Domingo 22 de marzo – IV de Cuaresma

Lecturas
2Cro 36, 14-16. 19-23  
Sal 136 1-6  
Ef 2, 4-10  
Jn 3, 14-21

IDEAS SUELTAS

                Cuando hablamos de los problemas de los textos de la Escritura, parece que siempre se tratara de textos concretos especialmente señalados por su crueldad, su patriarcalismo y machismo, por su violencia, por algunas de sus presentaciones de Dios. Es más grave cuando se trata de hilos de conexión que la afectan por entero y que resulta difícil deshacer sin estropear el tejido entero. Muchísimos textos vienen afectados de una visión de la historia que resulta arriesgado mantener hoy por entero. Las desgracias en la historia son castigos de Dios y los éxitos, su perdón y premio consiguiente. Unidos de manera  inseparable, los textos de los profetas que los anuncian o interpretan quedan afectados del mismo mal. Hoy damos por descontado que no vale el esquema simple de castigar a los malos y premiar a los buenos. La Escritura misma recoge ya la extrañeza y el escándalo de que los malos triunfen y tengan éxito y los buenos fracasen y sufran (Jer, Job, Qo, Hab, 2º Is, Sal). Esa discontinuidad en lo personal entre el bien y el éxito o el mal y el fracaso, habremos de aplicarla también a los colectivos y los pueblos, sin exceptuar a Israel. No se puede leer la historia como una sucesión de premios y castigos de Dios por comportamientos igualmente históricos. En personas hemos renunciado a ello, pero no sé si tan claramente en pueblos o comunidades. Y ésto no quiere decir que la acumulación de errores y pecados no traiga consecuencias a los pueblos.

                ¿Qué hay del juicio? El Ev de Jn lo mantiene siempre en el presente y no en futuro. Para su visión el juicio acontece de forma continua aquí y ahora, según nos posicionemos ante Jesús, el Cristo. Aceptarlo o rechazarlo, con todo lo que ello implica, nos sitúa en ámbitos de salvación o de condenación. Quien no acepta a Jesús, con lo que él significa, ya está condenado por no creer en el hijo único de Dios. Pocas veces nos expresamos en estos términos, que son tan evangélicos. Deberíamos usarlos de vez en cuando sin excluir los tradicionales. El juicio sucede de continuo. No hay otro juicio y juez que Cristo, el Hijo. Nosotros, ante él, amándolo y entregándonos a él o en su rechazo, desencadenamos juicio y sentencia.

                 La 1ª lec, del 2º libro de las Crónicas, resume grandes bloques de la historia de Israel y los presenta como objeto de una atención particular de Dios hacia el pueblo de la alianza. Como padre solícito e implicado trata de corregir y de apoyar. El destierro es el castigo, y la vuelta con Ciro la posibilidad de renovación para el pueblo de la alianza. Podría relacionarse con el Ev en cuanto que Dios pronuncia un juicio, aquí a todo el pueblo, allí más a las personas. Además, el del Ev, es juicio siempre de salvación y se lleva a cabo por la simple presencia de Jesús entre los hombres a los que quiere salvar.

                La 2ª lec pertenece a la carta a los de Éfeso. Es un texto que formula de nuevo expresamente la salvación por la fe y no por las obras. Esa salvación es puro acto de amor por parte de Dios y a él nos adherimos y en él entramos y participamos por nuestro acto de fe. Su realismo le lleva a afirmar que ya estamos sentados con Cristo en el cielo (!). Como todo es iniciativa del amor de Dios -y ésto sí tiene que ver con el evangelio de hoy- nosotros, los bautizados, somos vehículos de ese amor en nuestras buenas obras.

