JESUSEK BAKARRIK ERAIKITZEN DU ELIZA – SOLO JESÚS EDIFICA LA IGLESIA. José A Pagola

JESUSEK BAKARRIK ERAIKITZEN DU ELIZA Mateo 16, 13-19

José Antonio Pagola. Itzultzailea: Dionisio Amundarain

Pasadizoa Filiporen Zesareako lurralde paganoan gertatu da. Jesusek jakin nahi du berari buruz jendeak zer esaten duen. Herrian diren iritzi desberdinen berri jakin ondoren, bere ikasleei galdetu die zuzenean: «Eta zuek, nor naizela diozue?»

Jesusek ez die galdetu zer iritzi duten mendiko hitzaldiaz edota Galileako herrietan ari duen jarduera sendatzaileaz. Jesusen ikasle izateko, Jesusi berari atxikitzea da gauza erabakitzailea. Horregatik, beragan zer atzeman edo ikusi duten jakin nahi du.

Simon Pedrok hartu du hitza eta guztien izenean erantzun dio, era solemnean: «Mesias zara zu, Jainko biziaren Semea». Jesus ez da profeten artean beste bat gehiago. Jainkoak bere herri hautatura igorri duen azken Bidalia da. Are gehiago, Jainko biziaren Semea. Orduan, Jesusek, Aitagandik bakarrik etor dakiokeen aitorpen hartaz zorionak eman ondoren, esaten dio: «Eta, orain, nik diotsut: Pedro zara zu eta harri honen gainean eraikiko dut neure Eliza».

Oso zehatzak dira hitzak. Eliza ez da Pedrorena, baizik Jesusena. Eliza eraiki, ez du Pedrok eraikitzen, baizik Jesusek. Pedro, soil-soilik, «harria» da, zeinen gainean kokatzen baita Jesus eraikitzen ari den «etxea». Irudiak hau iradokitzen du: Pedroren zeregina Elizari egonkortasuna eta sendotasuna ematea dela: arduratzea, alegia, Jesusi eraikitzeko aukera emateko, jarraitzaileek desbideratzerik edota murrizketarik ezar ez dezaten.

Frantzisko aita santuak ondo daki, bere egitekoa ez duela «Kristoren lekua hartzea», baizik arduratzea, gaur egungo kristauek Kristorekin topo egin dezaten. Horixe du bere kezka handia. Pedroren ondorengoaren zerbitzua hartzean berean esan zuen: «Elizak Jesusengana eraman behar du jendea. Jesus da Elizaren erdigunea. Noizbait gertatu balitz Elizak ez duela Jesusengana eramaten, Eliza hila izango litzateke».

Horregatik, etapa ebanjelizatzaile berri baten egitaraua publiko egitean, bi xede proposatu ditu. Lehenik eta behin, Jesusekin topo egitea; izan ere, hark eraberritu ditzake, bere berritasunarekin, gure bizitza eta gure elkarteak… Jesu Kristok eten ditzake, orobat, bera hesitzeko erabili nahi izango genituzkeen eskema aspergarriak».

Bigarren, erabakitzailetzat jotzen du Frantziskok «iturburura jo eta Ebanjelioaren jatorrizko freskotasuna berreskuratzea»; izan ere, saiatzen garen bakoitzean, bide berriak sortzen dira, metodo berriak, seinale esanguratsuagoak, esanahi berriz hornitutako hitzak, gaur egungo munduarentzat». Tamalgarria izango litzateke, Eliza eraberritzeko Aita Santuak egin digu gonbita gure kristau-elkarteetara ez iristea.

 

SOLO JESÚS EDIFICA LA IGLESIA      S. Pedro y S. Pablo (A) Mateo 16, 13-19

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA, 25/06/14.- El episodio tiene lugar en la región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

Jesús no les pregunta qué es lo que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo que captan en él.

Simón toma la palabra en nombre de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Las palabras son muy precisas. La Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro, sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “la casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.

El Papa Francisco sabe muy bien que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el comienzo de su servicio de sucesor de Pedro decía así: “La Iglesia ha de llevar a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.

Por eso, al hacer público su programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues “él puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades… Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.

En segundo lugar, considera decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio” pues, siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

 

SAN PEDRO Y SAN PABLO. Fray Marcos

(Hch 12,1-12) El Señor ha enviado su ángel para librarme de Herodes.

(2 Tim 4, 6-18) He combatido bien, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

(Mt 16,13-19)… Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Columnas que sostienen el templo porque están separadas. Precisamente porque somos distintos, podemos formar una comunidad de iguales.

Hay constancia de que ya en el siglo IV se celebraba una fiesta en honor de S. Pedro y S. Pablo. No es fácil descubrir las razones que llevaron a aquellos primeros cristianos a unir en una misma celebración litúrgica dos figuras tan distintas. Lo más probable es que fuese por haber sido martirizados los dos en Roma en la persecución de Nerón y casi al mismo tiempo. También pudo deberse a que sus sepulturas estuvieron juntas durante mucho tiempo. Es También probable que muy pronto se descubriera la complementariedad de las dos figuras. De todas formas son un claro ejemplo de que caracteres tan dispares, que incluso discutieron duramente aspectos importantes de la primitiva fe, pudieran ser los dos seguidores auténticos de Jesús.

