La frontera de 2015 y el horizonte utópico

¿Algo es más que nada?

Javier Pagola  

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio nacieron con un doble estigma en su origen: olvidaron, adrede, a la mitad de la humanidad indigente, e impusieron metas y objetivos, no consultados siquiera, a los países menos adelantados. 

A pesar de esa actitud excluyente y nada democrática, una ciudadanía solidaria y sus organizaciones más activas reclaman los ODM atendiendo a las consideraciones de que algo es mejor que nada y de que, por vez primera, en un acuerdo internacional, se determinan metas concretas e indicadores para verificar su cumplimiento. Los planes directores y políticas públicas de cooperación se orientan al logro de esos mínimos para el año 2015.

 

Pero, los diferentes observatorios y los informes detallados por países que anualmente emite el PNUD indican que, de mantenerse la tendencia actual, los Objetivos señalados se van a ver en gran medida incumplidos

El previsible escenario para el 2015 anticipa un agravamiento de la exclusión en los países más empobrecidos. Las crisis alimentaria y económica actuales, el encarecimiento de las energías fósiles cuyo precio se ha duplicado en los tres últimos años, el mantenimiento de 30 conflictos bélicos abiertos en el mundo, manifiestan una grave inestabilidad. Es el sistema económico actual de dominio y de guerra el que hay que cambiar. El mercado, las finanzas, la actividad de las corporaciones transnacionales, la industria bélica, las tecnologías de la comunicación deben ser gobernados por una democracia global, basada en una ciudadanía formada e informada, organizada, activa y responsable.

La difícil transformación social y el cambio personal 

No sirven las fórmulas del pasado. El mundo que ahora habitamos y la compleja realidad de nuestro tiempo, reclaman respuestas adecuadas y actuales. Y no son respuestas fáciles, por más que algunas estén ya esbozadas y hasta experimentadas en el terreno de lo pequeño y cercano. En el ámbito de lo público global se observan una escasísima imaginación y voluntad para dar respuesta a los desafíos más urgentes. Hay demasiada confusión en los mensajes que emite la autoridad. Y se han debilitado la opinión pública y el compromiso de personas capaces de emitir crítica y propuesta. Pero existen grupos significativos que defienden la importancia del espacio y del servicio público, la búsqueda del bien común, de unas relaciones humanas justas, de una convivencia satisfactoria. En la vida individual de quienes vivimos en un mundo de abundancia se da una lejanía existencial y sociocultural respecto a esa mayoría de personas pobres que viven en otros países o que asoma su rostro en nuestras ciudades y pueblos. Hay minorías que se han planteado un estilo de vida austero para compartir; no es que vivan peor, sino de distinta forma, con la pretensión de que otras personas puedan vivir. Hay, además, contada gente alternativa, que vive en frontera, practicando una ética de la responsabilidad y del cuidado. Cambiar la sociedad es una empresa muy difícil. De un discurso crítico y bien elaborado al logro de otro modo de vivir hay una gran distancia. Hace falta poner en relación un aprendizaje  académico con un entrenamiento práctico. 

¿Hay espacio para la utopía? 

El paraguayo Augusto Roa Bastos dejó escrito que “Las dos grandes tentaciones de los seres humanos de todos los tiempos han sido la utopía y los mitos. La fantasía convertida en realidad, y a la inversa” Se le puede oponer la escritura de su vecino uruguayo Mario Benedetti: “Todos queremos lo que no se puede… La utopía es seductora. Si tenemos ánimo, paciencia y un poquito de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible” La utopía no tiene ahora buena prensa. Se le tacha de evasiva e irreal. Hay filósofos, como Daniel Innerarity que prefieren agarrarse al proyecto concreto, medido, bien definido, y subrayar que esa es la manera buena de vivir en un  “tiempo de responsabilidad” 

Horizonte de Sentido 

Sí, la utopía es frágil, puede llevarnos a las nubes de lo irreal, pero ofrece algunas oportunidades. Critica al orden establecido y no se conforma con la idea de que no pueda cambiarse. Permite hacer perspectiva e imaginar otro modelo de sociedad y de organización mundial. Y puede movilizar energías capaces de realizar algunos cambios sociales, siquiera pequeños.  Eduardo Chillida instaló en Gijón su escultura preferida, “Elogio del Horizonte”, y se sorprendió al advertir cómo las olas del mar amplificaban su sonido cuando él se situaba en medio de ese metafórico portal de hormigón  Él solía mirar a menudo a la línea de confluencia del mar y el cielo, y llegó a asegurar que “El horizonte es la patria común de todos los seres humanos” El horizonte es una meta cambiante, inalcanzable. Ese es el desafío de la utopía. En eso pensaba yo estos días, cuando leyendo, otra vez a Benedetti, me dio la razón: “Sin horizonte no habría mundo, ya que éste es, después de todo, una multiplicación de horizontes”