Lecturas:
Hec 12, 1-11
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
2ª Tim 4, 6-8. 17-18. Mt 16, 13-19
IDEAS SUELTAS
Hoy la fiesta de los santos apóstoles desplaza el domingo XIII del tiempo ordinario. Esta fiesta tiene formularios propios para la misa de la vigilia. Fiesta antigua y solemne de la Iglesia católica, con toda la historia que esta iglesia ha ido depositando en ella.
Para el tema ecuménico, ya Juan Pablo II pedía a las demás confesiones cristianas esfuerzo y ayuda para buscar entre todos el sentido verdadero del ministerio papal y de la primacía de la Iglesia de Roma sobre o al lado de las demás. ¿Qué concreción adquiere entre nosotros la vieja fórmula de Ignacio de Antioquia de “Iglesia que preside en el territorio de los romanos, (…) a todos los congregados en la caridad”? Los últimos obispos de Roma (de Pablo VI a Benedicto XVI) reconocen que su tarea como tales es el mayor obstáculo para la reunión de los cristianos. Esa tarea del obispo de Roma -para la mayoría, de sólida tradición evangélica, pero tan discutible y movediza al concretarse en la historia-, es el verdadero obstáculo a la unión.
Importa separar con claridad el ministerio del Papa de la forma particular de ejercerlo en los diversos tiempos. Y concretando más, el problema que siempre supone la curia, una curia perdedora en un concilio que pidió explícitamente su reforma, pero que supo esperar paciente hasta que llegara la ocasión propicia de desmontarlo. Esa curia ni es el obispo de Roma, aunque le preste sus servicios, ni está por encima de los obispos ni de uno solo de ellos; pero ahí sigue, imperturbable, en su tarea de desmontar un concilio que nunca aceptó, utilizando para ello las palabras del mismo.
¿Es legítimo presentar en oposición las figuras de Pedro y Pablo? Nos hemos de retrotraer a los primeros tiempos de la comunidad de Jerusalén, a sus dudas y tensiones sobre admitir en el grupo a no-judíos y, en caso afirmativo, a qué normas someterlos. La reunión de Jerusalén, la carta desde esa iglesia, la vocación de Pablo expresamente para los gentiles, las dudas de Pedro recogidas en la visión de Jafa, el incidente entre Pedro y Pablo narrado al comienzo de Gálatas, las idas y venidas de Bernabé de un grupo a otro, van dejando evidencias de relaciones tensas y difíciles en esos comienzos. Por eso es importante mantener en unidad dialéctica las dos figuras de hoy y lo que ellos representan. Ellos, su presencia y su martirio en Roma, son la razón última de la ubicación de las promesas a Pedro en esta iglesia.
La 1ª lect del libro de los hechos se centra en la figura de Pedro y su importancia en aquellos primeros grupos. En ambiente de persecución, encarcelan a Pedro, y su liberación se llena de resonancias de la resurrección del Señor: guardias, sellos y cerraduras, cadenas y mortajas, ángeles luminosos y liberación total. La novedad, la iglesia primera en oración por Pedro y la reflexión de éste: Era verdad: “el Señor ha enviado a su ángel”. El salmo recoge una posible oración de Pedro encarcelado, incluida la referencia al ángel.
La 2ª, presentada por otro autor como de Pablo, quiere expresar las últimas reflexiones y esperanzas de éste. En los versos 9-16, que faltan en el texto de hoy, concreta en personas las adhesiones, abandonos y traiciones que ha recibido de su entorno. Será difícil determinar qué elementos provienen directamente del apóstol, pero son todos muy verosímiles de su situación y sentimientos al final de su tarea y de su vida.
Siempre es válida y reveladora la pregunta sobre quién es Jesús, dirigida a los de fuera y a los de dentro, y respondida con la verdad de cada uno. El Evangelio, muy discutido en otros tiempos, recoge un desarrollo personal de Mt versos 17-19 sobre elementos más primitivos de Mc. Él agrega lo de “Hijo del Dios vivo”, el cambio de nombre -habitualmente unido a una nueva misión-, la bienaventuranza sobre Pedro, y su tarea como de “primer ministro” (llaves). Todo el texto de los versos antedichos viene de un fondo arameo con estructuras e imágenes propias de esa lengua, lo que hace difícil la pretensión de que han sido agregadas en otra época. Pero debemos recordar su evidente relación con Lc 22, 31-32 o Jn 21, 15-19 que sitúan afirmaciones parecidas en otros momentos de la vida de Jesús y con matices diferentes. Finalmente: esas palabras dirigidas a Pedro, ¿son para él y sólo para él o quieren acoger también a sus sucesores? Las diferentes iglesias dan respuestas diversas.
IDEAS PARA UNA POSIBLE HOMILÍA
La comunidad cristiana, y Pedro en su nombre, confiesa a su Señor, como Mesías enviado y como Hijo del Dios vivo. Esa confesión le da identidad, le presta solidez y fundamento, la certifica como presencia victoriosa de Dios ante todas y cualquier adversidad. Muchos hablan de una especie de crisis de Jesús de Nazaret en el entorno de Cesarea. La crisis aparece en los cuatro evangelios y siempre sobre el papel del ungido enviado; por eso, tras la afirmación de que es Jesús el Mesías, en todos los evangelios aparece de seguido la referencia a la muerte de ese Mesías en cruzy al abandono de sus discípulos. Como comunidad cristiana en torno a Pedro, confesamos que Jesús es el Mesías, el consagrado y marcado por Dios para liberar a la humanidad y dirigirla hasta establecerla en su reino. Confesamos que Jesús es el hijo de Dios vivo, lo más que puede llegar a caber de Dios metido entre humanos, igual y cercano a ellos, y lo más divino que van a alcanzar. Entre las dos afirmaciones, el escándalo de la cruz, que atormentó a Pedro, a los doce y a la Iglesia de cualquier momento. Liberar mediante una muerte vergonzosa, ser Dios encerrado en una tumba, triunfar en el más rotundo fracaso, más que roca es vacío absoluto, grieta inmensa en la razón, golpe mortal a la esperanza. Y esa es la fe de la comunidad cristiana que tanto le costó, asimilar primero y anunciar después, a Pedro. Pero así es él roca, así puede confortar a los hermanos (Lc 22, 32), y así se prepara a marchar a donde no le gustaría ir, en la misma Roma (Jn 21, 18). Pablo entendió bien ese escándalo, por él se quedó solo en el Areópago de Atenas, y murió abandonado y solo en Roma. Con ellos, en la fe y en la esperanza, nosotros “los congregados en la caridad”, “todos los que tienen amor a su venida” (2ª lec).
José Javier Lizaur