32. IGANDEA URTEAN ZEHAR, «NORBERAREN ERABAKIA-DECISIÓN DE CADA UNO», José A. Pagola

NORBERAREN ERABAKIA

José Antonio Pagola.
Itzultzailea: Dionisio

Lukas 20, 27-38

Eclesalia.- Jesus ez zen saiatu betiko biziaz asko hitz egiten. Ez zuen inor engainatu nahi, heriotzaz harako biziaz irudipenezko deskripzioak eginez. Alabaina, haren bizitza guztiak eragiten digu esperantza izatera. Sufrimena arinduz bizi da eta jendea beldurretik liberatuz. Jainkoaz guztizko konfiantza kutsatzen du. Bere grina, bizitza guztientzat gizakoiago eta zoriontsuago egitea du, guztien Aitak nahi duen bezala.

Soilik, piztuerari buruzko fedea barregarri jarri nahian, saduzearren talde bat hurbildu zaionean, atera zaio Jesusen bihotz fededunari bere bizitzaren sostengu eta arnasa duen konbentzimendu hau: Jainkoa «ez da hildakoen Jainko bat, baizik eta bizidunena, harentzat denak baitira bizidun».

Xumea du bere fedea. Egia da, geure pertsona hildakoengatik negar egiten dugula guk, hiltzean, hemen lurrean galdu egin ditugulako; Jesusi, ordea, ezin zaio burutik pasatu ere, Jainkoari hartaraino maite dituen bere seme-alabak hiltzen zaizkiola. Ezinezkoa da hori. Haiekin bere bizia partekatzen jarraitzen du Jainkoak, ulertezineko bere maitasunean onartuak baititu.

Gure aldi honen ezaugarririk kezkagarriena esperantza-krisia da. Azken Etorkizunaren ikuspegia galdua dugu, eta bizitzaldi honetako itxaropen txikiak ez dira gauza gu kontsolatzeko. Esperantza-falta hau hainbat jenderengan bizitzaren konfiantza-falta eragiten ari da. Ezerk ez du pena merezi. Aise sortzen da orduan guztizko nihilismoa.

Esperantza-faltaren aldi hau, ez ote zaigu eragozten ari guztioi, fededun eta fedegabe, barnean ditugun galderarik errotikoenak egitea? Askok dudan jarri duten Jainko hori, aski jendek alde batera utzia duen Hori, baina jende askok galdegai duen Hori, ez ote dugu geure azken oinarria, bizitzan errotiko konfiantzaren sostengu izan dezakeguna? Bide guztien akaberan, gure gurari guztien hondoan, gure galdekizun eta borroken barnean, ez ote dago Jainkoa, bila gabiltzan salbazioaren azken Misterio gisa?

Fedea hor ari zaigu gelditzen, geure barneko txokoren batean kuzkurturik, garrantzi txikiko gauza bezala, aldi honetan jada zaintzea merezi ez duen gauza bezala. Hala ote da? Egia esan, sinestea ez da gauza erraza, baina zaila da ez sinestea ere. Bitartean, bizitzaren azken misterioa oihuka ari zaigu eskatzen erantzun argi eta erantzukizunezko bat.

Norberaren erabakia da erantzun hau. Erabat ezabatu nahi ote dut neure bizitzatik heriotza baino harago doan esperantza oro, bizitzen lagunduko ez ligukeen sasi-ilusioa balitz bezala? Ala, bihotza irekirik eduki nahi dut bizitzaren azken Misterioaren aurrean, konfiantzaz espero izanik hortxe aurkituko dudala orain dagoeneko bilatzen dudan erantzuna, harrera eta betetasuna?

32 Tiempo ordinario (C) Lucas 20, 27-38

DECISIÓN DE CADA UNO

ECLESALIA, 06/11/13.- Jesús no se dedicó a hablar mucho de la vida eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones fantasiosas de la vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera despierta esperanza. Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la gente. Contagia una confianza total en Dios. Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.

Solo cuando un grupo de saduceos se le acerca con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota de su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”.

Su fe es sencilla. Es verdad que nosotros lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está compartiendo su vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.

El rasgo más preocupante de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.

Estos tiempos de desesperanza, ¿no nos están pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas más radicales que llevamos dentro? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado y por el que muchos siguen preguntando, ¿no será el fundamento último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la vida? Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio último de la salvación que andamos buscando?

La fe se nos está quedando ahí, arrinconada en algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que no merece la pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así? Ciertamente no es fácil creer, y es difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y responsable.

Esta respuesta es decisión de cada uno. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

*ORAR CON EL EVANGELIO:(Lc.19.1-10)

DOMINGO XXXI. T.O-C- 3 NOVIEMBRE

* El relato de Zaqueo es una página ejemplar del modo de actuar evangélico. Es la denuncia de todo tipo de sectarismo por un lado, y modelo de discernimiento por otro.
Es aleccionadora la actuación de Zaqueo, un hombre con una posición social en Jericó, rico propietario, jefe de recaudadores, pero “bajo de estatura” en todo su vivir. Zaqueo sabe reaccionar y dar un giro nuevo a su vida. Busca algo diferente. Siente la necesidad de encontrarse con Jesús, acoge su mensaje y toma la única decisión que le puede salvar..
* Jesús hace lo que cree que debe hacer, por encima de críticas y murmuraciones. Y Zaqueo es “pescado” con sensibilidad exquisita. El que “quería ver” fue visto. La curiosidad y admiración le llevan a un cambio radical. Zaqueo, al sentirse apreciado por Jesús, y tratado con normalidad, descubre que puede “elevar su estatura” y se reencuentra con la alegría de vivir.
* Cuando Zaqueo subió a la higuera para ver a Jesús, probablemente no pensaba en las consecuencias de su acto de curiosidad. Zaqueo se convierte y es signo esperanzado de una nueva sociedad.
* “Levantó Jesús la visa y le dijo:: ¡Zaqueo!… Baja enseguida: Hoy tengo que alojarme en tu casa. Él, bajó enseguida y lo recibió muy contento.
Zaqueo se puso en pie y le dijo a Jesús; “Mira la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si a alguien le he sacado dinero se lo devolveré cuatro veces”.
• Jesús le contestó” Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
• Vale la pena tener el deseo que tenía Zaqueo de conocer a Jesús. Y es necesario que sepamos buscarle donde el propio Jesús nos indica: en “nuestra casa”, es decir, en nuestra interioridad personal, donde la Palabra de Dios puede resonar con toda su fuerza.

ORACIÓN
Jesús de Nazaret. También nosotr@s nos identificamos con Zaqueo, porque somos
“Bajos de estatura”
y necesitamos salir de nuestra “pequeñez”, es decir de la falta de generosidad hacia l@s demás.
Quieres “alojarte en nuestra casa” es decir, en nuestro interior.Deseas nuestra conversión y cambio, para que nuestras vidas sean transformadas y poder afirmar de nuevo:
“Hoy ha sido la salvación de esta casa”.
Reconocemos que sin tu ayuda, no podemos superar nuestra fragilidad y pequeñez. Pero, Tú a tod@s perdonas porque eres amigo de la vida.
Esta es nuestra esperanza, Jesús de Nazaret, y nuestro propósito de conversión. AMÉN

SEGUIMOS ORANDO

Señor, Tu me estas llamando. Y yo tengo miedo de decirte que sí. Tu me buscas y yo trato de esquivarte.
y así no acabo de entender que es lo que deseas de mi.
Tú esperas una entrega completa. Es cierto, y yo a veces estoy dispuesto a realizarla en la medida de mis fuerzas.
Tu gracia me empuja por dentro y en esos momentos todo me parece fácil.
Pero bien pronto me planto, vacilo. Dame fuerzas, Ilumíname en la elección de lo que Tú deseas. Estoy dispuesto, Señor. AMÉN
*ZURIÑE

31 DOMINGO T.O., «ESTÁS SALVADO EN LA MEDIDA QUE COMPARTAS» Fray Marcos

Escrito por Fray Marcos

FE ADULTA

Lc 19, 1-10

Una vez más se manifiesta la actitud de Jesús hacia los «pecadores», pero hoy de una manera muy concreta. Nos está diciendo cómo tenemos que comportarnos con los que hemos catalogado como malos. Está denunciando nuestra manera de proceder equivocada, es decir, no acorde con el espíritu de Jesús. Solo Lucas narra este episodio. No sabemos si es un relato histórico; pero que lo sea o no, no es lo importante, lo que importa es la manera de narrarlo y las enseñanzas que quiere trasmitirnos, que son muchas.