A Pedro y Pablo se les ha considerado, desde siempre, como las columnas de la Iglesia. En el caso de Pablo es tan evidente que algunos exegetas han llegado a decir que no debíamos llamar a nuestra religión “cristianismo” sino “paulinismo”. Pedro es la figura más destacada en todo el NT. Su nombre aparece 182 veces. Aún así sabemos muy poco de su vida. Por el contrario, Pablo es la persona mejor documentada. Es el único apóstol del que podemos hacer una biografía casi completa. Aunque se presenta como hecho fundamental de su vida la misteriosa caída del caballo, la realidad seguramente fue mucho más prosaica. Después de estar muchos años “dando coces contra el aguijón”, un buen día “cayó del burro”. Su conversión no consistió en ningún cambio de su actitud; Simplemente pasó de ser un fanático fariseo a ser un fanático seguidor de Cristo.

Lo primero que nos enseñan estos dos personajes es que no es nada fácil aceptar el mensaje de Jesús. Precisamente los dos fueron los más reacios, cada uno a su manera, a la hora de dar el paso y aceptar el verdadero Jesús. Pedro, con toda espontaneidad, no pierde ocasión de manifestar su oposición a lo que decía el Maestro. Por ejemplo: se niega a aceptar la idea de un Jesús que tiene que ir a la muerte, lo cual le merecen las palabras más duras que Jesús dirige a una persona en todo el evangelio; «Retírate de mi vista Satanás, que me haces tropezar”. En la Cena se significa también por su oposición a que su “jefe” le lave los pies. Un poco más tarde, en el momento más difícil para Jesús, le niega tres veces, que quiere decir que le niega absolutamente, sin paliativos.

Pablo fue un fanático de la defensa de su religión. Por defender el judaísmo se convirtió en perseguidor de todos aquellos que seguían la mayor herejía surgida del judaísmo. También su formación personal fue completamente diferente. Pedro era simplemente un pescador, sin ninguna preparación, pero testarudo y sincero. Pablo era un intelectual. Había pasado por la universidad, que entonces era el estudio de la Ley. Uno con su sencillez y espontaneidad y el otro con su agudeza intelectual construyen la única Iglesia, como nos dice el prefacio de la liturgia de hoy.

Esa dificultad que tuvieron Pedro y Pablo para seguir a Jesús puede ser de mucha ayuda para nosotros hoy. Pedro, antes de la experiencia pascual, siguió a un Jesús acomodado a sus ideales e intereses de buen judío. Pablo, antes de la caída del caballo, servía al Dios del AT que estaba a años luz del Dios de Jesús. La dificultad para aceptar la figura de Jesús hace más creíble la sincera adhesión a su persona. No sirve de nada seguir a Jesús sin haberle conocido bien. Solo después de haber superado la prueba de nuestros prejuicios estaremos preparados para orientar a los demás en el mismo seguimiento que nos salva a nosotros

Todavía se puede adivinar en los evangelios los obstáculos que tuvieron que superar para pasar del conocimiento de Jesús a la vivencia personal de todo lo que predicó. Sería muy interesante descubrir que solo desde la vivencia personal se puede uno lanzar a la tarea de comunicar una fe. Esto explica el por qué un puñado de personas fueron capaces de trasformar el mundo conocido en muy pocas generaciones, y sin embargo nosotros, siendo dos mil millones, convencemos cada vez menos y estamos en franca recesión.

Querer enseñar la religión como se enseñan las Matemáticas es un desvarío. Por más información que reciba sobre Cristo y la Iglesia; por más normas morales y ritos que aprenda y practique, si nadie me invita con su vida a vivir lo aprendido todo se quedará en una programación que en nada me enriquece. Religión significa relación con Dios; pero esa relación solo se puede conseguir a través de la  experiencia interior. Dios solo llega a mí a  través de lo hondo de mi ser. Si viene a mí por otro camino, ese Dios es falso. La misma idea de una clase de religión es una contradicción en los términos. La información sobre una religión no tiene nada que ver con el ser religioso.

Los ritos y ceremonias que practico por obligación o por rutina no cambian nada de mi ser, porque son simples programaciones externas. Lo mismo las normas morales que cumplo, aunque sea estrictamente, no me enriquecen porque no son más que respuestas automáticas a un disquete que me han colocado. Las normas las cumplían los fariseos del tiempo de Jesús mil veces mejor que nosotros. Los ritos y las ceremonias las realizaban los sacerdotes de su tiempo mucho mejor que nosotros. Sin embargo, a ellos les dijo Jesús: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. ¿Por qué?

Todos tenemos que pasar por el doloroso proceso de maduración por el que pasaron Pedro y Pablo. En su caso la dificultad se agravó porque los dos tuvieron que dar el salto desde una religión legalista a una religiosidad de experiencia interior, lo que no es en ningún caso algo cómodo. Del aprendizaje de una doctrina a la vivencia hay un gran trecho que todo cristiano debe haber recorrido.

Sin ese paso la fe se convierte en pura teoría que ni nos salva ni nos permite ayudar a los demás a salvarse. Tal vez esté aquí la causa de nuestro fracaso a la hora de trasmitir lo que llamamos nuestra religión.

El paso de la creencia a la vivencia es una tarea que dura toda la vida. Nunca terminamos de dar el paso, porque nos encontramos más a gusto con las seguridades que nos da nuestro Dios fabricado a medida que la total confianza en el Dios de Jesús, que es cosa muy distinta. Tanto Pedro como Pablo eran personas muy religiosas que se encontraban tan a gusto dentro de su judaísmo. El contacto con Jesús desbarató esa seguridad y les hizo entrar en la dinámica de una auténtica relación con ese Dios que es amor.

