Los obispos vascos no acaban de encontrar la mesura requerida ante la disolución de ETA

Jesús Martínez Gordo

¿Por qué se han manifestado de manera tan desafortunada y nada ponderada? El dolor provocado por su declaración de ‘complicidades, ambigüedades y omisiones’ ha sido enorme.

El pasado 20 de abril ETA reconocía haber causado «daño» en el marco de un «sufrimiento desmedido» que ya «imperaba» antes de que hubiera nacido («muertos, heridos, torturados, secuestrados o personas que se habían visto obligadas a huir al extranjero») y que seguía subsistiendo una vez «abandonada la lucha armada».

Mostraba, seguidamente, su «respeto» por los muertos y heridos de sus «acciones» y pedía perdón a las víctimas que había provocado sin que hubieran participado directamente en el conflicto. Manifestando «respeto» por unas y pidiendo «perdón» a otras, establecía una diferenciación entre ellas y dejaba entrever la razón de fondo del comunicado: hemos perdido una batalla, pero no la guerra (es de suponer que solo política a partir de ahora). Y, como es sabido, en todas las batallas siempre hay víctimas que se merecen el «respeto» de quien agrede o repele e inevitables «daños colaterales» por los que hay que pedir «perdón», aunque no guste. A las pocas horas de conocerse esta declaración, los obispos de San Sebastián, Bilbao y Vitoria, junto con los de Pamplona y Bayona, sostenían que en el seno de la Iglesia vasca se habían dado «complicidades, ambigüedades y omisiones» con la violencia terrorista. Pedían, por ello, «sinceramente perdón».

El dolor provocado por esta declaración episcopal ha sido enorme entre muchos de los católicos vascos que han permanecido durante décadas en las primeras filas del pacifismo o que han defendido, contra viento y marea, la urgencia de reconducir el llamado «problema vasco» a parámetros estrictamente políticos o que, incluso, han llegado a sufrir en sus propias carnes la violencia, las amenazas, las extorsiones, el terror y el hostigamiento de ETA.

Estas personas no solo no han sido cómplices con ETA, sino que la han padecido y «combatido» con todas sus fuerzas. Es cierto, sostienen, que hubo quienes durante los últimos estertores de la dictadura franquista invisibilizaron «la lógica militarista» y a las víctimas de la violencia etarra. Pero es también incuestionable que se empezaron a superar tales ocultamientos -de manera lenta pero inexorable- en cuanto la democracia pasó a ser una realidad en el País Vasco y en España.     Leer más…

Jesús Martínez Gordo en Religión Digital, 19 de mayo de 2018