Es importante recordar que Lucas es el evangelista que más insiste en la imposibilidad de que los ricos entren en el Reino. Unos versículos antes, acaba de decir Jesús: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! En este episodio resulta que llega la salvación a un rico que además es pecador público. Sin duda Lucas está reflejando la situación de su comunidad, en la que se estaban ya incorporando personas ricas que daban el salto del seguimiento sin tener que abandonar su situación social y su trabajo. La única exigencia es salir de la injusticia y pasar a compartir lo que tienen con los que no tienen nada.

En el relato hay que presuponer más cosas y más importantes de las que dice: ¿Por qué Zaqueo tiene tanto interés en conocer a Jesús, aunque sea de lejos? ¿Cómo es que Jesús conoce su nombre? ¿Cómo tiene tanta confianza Jesús para autoinvitarse a hospedarse en su casa? ¿Qué diálogo se desarrolló entre Jesús y Zaqueo para que éste haga una promesa tan radical y solemne? Solo las respuestas a estas preguntas darían sentido a lo que sucedió. Pero es precisamente ese itinerario interno de ambos, que no se puede expresar, el que marca la relación profunda entre Jesús y Zaqueo.

La reflexión de este domingo conecta con la del domingo pasado: el fariseo y el publicano. ¿Os acordáis? El creernos seguros de nosotros mismos nos lleva a despreciar a los demás, a no considerarlos; sobre todo, si de antemano los hemos catalogado como «pecadores». Incluso nos sentimos aliviados porque no alcanzan la perfección que nosotros creemos haber alcanzado, y de esta manera podremos seguir mirándolos por encima del hombro. «Todos murmuraban diciendo: ha entrado a comer en casa de una pecador».

Zaqueo era jefe de publicanos y además, rico. Pecador, por colaboracionista y por el modo de adquirir las riquezas. Tiene deseos de conocer a Jesús, pero, ¿cómo se podía atrever a acercarse a él? Todos le señalarían con el dedo y le dirían a Jesús que era un pecador. Podemos imaginar la cara de extrañeza y de alegría que pondría cuando oye a Jesús llamarle por su nombre; lo que significaría para él, que alguien, de la categoría de Jesús, no solo no le despreciase, sino que le tratara incluso con cariño. Zaqueo se siente aceptado como persona, recupera la confianza en sí mismo y responde con toda su alma a la insinuación de Jesús. Por primera vez no es despreciado por una persona religiosa. Su buena disposición encuentra acogida y se desborda en total apertura a la verdadera salvación.

Una vez más utiliza Lucas la técnica literaria del contraste para resaltar el mensaje. Dos extremos que podíamos denominar Vida-Muerte. Vida en Jesús que manifiesta lo mejor de sí mismo abriéndose a otro ser humano con limitaciones radicales que le impiden ser él mismo. Vida en Zaqueo que, sin saber muy bien lo que buscaba en Jesús, descubre lo que le restituye en su plenitud de humanidad y lo manifiesta con la oferta de una relación más humana con aquellos con los que había sido más inhumano. Muerte en la multitud que, aunque sigue a Jesús físicamente, con su opacidad impide que otros lo descubran. Muerte en «todos», escandalizados de que Jesús ofrezca Vida al que solo merecía desprecio.

A la vista del resultado de la manera de actuar de Jesús, yo me pregunto. ¿Hemos actuado nosotros como él, a través de los dos mil años de cristianismo? ¿Cuántas veces con nuestra actitud de rechazo truncamos esa buena disposición inicial y conseguimos desbaratar una posible liberación? Al hacer eso, creemos defender el honor de Dios y el buen nombre de la Iglesia. Pero el resultado final es que no buscamos lo que estaba perdido y, como consecuencia, la salvación no llega a aquellos que sinceramente la buscan. Como Zaqueo, hoy muchas personas se sientes despreciadas por los dirigentes religiosos, y además, los cristianos con nuestra actitud, seguimos impidiéndoles ver al verdadero Jesús.

Muchas personas que han oído hablar de Jesús quisieran conocerlo mejor, pero se interpone la «muchedumbre» de los cristianos. En vez de ser un medio para que los demás conozcan a Jesús, somos un obstáculo que no deja descubrirlo. ¡Cuánto tendría que cambiar nuestra religión para que en cada cristiano pudiera descubrirse a Cristo! Estar abiertos a los demás, es aceptar a todos como son, no acoger solamente a los que son como yo. Si la Iglesia propone la actitud de Jesús como modelo, ¿por qué se parece tan poco nuestra actitud a la de Jesús? Ya lo dice el refrán: Una cosa es predicar y otra dar trigo.

Siempre que se ha consumado una división entre cristianos (cisma), habría que preguntarse quién tiene más culpa, el que se equivoca pero defiende su postura con honradez o la intransigencia de la iglesia oficial, que llena de desesperanza a los que piensan de distinta manera y les hace tomar una postura radical. Lutero por ejemplo, no pretendía una separación de Roma, sino una purificación de los abusos que los jerarcas de la iglesia estaban cometiendo. ¿Quiere decir esto que Lutero era el bueno y el Papa y los cardenales malos? Ni mucho menos; pero con un poco más de comprensión y un poco menos de soberbia, se hubiera evitado una división que tanto daño ha hecho al cristianismo.

Hacer nuestro el espíritu de Jesús es caminar por la vida con el corazón y los brazos siempre abiertos. Estar siempre alerta a los más pequeños signos de búsqueda. Acoger a todo el que venga con buena voluntad, aunque no piense como nosotros; incluso aunque esté equivocado. Estar siempre dispuestos al diálogo y no al rechazo o la imposición. Descubrir que lo más importante es la persona, no la doctrina ni la norma ni la ley.

No acogemos a los demás, no nos paramos a escuchar, no descubrimos esa disposición inicial que puede llevar a una auténtica conversión. Acogida con sencillez tenía que ser la postura de los seguidores de Jesús. Apertura incondicional a todo el que llega a nosotros con ese mínimo de disposición, que puede reducirse a simple curiosidad, como en el caso de Zaqueo; pero que puede ser el primer paso de un auténtico cambio. No terminar de quebrar la caña cascada, no apagar la mecha que todavía humea, ya sería una postura interesante; pero hay que ir más allá. Hay que tratar de restablecer y vendar la caña cascada, tratar de avivar la mecha que se apaga.

El final del relato no tiene desperdicio: «He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». ¿Cuándo nos meteremos esto en la cabeza? Jesús no tiene nada que hacer con los perfectos. Solo los que se sienten perdidos, podrán ser encontrados por él. Esto no quiere decir que Jesús tenga la intención de restringir su misión. Lo que deja bien manifiesto es que todos fallamos y todos necesitamos ser recuperados. Claro que solo el que tiene conciencia de estar enfermo estará dispuesto a buscar un médico.

La salvación de la que aquí se habla no es conseguir el cielo en el más allá, sino repartir y compartir en el aquí y ahora. Pero esta lección no nos interesa ni como individuos ricos ni como iglesia. Para nosotros es preferible dejar las cosas como están y predicar una salvación para el más allá que nos permita mantener los privilegios de que gozamos aquí y ahora. En realidad no nos interesa el mensaje de Jesús más que en cuanto podamos manipularlo.

Meditación-contemplación

«El hijo de Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido».

Solo lo que está perdido, necesita ser buscado.

Solo el que se siente enfermo irá a buscar al médico.

Solo si te sientes extraviado te dejarás encontrar por él.

……………..

No se trata de fomentar los sentimientos de culpabilidad.

Tampoco de sentirse «indigno pecador».

Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino

y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta.

………………

Se trata de sentir la fuerza de Dios en lo hondo de mi ser.