Celebrar hoy la fiesta del papado tiene sus dificultades de encaje. El texto que hemos leído del evangelio de Mt es de los más difíciles de interpretar y se ha entendido mal durante muchos siglos. Hoy sabemos que esas palabras nunca los pudo pronunciar Jesús. Jesús nunca pudo pensar en una Iglesia como la que hoy contemplamos. Tampoco el texto quiere decir lo que hemos interpretado después. No se trata de construir algo inquebrantable sobre una roca sino de construir un edificio con piedras vivas de las cuales la primera sería Pedro, pero que todas conforman el único edificio.

Cuando pronunciamos u oímos la palabra Iglesia, todos pensamos en el Papa y la jerarquía. Aún no ha calado en la mayoría de los cristianos el vuelco copernicano que dio a este respecto el Vaticano II. En él se habla ciento treinta y tantas veces de “pueblo de Dios”, que es una expresión más adecuada al concepto que debíamos comprender cuando decimos Iglesia. Jesús no pudo pensar en una jerarquía (poder sagrado) porque siempre estuvo en contra de todo poder. Recordemos como muestra: “no llaméis a nadie Padre, no llaméis a nadie maestro, no llaméis a nadie señor”. “El que quiera ser grande que sea el servidor y el que quiera ser primero, que sea el último de todos.

 

Meditación-contemplación

 

Pedro y Pablo nos enseñan que la fe es un largo proceso.

Todos debemos pasar de la creencia a la fe.

Es un paso sutil, que se da a través de la vivencia.

Sin ese paso no hay religiosidad, sino solo programación.

…………….

 

No basta con aceptar unas doctrinas.

No es suficiente el cumplimiento de unas normas.

No puede salvar la celebración de unos ritos.

Todo eso tendrá sentido cuando lo convierta en vida.

…………….

 

Es imprescindible una formación religiosa.

Si no aprendo a vivir lo que me han enseñado,

esos conocimientos no me llevarán a la plenitud.

Sólo la vivencia interior transformará mi ser.

 

*ORAR CON EL EVANGELIO:(Mt.16.13-19)


*FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO APÓSTOLES.

* Señor, ¿A quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
*
Hoy celebramos la fiesta de San Pedro primera piedra de la Iglesia y a San Pablo apóstol de los gentiles. Dos figuras claves del cristianismo primitivo y que pueden enriquecer, iluminar y vivir nuestra fe.

* Se nos presenta a estos dos apóstoles como seres profundamente humanos y coherentes con la verdad que proclaman.
¿Por qué Pedro fue la piedra, la roca sobre la cuál Jesús edificó su Iglesia? Lo leemos en el evangelio: Porque Pedro fue un hombre de fe, sencilla, profunda, generosa convencida y firme sobre la que se va construyendo la comunidad de los seguidores de Jesús.

  • Pero hay una cosa curiosa en los evangelios y es que no nos hablan de Pedro como liderazgo en la comunidad, pero si nos hablan de sus defectos, de sus debilidades, de su pecado.
  • Los cuatro evangelios nos narran la cobarde negación de Pedro. El, el que ha manifestado: “Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. Ese Pedro es el mismo que en el momento crucial de su pasión, se acobarda y niega que conoce a Jesús. Esto nos hace ver que los evangelios no son una leyenda, sino la historia de hombres y mujeres, limitados y frágiles que siguen a Jesús. En Pedro lo más importante es su fe desde lo más íntimo de su corazón, y su AMOR reencontrado con Jesús. Esto es lo que nos puede ayudar a nosotros a afirmar nuestra fe como algo incondicional a pesar de nuestros defectos y debilidad.
  • Y junto a este ejemplo de fe de Pedro, el ejemplo de Pablo. Es la fe crítica e intrépida de Pablo la que abre a la primitiva comunidad cristiana a otras culturas, a otros pueblos. Por eso su ejemplo es también necesario para nosotros. Nuestra fe debe ser firme y convencida, pero al mismo tiempo valiente, y abierta, capaz de romper con formas antiguas de situaciones históricas, pero que quizás no son del todo fieles al Evangelio.
  • La fe convencida y firme de Pedro y la fe libre y crítica de Pablo no son dos maneras distintas de vivir el seguimiento de Jesús. Es una misma fe, es la fe en Jesucristo muerto y resucitado a quien los cristianos reconocemos como Señor de la vida y de la historia… esta fe es lo más valioso e importante que tenemos y que tenemos para ofrecer y compartir.
    • ¿Es nuestra fe convencida, generosa, libre, abierta y valiente? Es bueno que nos lo preguntemos, pero sin olvidar que Jesús conocía la fragilidad de sus seguidores y contaba con ella al llamar a los suyos, al llamarnos a nosotros: sabía que puede haber una gran fidelidad, incluso allí donde hay defectos y debilidades.

*ORACIÓN

San Pedro, jefe sencillo de la Iglesia, por aquella obediencia con que a la primera llamada del Maestro dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo;

Por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; ayúdanos a ser fieles seguidores de Jesús, siempre.

