Domingo 21 de junio – XII del ordinario

Lecturas
Jb 38, 1. 8-11  
Sal 106 23-26. 28-31  
2Cor 5, 14-17  
Mc 4, 35-40
                

IDEAS SUELTAS

         Estamos en el llamado tiempo ordinario. Tras el tiempo pascual ha habido dos domingos dedicados a sendas fiestas, que les han privado de ser plenamente ‘ordinarios’. Hoy, sí. Surge, como siempre, la cuestión de cómo unir ordinario y extraordinario, pero esto es así en todos los ámbitos de la vida: en la salud, en el amor, en la política, en el desarrollo personal. Cualquier momento se nos convierte en extraordinario en medio de la rutina de los días con una mirada, una emoción, una desgracia, una lotería. Nada más extra-ordinario -fuera de todo lo normal y ordinario-, que la resurrección y vida perpetua del Señor. Pero nada más “ordinario” que vivir o estar vivo (aunque quizá sea la mayor y más olvidada sorpresa) y, en el vivir, recordar y tener presente lo “extraordinario” de la resurrección. Hacer de ese recuerdo el centro y el motor de la vida es lo no-ordinario de una vida que fluye sin alicientes extraordinarios. El secreto también de los “días del Señor” en tiempo ordinario. Bien, es el domingo XII del tiempo ordinario.

          He leído en un artículo que “la música y el arte nos abren la mirada más allá del rudimentario materialismo, primer paso para comenzar a hablar de Dios: hay que recuperar la estética como camino hacia lo trascendente.” (VN nº 2663, pg 11) La 1ª lec sería un buen ejemplo de ello. Bastaría con decir ‘Dios hizo el mar y lo domina’.Pero la belleza del texto se articula con puertas y cerrojos, mantillas y pañales, y así nos dice mucho más, al hacer resonar la delicadeza y mimo de Dios con el mar y los mortales, amenazados por él. En los discursos y homilías, ¿se nos ocurre pensar la belleza de lo que se dice como una forma más de desvelamiento del misterio de Dios? Cuidar de la belleza ¿forma parte de los objetivos de una homilía? El espacio de la celebración, las músicas que utilicemos, los coros y voces ¿están sometidos a algún criterio de belleza? Lo práctico y lo bello acostumbran a llevarse muy mal. Y, en principio, nuestros criterios son de tipo práctico.

         La belleza suele provocar admiración, si es suprema hasta espanto. En el evangelio, la acción de Jesús sobre el mar llega a provocar espanto y admiración en los discípulos. Es fácil olvidar estos pasos previos a una actitud creyente. Si algo no nos obliga a interrumpir nuestra mirada habitual, a extrañarnos y hasta admirarnos y espantarnos, será difícil encontrar un resquicio por el que pueda colarse el misterio que nos sobrepasa e interpela. Cuando todo resulta natural, novedoso a lo más, curioso, no ha lugar a una fuerza que nos haga salir de nosotros mismos y nuestras miras. Todo es utilizable, usar y desechar a conveniencia cuanto nos rodea. Cualquier iniciación en la fe precisaría de estos prolegómenos, que con las prisas solemos orillar. No solemos provocar o señalar estos pasos en la catequesis y tengo para mí que es una de las causas de su fracaso.

         El mar, ancho y terrible. Inmenso en riqueza natural, belleza, poesía, y el verano a las puertas. Los paisanos de Jesús no conocían el mar, a lo más el lago, que merecía ese nombre. Y el mar, tan desconocido, resultaba una amenaza y simbolizaba todos los males posibles encerrados en él. Era conocimiento común la multitud de muertos que encerraba. Su fuerza destructora, sus monstruos, sus peligros suscitaban el mayor espanto entre los oyentes de las Escrituras. Era dominio de Satanás, el espacio de su fuerza y poder: vencer a Satanás o al mar era lo mismo. Por eso, el Apocalipsis nos dice que en la nueva creación no habrá mar (Ap 21, 1). Una pena para muchos. Hoy, dos lecturas nos hablan mucho del mar. Machado, y otros muchos, más que al Jesús del madero, prefería “al que anduvo en la mar”.

          La 1ª lec, del libro de Job, evoca el mar, tal como salió de las manos de Dios. Pertenece el breve texto al discurso mucho más amplio que el texto pone en boca de Dios (Jb 38-40). Quiere señalar la distancia y diferencia de Dios frente a lo creado y la osadía sin límite de un hombre, Job, que desconociendo el universo de Dios, se atreve a pedirle cuentas.