Pero también de buscar y aceptar la ayuda de los demás,

que van un poco por delante y saben por dónde debo caminar.

Si me empeño en caminar en solitario, seguro que me perderé.

……………..

Fray Marcos

31. IGANDEA URTEAN ZEHAR, «JESUSENTZAT ITXAROPENIK GABEKO KASURIK EZ-PARA JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS»

JESUSENTZAT  ITXAROPENIK GABEKO KASURIK EZ-PARA JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS

31. IGANDEAN ZEHAR, Lk. 19, 1-10

José Antonio Pagola.
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

ECLESALIA, 30/10/13 Jesusek sarritan jartzen gaitu erne arrisku honetaz: diruaren saihets ezineko lilurak harrapaturik gelditzeko arriskuaz, alegia. Pertsona baten bizitza hondatzeraino irits daiteke ongizate materiala ase ezineko moduan opa izateak. Ez da beharrezkoa oso aberats izatea. Jesusen arabera, «zure altxorra non, zure bihotza han».

Gizatasuna hondatzeko diruak duen arriskuaren ikuspegi hau ez da Galileako Profeta haserretuaren baliabide bat. Askotariko azterketek miatu dute diruaren botere galgarri hori, buru-babeserako pultsio edo bulkada sakonen indarrari lotua den aldetik, segurtasunaren bilatzea eta gure bizitzaren hondatzea den aldetik.

Halaz guztiz, Jesusentzat, diruak sortzen duen lilura hori ez da sendaezineko gaixotasun bat. Daitekeena da haren esklabotzatik askatu eta biziera sanoago bat hastea. Aberatsa ez da «esperantzarik gabeko kasu bat». Oso argitzailea da Lukasen kontakizuna, Jesusek Jerikoko gizon aberats batekin egindako topo egiteaz eman diguna.

Hiria zeharkatzean, eszena bitxi baten aurrean gertatu da Jesus. Altuera txikiko gizon bat pikondo batera igo da, Jesus igarotzean hurbiletik ikusteko. Ezezaguna dugu gizona. Aberats bat da, «zerga-biltzaileen buruzagi» boteretsu bat. Jerikoko jendearentzat, pertsona mespretxagarria, zerga-biltzaile ustela eta eskrupulurik gabea, kasik guztiak bezala. Talde erlijiosoentzat, berriz, «bekatari bat» da, ezin konbertitu bat, salbazio orotatik baztertua.

Alabaina, Jesusek proposamen harrigarria egin dio: «Zakeo, jaitsi berehala, zure etxean hartu behar dut ostatu eta». Bekatari batek bere etxean onar dezan nahi du Jesusek, guztiek mespretxatzen duten gizon honek bizi duen diru- eta botere-munduan onar dezan. Berehala jaitsi da Zakeo eta poz-pozik onartu du Jesus. Ez du beldurrik pobreen Defendatzaileari bere bizitzan sartzen uzteko.

Lukasek ez du azaltzen zer gertatu zen etxe hartan. Hau diosku soilik: Jesusekin izandako harremanak errotik aldarazi duela Zakeo aberatsa. Erabaki sendoa hartu du. Aurrerantzean gogoan izango ditu pobreak: haiekin partekatuko ditu bere ondasunak. Gogoan izango ditu abusatuz biktima egin dituenak ere: gainezka itzuliko die ostu diena. Haren bizitzan, zuzentasuna eta maitasun solidarioa ezarri ditu Jesusek.

Jesusen hitz miresgarri hauekin bukatu du Lukasek kontakizuna: «Salbazioa sartu da gaur etxe honetan. Abrahamen semea da hau ere. Galdurik zenaren bila eta halakoa salbatzea etorri baita Gizonaren Semea». Aberatsak ere konberti daitezke. Dena da posible Jesusekin. Ez dezagula ahaztu hori sekula. Bila etorri da Jesus eta salbatzera guk agian galbidean jartzen dugun hura. Jesusentzat ez da esperantzarik gabeko kasurik.

31 Tiempo ordinario (C) Lucas, 19 1-10

PARA JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
ECLESALIA, 30/10/13.- Jesús alerta con frecuencia sobre el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan. Según Jesús, “donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.

Esta visión del peligro deshumanizador del dinero no es un recurso del Profeta indignado de Galilea. Diferentes estudios analizan el poder del dinero como una fuerza ligada a pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y miedo a la caducidad de nuestra existencia.

Sin embargo, para Jesús, la atracción del dinero no es una especie de enfermedad incurable. Es posible liberarse de su esclavitud y empezar una vida más sana. El rico no es “un caso perdido”. Es muy esclarecedor el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús con un hombre rico de Jericó.

Al atravesar la ciudad, Jesús se encuentra con una escena curiosa. Un hombre de pequeña estatura ha subido a una higuera para poder verlo de cerca. No es desconocido. Se trata de un rico, poderoso “jefe de recaudadores”. Para la gente de Jericó, un ser despreciable, un recaudador corrupto y sin escrúpulos como casi todos. Para los sectores religiosos, “un pecador” sin conversión posible, excluido de toda salvación.

Sin embargo, Jesús le hace una propuesta sorprendente: “Zaqueo, baja en seguida porque tengo que alojarme en tu casa”. Jesús quiere ser acogido en su casa de pecador, en el mundo de dinero y de poder de este hombre despreciado por todos. Zaqueo bajó en seguida y lo recibió con alegría. No tiene miedo de dejar entrar en su vida al Defensor de los pobres.

Lucas no explica lo que sucedió en aquella casa. Sólo dice que el contacto con Jesús transforma radicalmente al rico Zaqueo. Su compromiso es firme. En adelante pensará en los pobres: compartirá con ellos sus bienes. Recordará también a las víctimas de las que ha abusado: les devolverá con creces lo robado. Jesús ha introducido en su vida justicia y amor solidario.

El relato concluye con unas palabras admirables de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa. También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. También los ricos se pueden convertir. Con Jesús todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. El ha venido para buscar y salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos perdidos. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

* TODOS LOS SANTOS

ORAR CON EL EVANGELIO.(Mt. 5.1-12ª)

* El texto que leemos hoy se adentra al más allá humano, cuando el futuro, que siempre es Dios para nosotros, adquiere plenitud e intensidad y sentido. Así en esta plenitud están los que no has precedido y desde ella nos alientan a vivir los compromisos que nos dice el Evangelio: Las Bienaventuranzas. Bienaventurados son los que arriesgan aquí en su vivir. Los santos son los que ya lo han vivido. Y Mateo nos dice en 5,45: “Vosotros sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial; otros traducen por “sed buenos”. Todos estamos llamados a la santidad, esta es una realidad que la Iglesia como comunidad, no ha olvidado nunca.
* Los cristianos hemos deformado muchas veces la vida de los santos. Si eran santos, no podían ser humanos y tenían que hacer cosas rarísimas…. Pero los santos eran y son mucho más normales que todo eso. Fueron y son, personas como cualquiera de nosotros que, sencillamente, se pusieron en manos de Dios y le dejaron hacer.
* Entonces, ¿cómo podemos llegar nosotros a la santidad? Participando de la misma vida de Dios, dejándonos llevar por él, llenar por Él, siguiendo el modelo en Jesucristo. Cosa que no nos resulta fácil en nuestra vida y eso suele ser lo que nos mueve a acudir a los santos la mayoría de las veces… como para “arrancarles” favores que nos faciliten la vida; rara vez les pedimos “dame fortaleza en la dificultad como tuviste tu, dame confianza en medio de la oscuridad, dame interés por los pobres y necesitados, tiempo y energía para servir a los hermanos más pobres como lo hiciste tu…” a lo que sí nos ayuda Dios (y sus intermediarios, los santos) es a afrontar la vida con fe y con esperanza.
* Los santos vivieron las actitudes de las Bienaventuranzas, con un estilo evangélico proclamado por Jesús de Nazaret y por eso han alcanzado tal META; y por eso mismo nos invitan, nos animan y nos ayudan, a vivir también nosotros con estilo evangélico, el espíritu y la letra de las Bienaventuranzas.
* Hoy, fiesta de todos los santos, día sobre todo, para descubrir, sentir la Santidad del único Santo a través de quienes, habiendo sido personas como nosotros, han llegado a participar de la santidad de Dios. Día para fortalecer nuestra esperanza al ver a tantos hermanos nuestros que, con grandes dificultades y durezas consiguieron vivir evangélicamente y han alcanzado la plenitud de la vida junto a dios. Y día para ratificar nuestro compromiso de bautizados, de luchar por el Reino, trabajar por la paz y la justicia, por el bien de todos, especialmente por los más pequeños, los pobres y los más necesitados, conscientes de que ése y sólo ése, es el camino para ser perfectos, como nuestro Padre Celestial es perfecto.
* Bienaventuranza significa el deseo de felicidad y de alegría. Ese es el deseo de Dios Padre para sus hij@s. Eso nos ofrece Jesús de Nazaret y es el reto y tarea que debemos afrontar.
ORACIÓN
Te damos gracias Dios y Padre de Jesucristo y nuestro, porque nos has creado para la vida y la felicidad compartida con todos los que tu amas.
Gracias porque has puesto en nosotros el deseo de buscarte
Ayúdanos a buscarte y a buscar el bien y la felicidad de todos por los caminos que tu Palabra, y sobre todo tu Hijo Jesucristo, nos indican
Que no nos cansemos ante las dificultades y dudas, sino que tengamos la valentía de creer en la fuerza de tu Amor y tu Misericordia.
Ayúdanos a vivir de tal modo que el mundo de hoy pueda creer que de veras vale la pena seguir el proyecto vivido por JESÚS DE NAZARET. CAMINO, VERDAD Y VIDA. AMÉN.