  • Glorioso apóstol San Pablo que llevaste el nombre de Cristo por toda la tierra, por tu celo, tu caridad, por tu paciencia al sufrir persecuciones, cárceles y hasta la misma muerte.
  • Por todo ello acompáñanos en el camino del seguimiento de Cristo. AMÉN

  • SEGUIMOS ORANDO:
  • Jesús, Hijo del Dios vivo, te damos gracias por el testimonio de los apóstoles Pedro y Pablo, y por el de tantas personas que a lo largo de los siglos han vivido su fe valientemente, tanto de palabra como con el testimonio de su vida.
    Que nuestra vida, Señor Jesús, no esconda tu persona ni tu Evangelio sino que ayude a ponerlos a plena luz y a mostrar la alegría y esperanza que encuentran las personas, grupos y comunidades que lo viven sinceramente. AMÉN
  • ZURIÑE

PLANTO EGINIK – ESTANCADOS (Corpus). José A Pagola

PLANTO EGINIK Juan 6, 51-58

Frantzisko aita santua errepikatu eta errepikatu ari da, beldurra, duda-muda, ausardia-falta… eragozpen gerta daitezkeela gaurko egungo Elizak beharrezkoa duen berrikuntza eragiteko. «Ebanjelioaren poza» delako bere Erreguan hau esatera iritsi da: beldurrak jota geratzen bagara, «Elizak agor eta antzu nola planto egiten duen begira» gelditzeko arriskua bizi dukegula.

Hitz horiek zer pentsa ematen dute. Zer hauteman dezakegu geure artean? Mugitzen al gara geure kristau-elkarteetan fedea biziberritu dadin ala Frantziskok aipatzen duen «agor eta antzu planto egite» horri begira gelditurik jarraitzen dugu? Non aurki genezake indarrik erreakzionatzeko?

Kontzilioaren ekarpen handietako bat izan zen mezaren inguruan aldaketa hau eragitea: «meza» agindu sakratu bat betetzeko agindu indibidualtzat hartzeari utzi, eta elkarte osoaren ospakizun pozgarri bezala bizitzearen «eukaristiatzat» hartzea, fedea elikatzeko, anai-arreba artekotasunean haziz joan eta Kristoganako esperantza biziberritzeko.

Dudarik gabe, azken urte hauetan, urrats oso garrantzizkoak egin ditugu. Oso urrun gelditu dira latinez ospatutako meza haiek, zeinetan apaizak «esan» egiten baitzuen meza eta kristau-herriak «entzun» egiten baitzuen meza edota «egon» egiten baitzen ospakizunean. Baina ez ote dugu jarraitzen geure eukaristia ohikeriaz eta era aspergarrian ospatzen?

Hor dago ukaezineko gertaera bat. Jendea urrunduz doa, modu geldiezinean, igandekoa bizitzetik; hain juxtu, gure ospakizunetan aurkitzen ez duelako ez girorik, ez hitz argirik, ez erritu adierazlerik, ez onarpen kitzikatzailerik, bere fede ahul eta duda-mudazkoa elikatzeko behar duena.

Inondik ere, guztiok, artzain eta fededun, behar dugu galdera egin: zer ari gara egiten, eukaristia izan dadin, Kontzilioak nahi duen bezala, «kristau-elkartearen bizitza osoaren erdigune eta gailur?» Alabaina, aski ote da parrokien borondate ona edota bakar batzuen sormen bakana, eraberritzeko beste irizpiderik gabe?

Jaunaren Afaria gauza inportantegia da, «galtzen» jarrai dezan uzteko, nolatan «agor eta antzu planto egiten duen» begira geldituz. Ez ote da eukaristia kristau-bizitzaren erdigunea? Nolatan gelditu da hierarkia hain isil, hain mugigaitz? Nolatan ez dugu agertzen fededunok geure kezka eta geure mina indar handiagoz?

Larria da arazoa. «Planto eginik» jarraitu behar ote dugu eukaristia modu honetan ospatuz, gaur egungo gizon-emakumeak hain eskas erakartzen dituen modu honetan? Mendez mende errepikatzen ari garen liturgia-modu hau ote da hobekien laguntzen ahal diguna, Jesusen afari gogoangarri hura eguneratzeko, zeinetan biltzen baita era miresgarrian gure fedearen muina?

 

Cuerpo y Sangre de Cristo. Juan 6, 51-58
ESTANCADOS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA, 17/06/14.- El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia… pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”.

Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?

Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.

Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?

Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.

Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos, sin más criterios de renovación?

La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo”. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?

El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

 

LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO (SIGNO) INAGOTABLE. Fray Marcos

CORPUS  (A)

(Dt 8,2-3.14-16) para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de…

(1 cor 10,16-17) El pan que partimos, ¿no nos une en el cuerpo de Cristo?

(Jn 6,51-59) El que come de este pan vivirá para siempre.

La eucaristía, sacramento (signo) inagotable. Reducirlo a la comunión o a la adoración del pan consagrado es devaluarlo absolutamente.

La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más compleja y difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como Acción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad.

Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Lo que vamos a hacer es intentar  superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario descubriremos que le viene  como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material como es el pan y el vino. Cuando se piensa y se dice que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es solo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento sino buscando una religiosidad intimista, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos en la cena y Jn en el discurso del pan de vida que hemos leído. Jn  hace referencia al alimento pero, fíjate bien, alimentarse lo identifica con el que cree en mí, el que viene a mí.

3º.- En las palabras de la consagración, “cuerpo” no significa cuerpo; “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. En la antropología judía el hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Cuando Jesús dice: “esto es mi cuerpo”, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona, estoy aquí para dejarme comer. Para los judíos la sangre era la vida. No era símbolo de la vida, como lo es para nosotros. No, era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo que toda su vida, no solo su muerte, está entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura.

