19. IGANDEAN ZEHAR: «Krisiaren erdian – En medio de la crisis» José A. Pagola

KRISIAREN ERDIAN:

José A. Pagola
Mt 14, 22-33

Ez da zail ikustea Jesusen ikasleen ontzia, olatuek astindua eta kontrako haize bortitzak erasotzen dion hori, gaur egungo Elizaren irudia dela; kontrako mota guztietako indarrek kanpotik mehatxatua eta barnean beldurraren eta fede eskasaren tentazioa jasaten ari den gaurko Elizaren irudia, alegia. Nola irakur genezake ebanjelioko kontakizun hau, Eliza hondoa jotzen ari dela ematen duen krisialdi honetan?

Ebanjelariaren arabera, «Jesus ontzira hurbildu da ur gainean ibiliz». Ikasleak ez dira gai izan zein den antzemateko, ekaitzaren erdian eta gau ilunean. «Mamu bat» dela iruditu zaie. Izuturik dauzka ikarak. Egiazko gauza bakarra ekaitz ikaragarri hura da.

Hauxe da gure lehenengo arazoa. Elizaren krisialdia bizitzen ari gara, batak besteari adorerik eza, ikara eta fede-falta kutsatuz. Ez gara gai ikusteko, hain juxtu krisialdi gogor hau dela medio ari zaigula Jesus hurbiltzen. Inoiz baino bakarrago eta babesgabeago sentitzen gara.

Jesusek hiru hitz esan dizkie: «Aupa. Neu naiz. Ez izan beldur». Jesus bakarrik mintzo daiteke horrela. Baina ikasleen belarriek olatuen burrunba eta haizearen indarra bakarrik entzuten ahal dituzte. Hauxe da gure okerra ere. Ez badugu entzuten Jesusen gonbita, beragan baldintzarik gabeko konfiantza jartzekoa, zeinengana jo genezake?

Pedrok barne bulkada bat sentitu du, Jesusen deiak sostengatzen diona, eta ontzitik jauzi egin eta «Jesusengana abiatu da hur gainean oinez». Hori bera ikasi beharko genuke gaur egun krisialdi honetan, Jesusengana abiatzeko: sostengutzat hartuz, ez boterea, ez ospea, ez iraganeko segurantza, baizik Jesusekin topo egiteko gogoa, gaur egungo ilunaldian eta segurantza-faltan.

Ez da erraza. Geu ere senti gintezke koloka eta hondoratzen, Pedro bezala. Baina hark bezala, esperimenta dezakegu Jesusek eskua luzatzen eta onik ateratzen gaituela, esanez: «Fede eskaseko jendea, nolatan duda hori?»

Zergatik dugu hartarainoko duda? Nolatan ez dugu ikasten, kasik, ezer berririk krisialdi honetatik? Nolatan jarraitzen dugu sasi-segurantzen bila, geure elkarteen baitan «irauteko»? Aldiz, fede berritu batekin Jesusengana abiatzen ikasi beharko genuke, geure egun hauetako gizarte sekularizatuaren barnean berean bada ere.

Krisialdi hau ez da kristau-fedearen azkena. Beharrezkoa dugun garbikuntza da, mendetan barna Jesusengandik urrundu gaituzten mundutar interesetatik, triunfalismo engainagarrietatik eta egiazko bidea desitxuratzetik geure burua askatzeko. Jesus jardunean ari da krisialdi honetan. Eliza ebanjelikoago baterantz gidatu nahi gaitu. Biziberritu dezagun Jesusenganako konfiantza. Ez gaitezen beldur izan.

EN MEDIO DE LA CRISIS:

No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera por toda clase de fuerzas adversas y tentada desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?
Según el evangelista, “Jesús se acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.

Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.
Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?

Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.

No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”.
¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?

Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.

 

DOMINGO 19 T.O., «EL DIOS DE PODER ES EL ÍDOLO HECHO A NUESTRA MEDIDA»

Escrito por  Fray Marcos
FE ADULTA

Mt 14, 22-33

Como el domingo pasado vemos una parábola en acción. No es fácil imaginar lo que en realidad pudo pasar, si es que hubo un episodio real, que diera pie a este relato. En este relato, lo que pasó tiene poca importancia; todo él está lleno de símbolos que nos quieren llevar más allá de una información de sucesos puntuales.

Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales. Algunos exegetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real.

También hoy es la primera lectura la que nos empuja a una interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro reciben una magistral lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La experiencia les enseña que Dios no se puede meter en conceptos y que es siempre más de lo que creemos. Nunca se identifica con lo que pensamos de Él.

Además de Mateo, lo narran Marcos y Juan. Los tres lo sitúan después de la multiplicación de los panes. Los tres presentan a Jesús subiendo a la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua. También coinciden en señalar el miedo de los discípulos; Mateo y Marcos dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma: Soy yo, no tengáis miedo.

En Marcos y Mateo, Jesús manda a los discípulos embarcar y marchar a la otra orilla; pero el verbo griego, deja entrever cierta imposición. En Juan, la iniciativa es de los discípulos y se deja entender que lo hacen despechados porque Jesús no acepta ser proclamarlo rey.

En el AT, el monte es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino. Como Moisés la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en esa cercanía a la esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles piensan en medrar. Para la tentación, Jesús se pone a orar. Es muy interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando así, la idea simplista que tenemos, de que él era Dios sin más. Jesús tiene necesidad de momentos de auténtica  contemplación.

Jesús sube a lo más alto. Los discípulos bajan hasta el nivel más bajo, el mar. Creen que van a encontrar allí las seguridades que Jesús les niega al no aceptar la gloria humana. En realidad encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte.

Jesús camina sobre todo esto. En el AT se dice expresamente que solo Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, se están diciendo dos cosas: que domina sobre las fuerzas del mal y que es Dios.

En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la experiencia de la resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de Jesús.

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles, son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente saciada.

Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les hace descubrir el verdadero Jesús.

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda.

La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El “ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia.

El episodio de Pedro, merece una mención especial. Es muy probable que sea una tradición, seguramente legendaria, exclusiva de esa comunidad. Aunque así sea, tiene mucha miga. Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; haz que yo partícipe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ven.

Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano consciente. En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento. Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación.

Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, solo puede ser vivida. El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Si te encuentras con dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creación tuya; es un ídolo. Si lo buscas fuera de ti, estás persiguiendo un fantasma.

También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús no está presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo.

La gran tentación ha sido siempre que se manifestara de forma portentosa. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro.

Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro ídolo, o atrevernos a la búsqueda del verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma: mantener el ídolo que hemos pulido y alicatado desde la prehistoria. La consecuencia es clara: nunca encontraremos al Dios verdadero. Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos están. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se encuentran, en cambio,  muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida.

El ser humano ha buscado siempre al Dios todopoderoso que hace y deshace a capricho, que empleará esa omnipotencia en favor mío si cumplo determinadas condiciones.

Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la verdadera fe-confianza. Dios no puede darme ni prometerme nada que no sea Él mismo. Ni como Iglesia ni como individuos debemos poner nuestra meta en las seguridades externas. Las seguridades que con tanto ahínco busca nuestro yo, son el mayor peligro para llegar a Dios.

 

Meditación-contemplación

Mándame ir hacia ti… Ven.
El ansia de lo divino es una constante en el ser humano.
Es un anhelo positivo que está puesto ahí por Él.
La trampa es querer conseguirlo por un camino equivocado.
……………………

Lo divino forma parte de mí.
Es la parte sustancial y primigenia de mi ser.
Cuando descubro y vivo esa presencia,
despliego todas las posibilidades de ser que ya hay en mí.
…………………

El secreto está en la absoluta confianza en Él.
Si pretendo buscarle como un bien más de consumo,
solo me encontraré con seguridades ficticias.
Solo lanzándome sin “paracaídas” conseguiré aterrizar en Él
……………

 

Fray Marcos

 

*ORAR CON EL EVANGELIO:(Mt.14,13-21)

  • DOMINGO XVIII. T.O-A- AGOSTO 3 de 2014

*          DADLES VOSOTROS DE COMER”.