SEGUIMOS ORANDO
Jesús de Nazaret, lo sabemos: Seremos bienaventurad@s, cuando curemos las heridas del herman@, cuando repartamos consuelo y esperanza.
*Seremos bienaventurad@s, cuando llenemos nuestros cestos y cántaros, compartiendo con tod@s el agua y el pan.
* Seremos bienaventurad@s, Señor, cuando vivamos tú Palabra y tu misma vida sin más., perdonando y amando a tod@s. compartiendo tu Bondad. AMÉN. ZURIÑE
* BIENAVENTURANZAS DE LA
REILUSIÓN
Felices quienes pueden ver y valorar los pequeños-grandes milagros que se producen cada día en nuestro mundo, desde el amanecer hasta la puesta de sol.
Felices quienes son capaces de prescindir de todo lo que les ata, porque ya son libres.
Felices quienes se bañan cada mañana en las aguas ardientes de la ternura y la alegría.
Felices quienes renacen cuando perciben que aún conservan destellos del niño o la niña que llevan dentro.
Felices quienes se reenamoran cada mañana y reinventan los besos, las flores, las palabras, las miradas.
Felices quienes oran sin prisa, sin método, como si conversaran con su mejor amigo.
Felices quienes sienten la amistad como un perfume siempre fresco, cuya fragancia les embriaga.
Felices quienes derraman una lágrima ante la imagen de una mujer maltratada.
Felices quienes descubren al atardecer de cada día qué es lo necesario y qué lo superfluo en su existencia.
Felices quienes siguen soñando, recuerdan sus sueños e intentan hacerlos realidad.
Felices quienes, cuando les aumentan el sueldo, analizan cuánto más pueden compartir.
Felices quienes se detienen en el sendero de la vida, miran a su alrededor con serenidad y continúan caminando.
Felices quienes se reservan cada día unos momentos de silencio para entrar gozosos en su corazón.
Felices quienes beben en las fuentes de la Palabra y de los acontecimientos cotidianos.
Felices quienes no se dejan abatir por los problemas, ni se complacen excesivamente en sus éxitos.
Felices quienes se conmueven y luchan por eliminar la miseria, el odio y la injusticia.
Felices quienes mantienen la esperanza, a pesar de tanta muerte, hambre y violencia.
Felices quienes celebran con gozo las pequeñas e importantes victorias de los pobres.
Felices quienes tejen con paciencia y firmeza a su alrededor redes de solidaridad.
Felices quienes intentan descubrir en los demás lo positivo que tienen y disculpan sus errores.
Felices quienes llenan su corazón de amor por la Madre Tierra y la cuidan con ternura.
Felices quienes mantienen una búsqueda permanente del Misterio en lo profundo de su corazón y en los demás.
Felices quienes vibran de gozo con su comunidad y se encuentran vacíos cuando están lejos de ella.
Felices quienes son vulnerables, lloran, gozan y se mantienen fieles, cercanos a los afligidos.
Felices quienes son perseguidos por seguir tercamente la estrella de la utopía.
Felices quienes han descubierto que su cadena original de ADN y la de la humanidad es el amor y la solidaridad.
Felices quienes trabajan por la paz en su vida y luchan a la vez por la justicia en el mundo.
Felices quienes han descubierto que la pobreza no libera, pero los empobrecidos sí.
Felices quienes se siguen asombrando, siguen jugando, riendo, contemplando, agradeciendo, acariciando, sintiendo.
Felices quienes saben contemplar y reconocer las huellas, el paso, los sentimientos que el buen Padre y Madre Dios va sembrando en su propia vida.
Felices quienes continúan fieles al amor de Dios manifestado en Jesús, pero abiertos al viento del Espíritu que sopla donde quiere, nos invita a ser libres, sin saber nunca hacia dónde nos encaminará. AMÉN (De Angel Mesa)
ZURIÑE

30 DOMINGO T.O.,»EL PECADO SUPREMO, CREERSE SIN PECADO» Fray Marcos

Escrito por  Fray Marcos
FE ADULTA

Lc 18, 9-14

Hoy el contexto literario no tiene importancia. En cambio es vital el contexto social y religioso en que se desarrolla la parábola.

Fariseo, para nosotros tiene, de entrada, una connotación muy negativa; sería una persona falsa, artificial e hipócrita, que lo único que busca es que los demás lo tengan por bueno, sin importarle nada serlo o no. Con esta idea es imposible entender el evangelio de hoy. No, el fariseo del tiempo de Jesús era un hombre piadoso y muy religioso. En realidad era el grupo más religioso y más fiel a la Ley. Hacía mucho más de lo que la Ley exigía, precisamente para garantizar su cumplimiento. Solo si tenemos en cuenta esto, podemos descubrir el profundo alcance de la parábola.

Publicano era en tiempo de Jesús, un judío que se dedicaba a cobrar los impuestos que la potencia ocupante exigía. Parece que la palabra telwnhs (telonés) hacía referencia a los que tenían su puesto en las entradas de las ciudades o en las fronteras para cobrar las tasas establecidas. No era un «moscamuerta» como parece indicar el evangelio. Eran considerados pecadores públicos por dos razones. Primero, porque colaboraban con el imperio romano, y ningún judío podía reconocer otra autoridad que no fuera la de Dios. Segundo, porque se veían obligadas a cobrar más de lo establecido porque no tenían otra retribución.

La introducción a la parábola es esclarecedora: «…por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de si mismos y despreciaban a los demás». Habría muchos fariseos que, siendo cumplidores de la Ley, ni se creían seguros ni despreciaban a los demás. Y habría publicanos que ni se sentían pecadores ni pedían perdón por sus culpas.

La elección de un fariseo y un publicano, sin matizaciones, no es inocente. Como en el caso del buen samaritano, tiene la intención de herir donde más les duele a los fariseos. Seguramente este matiz se debe a la comunidad cristiana una vez rotos los lazos con el judaísmo oficial.

La parábola no necesita explicación alguna. Se entiende perfectamente. El mensaje es revolucionario donde los haya. Trastoca toda la religiosidad de cualquier época. El bueno, el santo es rechazado por Dios. El pecador es aceptado. Esto será siempre un escándalo para los piadosos. Ningún cristiano de hoy sería capaz de presentar una hoja de servicios como la del fariseo del evangelio. Y sin embargo, no le sirve de nada. Ni siquiera en teoría hemos aceptado esta enseñanza. Un «buen» fariseo cumplidor sigue siendo el modelo.