5º.- La comunión no es un premio para los buenos “que están en gracia”, sino un remedio para los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesitamos el signo del amor de Dios es cuando nos sentimos separados de Él. Hemos llegado al absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesitábamos.

6º.- La realidad significada en el pan y el vino no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don de sí mismo que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ése es el verdadero significado que yo tengo que hacer mío. Queda claro que la eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades a cambio de nada. Podemos oír misa sin que eso nos obligue a nada, pero no se puede celebrar la eucaristía impunemente. No se puede salir de misa lo mismo que se entró, es decir, como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que la he reducido a simple rito folclórico.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acababa de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos de la eucaristía no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra mi propia vida. Tenéis que vivir la misma vida que yo vivo. Nuestra vida sólo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás.

Celebrar la Eucaristía es confesar que ser cristiano es ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena. Celebrar la eucaristía es comprometerse a ser fermento de unidad, de amor, de paz.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. El concilio de Trento dice: “Es común a la santísima Eucaristía con los demás Sacramentos ser símbolo o significación de una cosa sagrada”. Se produce un sacramento cuando el signo (una realidad que entra por los sentidos) está conectado con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Pero las realidades trascendentes ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

La eucaristía concentra todo el mensaje de Jesús. El ser humano no tiene que liberar o salvar su «ego» a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del «ego» que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente del resto de la creación. Estamos hablando del sacramento del amor, del sacramento de la unidad. Si la celebración de la eucaristía no nos lleva a esa unidad, es falsa.

 

 

 

 

Meditación-contemplación

 

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

No se trata sólo de comer, sino de asimilar lo comido.

Si como sin asimilar, se producirá indigestión.

Si comulgo y no me identifico con lo que ES Cristo, me engaño.

……………….

 

Si no llego a lo significado, no hay sacramento que valga.

Si me quedo en el signo, no hay contenido espiritual.

Realizado el signo, que entra por los sentidos,

queda por hacer lo importante: descubrir y vivir lo significado.

………………….

 

Jesús dijo con toda claridad: “El que viene a mí, no pasará hambre,

el que me presta su adhesión nunca pasará sed”.

La verdadera comunión no está en el signo

sino en vivir la unidad con Dios y con los demás, como hizo él.

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*ORAR CON EL EVANGELIO (Jn 6,51-58)


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  • EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO.

LA EUCARISTÍA, PAN DE VIDA, PAN DE LOS POBRES. LA IGLESIA, CASA DEL PAN”

En la fracción del pan, Eucaristía, la Iglesia de Jesús de Nazaret celebramos la Pascua del Señor. La Eucaristía es fuente y culmen de la misión, centro y raíz de la comunidad cristiana. No se puede celebrar la memoria de la Cena del Señor y dar la espalda a los pobres. Este es el sacramento de nuestra fe, decimos después de la consagración y quedamos transformados y comprometidos a trabajar en la realización de un mundo conforme a los deseos de Cristo, el Reino de Dios, ya, desde ahora.

La Eucaristía, que construye la Iglesia como comunidad de fe, amor y esperanza, imprime en quienes la celebran con verdad una auténtica solidaridad y comunión con los más pobres, esto tendría que ser una realidad en nosotros. En ella nos reparte Dios el pan necesario para andar los caminos de la vida. Cristo se nos hace presente realmente en ella como ofrenda al Padre y alimento para el pueblo como peregrinos que somos.

Es preciso que nuestros grupos, nuestras comunidades pongamos en práctica la manera de hacer de Jesús. El Pan de la eucaristía no cierra a la comunidad sobre si misma, sino que la abre a la vida del mundo con sus divisiones, problemas, su hambre. La comunidad que come de este pan se debe dejar transformar para convertirse también ella en “pan para la vida del mundo”

La Eucaristía es la mesa donde pobres y ricos, hombres y mujeres, sabios e ignorantes, recibimos el mismo alimento sobreabundante.
Jesús es el pan o la Palabra que Dios ofrece como alimento a toda la humanidad. Comer el pan de la eucaristía (o el Pan de la Palabra) es querer entrar en comunión profunda con El y querer ser transformados cada día para ser y vivir al estilo de Jesús, siempre El como modelo.
Celebramos en esta gran fiesta, el día de la CARIDAD, aunque la CARIDAD, tiene que ser todos los días. En la Eucaristía queda plasmada la solidaridad de Jesús que, siendo Dios, se hace uno con nosotros. Con que facilidad lo decimos pero ¿Lo sentimos de verdad? La solidaridad se fortalece por la caridad y el ejemplo de Jesús de dar la vida por todos.

*ORACIÓN

Jesús de Nazaret, tenemos hambre y sed de vida, y de vida en plenitud.

Y Tú nos dices: “Venid y comed la mesa siempre está preparada, y a esta mesa todos son bienvenidos., hay sitio para todos.

Enséñanos Jesús de Nazaret a preparar “la mesa” para compartir con todo el que tiene necesidades vitales, hambre de pan, de escucha, de amistad, de perdón, de cariño, de comunidad. De tantas necesidades se pasa hambre…

Nosotros, los que nos alimentamos con tanta frecuencia de tu Palabra y de tu Pan que da la vida eterna, nos olvidamos, no vemos o no queremos ver que otros necesitan de de nosotros.

