Adiós a Pedro Casaldáliga, obispo, poeta y profeta del pueblo

Emilia Robles Bohorquez
La República Cultural

Pedro Casaldáliga con Emilia Robles Bohorquez y Julio Pérez Pinillos en la capilla de la Prelazía de San Félix. Foto: cortesía de Emilia Robles Bohorquez y Julio Pérez Pinillos.

El 8 de agosto fallecía a los 92 años en Brasil el obispo emérito de San Félix de Araguaia, Pére Casaldáliga y Pla por una infección respiratoria, complicada con el parkinson que desde hacía años padecía. Su muerte, como su vida, ha conmovido profundamente – en diferentes latitudes -a muchos que han visto siempre en él a un profeta de nuestros días, además de a un poeta con una gran carga mística, que sólo podía verter a través de ese rico e impactante lenguaje de símbolos y alegorías.

Nacido en 1928 en Balsareny (Barcelona), era hijo de campesinos, vivió en su infancia y adolescencia la guerra civil y sus secuelas, algo que marcó su vida. Ingresó en los Claretianos y fue ordenado como tal. Tras un paso breve por África (a la que siempre llevó en su corazón) llegó como misionero a Brasil, en 1968 en plena dictadura militar. Su destino, junto con su compañero claretiano Manuel Luzón fue la prelazía de San Félix de Araguaia, un extenso territorio de 150.000 km 2, de ríos, selvas y bosques, del que fue el primer obispo.

El impactante contacto con las dificultades extremas en las que vivían los habitantes de estas tierras: peones, ribereños, pescadores, posseiros y pueblos indígenas, con unas relaciones marcadas por la enfermedad, la pobreza, la escasez de servicios ; así como la explotación y la violencia de los grandes latifundios, que expulsaban a los posseiros, invadían y devastaban los territorios indígenas , quemando y talando la floresta para implantar sus haciendas de ganado, matando y torturando a quienes se oponían, apoyados por pistoleros a suelo y muchas veces por instituciones del propio Estado, le hizo tomar una fuerte conciencia de cómo debía ser su servicio como cristiano y como obispo, siguiendo el Evangelio y las huellas de Jesús.

Pedro nunca quiso ser obispo. Cuando recibió el nombramiento episcopal, (1971) se apresuró a escribir una carta de renuncia. Pero la insistencia de su equipo pastoral y del obispo Tomás Balduino, le animaron a quedarse como “voz de los sin voz” en aquella región de la Amazonía que clamaba su dolor a gritos, sin ser oída. En su ordenación episcopal usó como símbolos el sombrero de paja sertanejo, en vez de mitra; un remo, sustituyendo al báculo; como anillo episcopal un anillo de tucum (un tipo de pequeño coco de la región) que se convertiría en el símbolo del compromiso por la lucha en pro de varias causas y una sencilla cruz pectoral hecha de madera.

Y esta era la Iglesia con la que soñaba Pedro, esa Iglesia que ahora tan bien representa Francisco. “Yo, pecador y obispo, me confieso / de soñar con la Iglesia / vestida solamente de evangelio y sandalias”. Son “palabras de vida temblorosas”- decía- las que debe transmitir la Iglesia, con la cruz “desnuda de certezas”. Y amar sin límites. Esa era para él la esencia del mensaje cristiano. Pedro situaba la misericordia y la acogida abierta en el centro de su comportamiento cotidiano. De hecho, su casa no tenía puerta ni ventana que se cerraran, igual que la de la mayoría de los habitantes de esas tierras. Nunca aceptó protección policial.

“¡Malditas sean / todas las cercas!… / ¡Malditas sean todas las leyes, / amañadas por unas pocas manos / para amparar cercas…!”

De una profunda humanidad y sencillez: “Por ese mero hecho / de ser también obispo, / nadie me va a pedir / -así lo espero, hermanos- / que deje yo de ser / un hombre humano…”. “Yo me atengo a lo dicho: / la justicia, / a pesar de la ley y la costumbre, / a pesar del dinero y la limosna. / La humildad, / para ser yo, verdadero. / La libertad, / para ser hombre. / Y la pobreza, / para ser libre. / La fe, cristiana, / para andar de noche, / y, sobre todo, para andar de día Y, en todo caso, hermanos, / yo me atengo a lo dicho: / ¡la esperanza!”.

E interpelaba a unos ministros que representaban a una Iglesia llena de ritos sin conectar con la vida y la entrega a los demás: “¿Qué daréis por sacramento / si no os dais en lo que deis?”. Con esta coherencia, apoyaba con entusiasmo las iniciativas para el cambio en la Iglesia, por una Iglesia más libre, más sinodal, abierta y evangélica, participativa y corresponsable, donde mujeres y laicado tuvieran un papel importante, apoyando siempre el diálogo interreligioso.

Amenazado de muerte en varias ocasiones, a punto de ser asesinado en otras y bajo la mirada desconfiada y crítica de los sectores más conservadores de Iglesia, defendió siempre el papel social de la Iglesia en el compromiso por la justicia, por la paz y por la defensa del medio ambiente. Varios obispos brasileños, junto a él, representaban el papel de una Iglesia profética, defensora de los derechos humanos y de las causas de los oprimidos. Fundó, con alguno de ellos, varios organismos para reforzar esa defensa, (CIMI, CPT…) siempre sin ánimo de adoctrinar, respetando las diversas religiones y creencias, en particular de los pueblos indígenas y, en general de cuantos se unían en esos proyectos comunes de liberación.

Intelectual con rigor, ya que para “llenarse de compasión” y acompañar los proyectos y a las personas se necesita mucha virtud evangélica y también mucha inteligencia cultivada, Pedro leía y estudiaba con seriedad, movido por una sed espiritual que le exigía profundizar en los temas, tanto en el análisis social cuanto en la Biblia y en la teología. Y eso le daba hondura y seguridad.

Leonardo Boff lo pintaba también así: “es la figura sencilla, pobre, humilde, espiritual y santa de un obispo que, extranjero, se hizo compatriota, distante se hizo prójimo, y prójimo se hizo hermano de todos, hermano universal”

Cuando recuerdo los días privilegiados en los que he podido convivir y compartir proyectos con él, (incluso en alguna ocasión en familia y con niñas, que se relacionaban como con un abuelo, porque así lo quería él mismo) me viene a la mente el verso de Labordeta hablando de la tierra aragonesa. “Somos igual que nuestra tierra: suaves como la arcilla, duros de roquedal”. Así era Pedro: Suave, risueño, cercano, tierno, bromista, misericordioso, empático con las personas; y al tiempo firme y seguro, sin dejar resquicio, en la defensa de lo que llamaba “las causas del Reino”.

Su cuerpo reposa hoy en un cajón sin flores, descalzo, con una estola de retales de Nicaragua y una cruz pectoral hecha por los indios Xavantes. Tras velarlo en tres lugares de referencia de su vida, será enterrado en san Félix, tal como el siempre deseo, en esa diócesis a la que amó y se entregó sin restricciones. En ella quedó hasta el fin, tras no poder ir (jubilado ya) como obispo a África, como hubiera sido su proyecto, debido a su enfermedad avanzada.

Se nos ha ido un profeta y un amigo. El Amor permanece. Nos sigue acompañando e interpelando exigentemente su profecía.

 

One thought on “Adiós a Pedro Casaldáliga, obispo, poeta y profeta del pueblo

  1. Con cristianos como él la iglesia muestra su vitalidad, su frescura, la fuerza de su mensaje y la riqueza de sus gentes. Descanse en paz.

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