Lecturas
Ex 16, 2-4. 12-15
Sal 77, 3-4. 23-25. 54
Ef 4, 17. 20-24
Jn 6, 24-35
REFLEXIONES PRIMERAS
Es muy frecuente en los discursos del evangelio de Juan los “malentendidos”. También nosotros, en nuestras lenguas, nos encontramos con ellos frecuentemente. Entender mal, entender al revés, no entender, hemos de contar con todo eso, aunque nos desagrade. Forma parte de nuestras limitaciones y de las del lenguaje. Demasiadas veces o no prestamos atención, o estamos tan encerrados en nosotros y nuestros asuntos que no somos capaces de asumir lo que alguien quiere transmitirnos. Tenemos que contar con las limitaciones propias en nuestro comprender y entender. Puede que quien quiere hacerse entender tenga todo tan claro o sea tan inteligente que nos supera sin remedio y nosotros no nos atrevemos a pedir que nos lo aclare. Nos rendimos o nos resignamos a los malentendidos. Si asumimos un malentendido como tal y nos atrevemos a la aventura de solventarlo, es muy posible que en la conversación, en la búsqueda de lo no alcanzado, abramos caminos nuevos, rastros insospechados, hacia otra cosa, hacia otra verdad más allá de lo que se dice y de lo que se comprende. Los malentendidos, si no se orillan o ignoran, si se toman en lo que son, abren posibilidades a los interlocutores. Nos pueden enseñar nuestras limitaciones, el valor del diálogo, las posibilidades en la intercomunicación sincera, la igualdad de todos ante la lengua, y, sobre todo, nos posibilitan aspectos nuevos y verdades desconocidas, nos abren horizontes por recorrer. Los malentendidos regalan humildad y paciencia, y ofertan un plus en el común entendernos y comunicarnos. Surgen como obstáculo y pueden terminar como palanca. Así sucede en el evangelio de Juan y en sus discursos.