Domingo 12 de julio – XV del ordinario

Lecturas
Am 7, 12-15  
Sal 84, 9-14  
Ef 1, 3-14  
Mc 6, 7-13
 

PRIMERAS REFLEXIONES

                En torno a los profetas de los que hoy nos hablan o quedan alusiones en la 1ª lec y el Ev.Profeta tiene que ver con alguien que habla “en nombre de Dios”. En acepción más popular, indica una persona que prevé el futuro. Según el punto de mira, coinciden las dos cosas en unas personas con carisma a través de las cuales el creyente descubre la voluntad de Dios. En la Escritura misma reciben nombres diversos: “vidente”, “hombre de Dios” “profeta”. Los había profesionales o profesionalizados, vinculados a un lugar sagrado o a una persona importante en el ámbito político o religioso. Un cambio importante sucede en torno al profeta Amós. Figura como el primer profeta “escritor” de Israel y no porque escribiera o no, sino porque han quedado por escrito sus oráculos o profecías. Quedan sus palabras sin narración que las encuadre. Tras él, todos los grandes profetas del yavismo, los nombre luego la tradición como menores o mayores. La referencia principal del profeta siempre será la alianza entre Dios y su pueblo. Él señalará las infidelidades, o los peligros de infidelidad, que descubre en el presente.

                Un asunto complicadísimo en relación a los profetas: los profetas verdaderos y falsos. Muchos textos de la Escritura intentan discernir y aportar criterios sobre punto tan crucial para la fe del pueblo (Dt 18, 20ss). El criterio que proporcionan tiene que ver con el cumplimiento o no de lo anunciado por el profeta. Pero se multiplican los casos recogidos en la Escritura misma en que no se cumplen anuncios de los grandes profetas (Natán, Jeremías, hasta el cuentecillo popular de Jonás). O si se cumplen, de una forma tan extraña e inesperada, que a nadie hubiera servido de criterio ese tipo de cumplimiento (Jesús y el siervo de Yhwh, el Sal 110 y la resurrección). ¿Cómo saber quién es portavoz de Dios y quién de la mentira, merecedor de los peores castigos de Dios? Jeremías anunciaba y promovía el sometimiento a Babilonia. Ananías, la lucha y rebeldía contra ese imperio. Para los contemporáneos de los dos, a principios del S VI a C, en circunstancias dificilísimas, ¿sería tan sencillo como para nosotros ahora descubrir que Jeremías era el verdadero? Jeremías hablaba de hundimiento y destrucción. Ananías vería en Jeremías a un “profeta de calamidades” de su tiempo. ¿Puede la rendición y el sometimiento ser anuncio profético, manifestar la propuesta del Dios para el pueblo de la alianza?

                ¿Es criterio suficiente que el tiempo pase y dé la razón al profeta verdadero? El tiempo pasa para todos y la vida de las personas no deja lugar, por su brevedad, a ese criterio. No resulta fácil u operativo determinarlo. Será la comunidad y el tiempo de la comunidad. Será la congruencia entre lo anunciado y lo sucedido en presente. La coherencia, la armonía, entre lo dicho o escrito por el pretendido profeta verdadero y las actitudes y criterios más generales que la comunidad ha ido descubriendo en la historia como constantes de Dios para con su pueblo. En la dinámica de la alianza, vieja o nueva, no puede haber contradicción entre Dios y su profeta. Habrá que trabajar y escudriñar esa coincidencia global por parte de toda la comunidad. Y habrá que ser prudentes y tomarnos en serio ese trabajo, si nos toca en la urgencia del presente dilucidar entre verdaderos y falsos profetas. Difícil.

                  La 1ª y breve lectura pertenece a la profecía de Amós. Profeta peculiar y franco que inaugura un estilo nuevo de profetismo, el que llamaremos de los “profetas escritores”. Corren los años 750 a C. Amós se enfada  (v 14) de que le llamen profeta. Le suena más a grupos cananeos que manifiestan a Dios entrando en éxtasis por el baile, el canto y los saltos (1Re 18) Ha de anunciar el mensaje de Dios en un territorio que no era el suyo (era de Tecoa, en el Sur y su proclamación se dirige al reino del norte, Israel). Su actividad no era ser profeta, sino pastor o ganadero, y de ello vivía con holgura. Le tocan tiempos de prosperidad en Israel, se extienden el lujo y la riqueza, y los pobres salen malparados. Pero, “si habla el Señor, ¿quién podrá dejar de profetizar?” (3, 8). Su relación con el evangelio de hoy tiene que ver con el rechazo anunciado por Jesús a sus discípulos y el rechazo de Amós por Amasías en Betel.

                La 2ª lec pertenece a la carta a los Efesios. Y así continuará a lo largo de varios domingos (hasta el XXI inclusive). Será momento de repasar el tema de la cartas “paulinas”: las de su procedencia directa, las de su círculo cercano, las de sus continuadores. Siempre sin olvidar que, sea cual sea su procedencia, son “palabra de Dios” por igual. Por razones de empleo de la lengua, de los temas tratados y de los no tratados, de los datos aportados por el escrito, los estudiosos bíblicos opinan sobre la diversa influencia o autoría de Pablo en los escritos que se le atribuyen. De Efesios y Colosenses muchos opinan que pertenecen al círculo de Pablo, pero que no son de él directamente. Habrá de tenerse en cuenta también cuál de las dos precede a la otra y si son de un mismo autor o de diferentes. Estudiado esto, que no es poco, hoy escuchamos en la liturgia la proclamación como 2ª lec de un himno. (Por cierto que muchos encuentran en esta carta de efesios cantidad de elementos que pudieran pertenecer a liturgias primitivas bautismales, eucarísticas o de difuntos.) El himno anuncia y anticipa los temas principales de la carta. Cristo y su centralidad sobre todo (v 10), y en él, la redención y perdón, el misterio al descubierto, el anuncio del evangelio de Cristo. De la misma carta habremos de ocuparnos los próximos domingos.