Jesús  intenta realizar “El gran milagro”: multiplicar los corazones compasivos; las  personas responsables, solidarias, seguidores de la “vivencia de La Encarnación”.

Jesús quiere, antes que los panes, multiplicar los corazones compasivos; después vendrá lo demás… Jesús no se limita a hablar, se hace cargo de toda la persona…
*          El pasaje de la multiplicación de los panes y los peces, aparece en los evangelios seis veces. Esto indica la importancia de este texto.

Se hace de noche, la gente ha estado un buen rato  con Jesús, que ha curado a los enfermos, y ya es buena hora para que el gentío vuelva a casa y los discípulos y Jesús se retiren y descansen. Así se lo hacen ver a Jesús los propios discípulos. Ya está bien mañana más… pero se olvidan que Jesús VE más allá de lo que ellos ven. Y que Jesús a ese gentío les ha mirado con misericordia, con ternura, con mucho amor… Jesús está a gusto entre la gente sencilla, entre los pobres, curándolos, escuchándolos. Y Jesús les propone a sus discípulos que se impliquen, como El lo está haciendo y les dice: No hace falta que se vayan,  DADLES VOSOTROS DE COMER Ellos le replicaron: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.” Les dijo ”Traédmelos”. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, , tomando los cinco panes y los peces, alzó la mirada al cielo (confianza total en el Padre), pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para repartir a la gente. Nos cuentan que sobraron 12 canastas (Pueden significar que Dios da el pan en el mundo  para todos.). es muy fácil, despedir a la gente, para que cada cual se lo consiga. Pero Jesús no quiere eso, Él pide  a sus seguidores (también somos nosotros) que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser agentes de solidaridad entre el pueblo ofreciendo lo que son y lo mucho o poco que tengan.

Jesús lo deja muy claro, el problema no es la carencia de recursos sino la falta de solidaridad y justicia. Cuando en el mundo el hambre y la necesidad está envolviendo a multitudes de personas, los cristianos tenemos que volver nuestra mirada y nuestra oración a este Evangelio para aprender de Jesús de Nazaret que la solidaridad, la compasión, la misericordia, el compartir han de ser los valores que hagamos presentes todos los días  en este mundo en que vivimos.

*          Una 2ª reflexión, nos lo recuerda Isaías en la 1ª lectura: Venid… comed sin pagar. Escuchadme. Esto es para nosotros la Eucaristía. El Señor nos reúne en asamblea, en comunidad, fraternidad que Dios quiere reunir en su Reino, para que su Palabra y su Cuerpo sean verdadero alimento para nuestras vidas… en esta asamblea también compartimos lo que cada uno tenemos, hacemos la ofrenda y también lo que somos,  con nuestras limitaciones pero también con nuestros talentos.

*          Jesús como hemos visto, implica a sus discípulos, y nos implica también a nosotros  en la tarea del COMPARTIR, nos anima a la GRATUIDAD y a sentirnos la gran ASAMBLEA, su REINO llamados a vivir la fraternidad desde lo poco o lo mucho que tengamos cada uno, pero puesto siempre al servicio del bien común, del bien de todos.

*                                                         ORACIÓN

*          Escuchamos a Jesús que nos dice: “sentaros sobre la hierba”… Lo hacemos… Aquel gentío no sabía para que, pero no dudó… (Quizá alguno se fue… Nosotros nos quedamos).

Miramos a Jesús, sentimos la experiencia dentro, de alguien que nos da su amistad, su ayuda…

Dejamos que en nuestro interior resuenen aquellas palabras: “Dadles vosotros de comer”
¿Qué tenemos nosotros para compartir?… ¿qué podemos ofrecer a los demás?…

¿Qué nos parece “la multiplicación de los corazones compartidos”?…

¿Cómo llevarlo a realidad?…

Si podemos, descansando sobre la suave hierba… compartimos nuestros sentimientos interiores…


SEGUIMOS ORANDO

Danos, Jesús de Nazaret, junto al hambre de ti, un hambre también insaciable de amor, de justicia, de libertad, para nosotros y para toda la humanidad, especialmente para aquellos a quienes el mundo actual se lo niega.. Así, nuestra hambre de ti, se hará realidad, tú que eres el Dios del Amor verdadero, de la pasión por los pobres de cualquier carencia.

