Dos parábolas sociales

Atrio

A quien se extrañare o extrañase de que un teólogo de raza como es González Faus entre con humor en el terreno de la economía, quiero recordar que tanto él como yo leímos de niño la revista “De bromas y en serio”, fundada en 1911 por el jesuita vasco Remigio Vilariño y fuimos amigos de José Mª Díaz Alegrío que escribió en su madurez “Teología en  broma y en serio”. Por otra parte Faus ha demostrado su profundos conocimientos de economía en libros como “El engaño de un capitalismo aceptable” (1983) y, recientemente, el mayor comentario al actualisimo economista Pokety“El capital contra el siglo XXI” (2015). Gracias, José Ignacio, por esta inteligente sonrisa. AD.

I.- ¿Salario mínimo precio máximo?

Pues sí, ahora que los sabios norteamericanos, nos han convencido de la verdad de eso de la reencarnación y nos han contado experiencias de gentes que recordaban sus vidas pasadas, hemos tenido la oportunidad de seguir al caballero de la triste figura y a Sancho Panza, reencarnados en pleno s. XXI, en su nueva aventura desde que salieron de un lugar manchado cuyo nombre no quiero citar.

No vamos a repetir toda la carrera de esa pareja inefable: como el día en que pasando delante del Teatro Real, vieron anunciada una zarzuela titulada “Molinos de Viento” y D. Alonso (que no estaba operado de cataratas) se empeñó en leer “Gigantes de viento”. Y por más que Sancho le advirtiera “mire vuestra merced que allí no se lee gigantes sino molinos”, D. Quijote comenzó a gritar: “no huyades, cobardes y viles criaturas, que no vais a privarme de mi fiel escudero”. Y obligó a Sancho a ponerse en pleno verano una gran cantidad de ropa pesada que casi no le dejaba andar, alegando que a él la armadura ya le protegía de tan pesado viento…

No. Ahora solo vamos a contar lo que sucedió cuando ¡por fin! Sancho consiguió el gobierno de la isla Barataria.

Una de sus primeras medidas fue un decreto por el que establecía que, en los mercados, todos los productos en venta llevarían un letrero que dijese: “Precio mínimo xxx”. Esa era la cantidad que estaba obligado a pagar el comprador. Y no tenía por qué pagar más (si el vendedor lograba convencerle para que pagase más, suerte. Pero si no, el vendedor había de contentarse con lo establecido…Leer más…(José Ignacio González Faus)