FE ADULTA
Querida Ima:
Me dirijo a ti, María, en estos términos –“ima”, mamá en arameo – porque así mis palabras te repicarán a gloria como cuando las escuchabas de labios de tu hijo Jesús cuando era niño. Y también porque me la repican igualmente a mí desde que él pronunció las suyas nombrándome coheredero de su postrero legado: “mujer, aquí tienes a tu hijo”, y a Juan: “aquí tienes a tu madre”.
Quisiera referirme hoy en ésta, a algunos asuntos que la doctrina de la Iglesia oficial llama dogmas. Dogmas que como católico me obliga a mantener, y que considerados desde el sentido común –¿también aquí “el menos común de los sentidos”?- me tienen espiritualmente flipado: y nada que ver todo esto con aquello de “la religión, opio del pueblo”. ¿O quizás sí?
Con la declaración de tu Inmaculada Concepción para preservarte de un pecado original mal entendido siento que me han alejado de ti, creatura humana como yo, para elevarte a una gracia que todos –la calcita, la rosa, el salmón, la lagartija, el ruiseñor, el oso panda- nos ha sido dada por amorosa creación divina. Pienso que nada añade a ello el saludo de Gabriel en tu Anunciación, las calurosas palabras de tu prima Isabel, o la supuesta revelación de tu identidad a Bernardette Soubirous.