Que el Pan de Jesús en cada Eucaristía y su Palabra escuchada, profundizada y hecha vida, nos ayude,  y así,  construiremos entre todos, el gran proyecto del Reino de Dios.
Y se repartirá su gracia y sobrarán canastas, después de haber llenado de la felicidad de Dios, a todos. AMÉN
ZURIÑE

28 DOMINGO T.O., «COMPARTIR EL PAN ES DAR VIDA», Fray Marcos

Escrito por  Fray Marcos
FE ADULTA

Mt 14, 13-21

Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en un despoblado. Es seguro que algo muy parecido, pasó en realidad y probablemente más de una vez. Es importante, acercarnos lo más posible a la realidad de los hechos; solo desde lo histórico, podremos desentrañar su verdadero sentido para nosotros.

Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio.

Podríamos decir que es una parábola en acción. También hace falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás. Por otra parte, ni tenían dinero suficiente para comprar tanto pan, ni había donde comprarlo.

No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo.

Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecha añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.

Lo que pasó no fue un milagro, como lo entendemos normalmente. En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tenían hasta conseguir que nadie quedara con hambre.

Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba.

Es muy útil recordar la importancia que tienen en la Biblia las comidas. Con frecuencia se hace referencia a los tiempos mesiánicos con la imagen de un banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.

Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema  y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con toda lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera.

Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permites interpretar el relato, más allá de la letra.

El evangelio nos dice que Jesús se preocupó de las necesidades materiales de la gente. Pero también se quejó de que le entendieran mal, y terminaran creyendo que había venido para eso. El mensaje del evangelio de hoy no es que, al ver el milagro, concluyamos que Jesús es Dios; ni que podemos esperar de Dios que nos saque las castañas del fuego. El ver a Jesús como un taumaturgo, está ya muy criticado en los mismos evangelios. Seguir creyendo en el siglo XXI en milagros para solucionar los problemas, es la mejor demostración de nuestra falta de madurez religiosa.

El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan” indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.

Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se deja de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta.

Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, dónde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.

Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.

El  mensaje del evangelio de hoy es muy profundo. Cada vez que se comparte el pan, se comparte la vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta, no es el pan que se come, sino el pan que se da.

 

Meditación-contemplación

¡Dadles vosotros de comer!
No deberíamos olvidar nunca estas palabras.
Es lo primero que espera Dios de cada uno de nosotros.
Es lo que esperan todos los “muertos de hambre”.
…………………

Si de nuestra relación con Dios no se desprende esta exigencia,
podemos estar seguros de que ese dios es falso.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
…………………………

La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si he descubierto a Dios dentro de mí,
lo estaré viendo siempre en los más pobres.
………………

Fray Marcos

 

28 Tiempo ordinario, «DADLES VOSOTROS DE COMER», José A. Pagola

Mateo 14, 13-21

DADLES VOSOTROS DE COMER
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA, 30/07/14.- Jesús está ocupado en curar a aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de todas partes. Lo hace, según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve. Mientras tanto, sus discípulos ven que se esta haciendo muy tarde. Su diálogo con Jesús nos permite penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente “la multiplicación de los panes”.

Los discípulos hacen a Jesús un planteamiento realista y razonable: “Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Ya han recibido de Jesús la atención que necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a su aldea y se compre algo de comer según sus recursos y posibilidades.

La reacción de Jesús es sorprendente: “No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer”. El hambre es un problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que cada uno lo resuelva en su propio pueblo como pueda. No es el momento de separarse, sino de unirse más que nunca para compartir entre todos lo que haya, sin excluir a nadie.