         La 2ª lec es un texto, breve también, de la 2ª carta a los de Corinto que continuaremos leyendo tres domingos más. Las difíciles y complicadas relaciones de Pablo con esta comunidad se plasmaron en visitas y cartas, cuestionarios y enviados personales. Esta 2ª carta, más que una carta, son textos de varias, más o menos ordenados en bloques de tema común. El texto de hoy, en su brevedad, trata de forma genérica la salvación aportada por Jesús y su implicación en la ‘criatura nueva’. Este texto forma parte del alegato de Pablo en su propia defensa y la de su apostolado (2Cor 3-7). Quizá la lleva a un extremo peligroso, al defender que no es preciso conocer a Jesús “según la carne” (el histórico); que a la criatura nueva le basta con el resucitado.

         El Ev es de Marcos, el principal, ya que no exclusivo, evangelista de este ciclo B. El autor unifica en un solo día la predicación en parábolas y cuatro milagros, casi dedicados en exclusiva a sus discípulos y el desarrollo de su fe. El primero, “al atardecer”, calmar una tempestad desatada de forma imprevista. El mar, como endemoniado, trata de impedir el acceso de Jesús a las ciudades paganas de Gerasa. Jesús manda al mar con palabras similares a las utilizadas con un demonio en la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1, 25). El poder de Jesús consolida la fe de sus discípulos -“hasta el viento y las aguas le obedecen”-, que, por ahora, tienen poca.                    

PARA UNA POSIBLE HOMILÍA

         Para la fe, tan incipiente, de los discípulos muestra el Señor todo su poder. Ese mar de la 1ª lectura, contenido por la fuerza de Dios, cuidado amorosamente por él como al niño a quien su madre consuela, tiene límites precisos que no puede traspasar. Cuando se torne arisco y se crezca embravecido, alguien puede romper la arrogancia de sus olas. Jesús, puesto en pie, en medio de las olas y el huracán, le increpa y le impone quietud y silencio. Como a Satanás, como a todas las potencias impresionantes que el mar encierra. Y hasta el viento y las aguas le obedecen. Es el mismo que lo cuidó con pañales y mantillas quien puede ahora recordarle sus límites.

         Pero había un almohadón. ¿Qué pinta en una barca un almohadón? No unas cuerdas o unas redes apiladas, ni una almohada, ni una piedra si quiera; un almohadón, todo un lujo inverosímil en una barca de pescadores pobres. Y, en la popa, Jesús dormía sobre él. Sería suyo, de propiedad o de destino. La barca casi llena de agua, las olas rompiendo y Jesús dormido en su almohadón. En pie, increpa al viento y al mar. Tumbado, duerme en su almohadón. Inquietante almohadón en la barca. ¿Sería una atención, un cariño, de los discípulos hacia él? ¿O Jesús previó su cansancio a lo largo de la jornada y lo llevó consigo como cierta garantía de descanso? ¿Quizá la amistad privilegiada, presente siempre en la barca, con un almohadón a disposición permanente de Jesús? ¿Una especie de amuleto, de peluche, para recordar y facilitar la desconexión del ajetreo diario? Increpa al mar y las olas y le obedecen, pero viene de descansar suavemente en un almohadón. El Dios poderoso que puede con el mar, y el humano necesitado de un descanso mullido. Todo el misterio del Dios hombre: el mar sometido y el hombre afanoso de un descanso. El mar y el almohadón.

         Nuestra fe necesita igual que ayer signos. Signos del poder de Dios en Jesús y signos de su humanidad sencilla. Su poder sobre lo previsto y lo imprevisto, sobre lo que parece que nosotros controlamos, y sobre todo aquello que ni remotamente podemos. Jesús, en pie, frente al mar, frente a la banca o el tráfico de armas. Jesús en pie, frente a los niños utilizados en la guerra o en el sexo, frente a toda explotación de la mujer. Jesús en pie frente a las manipulaciones y mentiras religiosas y políticas, frente a las deformaciones de los medios de formación. Sería maravilloso, más cuento de hadas que evangelio. Jesús solicita nuestra fe, la personal, y nos reprocha nuestra cobardía y nuestra falta de fe. ¡Vaya valentía y audacia, casi temeridad, la que encierra la fe en Jesús! Creer en Jesús es verle ricamente sobre el almohadón y creer que puede con todo y con el mar incluso. Los discípulos, a achicar agua, a mantener firme el timón, a seguir en la barca hacia la otra orilla, esa desconocida de los Gerasenos de turno. Y Jesús, dormido -muerto a simple vista- en el almohadón. El trabajo de la barca frente al mar es nuestro. Jesús ya hizo el suyo y lo continúa con y en nosotros. Ahora duerme. No le despertemos. Un poco de tiempo y se despertará, se pondrá en pie y el mar y todo le quedará sometido, a sus pies. Tan cobardes y escasos de fe que no nos llega para creer de verdad que quien duerme en el almohadón, en popa, es quien domina el mar y el futuro y todo. El honor y la fuerza y la gloria, las alabanzas y canto sin fin al que duerme en popa, en el almohadón.

          J. Javier Lizaur