Tú, Jesús de Nazaret en toda tu existencia te entregaste a dar vida:

Fuiste caricia que cura a los leprosos.

Fuiste cercanía con los pecadores.

Fuiste consuelo y respeto con los enfermos.
Fuiste pan y peces compartidos para los hambrientos
Fuiste fuerza para los que luchan por la justicia.
Fuiste amigo y maestro que con paciencia enseña.

Fuiste futuro y Esperanza para todos.

Que nosotros, sepamos seguirte, imitarte, actuar como Tú. Jesús de Nazaret. AMÉN

ZURIÑE

JAINKOAGAN KONFIANTZA – CONFIAR EN DIOS. José A Pagola

JAINKOAGAN KONFIANTZA

José Antonio Pagola. Itzultzailea: Dionisio Amundarain

Juan 3, 16-18

Hirutasunaren misterioa giza kontzeptuz adierazteko, mendez mende teologoek egin duten ahaleginak apenas die laguntzen gaur egun kristauei, dela Jainko Aitagan beren konfiantza biziberritzeko, dela Jesusekiko, gizon egindako Jainkoaren Semearekiko atxikimendua birsendotzeko, dela fede biziz onartzeko Jainkoaren Espirituaren presentzia gugan.

Horregatik, gauza ona izan daiteke ahalegintxo bat egitea, Jainkoaren misteriora hurbiltzeko, hitz xumez eta bihotz apalez, hurbiletik begiratuz Jesusen mezuari, keinuei eta bizitza osoari: gizon egin den Jainkoaren Semearen misterioari, alegia.

Aitaren misterioa maitasun da, bihotz-bihotzetiko maitasun eta etenik gabeko barkazio. Inor ez du baztertzen maitasun horrek, inori ukatzen ez barkazioa. Aitak maite gaitu eta bere seme-alaba guztion bila dabil, berak bakarrik dakizkien bideetan barna. Txera mugagabez eta erruki sakonez begiratzen dio gizaki orori. Horregatik, hitz batez dei egiten dio Jesusek beti: «Aita».

Geure lehen jarrera, Aita horren aurrean, konfiantza izan behar dugu. Errealitatearen azken misterioak, fededunok «Jainkoa» deitzen dugun horrek alegia, ez liguke eragin behar sekula ez beldurrik, ez larritasunik: Jainkoak ezin du egin maitatu besterik. Ondotxo daki hark gure fedea txikia dela eta dudakorra. Ez dugu zertan triste bizi, geure bizitzagatik, ia beti eskasa; ezta zertan adorea galdu ere, konturatu garelarik, urtetan bizi izan garela Aita horrengandik urrun. Utz dezagun geure burua haren eskuetan, xume-xume. Aski du hark gure fede txiki hori.

Jesusek berak ere konfiantza izatera gonbidatzen gaitu. Hona zein hitzez: «Ez zaitezte bizi bihotza larri. Sinetsi Jainkoagan. Sinetsi nigan ere». Aitaren argazki bizia da Jesus. Aitak dioskuna ari gara entzuten Jesusen hitzetan. Bere keinuez eta bere jardueraz, dena emana bizitza gizakoiago egitera, Jainkoak nola maite gaituen agertzen digu.

Horregatik, Jainko jakin, adiskide eta hurbileko batekin egin genezake topo Jesusengan edozein gorabeheratan. Gure bizitzan bakea ezartzen du Jesusek. Beldurretik konfiantzara pasarazten gaitu, errezelotik fede xumera maitasun huts den bizitzako azken misterioarekiko.

Aita eta haren Semea arnasten dituen Espiritua onartzea, ikusezina eta isila baina erreala den Jainkoaren misterioaren presentzia gure baitan onartzea da. Etengabeko presentzia honen ohartun bihurtzen garenean, Jainkoaganako beste konfiantza bat hasten da ernetzen gure baitan.

Gure bizitza hauskorra da, kontraesanez eta ziurgabetasunez betea: fededun eta fedegabe, guztiok bizi gara misterioak inguraturik. Alabaina, Espirituak gu baitan duen presentzia, misteriotsua bera ere, ahula izan arren, aski da Maitasun huts den bizitzako azken Misterioan dugun gure konfiantza sostengatzeko.

 

Santísima Trinidad    Juan 3, 16-18

CONFIAR EN DIOS
José Antonio
PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com

ECLESALIA, 11/06/14.- El esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.

Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.

También Jesús nos invita a la confianza. Éstas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.

Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.

Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.

Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa, del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

 

SOMOS EL HIJO ÚNICO DE DIOS – FIESTA DE LA TRINIDAD. Eduardo Martínez Lozano

Evangelio de Juan 3, 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

— Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

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SOMOS EL HIJO ÚNICO DE DIOS

Es característico del lenguaje religioso que únicamente tenga sentido para quienes comparten esa religión. Porque se trata de un “idioma particular”, que utiliza las claves propias del mismo.

Por eso, cuando se toma en su literalidad, solo será captado por aquellas personas que comparten ese mismo credo y, además, se hallan situadas en el mismo nivel de consciencia en que el texto fue escrito.

Eso es lo que puede ocurrirnos en la lectura de este texto. Da por supuesta la existencia de Dios como un ser separado, y quiere mostrarlo como amor hacia la humanidad. Y la “prueba” de ese amor es que entrega a su propio Hijo.