Naturalmente, el fariseo no es rechazado por cumplir la Ley, sino a pesar de cumplirla escrupulosamente. Es rechazado por su actitud más profunda que se manifiesta en tres puntos:

1.- Se cree bueno.

2.- Desprecia a los demás porque no lo son.

3.- Pasa factura a Dios.

Tampoco el publicano es aceptado por obrar mal, sino por su actitud ante Dios:

1.- Reconoce su pecado.

2.- Pide perdón.

3.- Descubre la necesidad de un Dios que tenga compasión.

4.- Confía en ese Dios.

El mensaje es claro. Todas las buenas obras del mundo no sirven de nada si me llevan a una actitud de soberbia o simplemente me hace sentirme mejor que los demás. Esta segunda actitud nos afecta a todos.

Lo verdaderamente importante es descubrir lo que cada uno de nosotros tenemos de fariseo y de publicano. Las dos figuras conviven siempre. De entrada, no hay nadie absolutamente bueno ni absolutamente malo. Pero la mayoría no descubrimos lo que tenemos de malo y nos creemos por encima de los demás. En cambio el que descubre lo malo en sí mismo, está en mejores condiciones para adoptar la postura del publicano que le llevó a ser aceptado por Dios.

Lo más importante no es que consigamos ser perfectos cumplidores sino una actitud de humildad ante Dios y ante los demás. Esto no es nada fácil.

Como individuos estamos todos los días repitiendo la oración del fariseo explícita o implícitamente. Nos creemos con derecho a señalar con el dedo a los demás. Lo más mezquino de esta actitud es precisa¬mente que involucra al mismo Dios en ella: «Te doy gracias…» En realidad, lo que queremos decir es que es el mismo Dios el que tiene que estar agradecido.

No es en primera instancia orgullo ni hipocresía, sino falta absoluta de fe-confianza en Dios. No necesitamos confiar en Dios porque nuestras obras merecen más de lo que Dios nos puede dar. En el fondo, somos ateos porque no necesitamos a Dios para nada.

Como grupo, nunca ha habido tantas sectas en la Iglesia. La tendencia al capillismo de todo pelaje no es más que consecuencia de nuestro fariseísmo. Creemos que nuestra visión del cristianismo es la única auténtica y rechazamos a todo el que no la acepta.

Podemos despreciar a los demás porque son demasiado conservadores y siguen viviendo la religión como en la Edad Media. Pero también rechazamos a otros grupos porque se han embarcado en experimentos novedosos que considero contrarios a la norma.

De la misma manera que el fariseo rechaza a Dios cuando desprecia al publicano, el publicano rechaza al Dios de Jesús cuando desprecia al fariseo. Los dos peligros nos acechan constantemente.

Como iglesia, nos sentimos en posesión de la verdad, y despreciamos a los que no piensan o no actúan como nosotros. Hemos sido a través de la histeria los más intransi-gentes, los más acusadores, los más fanáticos, los más inquisidores, los más fariseos. Nos hemos sentido con derecho a juzgar a todo el mundo y a condenar a todo el que no es de los nuestros. Ninguna otra religión se sintió nunca más segura de sí misma, y ninguna ha despreciado más a las demás. Llegamos a decir (y muchos aún lo mantienen): «fuera de la Iglesia no hay salvación». Ninguna otra frase puede resumir mejor nuestro talante.

Estamos en una situación muy parecida a la que dio origen al fariseísmo allá por el sigo III y II antes de Cristo. El profetismo terminó con un fracaso estrepitoso y había que buscar otra manera de dar confianza a la gente. La utopía fue imposible, hay que volver a la ley. La garantía de la salvación está en el cumplimiento escrupuloso de la Ley.

La década de los sesenta y setenta fue una época de profetismo. Gandi, Lutero King, Oscar Romero, Ellacuría, la teología de la liberación, Juan XXIII, el concilio Vaticano II. Todas las expectativas se estrellaron contra la cruda realidad. El ser humano ha perdido la esperanza en la posibilidad de un mundo mejor. Es el mejor caldo de cultivo del fariseísmo. Nada de aventuras; volvamos al cumplimiento estricto de la Ley. No te preocupes del otro. Sálvate a ti mismo. Lo importante es cumplir la «voluntad de Dios». Despreciar a los demás que no cumplen esta voluntad es también la voluntad de Dios.

La causa de esta actitud no es más que un desconocimiento del hombre y un desconocimiento de Dios. O mejor, sacar las últimas conclusiones de un conocimiento demasiado racional de Dios y del hombre.

Tenemos que descubrir y denunciar con valentía que seguimos vendiendo como evangelio lo que no es más que el ideal griego de perfección, que los padres griegos identificaron con el evangelio. Para aquellos filósofos, la perfección consistía en que la parte superior de hombre, la razón llevara las riendas de la persona. Que nada escapara al control racional. Que apetitos, pasiones, sentidos, fueran regidos y controlados por la mente. Dejarse llevar del instinto era la mejor señal de embrutecimiento. Solo los que conseguían este objetivo podían considerarse plenamente humanos.

El gran peligro de este planteamiento es que en la medida que uno consigue ese objetivo, se siente superior a los demás y los desprecia.

Pero hay ago todavía peor: que no se alcance, a pesar de tenerlo como objetivo; entonces llega la necesidad de simulación. Hacer ver a los demás que lo has alcanzado, se convierte en el objetivo fundamental (fariseísmo de hoy).

Lo que nos dice Jesús está en la antípoda de este planteamiento. El seguidor de Jesús no es el «perfecto», sino el que necesita a un Dios que le ame sin merecerlo. «Las prostitutas, los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios». No por ser pecadores, sino por reconocerlo humildemente y no despreciar a nadie.

Meditación-contemplación

«Ten compasión de este pecador».

Ninguna otra actitud puede alcanzar el favor de Dios.

Todo lo que soy depende del amor gratuito de Dios.

Este es el mayor de los consuelos.

……….

No tengo que preocuparme de méritos y virtudes.

Simplemente tengo que responder a un amor incondicional y eterno.

Lo que verdaderamente importa, nada ni nadie me lo puede arrebatar.

Los fallos se humanizan al reconocerlos.

………………

Si llegas a descubrir por experiencia (no de oídas) ese amor de Dios,

responderás amando como Dios te ama.

No sólo a Dios, sino a todos aquellos a quienes Él ama.

Este es el único mandamiento.

…………

Fray Marcos

 

*ORAR CON EL EVANGELIO:(Lc.18.9-14)