Los discípulos le hacen ver que solo hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo poco basta cuando se comparte con generosidad. Jesús manda que se sienten todos sobre el prado para celebrar una gran comida. De pronto todo cambia. Los que estaban a punto de separarse para saciar su hambre en su propia aldea, se sientan juntos en torno a Jesús para compartir lo poco que tienen. Así quiere ver Jesús a la comunidad humana.

¿Qué sucede con los panes y los peces en manos de Jesús? No los “multiplica”. Primero bendice a Dios y le da gracias: aquellos alimentos vienen de Dios: son de todos. Luego los va partiendo y se los va dando a los discípulos. Estos, a su vez, se los van dando a la gente. Los panes y los peces han ido pasando de unos a otros. Así han podido saciar su hambre todos.

El arzobispo de Tánger ha levantado una vez más su voz para recordarnos “el sufrimiento de miles de hombres, mujeres y niños que, dejados a su suerte o perseguidos por los gobiernos, y entregados al poder usurero y esclavizante de las mafias, mendigan, sobreviven, sufren y mueren en el camino de la emigración”.

En vez de unir nuestras fuerzas para erradicar en su raíz el hambre en el mundo, solo se nos ocurre encerrarnos en nuestro “bienestar egoísta” levantando barreras cada vez más degradantes y asesinas. ¿En nombre de qué Dios los despedimos para que se hundan en su miseria? ¿Dónde están los seguidores de Jesús? ¿Cuándo se oye en nuestras eucaristías el grito de Jesús. “Dadles vosotros de comer”?

 

* ORAR CON EL EVANGELIO: (Mt.13.44-52)

  • DOMINGO XVII. T.O. –A- Julio 27 de 2014.

Llegamos en este domingo a las últimas parábolas que nos cuenta Mateo y con ellas nos aclara más lo que es el sentido del  Reinado de Dios, que es la oferta que nos hace Jesús.

La parábola del “tesoro escondido”; de “la perla fina”, la “red que echan al mar”…
En la parábola del “tesoro escondido” se presenta a Dios como alguien que sale al camino de la persona. Se “encuentra el tesoro en el campo”. Nos refleja al Dios encontradizo, en el campo, el Dios que se nos hace presente en los acontecimientos cotidianos… La reacción es la alegría y  comprar el campo, así, entrar en esa novedad del Reino. Nos puede ayudar a pensar que no es tan necesario (aunque lo es) buscar a Dios con tesón cuanto dejarse encontrar por El.

La parábola de la “perla fina”, parece nos propone la búsqueda de Dios. Pero el acento lo pone más en que  Dios es “una perla de gran valor”, por encima de las otras perlas que a veces buscamos. El buscador de perlas se encuentra con lo que “no buscaba”. Dios es lo que no se busca… a veces…

La parábola de la “red que echan al mar”.Tras coger los buenos, vuelve a echar los malos al agua. Es, sin duda, imagen de Dios que quiere otorgar segundas oportunidades.
Cuando hablamos del Reino de Dios, no se sitúa sólo en el futuro. Es un cambio y un compromiso que afecta al presente; y no solo a uno mismo sino a toda la sociedad. El Reino de Dios es justamente la alternativa a una sociedad injusta. Los protagonistas de las parábolas se alejan de su anterior forma de vida y se comprometen en el proyecto  del Reino. A eso estamos llamados, aquí y ahora en favor de una sociedad más solidaria y fraterna.
La perla es la fe. El campo, el mundo, el hombre, cualquiera de nosotros. Por la fe encontramos a Dios. Encontrar la fe es encontrar el tesoro. En las dos parábolas nos dicen: “venden todo lo que tienen”, quizá todo lo que estorba en el seguimiento de Jesús. Teniendo en cuenta que Jesús de Nazaret no despreció los bienes que componen la vida. Al contrario, los estimó y disfrutó con muchas personas. La salud o el bienestar son aspectos fundamentales de la vida, pero no son lo único. Y menos si nos deshumanizan. Cuando nos encontramos con el verdadero tesoro, nuestro Dios en Jesús de Nazaret, las demás riquezas van encontrando su sitio.
También es un tesoro y una perla, para quien escuchando la llamada, responde y se entrega, a la vida Sacerdotal y Religiosa, viviéndola según los signos de los tiempos que Jesús en su Evangelio  nos muestra: Misericordia, solidaridad, paz, diálogo, escucha, perdón…

