16 de Noviembre de 1989
El Salvador
Ignacio Ellacuría (59), vasco de Portugalete, salvadoreño como sus compañeros de martirio, desde los 19 años, en el noviciado de Santa Tecla. Doctor en Filosofía, teólogo, rector de la UCA desde hacía diez años. Su rigor intelectual, su claridad en el análisis de la realidad, su creatividad para soluciones profundas e inmediatas, lo hacen interlocutor obligado de religiosos, intelectuales y políticos y su fama trasciende las fronteras centroamericanas. Invitado a congresos, conferencias, a recibir premios en el exterior, "Ellacu", como le dicen, aprovecha toda ocasión para ser portavoz de su pueblo clamando justicia.
Ingresó en la Compañía de Jesús a los 17 años y a los 19 viajó por vez primera a El Salvador. Completó sus estudios en Innsbruck, con Karl Rahner. En 1962 comenzó a trabajar con Xabier Zubiri, que sería su definitivo maestro y del que se convertiría en su mejor discípulo. Por aquellos años, Zubiri dijo al jesuita Luis Etxaerandio que «Ellacuría es un joven muy poderoso intelectualmente y tiene muchas posibilidades». A lo que el jesuita respondió: «Sí, Ellacu es un apasionado tremendo, pero a veces demasiado decidido e impetuoso. A ver si le enseña a dudar un poco».
Pero Ellacuría no dudó. Su excelente formación le hizo profundizar en la idea de que la realidad y la verdad han de hacerse y descubrirse en la complejidad colectiva y sucesiva de la historia, razón por la que la historia no es un factum –un hecho que nos viene dado de un modo fatal– sino un faciendum –una realidad que se teje cada día con nuestra acción–. Y como el destino le llevó a una tierra donde todo estaba por hacer, asumió con coraje el compromiso de contribuir a labrar una historia de libertad y justicia para el pueblo al que el destino le había ligado.
Hace veinte años, visitó Barcelona para recoger el premio Comín. Luego regresó a El Salvador. Sabía a lo que iba. Y, un día como otro, dio testimonio de entrega absoluta al ideal que entrevió con su inteligencia poderosa y sirvió con su voluntad decidida. Fue fiel hasta el extremo. Es la manifestación máxima de la dignidad humana.