•DOMINGO XXX.T.O. –C-27 de OCUBRE

* En este domingo, Lucas en su evangelio, sigue metiéndonos en el “camino” de Jesús a Jerusalén y cómo en este camino va dando a sus discípul@s enseñanzas sobre la oración. El domingo pasado se nos decía el modo de hacerla: “sin desanimarse”, con “perseverancia”. Con “confianza”. Hoy se nos habla del espíritu, las actitudes con las que hay que orar.
Dios está con quien lo necesita. “Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”, así lo vimos la semana pasada con la viuda.
Jesús, nos tiene acostumbrados al contraste en sus parábolas. La de este domingo del fariseo y publicano nos hace presente lo ridícula y desechable que es para Jesús la hipocresía. El fariseo, (como todos ellos en aquellos tiempos) teniéndose por justo (podía serlo), se sentía seguro de sí mismo y “despreciaba a l@s demás”. En cambio el publicano: Se humilla ante Dios y reconoce su pecado.
Sabemos que esto sucedió en tiempos de Jesús, y puede suceder en los nuestros.
Dios no puede perdonar a un engreído como el fariseo, y está siempre dispuesto a perdonar a un pecador como el publicano. Está siempre cerca del pobre, del necesitado. Esto no es ir contra las buenas obras, que siempre pide Jesús en el evangelio, es ir contra la soberbia humana que a veces se disfraza con las buenas obras. Yo hago, yo doy, yo… sin descubrir la gratuidad de Dios.
• Este domingo es una buena ocasión para examinar nuestra actitud cuando oramos. Porque puede suceder que, sin saberlo o sin quererlo, estemos orando “al estilo del fariseo”.
• La oración nunca es un yo aislado. El Dios cristiano se hace invocar como Padre “nuestro”. Y aunque esté en silencio, en escucha, siempre en nosotr@s hay un sentimiento fraternal. Aquí estoy Señor… pero luego volvemos con la gene, con los grupos, con la vida, para seguir anunciando y construyendo el Reino de Dios, aquí y ahora.
La oración es sin duda una gracia, un don y hay que pedirlo, por eso es necesario un esfuerzo, un querer orar un acoger para abrirse a la gracia. La oración cristiana brota de una vida al estilo del evangelio, creer como Jesús creía, siempre pensando en los demás. Toda nuestra vida (aunque agitada) nos dispone para la oración, pero no olvidemos, que la oración, nos dispone para la vida. El cristiano ora porque cree, pero a veces nos sentimos pobres y limitad@s y tenemos que pedir como los discípulos: Señor, auméntanos la fe”
• “Ven en ayuda de mi incredulidad”. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”
• ORACIÓN
• Hacemos nuestra la oración del publicano que por su humildad, salió justificado:
¡Oh Dios!, ten compasión de nosotr@s que estamos llen@s de incoherencias, que queremos y
no podemos, nos proponemos y no llegamos, decimos y vemos la necesidad de la oración, y no oramos…
Ten compasión de nosotr@s, porque no hacemos florecer todo lo que tú has puesto dentro de nosotr@s en bien de los demás… Perdona que no saquemos bastante tiempo para disfrutar de tu AMOR Y AMISTAD
Quisiéramos no caer en fariseísmos, no juzgar a nadie. Sentirnos pobres.
Ten compasión de nuestra fragilidad, sigue invitándonos a tener vida en abundancia para seguir construyendo aquí y ahora tu Reino.
Somos pobres, pequeñ@s, incoherentes, pero ¡contigo todo lo podemos! Sigue enseñándonos a orar, a confiar a perseverar, a ayudar. Y que puedas decir después de nuestra oración.
“Ir en paz, habéis salido justificad@s” AMÉN – ZURIÑE
ORACIÓN DE UN PRESO DE LA CARCEL DE PAMPLONA
Te rezo, señor, desde la cárcel.
Supongo que mi súplica logrará atravesar todas las puertas y todas las rejas.
A Ti “¡qué suerte”! podemos rezarte en todas partes, porque tú siempre nos acompañas. Incluso estás preso con nosotros.
Acuérdate de mí, Señor, y de todos mis compañeros de prisión.
Acuérdate de nosotros, aunque algunas veces sólo nos acordemos de ti para blasfemarte.
Tú, Señor, júzganos con tu justicia. No hagas caso de las condenas que nos han puesto los hombres jueces, que en nada se parecen a Ti.
Enséñanos a vivir en paz; no nos hagamos la vida imposible; que no nos mueva el rencor, ni la envidia, ni la falsedad, ni la traición.
Acuérdate de nosotros cuando vamos midiendo el patio paso a paso, y deja en nosotros unas palabras de amistad y comprensión mutua.
Enciérrate con nosotros en la celda, vela nuestros sueños, para que al menos en sueños vivamos la libertad. Te hablamos de la libertad, Señor, porque Tú sabes que para nosotros es el don máximo y más cotizado; que siempre pensemos en nuestra libertad.
Que sepamos ganarnos la libertad, Señor, y que al recuperarla, consigamos vivirla en paz, sin perjudicar a nadie.
Cierra las cárceles, Señor, porque sólo son escuela de dolor, de soledad, de desesperación, de odio, de violencia.
Danos a todos, señor, el don del amor, de tu amor; que nos haga compartir; que nos ayude a perdonar; que nos llene el vacío de nuestros corazones; que nos haga sonreír aunque tengamos ganas de llorar.
También en las cárceles queremos amarte.
Muéstranos primero tu amor. Hazlo visible entre nosotros.
(De la revista Galería mes de Septiembre)
Sin duda, este preso, quedaría justificado por Jesús. Salvado.
ZURIÑE

30. IGANDEA URTEAN ZEHAR, ¿Quién soy yo para juzgar? / Nor naiz ni inor juzgatzeko?

Jose Antonio Pagola

Lk. 18, 9-14

Nor naiz ni inor juzgatzeko?/ ¿Quién soy yo para juzgar?

Fariseuaren eta zerga-biltzailearen parabolak, batetik, uko handia eragin ohi du kristau askorengan fariseuaren kontra, Jainkoaren aurrean harro eta bere buruaz seguru agertu den horren kontra; bestetik, berezko sinpatia-edo sortu ohi du zerga-biltzailearen alde, bere bekatua apal-apal aitortu duen horren alde. Paradoxikoki, kontakizunak sentimendu hau eragin lezake gugan: «Eskerrak, ene Jainko, fariseu hau bezalakoa ez naizelakoa».

Parabolaren mezua zuzen hartu ahal izateko, kontuan izan behar dugu hau: Jesusek ez du kontatu fariseuen taldekoak kritikatzeko, baizik beste hauen kontzientziari astindu bat emateko: «beren burua zintzotzat emanik, beren buruaz seguru sentitu eta gainerakoak mespretxatzen zituztenak». Hauen artean, egia esan, gure egun hauetako hainbat katoliko ikusten dugu.

Fariseuaren otoitzak haren barne jarrera agertzen digu: «Ene Jainko! Eskerrak zuri besteak bezalakoa ez naizelako». Zer otoitz-mota da gainerakoak baino hobeago sentitzen zarela adierazten duen hau? Legearen betetzaile leiala den fariseu bat bera ere bizi daiteke jarrera galdu honetan. Gizon honek zintzo jotzen du bere burua Jainkoaren aurrean eta, hain juxtu, horregatik bihurtu da epaile, bera bezalako ez direnak mespretxatu eta kondenatzeko.

Zerga-biltzaileak, aldiz, hau bakarrik du esaten: «Ene Jainko! Izan erruki bekatari honetaz». Gizon honek apal-apal aitortu du bekatari dela. Ezin goratu du bere burua bere bizitzagatik. Jainkoaren errukiari gomendatzen dio bere burua. Ez da inorekin konparatu. Ez du inor juzgatu. Egiaz bizi da bere eta Jainkoaren begi bistan.

Kritika sarkorra da parabola; argitan jartzen du engainuzko jarrera erlijioso bat, Jainkoaren aurrean geure errugabetasunaz seguru bizitzen uzten digun bat, ustezko geure gailentasun moraletik kondenatzen dugularik guk geuk bezala pentsatzen edo jarduten ez duen beste edonor.

Ebanjeliotik urrun diren gorabehera historiko eta joera triunfalistek tentazio horretarako joera ezarri dute, modu berezian, katolikoengan. Horregatik, jarrera autokritikoaz irakurri behar dugu parabola: Zergatik uste dugu agnostikoak baino hobeak garela? Zergatik sentitzen gara Jainkoagandik hurbilago bizi garela ez-betetzaileak baino? Zer dago bekatarien konbertsiorako egiten diren zenbait otoitzen hondoan? Zer esan nahi du gainerakoen bekatuak ordaintzeak, geu Jainkoagana konbertituz bizi ez bagara?

Duela gutxi, kazetari baten galderari erantzunez, Frantzisko aita santuak esan zuen: «Nor naiz ni gay bat juzgatzeko?» Ia jende guztia harriarazi dute haren hitz horiek. Itxuraz, inork ez zuen espero Aita Santu katoliko batengandik halako erantzun xume eta ebanjeliko bat. Halaz guztiz, horixe da benetan Jainkoaren aurrean bizi den baten jarrera.

¿Quién soy yo para juzgar?

La parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: “Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo”.

Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.

La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”. ¿Que clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.

El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.

La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.

Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?

Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa Francisco hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”. Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios

José Antonio Pagola

 

29º DOMINGO T.O., «JESÚS, CONTEMPLATIVO EN LA ACCIÓN», José E. Galarreta

José E. Galarreta

Lc 18, 1-8

Siguiendo también con la lectura continua de Lucas, encontramos hoy una Palabra de Jesús sobre la oración. Es muy interesante reflexionar sobre varios aspectos más bien técnicos de este pasaje.