                El Ev de Marcos recoge el envío de Jesús a sus discípulos. Les da unos consejos, y ellos parten a la misión. Por primera vez desde que fueron elegidos (3, 13) se separan de él. Cuando vuelvan a encontrarse, ya Herodes habrá hecho desparecer a Juan, el Bautista. Llama la atención en las palabras de Jesús -el evangelista las toma primero en estilo indirecto y va pasando al directo- su insistencia en  prever la falta de acogida que van a tener los discípulos y sus palabras y señales. Mateo subraya más la acogida que la falta de la misma (Mt 10, 5-6). Marcos muy claramente la última. Es probable que esa falta de acogida se haya comprobado ya en las primeras comunidades del entorno de Marcos. Los discípulos han de partir a predicar y curar, sobre todo expulsando demonios. Predican la conversión, como los profetas, como en el primer anuncio de Jesús (1, 14). Curan y expulsan demonios: el reino en palabras y en obras. El detalle de las curaciones con unción de aceite puede recoger muy bien la práctica de la primera comunidad. 

POSIBLE HOMILÍA

                Para el evangelio de Marcos, uno de los objetivos de la elección de los discípulos por Jesús es la de que “estuvieran con él” (3, 14). Ahora parten y se separan, ya no están con él. Pero saben, han aprendido, a estar con él de otra forma, predicando la conversión y curando a enfermos y endemoniados. Los seguidores de Jesús de las comunidades de Marcos tampoco están ya con Jesús, aunque sí esperan encontrarlo de nuevo, su vuelta, y se esfuerzan por anunciar el reino como Jesús y los primeros. Pero han descubierto ya, entre la prudencia y el miedo, la falta de acogida y hasta las persecuciones. La dulzura del estar con Jesús, de hacerle buena compañía, contrasta con la incomprensión y hasta persecución del entorno.

                Nosotros, seguidores de Jesús en un hoy tan difícil y desconcertante como el primero, necesitamos ante todo haber gozado de estar con el Señor, haber encontrado solaz y regalo a su lado. Sin ese gustoso haber estado con el Señor, todas nuestras actividades serán militancia, y quedaremos deslumbrados por la propaganda y el proselitismo. Tras estar con él, a cualquiera que le hablemos de sus bondades, notará que él era sencillo y pacífico en profundidad y que nunca aceptó apagar la mechita que humea. A cualquiera, a todos, hablaremos de conversión y de cambio, le aplicaremos suaves ungüentos en las heridas y golpes, y trataremos de arrancarlos de las garras de los demonios poderosísimos que nos atenazan. ¿Cómo no pedir cambio, conversión, a todos, sin miedo a errar, cambio en la economía doméstica y grupal, cambio en atención a las basuras, cambio en el esmero por la salud de todos, cambio en el humor, en la pareja, en los hijos, cambio en las exigencias escolares, en los sistemas de juicio y venganza, en drogas y estupefacientes, permitidas o no? ¿Acaso existe algo en donde no urja la  conversión y cambio, pensando una salida mejor? Cambio a pensar y afrontar los problemas todos, sin antiguos sonsonetes y fórmulas periclitadas antes de su uso. Cambio para acoger y escuchar a quienes traen propuestas diferentes de las nuestras y que hasta les parecen más urgentes. ¡Habría tanto que cambiar! ¿No es esto llamada a la conversión?

                Curar heridas de quienes nos rodean. Heridas viejas o recientes, profundas o superficiales, repugnantes o escondidas, físicas o anímicas. En cualquier momento habremos de sanar alguna herida, habremos de poner aceite en una cicatriz. Y expulsar demonios, todas las fuerzas incontrolables que nos dominan y que carecen con frecuencia hasta de nombre concreto. Atenazados y paralizados de miedos y complejos, inmóviles de prejuicios y tradiciones. Endemoniados de envidias y celos, de soberbia y petulancia, de endiosamientos propios y desprecio a los diferentes. Posesos de rigorismos sexuales y educacionales, envarados en dignidades y escalafones y preeminencias.

                 Curar y aliviar, liberar de esclavitudes conocidas o desapercibidas. Y recordando todo el tiempo lo bien que se está con Jesús y en su compañía. Soñando en contarle a la vuelta cómo caían demonios elevadísmos y sanaban heridas enquistadas.

                Y sin nada para el camino, salvo bastón y sandalias para andar mucho probablemente, ni pan ni alforja ni dinero suelto -no digamos en cartilla o en cheque-, ni ropa de repuesto.  Un pueblo pobre, ligero, libre y disponible. Este es el pueblo seguidor de Jesús, el que grita siempre conversión, el que se detiene sólo para curar heridas viejas y liberar de demonios antiquísimos. “Ligero de equipaje, casi desnudo, como los hombres de la mar”. Como exploradores de avanzadilla de la tierra.

                 J. Javier Lizaur