UN APUNTE SOBRE LAS PRIMERAS COMUNIONES

Jesús vio que el pueblo tenía hambre “¿Con qué podríamos comprar pan para que coman? Que cada uno ponga la comida que tenga. Se sentaron. Y se puso a repartirlos a los que estaban recostados en la hierba, y el pescado igual. Y comieron todos y sobraron doce cestos de pan.” 

 La primera comunión, tan incorporada a la vida familiar, es una fiesta costosa y profana. Es una práctica en la que evidenciamos los grandes desenfoques de nuestro cristianismo.  


No es el día más feliz de su vida.

¡Qué mentira! Una liturgia para una lección muy difícil y fundamental: aprender a repartir y compartir. Esa es la primera comunión: la primera lección, en una edad en la que el niño lo quiere todo para él. Repartir y compartir es imprescindible para el desarrollo y evolución del hombre. Sin ella nunca llegará a humano.  

La primera comunión no es, como me decía un sabio amigo hace unos días, el primer encuentro del niño con Jesús. ¡Literatura pietista y barata!

Tampoco es la primera vez que “come a Dios” ¡Que monstruosidad! 

El niño nunca llegará a ser ni humano ni hijo del Padre si no sabe repartir con los demás. Eso es comunión. Ahí está Jesús.  

¿Qué son nuestras primeras comuniones? Algo endemoniado para fomentar la egolatría del nene; que se atiborre de regalos, más o menos inútiles; y se llene de envidia o vanidad al comparar sus regalos con los de sus amigos.  

Luís Alemán