Otra lectura de la Semana Santa

José Sánchez Luque en Fe adulta

A Jesús de Nazaret lo hemos cubierto con títulos de gloria tan aparatosos que casi lo hemos sepultado de nuevo. Quizá lo hemos condenado al honor de los altares. Al canonizar al carpintero de Galilea hasta la más última potencia, al hacerlo subir a lo más alto de los cielos, de coronarlo rey de reyes y señor de los señores, al hacerlo Hijo de Dios y segunda Persona de la Santísima Trinidad… casi hemos logrado silenciar por completo al Jesús de los pobres, de las muchedumbres hambrientas, de los marginados, al Jesús rodeado de malas compañías y de pecadores. La misma Iglesia y la teología católica han olvidado algo crucial: en Jesús, Dios se hace hombre, pero hombre pobre. Nace en un establo, no tiene donde reclinar la cabeza y muere desnudo en una cruz, el suplicio de los últimos, de los más pobres de aquella sociedad. No lo olvidemos: Dios se hace hombre pobre. Ya lo dijo el filósofo alemán: casi siempre el adjetivo es más relevante que el sustantivo.

¿No habremos enterrado al Jesús anticonformista, al que opta por la pobreza, al profeta contracultural, al antisistema, al que no se somete a la autoridad religiosa de Israel ni a los dictados del imperio romano? ¿No nos habremos olvidado del Jesús muy humilde pero desobediente, rebelde y aún provocador, del Jesús libre y liberador, del que, al rodearse de mujeres y de personas marginadas, es criticado por la sociedad híper machista y puritana de su tiempo? Ese Jesús concreto y real, tal como nos lo pintan los evangelios, queda en la mente de muchos eclipsado por el Jesús de los catecismos, del gran poder y de la gloria.      Leer más