                El Ev es de Jn en estos últimos domingos de cuaresma del ciclo B. Forma parte del diálogo con Nicodemo. Habla un  poco antes de revelaciones (12) y aquí concreta la revelación en la de la serpiente de bronce de Num 21, 8. Como la serpiente colocada en el mástil trae salvación y curación a quien la mira, Jesús levantado en la cruz, al ser mirado, traerá la salvación. Juega con el término ‘levantar’, de la serpiente, del crucificado en la cruz, del exaltado en la gloria de la resurrección. Mirar es preciso para creer y el pueblo creyente “mirará al que traspasaron” (19, 37). Pero la revelación más honda está en el porqué de ese quedar levantado sobre la tierra, y es el amor. Sólo el amor ha movido todo esto. Dios lo ha puesto en marcha porque no quiere que nadie perezca. Quiere salvación, vida para todos. Los últimos versos sitúan el contrapunto de la decisión libre del que cree, la responsabilidad de la actitud personal. 

PARA UNA POSIBLE HOMILÍA

                Antes mirábamos con más frecuencia el crucifijo. Dependía de costumbres y formas concretas de piedad. Cumplíamos, sin saberlo, el dicho de la Escritura “mirarán al que atravesaron”. También un salmo (44) que dice “eres el más hermoso de los hombres, de tus labios brota la gracia”. Miramos a Jesús, el entregado, el que se pone en manos de cualquiera. Hoy hemos escuchado de las cosas más bonitas, consoladoras y definitivas de la vida. Resulta que Dios ama tanto y tanto al mundo, a todo, que le entregó a su propio Hijo con la única intención de que todos se salven. Él no tiene intención alguna de condenar, sino sólo de salvar. No ha venido ni a juzgar, sólo a salvar y sacar adelante a la humanidad entera. Nos juzgamos nosotros de vernos ante él. Nuestra grandeza es nuestro reparo, y podemos, con eso que llamamos libertad o así, quedarnos en pie y tan fríos delante del amor más encendido y eficaz.

                Entre mirar a Jesús, en toda su sencillez, y saber bien que es la materialización del puro amor que nos salva, nos atrevemos a enfrentar la vida y la muerte. Llega la oscuridad de una situación económica tan enmarañada y sus ramalazos crueles a los indefensos y nos puede seguir resonando, aunque nada solucione, la certeza de ‘tanto amó Dios al mundo…’ Nos acecha la enfermedad y la desgracia, nos alcanza el desamor y el desánimo, y somos creyentes porque sencillamente miramos al crucificado y de nuevo comprobamos que nos amó tanto y tanto… La cuaresma avanza, nuestra vida de fe también ha de avanzar. ¿Serán precisas muchas cosas nuevas? ¿Bastará repetirnos ‘tanto nos amó’?

              Nuestra vida de fe avanza, si avanza, en el gozo y paz del Espíritu Santo, como dice Pablo (Rom 14, 17). Para el gozo y la paz de todos y de cada uno recordarnos todos lo muchísimo que Dios nos ama. Nos ama entregándonos a Jesús y ayudándonos a reconocerlo como Cristo. Pero poner en marcha el universo entero y, en él, en un momento determinado de la historia, a Jesús, es hacer visible y tangible ese amor inagotable con que siempre nos ama y que mantiene todo en lo que es. Nadie vamos a perecer, Dios hace de forma misteriosa para nosotros, que sufrimos y penamos, todo, todo por amor y lo convierte en acción viva de su amor. No hay condena para los elegidos y amados de Dios (Rom 8, 1) que quiere eficazmente que nadie perezca. Y miramos al crucificado y sabemos también que “habiendo amado a los suyos (…) los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Y ahí está para que miremos al crucificado y no leamos otra cosa que amor. Del Padre, al entregárnoslo, y del Hijo, al entregarse, como prueba y parte de ese amor fontal.

                ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? (Rom 8, 35) ¿La prueba, el desamor, la injusticia, el dolor innumerable, el paro, el sinsentido de muchas cosas, nuestro pesimismo, nuestra desconfianza, la depresión y la tristeza? Quizá alguna de ellas sea tan brutal como dudar y desconfiar de nosotros mismos. Por parte de Dios, nada. Nadie nos separará de quien jamás tiene la mínima intención de separarse de nosotros. A Él nuestro amor y cariño.

                                J. Javier Lizaur