Domingo 16 de noviembre – XXXIII del Ordinario

Lecturas
Pro 31, 10-13. 19-20. 30-31.
Sal 127, 1-5.
1ªTes 5, 1-6.
Mt 25, 14-30
 

 

CONSIDERACIONES

            Hoy la 1ª lec puede resultarnos provocativa, pero también ilustradora. Cuando se escribe el texto, este era el retrato de la mujer realizada y libre. ¿Cuál sería hoy ese retrato? ¿Facilita la Iglesia y coopera en el hallazgo del mismo o lo retrasa? Trabajo, dinero, decisiones, realización, hijos, sexo, familia, relaciones ¿cuánto y cómo forman parte de la verdad y autenticidad de la mujer actual? ¿Estamos atentos al feminismo y sus vicisitudes en nuestro tiempo?

              La parábola de los talentos se presta a varias consideraciones sobre el rendimiento y la eficacia entre nosotros. Son criterios muy actuales, muy necesarios también, pero creo que -a pesar de los talentos- no demasiado evangélicos. La eficacia se impone, ahora que nos vemos pocos y desentendidos. Todo termina en el corolario de la estadística y los números ponderados. De todos los trabajos pastorales, ¿qué queda? ¿Cuántos convertidos? Mirando colegios cristianos, grupos de catequesis, de jóvenes, campamentos, movimientos, seminarios, nos descorazonamos si nos detenemos a considerar su eficacia. Pero, ¿se trataba de éso? ¿Para qué eran los ‘talentos’ de que disponíamos, qué hemos hecho de ellos? Aquello de presentarnos ante Dios con las manos vacías…Seguimos, hasta en lo religioso, atrapados en la dinámica del ‘do ut des’ (te doy para que me des). La gratuidad de la que hablamos más últimamente no alcanza estos temas de eficacia: Dios será gratuito, pero nosotros hemos de ser eficaces, hasta para conseguir que la gente vea a Dios como gratuito. En nuestra preocupación por la eficacia hay mucho de protagonismo o narcisismo, mucho también de sumisión a los criterios del ‘mundo’, de entender la vida como acumulación de batallas y momentos críticos contra el mal y la injusticia, de confusión entre nuestras causas y las del reino, quizá hasta de estar en el candelero o hacernos notar en los medios. Todos tememos, con razón, una iglesia irrelevante. Ni el mundo se salvará por nuestra eficacia, ni el Espíritu y los números coinciden en entenderla. ¿Es eficaz el jugar (Pro 8, 30 s), sirven los talentos para entretener y divertir? ¿A qué vienen las cuentas de los talentos, si “cuando el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles” (Sal 126)? ¿Es poco serio tomarse la vida como juego, más como azar que como concatenación secuencial de causas? Quizá falta en la parábola de los talentos el siervo que tomó el dinero, ni se lo guardó ni lo escondió, jugó con él y lo perdió todo. ¿Qué le dirá a la vuelta su Señor? ¿Qué le diríamos nosotros? Nuestra urgencia y culto a la eficacia nos coloca con los que “son del mundo”, aun pretendiendo dar impresión de “no estar en el mundo”: el revés del evangelio (Jn 17, 14-16).

            La 1ª lec pertenece al libro de los Proverbios. Libro de diversa procedencia y antigüedad, agrupado en IX secciones. La lec de hoy pertenece a la última sobre la mujer.

            La 2ª lec corresponde a la parte última de esta carta. Se une muy bien con todo el cap 25 de Mt, centrado en la vuelta del Señor y su espera vigilante. Aun siendo fieles en la espera, nos sorprenderá.

