Lecturas:
Is 56, 1. 6-7.
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8.
Rom 11, 13-15. 29-32.
Mt 15, 21-28.
IDEAS SUELTAS
El lazo de unión de las lecturas de hoy (1ª y Ev) son los extranjeros. Últimamente en nuestras liturgias es muy frecuente la presencia de extranjeros, con su estilo propio de fe y de forma de expresarla. Los de aquí se van yendo y vienen otros de fuera. ¿Habría que cambiar por ello algo en la celebración? ¿Tenerlos más expresamente en cuenta? Quizá es momento de repasar las ventajas y los problemas de la llamada ‘religiosidad popular’.
Cantidad de demandas –igual si parten de fuera de aquí que de aquí mismo- pueden sonarnos a magia o espiritismo, pueden favorecer la superficialidad o las maneras externas, pueden reforzar la identidad cuestionada o socializar y cohesionar grupos minoritarios, pueden abonar la tendencia a lo milagroso inmediato. Aquella vieja distinción, algo puritana e inexacta, de fe frente a religión, tiende de nuevo a entrar en funcionamiento. ¿Es posible, partiendo de elementos populares, mejorar y purificar la fe y la adhesión cristianas? El peso de tradiciones y costumbres, casi folklóricas, parece que, en ocasiones, no deje espacio a la fe y la conversión. Sin embargo, todas las expresiones pueden recoger y con hondura la confianza incondicional, la entrega sincera, de la persona al Dios de nuestros mayores, aunque nos parezca que lo hacen de manera remota y confusa. Quizá, y dando paso a otras formas de espiritualidad, habremos de renunciar al estilo tan estricto e intelectual que nos define para dar paso a expresiones más espontáneas y libres, a reuniones menos regladas y definiciones menos controladas. Dejar expresarse más libremente a los sentimientos. Todo más personal y subjetivo -con sus peligros-, más enraizado en expresiones no elitistas y distantes. Renunciar en apariencia a estilos válidos hasta ahora, sólo para acercar a cada persona y su subjetividad ante el Dios de todos y permitir a cada uno esponjarse y disfrutar de su presencia. También en estos temas, entre el inmovilismo y el desbarajuste, han de surgir nuevas mociones del Espíritu, el único que sabe del interior de Dios.También extranjeros eran los romanos para los judíos (2ªlec). Supieron vivir en la capital, gozando de privilegios, y llegaron los de Cristo, judíos también, y revolvieron e intranquilizaron el ambiente. Escribe Pablo a los cristianos de esa ciudad, tratando de explicar la situación igualitaria de todos ante Dios y la justificación que él hace de los humanos. En los cap 9-11, se detiene en la situación de judíos y extranjeros ante Dios. Sin ley o con ella, todos necesitan la justificación de sus vidas. Los judíos, llamados en primer lugar, no han reconocido al Salvador y, probablemente, esa salvación llega a los de fuera por la deserción de los primeros. Pablo se atreve a soñar o desear (¿o profetizar?) la salvación para el pueblo judío por algún tipo de ‘intervención’ de los cristianos -incluyendo una deserción de éstos-, hasta formar un único pueblo elegido, reconciliado y salvado en Cristo Jesús. De todas formas, sigue Pablo sin comprender qué ha pasado para que el pueblo de la alianza no haya reconocido a Jesús y cómo seguir manteniendo su primacía de pueblo elegido, el de ‘la alianza nunca derogada’.La 1ª lec del tercer Isaías, avanza ya un universalismo de misericordia para todos los que sirven al Señor y aman su nombre, manteniendo la centralidad de Jerusalén y su templo. Este universalismo será exigencia que obligue a Israel a mayor fidelidad.
PARA UNA POSIBLE HOMILÍA
¿Será posible hablar de una conversión de o en Jesús de Nazaret? Podemos honradamente plantearlo a propósito del evangelio de hoy. Jesús sale de su tierra y su ambiente, una mujer a la que trata con dureza le hace cambiar de opinión, la mujer es desde luego extranjera y merece la alabanza incondicional de Jesús. Y todo esto en el evangelio de Mt, tan cercano a las tradiciones y mentalidades judías. Esta salida de Jesús al país de Tiro y Sidón quizá se presenta unida a su decisión, tras la muerte del Bautista, de buscar distancia de Herodes. Allí, en el extranjero, libre y seguro Jesús, una mujer (recordemos la valoración y el aprecio de la mujer en ese momento) solicita la ayuda del “Hijo de David”, el posible Mesías del pueblo vecino, de los judíos. Jesús se desentiende en primer lugar y, ante las instancias de los discípulos, expresa su convicción de estar enviado a las ovejas de Israel (“su pueblo y ovejas de su rebaño”). La mujer extranjera insiste y se postra ante Jesús (y postrarse es adoración) para escuchar una de las expresiones más duras del Maestro en el evangelio, que “no está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Ni así se rinde la mujer y extranjera, ni mucho menos la fe de esa extranjera y mujer: reconoce la situación de ventaja de Israel, pero espera migajas al menos. Y Jesús reconoce esa fe tan fiel y le ofrece o bendice con lo que más desea, y la hija de la mujer extranjera queda curada y libre de su demonio de extranjera y mujer en la aceptación y recepción de Jesús en una nueva fe. Parece clara la certeza de Jesús de estar enviado sólo a Israel, su resistencia a saltarse esa convicción. (“No vayáis a la tierra de los gentiles”, había dicho Jesús en el discurso a los discípulos Mt 10, 5). Por eso, como quien defiende una postura endeble y poco clara, se pasa de raya en la dureza y quizá desprecio a esa mujer, tan equivocada y tan pesada. La mujer pide sólo socorro. Y Jesús se siente al fin vencido, abre su cabeza y su mentalidad, abre su generosidad, fuerza todas sus posibilidades, y reconoce la fe incondicional de esa mujer extranjera y le abre a las consecuencias de su fe, la liberación de su propia hija.Puede que Jesús también piense en ese momento como Pablo (2ª lec) “a ver si despierto emulación en los de mi propia raza”. La constatación de todo el evangelio de Mateo es que no la despertó y que por eso mismo (2ª lec) queda abierta la fe a extranjeros y mujeres. La conclusión del evangelio de Mt es el mandato de Jesús de ir por todas partes, a todos los pueblos, y promover en el mundo entero la nueva fe hecha evangelio. ¿Se convirtió Jesús y cambió su mentalidad y su manera de actuar a raíz del encuentro con una mujer y extranjera? No sería en absoluto algo ajeno a este evangelio, aunque nos extrañe. Es más: sería evangelio, buenísima noticia para todos, esa apertura absoluta de Dios a los humanos. Además, nos exigiría reconocer, con Jesús y como él, que la situación del cristiano, y más del cristiano especialmente consagrado, no es de perfección, sino de conversión y cambio permanente.
José Javier Lizaur