Domingo 6 de julio de 2008 – XIV del Tiempo Ordinario

 

 

Lecturas:
Zac 9, 9-10.
Sal 144, 1-2.8-9.10-11.13-14.
Rom 8, 9, 11-13.
Mt 11, 25-30
 

IDEAS SUELTAS

¿Hablamos de mística? Es que el texto del evangelio de hoy se presta bastante a ello. Dejamos de lado el miedo y la prevención de la gente de a pie para hablar de estos temas y nos acogemos al dicho de Rahner, repetido hasta la insignificancia, de que el cristiano del S. XXI o será místico o no será ni cristiano.

           ¿Recordáis aquel texto de Num (11, 29) en torno a profetas constituidos oficialmente o no y la respuesta de Moisés: “Ojalá todo el pueblo fuera profeta”? Pues ojalá todo el pueblo fuera místico. ¿No lo es? “Vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23) ¿No es consciente de que lo es, pues nadie se atreve a decírselo? Mantenemos todavía hoy una clara suspicacia a lo místico y los fieles de misa dominical sonreirían ante una propuesta de ‘mística para todos’

Curioso: lo institucionalizado nunca la miró con tranquilidad y aquiescencia y lo progresista tampoco, ante la sospecha de evasión de lo real. Curioso también que hoy esté tan de moda todo lo místico, incluso afirmándolo al margen de Dios, y nosotros con prevenciones. ¡Pobre mística! o vale decir ¡pobre Dios! Cualquier relación viva con el Dios vivo no es otra cosa que mística. Falta poner en contacto esta vida nuestra real, trivial, individual con el Dios misterioso, siempre vivo y auténtico, siempre incandescente, y el producto es mística (de unir). Los éxtasis, elevaciones, halos y luminosidades, no son sino su folklore. Hemos dado tanta importancia y lejanía a lo de la mística que nadie piensa en su humilde pero viva relación cualquiera con su Dios como algo místico. De otra forma, todo lo que Dios roza merece la palabra ‘mística’ y nada que Dios (y su Espíritu) no roce la merece. Urge que nuestra experiencia real de todo lo que vivimos y nos vive sea profunda y esté personalizada. Unir vida real y vida de fe como dos cosas que vienen unidas de origen, aunque nosotros las hayamos ido separando. Personalizar, como hacer que fluya por todos y cualquier rincón de nuestra vida, por nuestra historia o historieta, lo que decimos en el credo y las proposiciones de la fe, lo que decimos que creemos. La fe, siempre inseparable de los avatares personales, de nuestras peripecias: no puede valer la misma fe para tiempos de salud que de enfermedad, ni para los éxitos que los fracasos. De una fe personalizada que impregna todo cuanto vivimos surge la verdadera mística sin complejos ni osadías.

 

Habría mucho más que decir y matizar, pero que ésto sirva para perder el miedo (a Dios, en realidad) y para acercar la mística a toda la gente sencilla. Y volveremos sobre todo esto.

 

Entre las ideas sueltas de hoy, no debería faltar el tema de la alegría (1ª lec y Ev). Difícil e importante hoy también, en la baraúnda de superficialidad y banalidad dicharachera. “¿Cómo cantar al Señor en esta tierra extraña?” Sal 136.

 

Como casi siempre, la 1ª lec va unida al Ev en el tema de la alegría y la gratuidad de nuestro Dios. Al pequeño barrio, recién creado al lado de Jerusalén para refugiados del norte, le anuncia Za un rey en borrico, que domina la tierra. Y en el Ev Jesús se emociona y da gracias a un Dios que se manifiesta en su más íntima profundidad de comunión del Padre y el Hijo a gente sin méritos y sencilla. Esta gente sí que es mística, si se siente así aliviada en su cansancio general y descubre que seguir a Jesús pone alas en los pies y no cadenas.

 

La 2ª lec de la carta a los romanos, nos sitúa en el capítulo 8, dedicado al Espíritu. Y más mística: nos habita el mismo Espíritu del que resucitó a Jesús, por tanto, es como evidente que nos resucitará. Estamos en deuda, de atención y amor, con el Dios de ese  Espíritu.

 

 

PARA UNA POSIBLE HOMILÍA

 

El agradecimiento, como actitud básica humana y creyente. Descubrirse agradecido o agradeciendo. Lo hace Jesús, conmovido ante lo que descubre. Las ciudades del lago, ricas y sabias, con motivos para estar agradecidas, le rechazan. Los sencillos lo acogen en sus obras y palabras. Estar agradecidos a Dios por vivir, por ser creyentes cristianos.

 

Te doy gracias, Padre. Padre, en quien reconozco al Señor de cuanto existe. Este inmenso Señor se presenta, se manifiesta, a pobres y sencillos, porque se manifiesta pobre y sencillo, se manifiesta en Jesús entero, en cuanto dice y hace. Y todo el que acoge a Jesús y sus cosas y dichos, acoge finalmente, en su hondura, al misterio mismo original de Dios, entregándose en el Hijo, y amando en él y por él cuanto existe. Un alivio. Saber que en el fondo fondo todo surge de, y es, amor, entrega desmedida, remecida, rebosante. Un alivio ante el cansancio que trae la vida. Un alivio para cuantos no terminan de descubrir todavía que lo de Jesús no es yugo, como presentaban la ley sus maestros, sino gozo y descanso. Cuanto más nos identifiquemos con Jesús, más vislumbraremos el gozo en su yugo y carga, y más brotará de nosotros un sencillo y profundo: ‘Gracias’. Si nos sale con naturalidad ese sincero ‘gracias’, es que estamos cerca de Jesús y de su salvación.

 

Podemos pensar con sinceridad: ¿de qué estoy yo agradecido a la vida, a Dios?  Y en la pequeña o larga lista que nos surja, será importante que no falte y que esté en muy buen lugar el ser creyentes en Jesús. Y si lo somos, que se nos confunda y reúna en un mismo dar gracias la vida entera, tan inseparable de Dios, y su única experiencia accesible. El consejo-orden de Col (3, 15) “y sed agradecidos”. (Y son preciosos los versos 16 b-17 en el mismo tema.) Siempre y en todo lugar, agradecidos.

 José Javier Lizaur