            El Ev recoge la 2ª parábola sobre el final del Cap 25 de Mt, conocida como de los talentos. Mt la ha reelaborado con detalles muy suyos (la tardanza larga, la fiesta del Señor, la valoración subjetiva de los siervos, y los 2 versos últimos que fuerzan la parábola para referirla al final de los tiempos). Parece que, en su primera propuesta, la parábola quería señalar que la alianza con Dios no es relación de iguales y Dios puede y exige más de lo previsto y justo. Con los retoques de Mt el peso cae por entero sobre el juicio definitivo de Dios y el aprovechamiento del tiempo de espera con las buenas obras.

 

IDEAS PARA UNA HOMILÍA POSIBLE

            El siervo último tuvo miedo. Miedo de su señor, que tardaba más de lo esperado, que era exigente hasta lo irracional al querer sembrar donde no plantó. Miedo de perder el único talento que habían depositado en sus manos, y de su escasa capacidad personal, pues recibía sólo un talento. Miedo quizá de sus compañeros que desearían más talentos para mejor trabajar por su señor: de hecho, ellos iban a recibir su talento. Un miedoso, no alcanzado por la vida nueva que habla de quienes viven ‘libres del temor’ (Lc 1, 74), y que ha de volver al sitio del temor más absoluto, a las tinieblas y el horror.

            Todo, porque el señor se ha ido de viaje y tarda mucho en volver. En este largo viaje del señor y esta larga tardanza, vivimos nosotros. Quizá con temor. ¿Tememos al Señor? Ya no se lleva. Pero el Señor sí merece seriedad y respeto. Ni es un ancianito, ni un colega divertido. No puede ser la proyección caprichosa de nuestros sentimentalismos más simples. Dios es Dios y tarda mucho en manifestarse al completo. Frente a él nuestra responsabilidad es tan enorme que nos resulta desproporcionada e injusta: es un exceso que el hombre haya de asumirse a sí mismo ante Dios. Un exceso que nos exijan frutos cuando ni hemos notado la siembra. La desproporción entre él y nosotros produce temor y asombro. Y tarda tanto en dejar clara su pura misericordia como justicia… Y nosotros y nuestras limitaciones de todo tipo y nuestras costumbres que van deviniendo vicios y nuestra falta de capacidad intelectual y afectiva, nos producen un temor cercano a la paralización: Qué miedo que alguien espere tanto de nosotros que ni nos sintamos capaces de corresponderle. Qué miedo de nuestras cualidades y virtudes que tan sutilmente se nos convierten en defecto y pecado. Y tarda tanto en hacerse presente la evidencia de lo que valemos y podemos…Todos valemos mucho y para cantidad de cosas, todos podríamos emprender mejores y mayores tareas. Entre la irresponsabilidad superficial e interesada y la responsabilidad que nos paraliza, somos siervos con sus ‘talentos’ de por vida, que sólo aspiran a escuchar esa bendición de “has sido siervo bueno y fiel”. Porque al siervo malo sólo se le puede reprochar el guardar y paralizarse de miedo. No hacer nada en la trampa de conservarlo todo más tiempo y mejor. Lo que se ha hecho con el Vaticano II más o menos. Y lo que hacemos con la Escritura Santa y sus medidas de seguridad. Sin miedo, ante Dios, con lo que somos y tenemos y opinamos. Sin miedo, tratando de poner todo lo nuestro en juego. Sin miedo a perderlo todo, pues quien hoy nos explica nuestra responsabilidad en los talentos es el mismo que nos dijo que el que ama su vida la ha de echar a perder. En el tiempo largo de la espera, vamos acompañados del que puso la vida en juego y la perdió, y sólo Dios, en su vuelta hasta él, se la restituyó, le susurró ‘siervo bueno y fiel’ como regalo del título más sublime, y lo puso al frente del banquete de amor.Hermanos y hermanas todos, así, procurando ser buenos y fieles, seguros de que Dios espera mucho de nosotros y confía en su Espíritu que nos trabaja, pasamos ya ahora al banquete del Señor. Es prueba y anticipo del banquete final de los siervos buenos y fieles que serán servidos por su mismo Señor (Lc 12, 37). 

 J. Javier Lizaur