El papa y las mujeres

Juan G. Bedoya en El País, 7 de Marzo de 2016

“Perdonadme si soy un poco feminista”, ha bromeado Francisco. Desde su llegada al pontificado romano, hace apenas tres años, multiplica los discursos en favor de incrementar el papel de las mujeres en la Iglesia católica. “Deben ser mejor consideradas”, proclama. A la espera de que emita en pocas semanas sus conclusiones sobre la familia después de escuchar lo debatido en dos sínodos celebrados en Roma en 2014 y 2015, el Vaticano ha tomado una decisión sin precedentes. A petición de Francisco, los jefes o jefas de Estado que se hayan divorciado y acudan con su nueva pareja a ver al Papa serán recibidos en audiencia como si estuvieran casados católicamente. Hasta ahora, el protocolo de la Santa Sede sometía al Pontífice a un ceremonial que a Francisco le parecía embarazoso: debía recibir por separado al matrimonio, primero a quien fuera la autoridad en audiencia solemne, y después a la pareja, que lo esperaba en otra habitación.

Francisco cambia el protocolo para recibir a los jefes de Estado con sus parejas aunque no estén casados por la Iglesia

El primer mandatario en beneficiarse de este cambio ha sido el presidente de Argentina, Mauricio Macri, recibido hace una semana por Francisco junto con su tercera esposa, Juliana Awada, y la hija de ambos. Es la primera vez que se rompe una regla estricta, pero Francisco volverá a hacerlo muy pronto con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, también divorciado y vuelto a casar. La oficina de prensa del Vaticano no ha querido confirmar este cambio de protocolo, aunque tampoco lo ha negado. Ha sido la periodista argentina Elisabetta Piqué, amiga del Papa desde hace décadas, quien dio la noticia en el periódico La Nación, de Buenos Aires.

La secretaría de Estado del Vaticano se ha apresurado a afirmar que la decisión de Francisco no implica un cambio de la ley canónica —que considera ilegítimos los matrimonios celebrados al margen de la Iglesia católica—, sino una aplicación de un principio que defiende Francisco: que los divorciados vueltos a casar sean «integrados en la vida» de la Iglesia aunque no puedan acceder a la comunión. Esta aclaración desata las especulaciones sobre la postura que tomará Francisco en el documento papal que debe dirimir lo debatido en los dos polémicos sínodos de la familia.

Además de la llamativa presencia de la mujer de Macri en la fotografía oficial, con su niña en brazos acariciada por Francisco, la audiencia al presidente argentino ofreció otra imagen excepcional: el beso que una de las mujeres del séquito de Macri le dio en la cara al Papa. Francisco, lejos de sorprenderse, acercó su rostro para recibirlo. Conocida la “ajenidad a las mujeres” de la jerarquía católica, la escena ha llamado la atención. La palabra ajenidad, de raro uso aunque aceptada por la Real Academia, la ha usado una de las 35 mujeres que asistieron en 2015 al Sínodo de la Familia, Lucceta Scaraffia.

Es la directora del suplemento femenino de L’Osservatore Romano, el periódico oficial del Vaticano, editado con el título de Donna Chiesa Mondo (Mujeres Iglesia Mundo). En España lo publica la revista Vida Nueva. Scaraffia escribió más tarde que lo que más le impactó del grupo de cardenales, obispos y sacerdotes que componían la asamblea sinodal fue “su ajenidad a las mujeres, su poca familiaridad en el trato con mujeres consideradas inferiores, como las hermanas que suelen servirles en casa”.

La situación indica lo poco que ha avanzado la Iglesia romana desde el concilio Vaticano II, clausurado hace 50 años. Francisco presume de querer recuperar el espíritu de aquel concilio. Es mal ejemplo en materia de feminismo. En el Vaticano II, el papel de la mujer fue irrelevante. Asistieron 23 mujeres convocadas por Pablo VI como auditoras, ninguna como perita o experta, y solo en la tercera sesión, ya casi al final, entre ellas la española Pilar Bellosillo. Cosa más escandalosa aún: en las celebraciones de la eucaristía con que comenzaban las congregaciones generales se distribuía la comunión a algunos de los presentes, pero tenían que ser varones. En una eucaristía, los periodistas católicos habían sido invitados a recibir la comunión de manos del obispo celebrante, pero cuando la periodista Eva Fleischner se puso en la fila, los ceremonieros la sacaron del grupo con malas maneras. Gracias a una gestión personal del cardenal de Bruselas, Leo Jozef Suenens, ante Pablo VI, en una ocasión posterior algunas mujeres pudieron recibir la comunión de manos del Papa. Fueron meticulosamente escogidas por varones.

Había sido Suenens quien intervino ante Pablo VI para que nombrase auditoras: “Las mujeres, si no me equivoco, constituyen la mitad de la humanidad”, argumentó. Otros obispos lo refutaron citando a san Pablo: “Que las mujeres callen en la asamblea” (Carta a los Corintios, 14,34). Otra anécdota que vale como categoría: en las sesiones plenarias, las 23 auditoras tenían prohibido entrar en la cafetería de los obispos porque su sola presencia incomodaba y escandalizaba. Así lo dijo por escrito un grupo de prelados, en petición a los organizadores. Solución: tuvieron que habilitar un pequeñito bar para ellas muy lejos de la Capilla Sixtina.

