Domingo 8 de febrero – V del ordinario

Lecturas
Jb 7, 1-4. 6-7  
Sal 146, 1-6  
1Cor 9, 16-19. 22-23  
Mc 1, 29-39
                

IDEAS SUELTAS               

“Más paciencia que el santo Job”, se decía siempre. Luego ya pasamos a hablar de la ‘impaciencia’ de Job. Hoy sabemos que en un pequeño relato popular anterior se han introducido desarrollos y discursos con pensamiento mucho más complejo, innovador y polémico. El libro de Job nos ayuda a reflexionar sobre la condición humana. Sobre esta nuestra humanidad habla también el libro del Génesis, el Siracida o el Apocalipsis. Todos, todo lo escrito quizá, afronta de diversas maneras esta nuestra vida. Podemos hablar de una mirada más pesimista o crítica en este libro o en Qohelet o en Rom 7. Cada uno de nosotros, a golpe de experiencia y reflexión va construyendo su propia manera de afrontar y comprenderse a sí mismo y a los demás. ¿Y lo nuevo de Job? Nuevo entonces y ahora. Rompe la relación entre ser justo y tener éxito, entre la bendición de Dios y el bienestar humano. Si la vida nos va rematadamente mal, ¿hay algún indicio de que Dios me bendice y no me abandona? Esta ruptura, esta falta de correspondencia entre nuestras visiones más evidentes y las de Dios es la herida más profunda de toda experiencia o reflexión creyente. Ha durado mucho y tiene todavía un peso enorme: si las cosas “me van mal”, algo he hecho yo mal y Dios me castiga así o me abandona. Demasiado duro aceptar incondicionalmente que ni me bendice Dios porque las cosas me resultan prósperas, ni me abandona en absoluto porque me hundo en una vorágine de desgracias. No hay señales irrefutables de que Dios me bendice o maldice: lo que nos sucede no guarda relación con la postura de Dios respecto a nosotros. No hay premios por ser buenos ni castigos por malos. Por eso Job “del que Dios ha sido un íntimo en su tienda” (29, 4), quiere saber la explicación de cuanto le sucede. Interpela a Dios, le describe minuciosamente sus dolores y sufrimientos, le protesta por vivir en esas condiciones, se siente un indefenso perseguido con saña por Dios mismo, y quiere, como todo humano, saber el porqué. En su ayuda acude toda la mejor teología del momento en boca de los que se dicen sus amigos. Se quedan a su lado en puro silencio durante tres días y después, ceden a la tentación y hablan vanamente con discursos explicativos insuficientes, que se ganan la reprimenda de Dios.

                ¿Y Dios en este escrito? Todo él es una apelación a Dios. Aparece al final y hace un largo discurso (38-41). ¿Queda Job convencido por el contenido del discurso, por lo que Dios dice en él sobre sí mismo? Es una alegación sobre el misterio y la inaccesibilidad de los designios de Dios para sus criaturas. ¿Ha conseguido Job que Dios le responda y lo de menos es lo que le refiere? Lo importante es que Dios está ahí, al tanto de cuanto le sucede a Job y hasta entra al juego de darle una respuesta. ¿Se conforma Job con la constatación de que hay alguien que escucha?  Como una provocación hasta que logra que Dios se le haga presente y eso le basta. Es célebre la confesión de Job de que conocía a Dios sólo de oídas y ahora lo ha visto con sus ojos. Los discursos siguen siendo cosa de oído y Job afirma haberlo visto o captado de alguna manera. No ha habido respuesta para las interpelaciones de Job desde un sufrimiento injusto e injustificado. Se le restituyen y aumentan sus bienes, los que había perdido y concluye el libro. No el sufrimiento. Ni su absurdo, ni el clamor de su interpelación continua y universal. ¿Hay alguna respuesta mínimamente racional al mal y el dolor? Jesús, el Mesías, pasó por sufrimientos atroces y murió desamparado. ¿Es la respuesta a Job o más bien prolonga su grito y su pregunta (Sal 21)?

