Domingo 15 de marzo – III de cuaresma

Lecturas
Ex 20, 1-17  
Sal 18, 8-11  
1Cor 1, 22-25  
Jn 2, 13-25
                

REFLEXIONES PRIMERAS

                En las lecturas, el templo y la ley. ¿Qué actitud adoptó Jesús ante ellos? Muy probablemente ni el desprecio ni la corrección continua de la ley que solían explicarnos como típica de Jesús. Sabemos que era asiduo a la sinagoga y participaba en ella. Respecto a la ley, dejó claro que había de someterse al plan original de Dios y que su carácter es instrumental al servicio de las personas. En el templo estuvo presente y enseñaba en él.

                Nosotros hemos sido educados excesivamente atentos a la ley. Lo que llamamos la ley de Dios. En consecuencia, en un respeto casi religioso a toda ley, sea del tipo que sea: política, comercial, grupal, educacional. El cumplimiento de la misma era la garantía de toda salvación. Lejos de la controversias de Pablo o de Santiago, se trataba de una salvación por las obras y ni se citaba la fe, salvo como virtud teologal. La ley sirve también para hacernos descubrir nuestra condición de pecadores, para subrayar, en contraste, la grandeza de la misericordia de Dios, para ordenar la convivencia, para concretar y dar nombre al pecado. En ocasiones, puede presentarla Pablo como una maldición o como una bendición. La ley tampoco es ajena a la muerte de Jesús y a su condición de maldito ante ella. La ley puede servirnos de pedagogo que nos guía a otra cosa más importante o de amo esclavizante que no nos deja crecer y alejarnos de ella. La ley señala nuestro progreso y avance cristianos en aquella formulación de Gal (5, 14) “se concentra en (…) amarás al prójimo como a ti mismo”. Nuestra vocación es la libertad. Hemos de ser esclavos sólo unos de otros y por amor (Gal 5, 13).

                Probablemente es más fácil educar en la ley que en la libertad. Lo de la ley es muy sencillo: cosas concretas, quizá costosas o ininteligibles, pero muy claras. Esto es así, se mide así y mejor sin excepciones. La libertad es otra cosa, menos precisa y clara. Porque ser libre no es desobedecer e incumplir la ley. Es muchísimo más e incluye, en ocasiones, hasta cumplir la ley. La libertad no se mide ante leyes de ningún tipo. Se mide sólo ante nosotros mismos, nuestras posibilidades, nuestros deseos y sueños, nuestras metas. Ser libre es más difícil y complejo que cumplir la ley. Su enseñanza, mucho más difícil e imprecisa que la de la ley. Por eso, en el fondo, la libertad produce más miedo que la ley y sus amenazas. Sería ocasión de revisar cómo presentamos la ley y mucho más si la nominamos como de Dios.

                Y ¿el templo? Jesús fue probablemente varias veces al templo de Jerusalén, como indica el cuarto evangelio. Los sinópticos lo reducen a una, por el esquema de sus evangelios que se desarrollan en un viaje único de Galilea a Jerusalén. Jesús cuestionó el uso y la situación general del culto en el templo. No se apartó de él, como hicieran los de Qumram, argumentando con el sacerdocio indigno que lo ocupaba. Enseñó en el templo (Mc 14, 49) y realizó en él su acción más simbólica (Mc 11, 15-17). Esta quedó suficientemente grabada en todos como para que fuera una de las acusaciones concretas que se formularon contra Jesús (Mc 14, 58) y un motivo de burla, al recordárselo mientras agonizaba (Mc 15, 29-30).

                 La 1ª lec es la redacción en el libro del Ex del llamado “decálogo” (diez palabras). Otra redacción muy similar, en Dt 5, 6-18. La tradición de la Iglesia ha transmitido estas leyes como la ‘ley de Dios’ y la ha enseñado en sus catequesis desde el inicio de la misma. La abrevia algo, retira el mandato sobre las imágenes y desdobla en dos el último sobre la codicia. Para la tradición judía, la ley es la mediación santa entre Dios y el pueblo de la alianza, una especie de sacramento que diríamos nosotros. La ley partía de una liberación, la de Egipto, y llevaba a otras, la de la persona y la del colectivo del pueblo de Dios. El Sal 18 y el 118 son desarrollo de los sentimientos del creyente judío hacia la ley. Esta 1ª lec no tiene relación directa con las otras dos, salvo la presentación del binomio ley-templo.

                La 2ª lec recoge el escándalo y la mofa que podían provocar, y provocaban, el anuncio de un crucificado como salvación. Ni entra dentro del saber y pensar humanos, ni puede presentarse en un sistema religioso, que parta de un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos. Es una verdadera tontería. Lo sabe bien Pablo con la experiencia de evangelizador y lo sabe cualquier creyente que ha encontrado en esa “necedad” todo el saber y la fuerza necesarios para afrontar la vida y la muerte.

