Crisis religiosa en la Iglesia y en la Diócesis de Pamplona

ESTAMOS muy acostumbrados a hablar constantemente de crisis religiosa, como si ésta fuera de ahora, actual, bastante superficial, de fácil superación.

Yo creo que la crisis arranca propiamente de muy atrás, de la explosión de la llamada modernidad. La Iglesia no comprendió la modernidad, no se adaptó a ella, la rechazó con violencia y perdió así el tren de la historia.

El Concilio Vaticano II, convocado por la genialidad del papa Juan XXIII, trató de afrontarla en serio, intentando adaptarse a ella, asumiéndola con decisión. Renovó a fondo la doctrina de la Iglesia, creó nuevas estructuras y quiso adaptar la religiosidad cristiana a los nuevos tiempos. Desarrolló una renovación profunda de todo eso, lo que produjo un gran impacto y creó muy prometedoras perspectivas.

Citaré algunas de ellas. Definió a la iglesia de nueva manera, asentando una concepción de ella muy próxima a la modernidad, de la que se deducían muy nuevas perspectivas, dejando atrás una comprensión de ella anquilosada y estrecha. Aceptó con generosidad, por ejemplo, la libertad religiosa, con pocos límites a la participación, y, en cierto modo, aceptó hasta la misma democracia. Designó a la Iglesia con el nuevo y rico apelativo de pueblo de Dios en vez de sociedad perfecta como se usaba hasta entonces.

Creo el Colegio Episcopal de los obispos, la definió colegialidad en muy amplio sentido, lo que llevaba consigo una amplia y generosa participación de la autoridad de la Iglesia antes tan cerrada. Dio vida a las celebraciones de la vida cristiana a través de la renovación litúrgica creadora, que llevaba consigo la vivencia más amplia de los sacramentos y de todo el culto divino.

Pero todas estas cosas fueron dadas de lado enseguida, y hasta rechazadas de plano por parte de la autoridad, intentando retornar a las formas antiguas que han ahogado los empeños renovadores. Allí se produjo propiamente la peculiar crisis que se vive actualmente y que nos está sumiendo, otra vez, en unas perspectivas estrechas y vacías que a poco nos van a conducir.

En teología se paralizó todo, y aquella teología brillante que realizó el Concilio, y que personalizaron aquellos eminentes teólogos que fueron los adalides del Concilio, fueron de hecho desautorizados y hasta silenciados totalmente. Por poner un ejemplo: se desdeñó aquella teología moderna que se llamó Teología de la Liberación, que trató de acercar a Jesús el amplio mundo de los pobres, y quiso hacer de la Iglesia misma pobre y acercarla de hecho al pobre de los pobres, Jesús de Nazaret, superando cristologías abstractas y sin vida que no hacían más que potenciar los aspectos menos puros de la Iglesia, aproximándola a los ricos y al poder y alejándola de Jesús.

Quiero reflejar un poco, y brevemente, las repercusiones que todo este retroceso ha tenido y tiene en nuestra Diócesis de Pamplona, haciendo en ella que la crisis religiosa nuestra sea profunda, seria y muy difícil de superar. Navarra había tenido siempre una religiosidad creativa, ejemplo quizá para otras iglesias. Pero pronto en ella todo se vino abajo, entrando la Diócesis en unas penumbras que aquí, hasta no hace demasiado tiempo, nos eran desconocidas.

El Concilio aquí fue muy pronto ignorado y hasta rechazado, retornando la Diócesis a lo que fue la religiosidad anterior al Concilio. Señalaré algunos aspectos negativos que ahora nos oprimen muy en serio.

Comienzo por decir que nuestro obispo del Concilio fue de una nihilidad total con relación a él. Fue, marcadamente, de lo que me dijo un arzobispo español residente en Roma, "fueron sorprendidos por la convocatoria del Concilio, estando en él, no lo entendieron ni mínimamente, al final no lo aceptaron y se volvieron a casa muy amargados".

Entre nosotros la crisis religiosa se patentiza en crisis del clero y de las asociaciones que surgieron después que los obispos rechazaron la acción católica. Nadie ha rehecho la crisis del clero, y las asociaciones que han surgido no nos llevan a ninguna parte.

Al obispo del Concilio aquí le sucedió un obispo de gran talla en todos los sentidos, pero que no acertó porque puso en práctica un diseño de la Diócesis que le impusieron no sé dónde y que aún perdura fuertemente. A este obispo le dije una vez por carta: "Cuando usted vino a la Diócesis, estaba dividida en dos grupos; después de usted habrá tres". Y así ha sido, no tres grupos, sino un clero fragmentado y disperso en mil pedazos. Esto continúa hasta ahora y nadie lo remedia. Cada uno lo fragmenta más, se apoya en los suyos y ladea a todos los demás. Ahora cada uno va por su lado y actúa según le parece. Ésta es para mí la peor equivocación que cometen aquí los obispos. Ahora han creado un pequeño grupo de curas, diría que raro y estrafalario, formados muchos no sé dónde, y traídos de muchos lugares. Muchos no encajan aquí, ni mucho menos, y actúan de formas extrañas, nada afines a lo de aquí, y desentendidos de todo lo que sucede aquí por grave que sea. Yo suelo decir que los curas no tienen que hacer planes especiales que llaman pastorales, sino que lo que tendrían que hacer es seguir con minuciosidad la vida de aquí y tratar de orientarla por criterios cristianos. Pero sólo saben hacer cosas raras; ahora excursiones a cualquier sitio, corretear constantemente e inventar cosas que a nada nos van a conducir. Voy a señalar una cosa que a mí me preocupa en extremo. Me refiero a los grupos y grupúsculos clericales y de seglares que la Iglesia ahora parece que fomenta con ahínco. Los veo fragmentados, cada uno va a lo suyo, con sus iluminados propios en la cabeza, verdaderos gurús al uso, con sus propias místicas y, eso sí, todos ricos asimilados al dinero y nutriendo a la Iglesia de la riqueza que todos poseen, alejándola constantemente de la doctrina y práctica de Jesús de Nazaret. Un obispo de aquí que fue reprendido por un sacerdote que lo arrastraba porque no citaba a los pobres, recibió de él esta contestación: "No acostumbro ceder a las modas". Vaya barbaridad tan sonada y tan alejada del Evangelio. Textual. Crisis profunda la que aqueja a nuestra Iglesia diocesana; no tiene otra solución que el retorno puro y total al Espíritu del Señor, a las preocupaciones por los pobres y a la solución de los problemas que nos aquejan, graves, pero de los que la iglesia nada dice ni se compromete. Van a lo suyo, eso sí, acumular riquezas y pretender ser acariciados por el poder.

Todo lo que no sea Jesús es filfa, por mucha apariencia de religiosidad que tenga, ningún montaje por llamativo que sea produciría fruto alguno. Ahora parece que preparan uno de gran relieve externo y apariencial que tampoco conseguirá fruto alguno.

La crisis religiosa seguirá agrandándose entre nosotros porque la tenemos totalmente blindada; hoy no se podría ni convocar un concilio como el anterior. El papa anterior blindó la situación. En su largo pontificado, creó casi todos los obispos del mundo a su medida. No tenemos remedio, y ése es el motivo principal que agita el demonio en la iglesia y en especial en el clero. "No tenemos nada que hacer" es la frase que constantemente se oye entre nosotros. Es cosa triste en verdad, pero a lo mejor resulta real.

 Jesús Lezaun. Diario de Noticias. Opinión. Domingo 8 de noviembre de 2009