.

[Cfr J.M. VIGIL, La opción por los pobres es opción por la justicia, y no es preferencial. Para un reencuadramiento teológico-sistemático de la opción por los pobres, RELaT 371 (http://servicioskoinonia.org/relat/371.htm). Y VIGIL (coord.), Sobre la opción por los pobres, disponible todo ello en https://eatwot.academia.edu/josemariavigil ].

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 87 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil, titulado «En la rama de un sicómoro». El guión del capítulo, y su comentario, puede ser tomado de aquí: https://radialistas.net/article/87-en-la-rama-de-un-sicomoro