                  La 1ª lec pertenecer al libro de Job. Compara la dureza de su vida con la del soldado, el asalariado y el esclavo. Sin otra salida que la muerte: en los tiempos del libro no se piensa todavía en la resurrección. La relación de esta lectura con el evangelio se sustenta en la fragilidad de la condición humana con sus desgracias y enfermedades extendidas de forma prácticamente universal.

                La 2ª lec continúa con la 1Cor. Forma parte del apartado en que Pablo desarrolla la cuestión que le plantean desde Corinto sobre comer carne sacrificada a los ídolos (8). Dentro del bloque retoma el tema de su autoridad y sus posibles derechos como apóstol (9) para concluir explicitando su actitud profunda ante el anuncio del evangelio. Es servidor del Evangelio (Rom 1, 1) y por tanto de quienes acogen ese evangelio, sabiendo que así es él mismo alcanzado por la salvación anunciada.

                El Ev continúa con la llamada “jornada de Cafarnaún”, la curación de la suegra de Pedro ( un prodigio siempre mirado con benevolencia por la crítica histórica), la reunión de muchos enfermos y endemoniados, la oración personal de Jesús, y la partida de este hacia otros pueblos, donde repite el esquema de predicar en las sinagogas y expulsar demonios.                

PROPUESTAS PARA UNA POSIBLE HOMILÍA

                “Le llevaron todos los enfermos y endemoniados” (32). A la puesta del sol, hora en que se nos amontonan las angustias y ansiedades. Nos llevaron allí a todos, todos incluidos nosotros. Aquejados de enfermedades innumerables y poseídos de fuerzas oscuras que siempre nos dominan, que ni tienen nombre concreto y que nunca terminamos de controlar. La humanidad entera de todos los tiempos, ya oscureciendo, y agolpados a la puerta de la casa de la suegra de Pedro. Nos hemos enterado de que a ella Jesús le ha quitado la calentura, la ha tomado de la mano, la ha puesto en pie y ahora ella les está sirviendo. Incluso nos hemos enterado de que Jesús mismo, aquejado de muerte violenta, ha sido tomado de la mano por Dios, lo ha puesto en pie y ahora nos sirve: pan y vino para todos.

                “Todo el mundo busca” a Jesús, no muy desinteresadamente por cierto (37). Él, tras su rato de oración en soledad y desierto, se marcha a sitios cercanos donde ni le conocen todavía, ni saben de su ‘autoridad’ (domingo anterior), ni conocen la fuerza de su poder. Es el problema de Jesús: no responde a las necesidades y expectativas que provoca su fama. Marcha siempre, sin detenerse, a anunciar el reino y dejar patentes por otros sitios los signos de su presencia. Cura enfermedades y expulsa demonios. Vamos todos, pero no sana ni libera a todos. A muchos, sí, pero no a todos. Los que sólo ven o tocan u oyen, pero no lo descubren en su propia carne enferma, no tienen otra cosa que creer la buena noticia de que está por ahí y sana y libera. Los demonios no tienen que creer: lo notan, han de salir corriendo. Los humanos, enfermos y lastrados de sufrimiento a la caída del sol, han de creer lo visto y oído. Resulta difícil. Necesitan correr tras él, casi a oscuras, cargados con su lote de dolor y desgracia, a ver si lo encuentran y los salva. Sabemos por la suegra de Pedro, y por Pedro y Pablo, y por una larga y entrañable lista, que cura de raíz y salva. Que no hay fuerza oculta ni demonio que se le resista. Lo sabemos por la fe, corremos en su busca y descubrimos que, tan sólo de salir tras él, ya corremos más libres y mejor y notamos más salud y la noche no es tan oscura y comienza a amanecer un nuevo día.

                Jesús cura y libera en el templo y en casa, en público y en privado, podemos agregar que antes y ahora. Anuncia una salud total y próxima y universal. La anuncia, no la convierte en experiencia universal. Lo nuestro es la fe de que será por fin así. Y los ojos y los oídos bien abiertos a cualquier noticia de que ya lo está haciendo por ahí cerca. El reino. Ya está aquí el reino. Lo trae y anuncia Jesús. Aunque a nosotros no nos alcance de lleno todavía.

                  J. Javier Lizaur