Mientras lo lee una persona cristiana que se halla en un nivel de consciencia mítico y en una perspectiva dual (mental, teísta), el texto no ofrece dificultad, porque está escrito precisamente en esas mismas claves.

Para un cristiano que se encuentra en ese estadio, se trata sencillamente de la adhesión mental a una creencia: Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos, y eso constituye la mayor prueba de su amor por nosotros.

Sin embargo, en cuanto se modifica la perspectiva del lector –porque ha superado el estadio mítico o empieza a moverse en una perspectiva no dual-, las dificultades surgen inmediatamente. Porque se han modificado las “claves” de lectura y, con ellas, las imágenes empleadas.

Si, por otro lado, se acerca al texto una persona no religiosa, no podrá entrar en sintonía con él, ya que su propio “idioma particular” constituirá un obstáculo prácticamente insalvable.

Con todo ello, parece que será necesario un doble cuidado en su “traducción”: por un lado, habrá que utilizar un lenguaje “universal” en el que todos puedan reconocerse; por otro, habrá que trascender la literalidad y desentrañar el contenido que se percibe desde la perspectiva no-dual.

Si el término “Dios” hace referencia al Misterio de lo que es, su “Hijo” es, sencillamente, todo lo que percibimos. La tradición cristiana lo ha personalizado en Jesús de Nazareth. Pero, desde la no-dualidad, Jesús es sencillamente expresión de lo que somos todos.

Hablar de un Dios personal que “entrega” a su Hijo para salvarnos, y que eso se presente como prueba de amor hacia nosotros, se parece demasiado a una proyección de nuestros modos humanos de hacer. Sin embargo, la intuición es acertada: el Misterio de lo que es se nos está “entregando” permanentemente en el despliegue de todo lo que se manifiesta. Por eso, en cualquier persona, en cualquier objeto, en toda circunstancia, podemos apreciar su “rostro”. Y, más allá de las “peripecias” existenciales que nuestra mente toma por “reales”, ese Misterio es amor desbordante.

Porque el amor no tiene que ver con lo emocional ni, mucho menos, con los apegos característicos del yo apropiador.

Amor es la consciencia clara de no-separación de nada. Por eso, es la primera constatación: no existe nada separado de nada; todo se halla admirablemente interrelacionado, es decir, todo es amor. Más allá de lo que ocurra, más allá de cómo se sientan los yoes, todo constituye una única red, de la que nunca podremos separarnos.

Quizás sea este hecho el que ha llevado a las religiones a proclamar que el “primer mandamiento” había de ser el de “amar a Dios sobre todas las cosas”. Con el cambio de perspectiva, lo que pudo parecernos una exigencia de un Dios celoso lo percibimos como una declaración de sabiduría: amar a Dios sobre todas las cosas significa reconocer la unidad de todo y vivir en coherencia con ello.

Quien percibe esto ya está “salvado”. Quien no lo percibe –añade el texto- “ya está condenado”. Pero no porque no tenga una adhesión mental a la persona de Jesús –como entendía la lectura mítica, que condenaba a quienes no profesaran, mentalmente, la “fe verdadera”-, sino porque permanece en la confusión de creer que somos como islotes separados, y que el pequeño yo o ego constituye nuestra identidad última.

Creer en el “Hijo único de Dios” es abrir nuestro corazón y nuestra mirada a reconocer que todo es Uno: todos –todo- somos el Hijo único de Dios, la expresión que toma el Misterio en tantas formas cambiantes.

 

 

 

* ORAR CON EL EVANGELIO. Jn. 3, 16-18

  • FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

* Una semana después de Pentecostés, la Iglesia nos invita a celebrar y profesar nuestra fe en la Santísima Trinidad. Esta realidad nos hace ver nuestra humana y limitada capacidad de entendimiento, ya que nos referimos a uno de los misterios centrales de nuestra fe. Y nos recuerda que no celebramos a tres dioses distintos, sino a un solo Dios verdadero y a tres personas distintas. Imposible de entender con nuestra limitada capacidad humana.

* Se atribuye a san Patricio, patrono de Irlanda, una sencilla leyenda que a modo de comparación le permitió explicar este misterio ante tanta herejía como se encontraba. Se inclinó hacia el suelo y recogió una hoja de trébol. Con ella, les explicó lo esencial de la doctrina trinitaria (muchos la habremos escuchado de pequeños). Esta hoja tiene un solo tallo, simboliza la unidad divina de Dios, los tres pétalos simbolizan las tres Personas: Padre, Hijo, Espíritu. Cada hoja del trébol es diversa y sin embargo las tres forman el trébol. No podríamos decir que es un trébol si falta una de sus hojas. Lo mismo con la Trinidad, cada persona de la Trinidad es diversa, cada persona es Dios, pero en comunidad de Amor son un solo Dios. Misterio difícil de entender, que se nos aclara un poco (sin olvidar que es misterio). En la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés:

* En la Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe.

* En la Encarnación, Dios se encarna por amor a nosotros en Jesús.

* En Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en nuestras vidas en la Persona del Espíritu Santo.

* Dios se nos revela poco a poco como Trinidad. En el momento de la Creación, vemos una alusión al Espíritu (Génesis: 1,2)
* Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer en el Bautismo en el Jordán: “Este es mi Hijo, el Amado” (Mt.3,16-17).
* Posteriormente Jesucristo, al mandar a sus discípulos a evangelizar, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. (Mt.28.18). Y nos revela al Padre: (Mt. 11,27).

