Domingo 8 de junio de 2008- X Tiempo Ordinario

Lecturas:
Os 6, 3-6.
Rom 4, 18-25.
Mt 9, 9-13.
 

El tema de las comidas de Jesús ha cobrado últimamente una enorme importancia tanto en la investigación histórica sobre él, como en el planteamiento teológico que de este hecho se deduce. Parece costumbre adquirida por Jesús la de comer con los suyos y también con los que no eran de los suyos, incluyendo mujeres -de buena y mala fama-, pecadores, soldados, recaudadores. Estas comidas han de ser muy tenidas en cuenta al reflexionar sobre la Eucaristía y sobre las comidas posteriores del Resucitado. De estas comidas frecuentes deducirán algunos su fama de “comilón y bebedor”. Eran la forma práctica y visible (signo) de anunciar el Reino como banquete “con publicanos y pecadores”, sin límites morales, étnicos, o sexuales. De una de esas comidas habla expresamente el relato evangélico de hoy.

La lectura de S. Pablo nos aplica a nosotros, para que saquemos consecuencias, la fe y la esperanza de la figura de Abrahán. Admitamos que no coincide mucho con la figura de Abrahán que presenta la carta de Santiago, -prueba de la enorme diversidad teológica de aquellos primeros momentos- y sí más con la que del mismo personaje hace la carta a los Hb en su capítulo 11. Al inicio de ese capítulo se nos presenta la implicación completa de fe y esperanza en una misma realidad. (Sería bueno leer en el capítulo 11 de Hb los versos dedicados a la fe de Abrahán, 8-19). Aquí, Abrahán cree en alguien que cumplirá las promesas que espera. Y Pablo nos anima a que, a imitación de Abrahán, también nosotros, firmes en la esperanza, sin motivo incluso para ella, mantengamos la fe en las promesas del único que puede prometer con fundamento. Así nos “valdrá” de justificación de nuestra vida; así alcanzaremos con nuestra fe-esperanza su objeto fundamental, el Señor Jesús, “muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación” (con fórmula de las más antiguas, anterior a la carta, para expresar el misterio pascual).

 

La 1ª lectura está directa y textualmente vinculada al evangelio de hoy. Es del profeta Oseas, uno de los primeros en vincular la alianza con expresiones afectivas y personales respecto a ella. Un enorme paso adelante en la experiencia religiosa del pueblo de Israel, que se mantendrá viva a través del profeta Jeremías y la tradición deuteronómica. Y que tampoco nos vendría mal desoxidar un poco en nuestra actual manifestación de la fe: más personalizada y hecha experiencia vinculada a los afectos.

 

PARA UNA POSIBLE HOMILÍA

 

La orientación global de la homilía no creo pueda sustraerse al peso de la referencia “quiero misericordia, y no sacrificios”. Una cita de Oseas (1ª lec), excepcionalmente repetida en el mismo evangelio de Mateo (12, 7), y que muestra la importancia que tal frase y actitud tenía para el evangelista. Basta la misericordia. Y nosotros, empecinados en obras y méritos, lejos de algo tan humilde y sencillo como la misericordia. Puede ser que nos suene a paternalismo, a protección o superioridad; -más todavía si hablamos de compasión-. Pero quizá nada más profundamente humano que reconocer como igual y nuestro precisamente a quien necesita misericordia: le falta algo, carece de algo, en su bienestar global, en su cuerpo y en su espíritu, en sus expectativas y deseos; lo descubrimos, y, al no encontrar manera de proporcionárselo directamente, sentimos misericordia por ese humano ni feliz ni completo. Sentimos misericordia nosotros, incompletos y necesitados también de ella. Damos prueba de que la misericordia no es paternalista, porque nosotros mismos la aceptamos con humildad y gusto, cuando otros nos la quieren proporcionar. Nada de corazones duros, y juicios inapelables. Bastaría la misericordia sincera. Nada de esfuerzos y luchas, sacrificios y ofrendas y ramilletes espirituales. Suficiente con la misericordia. Cuando nos llaman a altísimas oraciones, a esfuerzos denodados de perfección personal, mejor sentarnos y esperar que alguien tenga misericordia de nosotros. También nosotros mismos. Pocas palabras más duras que “inmisericorde”. Hoy la escuchamos con frecuencia aplicada con mucha precisión a cantidad de personas creyentes e influyentes de la comunidad que habrían de sentirse como malditos al escucharla.

 

El evangelio formula “misericordia y sacrificio” en oposición alternativa. Sí misericordia, limpia y pura misericordia, y no la parafernalia acostumbrada de ritos, esfuerzos, abnegaciones y tristezas. Basta la misericordia, esa que se ríe del posible juicio (Sant 2, 13).