  • Es tal la riqueza del “tesoro del Evangelio” que podríamos seguir y seguir sacando enseñanzas. Que cada uno saquemos tiempo  para encontrar  este tesoro. Para buscar al Dios de Jesús y dejarnos “encontrar” por El. Nos brotará la alegría.
    *                                             ORACIÓN 

    *                                  Te bendecimos a ti, Dios nuestro, Jesús de Nazaret, por descubrirnos en tu evangelio, en tu persona, en tu vida y en tu amor hacia nosotros, el tesoro escondido y la perla fina del Reino de Dios, que es, este mundo en que vivimos  y Tú te Encarnaste en el, como tesoro y perla de este Reino, por el que vale la pena arriesgarlo todo generosamente, teniendo en cuenta siempre, lo sencillo, lo pequeño, lo pobre y lo más necesitado.

Bendito seas porque nos hablaste del Reino con parábolas, pequeñas historietas cercanas a las vivencias cotidianas  y con signos de liberación y deseos de nuestra felicidad.
Haz, Jesús de Nazaret, que la buena noticia del tesoro de tu Reino transforme nuestras vidas respondiendo a tu proyecto y dejándonos “encontrar” por ti, sabremos encontrar el verdadero tesoro y la perla preciosa de tu Reino, cuyo camino y meta, eres Tú, Jesús de Nazaret.
Danos Sabiduría para seguir tus caminos.   AMÉN
*ZURIÑE

 

 

«LO QUE NO ES EL REINO DE DIOS», por Enrique Martínez Lozano Mt 13, 44-52

17 DOMINGO T.O.

FE ADULTA

Jesús lo tiene claro: el «Reino de los cielos» es el tesoro por antonomasia, aquel que, al descubrirlo, llena de gozo desbordante y te capacita para desprenderte de todo lo demás.
El siguiente paso consiste en preguntarnos en qué consiste exactamente ese «Reino de los cielos».
Durante mucho tiempo, se pensó que se trataba del cielo posterior a la muerte, o de la fe que nos garantizaba la salvación, o incluso de la propia Iglesia. Sin embargo, estas lecturas nos resultan hoy insuficientes y, en último término, inadecuadas para comprender lo que Jesús quería transmitir.

El «Reino de Dios» no es el «cielo».

Uno de los motivos por el que se cayó en esa confusión se debió al hecho de que fuera el propio evangelio de Mateo –el más leído en toda la historia de la Iglesia- el que hablara de «Reino de los cielos». Sin embargo, es claro que tal denominación se debe únicamente al hecho de que, en el judaísmo, se evitaba pronunciar el nombre divino, sustituyéndolo por algún otro término equivalente: Señor, Altísimo, Gloria, Cielos… Pero parece claro que Jesús no hablaba de un reino que sería posible «post mortem», sino del «Reinado de Dios» en medio de nuestra vida, aquí y ahora.
Al identificarlo con el cielo, el proyecto de Jesús se espiritualizó y se pospuso, al tiempo que, en la práctica, fue adquiriendo un tono cada vez más doctrinal y más individualista, en una línea similar a como se entendía la «salvación del alma».
Pero a Jesús no le preocupaba el «más allá» de la muerte, sino el «más acá» de la vida de los humanos. Por eso, no habla del «tesoro» como de una realidad futura, sino como un acontecimiento presente, que solo necesita ser descubierto, acogido y vivido.
Para él, el «Reino de Dios» constituye el secreto último de lo real: por eso es fuente de gozo y, al mismo tiempo, de transformación personal en radicalidad. Se trata, en definitiva, de otro modo de ver y, en consecuencia, de otro modo de vivir.

El «Reino de Dios» no es equivalente a la fe.