Aunque las Tres divinas Personas son inseparables, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu la Santificación. (1 Cor. 12, 1-3)
Así vamos descubriendo que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo.

Lo importante que se descubre en este misterio es que la imagen de Dios en la tierra no queda reflejada sólo en el individuo aislado, sino en la COMUNIDAD HUMANA, en la que descubrimos la presencia del PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO, evitando el egoísmo que impide la UNIDAD, respetando siempre las diferencias, necesarias e inevitables, y creando siempre COMUNIDAD, arrancando la autosuficiencia que rompe el amor y destruye la paz.

Ésta es la esencia de nuestra fe cristiana: un solo Dios que en cuanto Padre crea familia, en cuanto Hijo crea fraternidad y en cuanto Espíritu Santo crea comunidad.

La experiencia del Dios trinitario llena toda nuestra vida desde el momento del Bautismo y su amor infinito que se entrega, que es don y generosidad, debe llenar de inmensa alegría  nuestra vida, por la promesa cumplida que no dice Jesús:

“Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

  • ORACIÓN
  • (Qué bueno sería que nuestra oración fuese reposada y tranquila, orando desde dentro con las oraciones aprendidas desde muy pequeños y que quizá decimos con rutina. ¿Lo intentamos?)
  • Comenzamos haciendo la señal de la Cruz. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
    * Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo…

  • Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor
  • Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
  • Señor, Hijo único Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica.Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú, Señor, sólo Tú, Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. AMÉN.

  • (Luego si nos sentimos con sed de experiencia de Fe, de vivencia en lo que creemos o queremos creer, decimos muy despacio, parándonos en las palabras que más nos llenan, dejando que nos hablen.) EL CREDO

  • TERMINAMOS NUESTRA ORACIÓN DANDO GRACIAS.

  • Te damos gracias Dios nuestro porque has venido al encuentro de la humanidad a quien tanto amas y quieres que sea feliz. aquí en la tierra.
  • Te damos gracias porque Jesús, tu Hijo, nos ha dado a conocer tu rostro de Padre Misericordioso.
  • Te damos gracias porque el mismo Espíritu que llenaba el corazón de Jesús está en nosotros, habita en cada ser humano y llena el universo haciéndonos buscar la paz y la fraternidad..
  • Te damos gracias porque nos haces comprender que salir de nosotros mismos nos hace bien y nos hace crecer como personas y cuanto más nos entregamos, más abiertos estamos a recibir su Amor.
  • Haz que, como Moisés, sepamos cada mañana “subir al monte” para escucharte, para estar contigo y llevar a nuestros hermanos la alegría de haberte encontrado.

O aunque sea de noche en nuestro interior, como lo hizo Nicodemo, para que ilumines nuestro interior y luego nosotros poder llevar tu LUZ a otros.

Y que la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros”. AMÉN.

* ZURIÑE

DIOS ES ESPÍRITU, FUERZA, ENERGÍA Fray Marcos – Pentecostés

Dios es Espíritu, fuerza, energía

Fray Marcos – Pentecostés (A)

(Hch 2,1-11) Se llenaron de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas…

(Cor 12,3-13) Nadie puede decir Jesús es Señor, si nos es bajo la acción del E.

(Jn 20,19-23) Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Dios es Espíritu, fuerza, energía. Como Vida no se puede localizar ni entender separada de cada ser. Encontrar al otro es encontrar a Dios.

Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Son teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT, no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en muy pocas ocasiones podemos entenderlo como una entidad personal.

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos al servicio del cuerpo. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que la vida mantiene organizadas y da unidad a billones de células que vibran con la misma vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa cualquier forma de vida biológica. El evangelio de Jn escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lc. Esas distintas “venidas” nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de  descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: “Jesús es el Señor. Ni decir “Abba”, si no es movidos desde Él.

Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser.

Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Solo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”. Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios para que nosotros lleguemos a la misma experiencia.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras  veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él era la de servicio. «El que quiera ser primero sea el servidor de todos.» O «no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.»

El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de Pentecos­tés las personas de distinta lengua se entienden porque la lengua del Espíritu es el amor, que todo el mundo puede comprender; lo contrario de lo que pasó en Babel. Éste es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”.

Durante los primeros siglos fue el Dios-Jesús-Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia tal como se ha interpretado con demasiada frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia se ha utilizado la autoridad para hacer personas dóciles a los caprichos del superior de turno. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca sino someter a los demás a la propia voluntad. La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu sino por una necesidad de la comunidad humana.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

El camino para salir de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Dios-Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto los superiores como los inferiores tenemos que abrirnos al Espíritu y dejarnos guiar por él. Conscientes de nuestras  limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia en nosotros de Dios-Espíritu sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias pasadas, presentes y pretéritas de los demás. Creernos privilegiados con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.

Meditación-contemplación

Dios-Espíritu en nosotros es la base de toda contemplación.

El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.

No es un descubrimiento intelectual, sino existencial.

La única realidad es Dios-Espíritu en mí.

…………….

La experiencia mística es conciencia de unidad.

No porque se han sumado mi yo y Dios,

sino porque mi yo se ha fundido en el YO.

Todos los místicos llegan a la misma conclusión que Jesús:

“yo y el Padre somos uno”

………………….

No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.

Deja que Él te encuentre a ti y te transforme en Él.

Es tan sencillo como beber un vaso de agua.

Es tan difícil como alcanzar la luna.

Todo depende de la actitud del yo.

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