Paz en nuestra tierra, buen deseo y tarea

Un grupo de cristianas y cristianos de base de Navarra solemos reunirnos al acercarse la Navidad, en un clima de oración, convivencia y reflexión. Este año el tema de nuestro encuentro ha sido la Paz. Que haya paz en la Tierra, también en la nuestra, es un deseo navideño fundamental, y una tarea que deseamos compartir con quienes lean estas líneas. No nos creemos mejores que nadie. Con humildad y convicción, las presentamos a la Opinión Pública de la Sociedad y la Iglesia.

La paz es obra de la justicia y la solidaridad. Como toda obra humana será siempre incompleta, necesitada de mejora. Con realismo debemos pretender lo posible, buscar una paz justa, «suficiente para unos y aceptable para otros», como dijo el político catalán  Pasqual Maragall.

Navarra necesita una reflexión autocrítica acerca de nuestro pasado, pero también una mirada esperanzada hacia el futuro. Toda la ciudadanía tiene la responsabilidad de impulsar una cultura de paz, que se basa, entre otras cuestiones, en saber convivir con los conflictos y  en educarnos y educar para manejar nuestra agresividad instintiva.

Teniendo cada uno derecho a pensar como pensamos, relativizar éticamente la posición política de unos y otros sobre lo identitario, y la de nuestros grupos de pertenencia, es moralmente muy sano; imprescindible a menudo para  convivir.

La paz es armonía, en cada persona y en la sociedad. El evangelio llama felices, dichosas,  a las personas pacíficas que trabajan por construir la paz.  La atención a la paz y la justicia no distraen del seguimiento de Jesús, sino que son factores vitales de su proyecto humanizador. Lo cristiano, por difícil que parezca, es solidarizarse con el dolor de todos, no sólo de «los míos» o «los nuestros”. Y actualizar el más difícil y más grande de todos los preceptos evangélicos: «amad a vuestros enemigos».

Ahora mismo, una implicación más visible y positiva de la Iglesia en Navarra es necesaria, singularmente en el sustento ético del esfuerzo por la paz y convivencia. La tarea, realizada con libertad y modestia, corresponde a los cristianos laicos, por iniciativa individual o presentes en organizaciones sociales. También los obispos deberían alentarla con su palabra e iniciativa, poniendo a disposición los medios que tiene la  Iglesia. En este asunto de la paz, debería ser afán de toda la Iglesia  en Navarra tener una  preferencia inequívoca por las víctimas. Víctimas son quienes han sufrido daño injusto  y grave de parte de otros. En nuestra tierra, víctimas de la guerra civil, de ETA, y de la violencia política contra ETA.

Dice el filósofo Reyes Mate que, tras la acción violenta, para restañar las heridas, es necesario recuperar para la sociedad a las personas que, de modo radicalmente diferente, han sido perdidas: la víctima y el victimario. La primera ha sido violentamente excluida de su condición ciudadana a manos de su agresor. Éste, por su parte, ha provocado la vulneración de los derechos de su víctima, se ha autoexcluido de la convivencia social y, en muchos casos, ha sido condenado y recluido, limitándosele, por vía legal, algunos de sus derechos. La sociedad no puede permitirse esta pérdida sin poner en peligro la deseable reconstrucción de la convivencia y, por ello, debe tener como objetivo la reinserción social, la reintegración a la comunidad política, en plenitud de derechos y deberes, tanto de víctimas como de victimarios.

Eso ha de hacerse de modo diferente con ambos. Hay que buscar el modo de que quienes han hecho mucho daño no vuelvan a hacerlo; pero el dolor de unos no se cura añadiendo más sufrimiento de otros.

Mirar al futuro no significa olvidar el pasado. No se trata de olvidar, sino de recordar de una manera nueva, con una memoria no resentida, sino sanada. Construir un futuro común no significa que debamos llegar a ser amigos. Significa que podemos llegar a convivir respetándonos, aceptándonos, sin hacernos daño.

Sólo puede haber reconciliación si miramos en el otro algo más que error y mala voluntad, si miramos en él una parte de verdad y algo de buena voluntad, si reconocemos que también el otro sufre y tiene una parte de la solución que a los demás se nos escapa y necesitamos. No hallaremos salida a los conflictos sino estando dispuestos a confiar en el otro, el adversario político, e incluso el que nos ha hecho daño, hasta el que nos ha hecho un daño irreparable. La confianza es lo único que puede regenerar al otro, y a nosotros mismos, pues también, por acción u omisión, nosotros hemos hecho daño.

Creemos que la Iglesia en nuestra tierra -por el valor que el evangelio ofrece a las personas en su vida y a la sociedad en la vida política- debe favorecer un relato verdadero y digno para las víctimas,  acompañar a quienes sufren,  invitar al reconocimiento del daño causado y al perdón que –aunque no es exigible a las víctimas- contribuye al crecimiento de su humanidad, llamar en  los conflictos  a reconocer al otro, y denunciar la ruina que suponen siempre el odio y la venganza.

Reconocemos la justicia, sin olvidos, que, con toda razón, reclaman las víctimas de la violencia injusta, y la restitución, hasta donde sea posible, que merecen. También reconocemos los derechos humanos de quienes están presos y las reclamaciones de acercamiento a sus lugares de origen y trato humanitario en casos de enfermedad grave o terminal. A tantos familiares doloridos, por una u otra causa, les hacemos llegar una sincera  petición de perdón por nuestros olvidos y falta de apoyo.

El respeto de los derechos humanos es necesario para alcanzar la paz. Y un buen camino probado para la reconciliación y la convivencia es el  diálogo. Diálogo que no es confrontación para dirimir quién tiene razón y quién se equivoca, sino intercambio del que sale una verdad nueva, como enseñaba  -ya en el siglo XIII- el mallorquín Ramon Llull. Además de cultivar un sano sentido del humor, alimentado por el ingenio y capaz de modular nuestros sentimientos, necesitamos palabras nuevas: Palabras precisas que saben llamar a cada cosa por su verdadero nombre. Palabras acogedoras que nos hacen a unas personas, mutua y alternativamente, huéspedes de otras. Palabras desarmadas, cemento de concordia. Palabras sosegadas para conocernos y reconocernos. Palabras silenciosas o nunca dichas, para que hablen los hechos.

Debemos impulsar la “projimidad” y la convivialidad. Estar cerca de nuestros convecinos atribulados, de los ancianos, enfermos e inmigrantes; cultivar la acogida y la hospitalidad.  Esforzarnos por estar bien informados de lo que sucede, contrastar hechos y opiniones, ir a la raíz y causas de los problemas, y apetecer una verdad limpia de fanatismo o de parcialidad.

En Navidad, los cristianos celebramos que Dios se ha hecho uno de nosotros. No estamos atados a nuestro pasado. Dios nos abre un futuro nuevo. FELIZ NAVIDAD. EGUBERRI ON.

Pamplona y Tudela, diciembre de 2017