En primer lugar, el género mismo de las parábolas. Jesús habla en parábolas. Y no es un capricho. Jesús sabe que nuestros conceptos y nuestras ideas se quedan cortos para abarcar a Dios. Por eso, no hace Teología, una construcción racional sistemática para hablar de Dios.

Hace comparaciones. Y las comparaciones tienen una ventaja y un peligro: la ventaja es que «nos ponen en buena dirección» para entender algo de Dios. El agua, la luz, el pastor, el padre… Dios no es agua ni luz ni pastor ni padre… pero pensando lo que son esas cosas para nosotros, entendemos bastante bien lo que es Dios para nosotros.

El peligro es que sacamos a veces consecuencias inapropiadas: por ejemplo en esta parábola se puede sacar la consecuencia de que «hay que cansar a Dios» para forzarle a hacernos caso. Y no es ése el mensaje. El mensaje es: «si hasta un juez malo atiende al que le pide, ¿cómo no os va a atender vuestro padre?».

Esto nos da la oportunidad de recordar que el mensaje de las parábolas, el mensaje de los evangelios e incluso el mensaje de la Biblia entera, es un único mensaje desarrollado en mil fragmentos que se complementan. Un sólo fragmento, aislado del contexto global, no es significativo. Es importante por tanto recordar el mensaje completo de Jesús sobre la oración, sin limitarnos a un solo pasaje.

Encontramos en los evangelios mensajes parecidos al texto de hoy:

«Si vuestro hijo os pide un pez, ¿le daréis una serpiente? O si os pide pan ¿le daréis una piedra? Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre de los cielos?» (Mt. 7: 9-11)

En ellos se muestra que hay que orar, incluso en oración de petición: que es nuestra postura lógica de hijos ante un padre en quien confiamos.

Otros pasajes matizan y enfocan correctamente nuestra oración: Mateo, (6:7-8) se nos da un mensaje que parece contradecir al que leemos en la parábola de hoy:

«Cuando oréis, no seáis palabreros como los paganos, que piensan que a fuerza de palabras serán oídos. No los imitéis, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis».

Estos mensajes parecen opuestos, pero no son más que complementarios. Lo vamos a desarrollar más ampliamente a continuación.

Lo que Jesús dice sobre la oración es complemento de lo que Jesús hace. Examinemos brevemente la oración de Jesús, norma y modelo de la nuestra.

«Una vez, estaba en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió:

– Maestro, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»

Y les contestó:

– » Cuando oréis, decid:

Padre, santificado sea tu nombre,

venga tu reino,

danos hoy el pan de mañana,

perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,

no nos dejes sucumbir en la prueba.»

(LUCAS 11: 1-4 )

No podemos olvidar que la oración enseñada expresamente por Jesús es el Padre Nuestro.

Podríamos «traducir» el Padre Nuestro, personalizándolo un poco, así:

– PADRE: «Soy tu hijo, necesito decirte todo esto»
– SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: «Lo que más me importa, lo que más deseo, lo mejor para todos»
– VENGA TU REINO : «Que venga a mí, ¡conviérteme!. Que venga a todos.»
– HÁGASE TU VOLUNTAD: «Ya sé que se hace, lo acepto, vivo fiándome de Ti.»
– DANOS HOY NUESTRO PAN: «Que no falte tu Palabra, tu Pan, tu Eucaristía. Que no me falte a mí, que no le falte a nadie»
– PERDONAMOS COMO NOS PERDONAS: «Me instalo en el mundo de la Familia: el Padre y los hermanos vivimos del perdón.»
– NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN: «No me dejes, llévame de la mano, que el mal es más fuerte que yo.»
– LÍBRANOS DEL MAL: «De lo que tú sabes que es mal, aunque a mí me parezca bien.»

En resumen, en las «peticiones» del Padre Nuestro no hay oración de petición, en el sentido que nosotros damos a esa expresión. Pedir el Reino, su Voluntad, el Perdón, el Pan, la Liberación del mal, es lo mismo que decir, una y otra vez, que aceptamos y deseamos el Reino. Es la realización de aquella frase de Jesús:

Buscad primero el Reino de Dios y su justicia: lo demás, os lo darán por añadidura.

Innumerables veces en los evangelios vemos a Jesús orando. Frecuentemente, Jesús se levantaba temprano y se iba al campo, a orar en soledad. Varias veces se dice que «se pasaba las noches casi enteras en oración».

Pero, a lo largo del día, cuando no está orando expresamente, «tiene levantado el corazón» hacia su Padre, le invoca antes de cada milagro, le da gracias constantemente, le ve en las cosas y en los sucesos. Vive en oración, es contemplativo en la acción.

Y en los peores momentos de su vida, se refugia en la oración, por ejemplo, en la oración del Huerto de Getsemaní, en la que no hace más que quejarse ante el Padre y aceptar su voluntad, y en la Cruz, en la que, en medio de la mayor oscuridad interior, se refugia en la oración vocal. Y muere gritando a su Padre, confiándose a Él.

De esto sacamos varias consecuencias importantes: que Jesús es un hombre, lleno del espíritu, pero un hombre. Y como paradigma de lo humano, de lo humano lleno del Espíritu, nos muestra la actitud básica del ser humano: estar en continua referencia a Dios.

Los humanos alimentamos nuestra fe en la oración. La oración es como respirar. Siempre respiramos, pero a veces nos damos cuenta, lo hacemos expresamente, intensamente, conscientemente. Así es el clima de Jesús: siempre está en las cosas de su Padre, siempre está con Él, y a veces, muchas veces, de una manera expresa: eso alimenta su vida, la vida del Espíritu se alimenta así. Es parte del espíritu de la parábola de hoy. Orad mucho, constantemente.

Jesús ora mucho y pide poco. Cuando pide, suele ser por los otros. Pero hay una vez en que pide, y desesperadamente: «Que pase de mí este cáliz». Y, esa vez, el cáliz no pasará. «Que no se haga mi voluntad sino la tuya». Y, naturalmente, se hizo SU voluntad, no la de Jesús.

Nosotros pedimos mucho y oramos poco. Confiamos en cansar a Dios para que al fin nos haga caso. Pero esto no funciona así: ya sabe nuestro Padre lo que necesitamos. Pero sabe también -y nosotros no- lo que nos conviene.

Cuando pedimos a Dios cosas desesperadamente hacemos bien, porque para eso somos hijos, para poder decirle a nuestro Padre todo. Dios también hace bien cuando nos da o no nos da: Él sí sabe lo que es bueno. Cuando pedimos y no recibimos, dudamos de Dios: ¿no oye, no es bueno…? Pero deberíamos dudar de nosotros: ¿pedimos cosas convenientes?

Generalmente pedimos milagros, pedimos que Dios altere para nosotros el curso normal de los acontecimientos, que intervenga, que me cure, que suceda lo que me interesa…

El mundo no funciona así. Dios no funciona así. Por supuesto que puede haber milagros: Dios puede hacer lo que quiera. Pero no lo suele hacer, ni tenemos por qué pedirlo.

El milagro es que aceptemos la vida y saquemos de ella, sea como sea, un medio de servir a Dios. Es la inversión de la fe: no usar a Dios para lo que me gusta, me conviene, me interesa. Usar la vida, me guste o no, me vaya bien o no, para servir a Dios.

LA FINALIDAD DE LA ORACIÓN ES ORAR

Solemos orar para conseguir algo, para pedir, para… La oración es su propio fin: estar con Dios, oír a Dios, sentir a Dios, agradecer a Dios, expresarse ante Dios. La oración es el clima normal de un creyente. Oramos porque creemos, porque nos sale de dentro, porque somos así, porque en la esencia de nuestro ser está Él.

Solemos decir que es difícil orar. No es cierto. Es sencillísimo: «levantar el corazón». Como la madre piensa en sus hijos aunque esté haciendo otra cosa. Como un profesional tiene un asunto en la cabeza y le está dando vueltas en el coche, al comer…. Lo tienen dentro, en cuanto no está su mente ocupada en otra cosa, vuelven a ello.

La dificultad no está en la oración, sino en nuestro nivel de fe.