La perla machista, sin embargo, se produjo con la redacción del documento conciliar sobre la familia. Como no se atrevía a hablar claramente de las relaciones sexuales ni del amor conyugal, una de las teólogas que intervinieron en el debate en comisión, la mexicana Luz María Álvarez Icaza, les puso colorados mentando a los obispos a sus madres y hermanas: “Como soy la única mujer casada en este foro, quiero decir que cuando he tenido relaciones sexuales no era un acto de concupiscencia, sino de amor, y con todo respeto, señores obispos, pienso que el caso de vuestras madres habrá sido semejante”. Comentario posterior de Icaza: «Solo mentando a las madres del episcopado se consiguió que el amor entre los esposos entrara en el documento conciliar por la puerta grande”.

Se ha dicho que el XX fue el Siglo de las mujeres (feminismo, revolución sexual, píldora anticonceptiva, inmersión laboral, entrada en la política después de conquistar el derecho a votar…). La Iglesia romana no ha cambiado casi nada en esos temas. En cambio, la general dificultad para relacionarse con lo femenino entre los altos eclesiásticos no la tiene Francisco. Lo subraya el periodista Jimmy Burns Marañón en el libro Franciscus, el Papa de la promesa, que acaba de publicar en España la editorial Stella Maris.

Corresponsal muchos años del Financial Times en Buenos Aires, Burns sostiene que “no es posible separar a Bergoglio de Argentina y de los mitos relacionados en ese país con la feminidad, entre ellos la figura de Evita, segunda mujer de Perón y leyenda nacional”. Como se sabe, el Papa fue peronista en su juventud y admirador de la populista Evita, sobre la que estableció su familiaridad con las mujeres. Pese a todo, las mujeres asistentes al último sínodo romano se sentían como extrañas.

Escribe Jimmy Burns después de hablar con Lucceta Scaraffia: “No le cedían el paso en las escaleras, pasaban por delante de ella en el bufé durante la pausa para el café… Sintió que, en el mejor de los casos, la mujer era una presencia tolerada. No solo no votó en el sínodo, ni la consultaron, ni la escucharon cada vez que tomaba la palabra en un grupo de trabajo, ni le permitieron sugerir cambios al texto durante su redacción. Las mujeres son casi invisibles, escribió horrorizada después del sínodo en el semanario católico Vida Nueva”.

“SOLO VEN EMPLEADAS QUE LAVAN LOS PLATOS”

En el siglo XIX la Iglesia romana perdió a los obreros, y en el XX a los intelectuales y a los jóvenes. Francisco está empeñado en no perder a las mujeres en este siglo XXI. “Hay que llevar adelante una teología de la mujer”, ha dicho, como si no hubiera ya teólogas, muchas de gran prestigio e influencia, aunque siempre bajo sospecha, acusadas por muchos jerarcas de hacer teología feminista o de género. La idea de Francisco es continuista y conservadora, pese a sus buenas palabras, que parecen revolucionarias. El poder, la moral sexual y la organización de la comunidad eclesial han sido cosa de hombres desde que el emperador Constantino proclamó al cristianismo la religión oficial del imperio.

“La Iglesia tiene miedo y desconfianza hacia la mujer”, afirma María de la Válgoma, columnista de Vida Nueva. Aunque el papa Francisco tenga intención de dar protagonismo a la mujer, “tiene tantos frentes complicados abiertos que no va a poder hacer más”, sostuvo De la Válgoma cuando se presentó en Madrid el suplemento femenino de L’Osservatore Romano. Lo que esperan de Francisco las teólogas “no es protagonismo, sino igualdad, sin puertas cerradas”.

Cerrado por Francisco el paso hacia el sacerdocio —»es un tema que no se pone en discusión”, escribe en la encíclica Evangelii Gaudium—, al menos se esperan gestos para compartir el poder con los hombres. Las mujeres nunca han superado el nivel tres en la Curia romana, con la laica Flaminia Giovanelli como subsecretaria del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, y la religiosa Nicla Spezzati como número tres de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Son nombramientos del emérito Benedicto XVI.

¿Habrá mujeres cardenales con Francisco, o prefectas de dicasterios pontificios? Este Papa ha sido audaz denunciando la marginación o el papel secundario de la mujer en su Iglesia, pero no en los nombramientos, al menos hasta ahora. Si Francisco decidiese nombrar mujeres para que dirijan los dicasterios, “habría enormes resistencias», sostiene Lucetta Scaraffia.

«No sé si el Papa podría enfrentarlas. No va a ser sencillo, al igual que el resto de la reforma de la Curia», admite Romilda Ferrauto, jefa de la sección francesa de Radio Vaticano. De momento, Francisco hace nombramientos de tanteo. En marzo de 2014 colocó a una mujer en la presidencia de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, la socióloga Margaret Archer; y en septiembre de ese mismo año nombró a cinco mujeres vocales de la Comisión Teológica Internacional. «Las mujeres son como la cereza en un pastel. Se necesitan más”, dijo en aquella ocasión.

Lucetta Scaraffia enfoca estas decisiones con menos poesía. La presencia de mujeres debe llevarse también a los seminarios, como profesoras de los futuros sacerdotes. “Se acostumbrarían a ver mujeres en posiciones superiores. Por ahora, ¡ellos sólo ven empleadas que lavan los platos!”, sentencia.