Lecturas:
Ez 33, 7-9.
Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9.
Rom 13, 8-10.
Mt 18 15-20.
IDEAS SUELTAS
El Ev de hoy pertenece al capítulo 18, conocido como discurso a la comunidad. Ciertamente a la comunidad del evangelio de Mateo, y más en concreto a la vista de sus primeras pero importantes dificultades. De esa comunidad del S I se extiende a toda comunidad que pasará por parecidas circunstancias.
¿Cuál es la comunidad real y posible hoy entre nosotros? Quizá hablamos algo menos de lo de la comunidad y nos pesan muchas y diferentes experiencias. ¿Qué ha sido de aquellas primeras comunidades de en torno al concilio y aun anteriores? Son excepción las que han logrado continuidad y la experiencia mayoritaria enseña que ni los hijos de los más comprometidos con el proyecto no lo han seguido después. Tampoco se han incorporado nuevas remesas. Las comunidades de jóvenes casi nunca terminan adhiriéndose a otras ya existentes o de mayores; a lo más se prolongan a sí mismas. La comunicación y comunión de las diferentes comunidades ha sido poco personal y afectuosa y se ha dirigido más hacia lo operativo, con estructuras verticales y repetitivas, donde no contaban las personas y sus aventuras: ya más ‘comités’ que ‘comunidades’. Esa unión de las comunidades primaba la acción de todas ellas, quizá reconociendo que las diferencias eran grandes y resulta más fácil proponer acciones, que más comprometen por serlo que por su contenido. Cuando las divergencias son más ideológicas, el aislamiento de cada una de ellas era prácticamente total. Rarísimo encontrar reuniones de los diferentes movimientos, esos que llaman nuevos movimientos eclesiales, entre sí o con los de otro estilo, y ni si quiera desear que puedan llegar a darse. Cada grupo demasiado pendiente de su identidad, de sus características o de su líder. Y ¿la comunidad parroquial? Era la única en acoger a todos, sobre todo a los ‘más pequeños’ (Ev). No hacían falta los compromisos particulares, salvo quizá la eucaristía dominical, y todos cabían en ella. En consecuencia, al caber todos, no había una identidad real que les aportara conciencia de pertenencia a un grupo limitado o numerable; no había comunidad. Incluso podían ser mirados como cristianos de segunda por otros grupos y comunidades.