Lecturas:
1Re 19, 9a. 11-13a.
Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14.
Rom 9, 1-5.
Mt 14, 22-33.
IDEAS SUELTAS
Hay una especie de secuencia de hechos que queda recogida en los cuatro evangelios. Está interpolada de otros textos aportados por cada evangelista, pero aparece como bloque fijo de fondo en todos y cada uno de ellos, incluido Juan.Predicación y curaciones, soledad y oración de Jesús, reunión de mucha gente, multiplicación del pan, sometimiento del mar, discusión posterior en torno al pan y la levadura –ésta en sentido negativo- para concluir en algún tipo de confesión de fe y de anuncio de la pasión y muerte del Mesías y del abandono de los suyos. En los evangelios de este ciclo A no encontramos todas las partes de la secuencia, pero conviene mantenerla como referencia de fondo.
Y aparece en la tempestad, la barca, la Iglesia, “muy lejos de tierra y sacudida por las olas, porque el viento era contrario”. Mt agrega como material suyo, la repetición en Pedro mismo de las dudas y esperanzas de la Iglesia. Hay elementos en esta narración del mar embravecido que suenan a resurrección: de madrugada, el miedo, el posible fantasma, el mandato de no pasar miedo, el adelanto de Pedro. El mar es ejemplificación y simbolización de todos los males posibles que nos acechan. Y aparece el miedo con mucha fuerza. El logotipo del Consejo Mundial de las Iglesias es la nave. En ella, los miedos de todos a perder privilegios o derechos pretendidos, no sólo de la Iglesia católica que es la nuestra. El miedo se reviste de prudencia, impide los riesgos, hace buscar fijamente la seguridad. Miedo a la novedad en la relectura del mensaje del evangelio por parte de otras culturas o religiones. Así se muestran las iglesias del mundo rico o desarrollado. En la misma barca, otros también pasan miedo de descubrir lo lejos que están de la tierra, muy muy lejos de la tierra real y sus problemas. En la barca hay miedo por los vientos contrarios y las olas, mientras viejos marinos proponen cambiar el rumbo y dejarnos llevar por el viento (¿Espíritu?) sin renunciar al puerto de llegada. No es temeridad afirmar hoy el miedo generalizado, de todos, en esta nave -‘pobre barquilla mía’- de la Iglesia. Otro miedo más: el de pasarnos de comodidad y desentendernos del trabajo en la nave, vagos e inoperantes, en nombre de la confianza en Jesús que aparecerá en el momento preciso y que es el único que tiene poder sobre el mar, ‘pues él lo hizo’. Los vientos, las olas, la lejanía, la barca. La experiencia de Jesús y con Jesús que nos lleva a pronunciar muy hondamente: ‘Realmente eres Hijo de Dios.’“¿Por qué dudáis?” y “qué poca fe” (31), dice Jesús. ¿Están reñidas la fe y la duda? Con todo el respeto a Jesús, muchos piensan que fe y dudas son inseparables. Que la fe no puede pretender la certeza, pues no se mueve en un campo del que puedan surgir certezas. Que la fe, incluso para mantenerse en los límites de “seguridad de lo que se espera” (Hb 11, 1), arrastra un grado de incertidumbre. Que para dejar espacio y ser confianza precisa de alguna inseguridad. Quizá sea en el plano operativo donde más exija la fe una actuación sin dudas ni vacilaciones. ¿Bajar al mar? Pues al mar. Y no cabe una duda que te eche atrás de la decisión de fe.La 1ª lec y el Ev están unidos en cuanto narración de dos experiencias de Dios. O tres, si contamos la oración a solas de Jesús. La 2ª lec continúa con la carta a los romanos y nos introduce en un tema obsesivo para Pablo: cómo el pueblo de Dios ha podido rechazar a su Mesías. De ello tratará en los capítulos 9-11, sin llegar a solución alguna que no sea la adoración del misterio (33-36).
POSIBLES IDEAS PARA UNA HOMILÍA
Dios no estaba ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el incendio. Elías sólo lo encontró en el suave murmullo de la brisa (1ªlec). La mayoría del pueblo elegido no lo encontró en Jesús de Nazaret. Los discípulos lo descubren en una tormenta amenazadora en alta mar y hasta lo ven avanzar, dominador, sobre el abismo oscuro del que surgen todos los males. “¿Dónde está tu Dios?” (Sal 41). Descubierto en un hombre hecho de barro, es ya posible afirmarlo en los sitios más inverosímiles. En la tempestad y en la barca con nosotros, en la soledad de la oración y en la gente alborotada en su busca. El miedo mayor puede ser descubrirlo tan cerca, tan sencillo, sabiéndole grande y terrible. Se suele decir estremecimiento.Hoy, en la barca, es más frecuente oír cerca voces que nos dicen: ‘es enorme la tormenta, nos hundimos’ (Ev), que escuchar la esperada voz que nos advierte: ‘es el Señor’ (Jn 21, 7). Pues urgen estas segundas voces confiadas, urge una fe profunda, urgen ojos penetrantes y oídos espabilados, que nos hagan descubrir que es el Señor y dónde anda. Que es Señor porque domina el abismo, porque no nos dejará caer en la tentación. Es Señor y sube a la barca, no sea que domine el mar, y en la barca no se enteren. Es Señor, y nosotros, estremecidos, no sabemos decir otra cosa que ‘realmente eres Hijo de Dios’, nuestro Dios y nuestro hombre verdaderos. ‘Sálvanos, Señor’, que igual ni nos hundimos, pero pasamos tanto miedo… Sálvanos, que queremos dominar el mar y la injusticia y el horror del mundo entero, y achicar toda el agua de la barca. Y no llegamos. Y sigue el mar embravecido, y el viento recio y la tormenta. No tenemos respiro, nos ahogamos. Sálvanos, Señor. Todo lo calmará la voz inexpresable, la dulce y susurrante voz, (la ‘brisa tenue’ de la 1ª lec) que nos haga escuchar el ‘yo soy’ con resonancias del Santo, de Yhwh. Para escuchar y reconocer ese ‘yo soy’ se precisa mucha familiaridad, mucho trato de amistad, no sea que se pierda la voz suave en el fragor de las tormentas. Reconocer y encontrar al Señor de la barca y de la tormenta en la confusión total y el miedo es fe auténtica y es fe actual y necesaria en nuestro mundo y en nuestra barca. Luego cesa la tormenta y el miedo, y, para la ocasión siguiente que no faltará ni tardará, nos queda la confesión de fe de siempre y de hoy: ‘Realmente es el Hijo de Dios”. Y sabemos que hablamos de Jesús de Nazaret, el ausente, el que no estaba en la barca y se nos viene en la tormenta.
José Javier Lizaur