                El Ev relata la expulsión del templo por parte de Jesús de vendedores y traficantes. Pero el texto es de Juan y está plagado de referencias y signos. Los sinópticos recogen esta tradición colocándola en el final de la vida de Jesús y sus controversias con las autoridades del templo. Estas controversias, y en especial el escándalo en el templo, provocan la decisión de matar a Jesús inmediatamente. En el evangelio de Juan, el de hoy, se narra este hecho en el comienzo de su vida pública para presentar desde el principio a Jesús y su cuerpo como el único templo, para anunciar su resurrección y dejar un signo claro -el templo destruido- de su misión y de su cumplimiento de las Escrituras. Todo sucede en la proximidad de la fiesta de la Pascua. Jesús echa del templo no sólo a los vendedores, sino a los animales mismos, ovejas y bueyes, pues ya no son necesarios para los sacrificios pascuales. Jesús es el templo nuevo y la ofrenda única válida en adelante. Muy importante la presentación del creer en este evangelio, pues incluye el recordar, caer en la cuenta y mirar las escrituras. Hoy diríamos que se trata de una ‘relectura’ tras los acontecimientos de la resurrección. Y aun añade que no bastan los signos, porque la penetración de Jesús en el creyente llega al corazón, donde se dirime la fe verdadera.                 

PARA UNA POSIBLE HOMILÍA

                Jesús, el que seguimos y amamos, sube a Jerusalén cerca de la fiesta de Pascua. Se acerca la Pascua de este año 2009, su luna llena de primavera, y continuamos queriendo seguir de cerca de Jesús en el camino de la cuaresma. De estar a su lado, de seguirle, verle y escucharle; le queremos mucho. Le queremos de verdad. Hoy llega al templo y provoca un incidente serio. Cuestiona lo que sucede en el templo, su función principal, los sacrificios pascuales -con ellos la Pascua-, y hace una lectura de la Escritura, de la historia reciente (Herodes y su espléndida reconstrucción del templo) y del saber de las autoridades del templo, que no llegan a comprender sus discípulos. Esperaban mucho de Jesús en esta ocasión importante por su estancia en Jerusalén y el templo, por lo que en él podría anunciar: era imprescindible a su misión presentarse en Jerusalén. Ya se presenta, pero lo enreda todo y sólo se entiende lo que ocurre tras su resurrección. Jesús es el auténtico templo, que convierte en innecesarios todos los templos posibles. Para encontrarse, dialogar, sentirse ante Dios y su misterio, no hay mejor sitio que el cuerpo de Jesús. No hay otro. Para renovar la alianza con Dios y recordar su prodigiosa liberación de la esclavitud no se precisan animales y ofrendas. Basta el cuerpo destrozado y muerto de Jesús como alianza definitiva y liberación del país de la muerte.

                Seguimos a Jesús con la ilusión de que nos enseñará sitios nuevos para encontrarnos con Dios, formas nuevas de dirigirnos y ofrecernos a él, signos y señales claras de su cercanía y compañía. Se enfrenta con el templo y sus autoridades y entorpece su propio anuncio del reino de Dios. Con este enfrentamiento y este poner ‘patas arriba’ todo lo más importante de fechas, sacrificios, rituales y hasta local o espacio mismo del templo, pocas cosas mejorarán.

                Este Jesús nos conoce bien, sabe mejor que nadie qué y cómo pensamos. También él espera mucho de nosotros. Que aceptemos que no hay más templo que su cuerpo, que no hay lugar mejor para el encuentro y la intimidad con el mismo Dios, que en ese cuerpo se escuchan las voces y melodías de Dios, que, bien atentos, se oye de continuo el fondo de clamor de los pobres. Que las ofrendas sirven bien parta nuestro engaño de personas sinceras con Dios, pero la ofrenda verdadera es la que hace Jesús de su propia vida y nosotros que nos aferramos a él y con él y en él hacemos nuestra vida diaria nos convertimos en ofrenda verdadera. Que la Pascua es todos los días y su alegría duradera, porque día a día partimos hacia Dios, avanzamos hacia él, salimos de nosotros en su búsqueda, y la Pascua está  siempre al caer.

                Arremolinados en torno a Jesús, el Señor, nos sentimos en el más bello y acogedor de los templos, sin paredes ni techos ni velos, abierto al cielo infinito, acariciados en el roce de Dios que de nuevo se pasea entre nosotros al atardecer. La Pascua próxima nos certificará la vida nueva y real en nosotros del resucitado. Y allí donde no habrá templo, ni luz del sol o de la luna (Ap 22), será todo hermosura y justicia perfectas, y no faltará nadie, todos profundamente agradecidos al Dios, bendito por siempre, que ha hecho de Jesús, templo, ofrenda, pascua, grito íntimo en la entraña de cada uno celebraremos la Pascua total y definitiva. 

                               J. Javier Lizaur