A veces se ha identificado el Reino con una adhesión mental a determinadas creencias. El motivo es que, según se enseñaba, era precisamente la fe la que garantizaría nuestra salvación eterna. De ahí que se concluyera que se entraba en el Reino a través de la fe.
Sin embargo, el Reino no es objeto de fe, del mismo modo que un tesoro no es algo «creído», sino descubierto. Por eso, al reducirlo a un objeto de fe, el tesoro dejaba de ser tal, porque no se veía ni se experimentaba.

El «Reino de Dios» no es la Iglesia.

Durante siglos, en una eclesiología que no está del todo superada, se llegó a identificar, en la práctica, el Reino con la Iglesia, a veces incluso contraponiéndola con el «reino del mundo».
Esta confusión llevó a absolutizar la Iglesia –y el poder jerárquico dentro de ella- y a vivirla enfrentada al «mundo», que se consideraba pecador y adversario. Las consecuencias de tal postura se manifestaron pronto en forma de dualismo casi maniqueo, fundamentalismo, fanatismo y proselitismo.
Si tenemos en cuenta que Jesús ni siquiera fundó una iglesia, advertiremos fácilmente que tal «deslizamiento» –del Reino a la Iglesia- no solo carecía de cualquier fundamento, sino que fue origen de peligrosos malentendidos y de creencias sectarias.
El «Reino (reinado) de Dios» es una expresión que designa el proyecto de Jesús. Con él se apunta a un tipo de comunidad humana regida por la fraternidad, desde la consciencia de compartir el mismo origen y la misma fuente (Dios, «Abba»).
Y dado que «el Padre y yo somos uno», y nuestro fondo es el mismo y único fondo de todo lo real, el «Reino de Dios» es otro nombre más para referirnos a él, a ese fondo que constituye nuestra verdadera identidad.
Desde esta perspectiva –y me parece que así es como lo vivía y lo anunciaba Jesús-, no cabe ningún dualismo ni tampoco ningún exclusivismo. El Reino de Dios no esta separado de nada ni deja nada fuera, sino que es el fondo común que todos compartimos.
Y no se trata, según el propio Jesús, de creer en él, sino de verlo. Cuando «tocamos» ese fondo que nos constituye –y constituye todo lo real- hemos descubierto y palpado el tesoro, nos llenamos de alegría y «vendemos» (nos despojamos de) lo que tenemos para hacernos con él y vivirnos desde él.

 

Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com

 

17 tiempo ordinario, «LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE», José A. Pagola

Mateo 13, 44-52
LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA .- El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.

Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.

¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?

Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: ”Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo”. Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios”.

Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?

La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.

El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.

 

ACEPTA QUE HAY CIZAÑA EN TU CAMPO Fray Marcos

(Sab 12, 13-19) Obrando así nos enseñas que el justo debe ser humano.

(Rom 8, 26-27) El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.

(Mt 13, 24-43) No la arranquéis, dejadlos crecer juntos hasta la siega.

Acepta que hay cizaña en tu campo. Si te crees perfecto, será imposible que aceptes a los demás con sus errores.

En el texto que nos propone la liturgia se narran tres parábolas. La primera es la de la cizaña, que tiene poco que ver con el grano de mostaza y la levadura. La cizaña nos habla de la inevitable convivencia del bien y del mal en la sociedad humana y en cada individuo. El grano de mostaza y la levadura muestran la grandeza del Reino, a pesar de su insignificancia aparente. El tema de lo pequeño es muy interesante, pero nos vamos a fijar solo en la cizaña porque no podemos profundizar en las tres. Jesús no habla del mal en general, sino del mal camuflado como bien en nuestro propio campo.

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inseparablemente unidos en cada uno de nosotros.

Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla en su campo. La cizaña tiene un origen muy distinto. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. La hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.

La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba sometido cualquier otro logro.

Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el ser humano tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se duerme un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada.

El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la meta.

En el ser humano, el bien biológico individualista sería siempre bueno mientras no vaya contra el bien de los demás. Todo el esfuerzo que haga el ser humano por vivir mejor de lo que vive en una época determinada sería estupendo si toda mejora alcanzara a todos los hombres y no se consiguiera el bien de unos pocos a costa del mal de muchos. En el mundo que nos ha tocado vivir, podemos descubrir esa contradicción. El hombre, buscando su plenitud como individuo, arruina su plenitud como ser humano.