MODOS DE ORAR

Recordemos maneras sencillas de orar.

Leer despacio, degustando. Desde la Sagrada Escritura hasta un libro de viajes. De todo se puede levantar el corazón a Dios. Desde cualquier pista se puede despegar.

Canturrear: muchas canciones, religiosas y no tanto, nos ayudan a levantar el corazón. Esto tiene la ventaja, además, de que vuelven a despertar los sentimientos que tuvimos alguna vez al oírlas o cantarlas. El salmo de hoy (ver al final) tiene una preciosa música. La cantaremos en la Eucaristía del domingo. Tararearla nos recordará lo que sentimos, nos volverá a traer La Palabra.

Recitar fórmulas, jaculatorias, frases, que nos han impresionado alguna vez. Alguna de las lecturas del domingo, frasecitas del evangelio, versos de salmos. Repetirlas muchas veces. Si es en voz alta, mejor, así lo decimos y lo volvemos a oír, y nos llega más adentro.

Quedarse mirando, lo que llamamos contemplar, sin pensar apenas. Que una imagen, vista o imaginada, se nos vaya metiendo dentro. Aquí lo importante es sentir. Podemos sentir gozo al ver colores, admiración al ver el mar, ternura al ver niños, compasión, exaltación, horror… Si estamos viviendo ante Dios, todo eso nos hará sentirle más. Si lo hacemos ante imágenes religiosas, cuadros, escenas, símbolos, es exactamente igual; pero sin pensar mucho, dejándose invadir delante de Dios.

Hablarle a Dios de los otros. Puedo andar por la calle y mirar a la gente, y pedirle a Dios por los que pasan. Así me daré cuenta de cuántos necesitan ayuda, muestran sufrimiento, preocupación, pobreza….

Distraerse ante Dios. «Me distraigo mucho e la oración». Pues cuéntaselo. Si te distraes, es que eso está muy presente en tu mente, te preocupa: piensa en eso delante de Dios, incluso fingiendo un diálogo, incluso hablándoselo en alta voz. Dios no está ausente de nuestras preocupaciones: hagámoslo presente. Cuéntaselo.

Y MIL OTRAS MANERAS QUE A TODOS, A CUALQUIERA, SE OS PUEDEN OCURRIR

LA EUCARISTÍA ES ORACIÓN

Solemos ir a la eucaristía de espectadores. De espectadores aburridos mientras el sacerdote recita fórmulas. De espectadores críticos en la homilía. Pues no: a la eucaristía vamos de actores, de celebrantes. El sacerdote preside: todos celebramos.

En la eucaristía escuchamos y respondemos, rezamos y cantamos, ofrecemos y compartimos… La eucaristía es, ante todo, una gran oración, un lugar de encuentro con Dios en la comunidad de creyentes, un lugar de encuentro con los hermanos creyentes que nos hacen presente a Dios.

Si yo no celebro, si no actúo, asistir a la eucaristía es como ver una película ya vista. Pasan cosas en la pantalla, pero yo estoy fuera. Es como una fiesta, un cumpleaños: si todos van «a ver qué pasa, a ver qué nos dan»… será una triste fiesta. Si todos van «a celebrar», «a felicitar», «a encontrarse con los amigos», «a que salga bien»… saldrá bien, y al salir seremos más amigos.

Vamos a la eucaristía a expresar la fe, a rezar, a renovarnos, a agradecer. La Palabra de la eucaristía puede alimentar nuestra oración de la semana.

José Enrique Galarreta

29. IGANDEA URTEAN ZEHAR, «USTERIK BAI ORAINO ZUZENTASUNEAN?-¿SEGUIMOS CREYENDO EN LA JUSTICIA?»

USTERIK BAI ORAINO ZUZENTASUNEAN?– ¿SEGUIMOS CREYENDO EN LA JUSTICIA?

Lukas 18, 1-8

José Antonio Pagola.
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

Lukasek parabola labur bat dakarkigu; diosku Jesusek kontatu zuela, ikasleei adierazteko «beti egin behar zutela otoitz, gogogabetu gabe». Ebanjelariak oso gustukoa du gai hau, eta batzuetan ideia bera errepikatzen du. Jakina denez, gonbit bat bezala hartu izan da beti parabola hau, Jainkoari egiten diogun otoitzari eten gabe eutsi behar diogula esateko.

Alabaina, kontakizunaren edukiari eta Jesusek berak atera duen konklusioari erreparatzen badiegu, garbi dakusagu zuzentasun-egarria dela parabolaren giltza. Lautaraino errepikatzen da «zuzentasuna egin» esapidea. Otoitz-eredua baino gehiago, jende makalenaz abusatzen duen gizarte usteldu batean, kontakizuneko alargunak egiten duen borroka-eredua da, zuzentasunaren alde.

Parabola honetako lehen pertsonaia, epaile bat da: «ez da ez Jainkoaren beldur, ez gizon-emakumeen axola». Profetek behin eta berriz salatu izan duten ustelkeriaren hezurmamitze bistakoa da: boteretsuak ez dira Jainkoaren zuzentasunaren beldur eta ez dute errespetatzen pobreen duintasuna, ez eskubideak. Ez dira kasu bakanak. Israelen bizi duten zuzenbide-sistemaren ustelkeria salatzen dute profetek; baita patriarkatu-gizarte hartako egitura matxista ere.

Bigarren pertsonaia, babesik gabeko emakume alargun bat da, gizarte zuzengabe batean. Alde batetik, bera baino boteretsuago den «arerio» baten zapalketa jasaten ari da. Bestetik, bera eta bere sufrimena bost axola zaizkion epaile baten biktima da. Horrela bizi da milioika emakume aldi guztietan herririk gehienetan.

Parabolaren konklusioan, Jesus ez da mintzo otoitzaz. Beste ezer baino lehen, Jainkoaren zuzentasunan konfiantza izateko eskatzen du: «Ez ote die Jainkoak zuzentasuna egingo gau eta egun dei egiten dioten bere aukeratuei?» Aukeratu hauek ez dira «Elizako kideak», baizik herri guztietako pobreak, zuzentasuna eskatuz oihu egiten dutenak. Halakoena da Jainkoaren erreinua.

Ondoren, galdera bat dagi Jesusek, ikasleentzat erronka handia: «Gizonaren Semea etorriko denean, sinesmenik aurkitu ote du lurrean?» Ez du buruan Jesusek doktrina bati atxikitzea den fedea, baizik eta bizitzako jarduera arnasten duen fedea, haserre-eredua, aurre egite aktiboa eta adorea gizaki ustelei zuzentasuna eskatzeko.

Hau ote da ongizatearen gizarteko kristau aseen fedea eta otoitza? Segur aski, arrazoi du J.B. Metz-ek, hau salatzen duenean: kristau-espiritualitatean kanta gehiegi kantatzen dela eta haserre-oihu gutxiegi oihu egiten, konforme egote gehiegi eta gizatasun handiagoko mundu baten amets gutxiegi, kontsolamendu gehiegi eta zuzentasun-gose gutxiegi.

29 Tiempo ordinario (C) Lucas, 18, 1-8
¿SEGUIMOS CREYENDO EN LA JUSTICIA?
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
ECLESALIA, 16/10/13.- Lucas narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para explicar a sus discípulos “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Este tema es muy querido al evangelista que, en varias ocasiones, repite la misma idea. Como es natural, la parábola ha sido leída casi siempre como una invitación a cuidar la perseverancia de nuestra oración a Dios.

Sin embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta cuatro veces se repite la expresión “hacer justicia”. Más que modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles.

El primer personaje de la parábola es un juez que “ni teme a Dios ni le importan los hombres”. Es la encarnación exacta de la corrupción que denuncian repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son casos aislados. Los profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la estructura machista de aquella sociedad patriarcal.

El segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un “adversario” más poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos.

En la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes que nada, pide confianza en la justicia de Dios: “¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Estos elegidos no son “los miembros de la Iglesia” sino los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es el reino de Dios.

Luego, Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. No está pensando en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe que alienta la actuación de la viuda, modelo de indignación, resistencia activa y coraje para reclamar justicia a los corruptos.

¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).