El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo: “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible.

No les deja crecer juntos porque el señor se siente generoso y perdona la vida a los malos. Tampoco se trata de tener paciencia, porque al final la justicia de Dios separará la cizaña del trigo. No, se trata de reconocer la condición humana y dejar abierta su posibilidad de crecer. El evangelio no secunda la primera lectura cuando dice que Dios es grande cuando perdona. Para Jesús Dios no tiene nada que perdonar. Esta idea va en contra de todo lo que se nos ha enseñado durante siglos y nos va a costar mucho aceptarla tal como nos la trasmite el evangelio. Dios no puede premiar ni castigar “a posteriori”, porque se ha dado a cada uno antes de que lleguemos a la existencia.

No la arranquéis, que podríais arrancar también el trigo. Aquí encontramos la profundidad del mensaje. La cizaña es una hierba muy parecida al trigo y no se puede distinguir de él hasta que no produce el fruto. Pero aunque se distinga perfectamente una de otra al intentar arrancarla se puede arrancar, sin querer, el trigo porque las raíces de ambas plantas están completamente entrelazadas; si tiras de la cizaña, el trigo puede ser arrancado. Pretender separarla mientras están creciendo puede arruinar la posibilidad de crecimiento del trigo y malograr la cosecha.

Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Esta mezcla inextricable no es un defecto de fabricación, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si anularan nuestra posibilidad de fallar. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta es descabellado. Querer arrancar la cizaña es una tentación que demuestra la falta de confianza en uno mismo.

También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más no se trata de una explicación de Jesús sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que el evangelio da de esta parábola se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la preocupación por el destino de los cristianos, con la intención de que el miedo al más allá nos haga mejores

Si a través de veinte siglos la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! Tanto en la doctrina como en la moral se ha perseguido al que discrepaba de la oficialidad solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético que a algunos de los que han sido sacrificados sin piedad después se les haya declarado santos.

Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida por el último Catecismo de la Iglesia Católica.

 

Meditación-contemplación

Por mucho que nos empeñemos en impedirlo,

la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos.

En la sociedad como personas más o menos buenas.

En cada uno de nosotros con nuestros aciertos y errores.

 

Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día,

estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos.

El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección,

sino descubrir al otro como hermano entrañable.

 

En contra de lo que se nos ha inculcado desde niños,

no son los fallos lo que te hacen inhumano.

La falta de comprensión y aceptación del otro con sus fallos,

es lo que te aleja de una pertenencia a Reino de Dios.

 

IMPORTANCIA DE LO PEQUEÑO José Antonio Pagola

 

ECLESALIA, 16/07/14

Al cristianismo le ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de imponerse a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran un Iglesia poderosa que llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la sociedad entera.

Hemos de volver a leer dos pequeñas parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores no es construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto humanizador del Padre (el reino de Dios), sembrando pequeñas “semillas” de Evangelio e introduciéndose en la sociedad como pequeño “fermento” de vida humana.

La primera parábola habla de un grano de mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta semilla? Que es la más pequeña de todas pero, cuando crece, se convierte en un arbusto mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.

La actividad de Jesús en Galilea sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso y espectacular: ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores es insignificante: los centros de poder lo ignoran.

Incluso los mismos cristianos podemos pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve una y otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de captar el lento crecimiento del reino de Dios.

La segunda parábola habla de una mujer que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que nadie sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta fermentarla enteramente.

Así sucede con el proyecto humanizador de Dios. Una vez que es introducido en el mundo, va transformando calladamente la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera. Humaniza el mundo atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más digna, justa y fraterna.

Hemos de confiar en Jesús. El reino de Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios está ya trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de verdad y de justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con él siguiendo a Jesús.

Una Iglesia menos poderosa, más desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres, siempre será una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio y más humilde para vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.