DOMINGO 6º DE CUARESMA -(RAMOS) (B)-Fray Marcos

(Is 50,4-7) Ofrecí el rostro como pedernal y sé que no seré avergonzado

(Flp 2,6-11) Se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.

(Mc 14-15) Lo mataron por ser fiel a su novedosa idea de Dios.

Dios ni consintió ni quiso y menos aún exigió la muerte de Jesús para perdonarnos. Debemos salir de esa dinámica que es un mito ancestral.

Aunque la liturgia comience con el recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén, no podemos pensar que fue una entrada triunfal. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. La subida a Jerusalén por la fiesta de Pascua se hacía siempre en grupo (un pueblo, una familia o una facción). Era siempre una romería, y esto implicaba fiesta y alegría (cantar, bailar, agitar ramos u otros objetos vistosos). Lo narran los cuatro evangelios, pero en Mt y Jn encontramos la verdadera razón del relato: para que se cumpla la Escrituras. “mira a tu Rey que viene…”

Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren trasmitir, hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. La Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuente de las consecuencias de sus actos, no da un paso a tras, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodando nuestra conducta para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás, pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado no es más que egoísmo camuflado.

Los textos que han llegado a nosotros no son de fiar porque están escritos desde una visión pascual de la pasión y muerte y no pretenden informarnos de lo que pasó sino darnos una teología sobre los hechos. Hoy sabemos que le mataron los romanos por miedo a un levantamiento contra Roma. Pero lo que sabemos sobre Jesús no da pie para pensar que fuese un sedicioso. Lo más probable es que los jefes religiosos dieran a Pilato argumentos para que pensara que Jesús podía ser un peligro real para el imperio.

La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y a su persona, por intentar purificar su religión. No pensemos en un rechazo gratuito y malévolo. Fariseos, escribas y sacerdotes no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era bueno. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre. Su muerte manifiesta lo radical de la oposición.

Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo. La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la interpretación de la Ley y el culto del templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra, los signos de amor eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

Nunca podremos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta de que los jefes querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida, es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido y defenderlo, aun a costa de su vida.

No se puede pensar en la muerte de Jesús, desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librará de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Gracias a que esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos en el mito del Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exegetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo. Ni podemos ofender a Dios ni Él se puede sentir ofendido.

Para los discípulos la muerte fue el revulsivo que los llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacer nosotros.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.

Erramu Igandea – B – José A. Pagola

(Markos 14,1—15,47)

KEINURIK GORENA-EL GESTO SUPREMO

Jesusek kontuan zuen indarkeriazko azkena izaten ahal zuela. Ez zen gizon inozentea. Badaki zein arrisku duen Jainkoaren erreinuaren egitasmoa jo eta ke predikatzen jarraitzen badu. Ezinezkoa da «pobre» eta «bekatarientzat» bizitza duin bat hain modu errotikoan bilatzen jardutea erreakzio bat eragin gabe inolako aldaketarik onartzen ez dutenen aldetik.

Egia esateko, Jesus ez da buru-hiltzaile edo suizida bat. Ez dabil gurutziltza dezaten bila. Ez zuen sekula sufrimendurik nahi izan, ez besteentzat, ez beretzat. Bizitza guztian jardun zuen sufrimenduaren kontra borrokan, ikusten zuen alde guztietan: gaixotasunean, zuzengabekerietan, bekatuan nahiz etsipenean. Horregatik, orain ere ez dabil heriotza bila, baina ez du egin nahi atzera ere.

Bekatariei eta zokoratuei harrera egiten jarraituko du, bere jardueraz tenpluan haserrea eragingo badu ere. Azkenean heriotzara kondenatzen badute, gaizkile eta zokoratu bat bailitzan hilko da bera ere, baina bere heriotzaz baietsiko du bere bizitza guztian zer izan den: konfiantza osoa, alegia, bere barkazioa inori ere ukatzen ez dion Jainkoagan.

Azkenak direnei Jainkoaren maitasuna iragartzen jarraituko du, inperioan pobreenak eta mespretxatuenak direnekin bat eginez, erromatar gobernariaren inguruan guztiz arbuiagarri izango bada ere. Egun batean gurutzean josten badute –esklaboentzako zigorra zen–, esklabo mespretxagarri bezala hilko da bera ere, baina bere heriotzaz betiko zigilatuko du biktimen defendatzaile den Jainkoarekiko konfiantza.

Jainkoarekiko maitasunaz bete-beterik, «salbazioa» eskaintzen jarraituko du gaitza eta gaixotasuna jasaten ari direnei: «harrera» eskainiko die gizarteak eta erlijioak baztertu dituztenei; Jainkoaren doako «barkazioa» erregalatuko die bekatariei eta galdua den jendeari, berarekiko adiskidetasunera itzultzeko ezgai direnei. Jarrera salbatzaile honek, beraren bizitza guztia arnastu duenak, arnastuko du beraren heriotza ere.

Horregatik erakartzen gaitu gurutzeak horrenbeste. Gurutziltzatuari musu ematen diogu, beragana jasotzen ditugu begiak, adi entzuten ditugu beraren azken hitzak… gurutzean, Aitaren egitasmoari Jesusek egin dion azken zerbitzua ikusten dugulako, bertan ikusi dugulako Jainkoaren keinurik gorena ere: bere Semea ematen, maitasunez, gizadi osoarentzat.

Jesusen jarraitzaileentzat, Jaunaren nekaldia eta heriotza ospatzea esker on zirraragilea da, adorazio gozoa Jainkoaren maitasun «sinestezinari» eta Jesus bezala bizitzeko deia, gurutziltzatuekin solidarizatuz.

José Antonio Pagola
Itzultzailea: Dionisio Amundarain

EL GESTO SUPREMO

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabe a qué se expone si sigue insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Es imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores» sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesa cambio alguno.

Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.

Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos, aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.

Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.

Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora, que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.

Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.

Para los seguidores de Jesús, celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús, solidarizándonos con los crucificados.

José Antonio Pagola

Domingo de Ramos – Koinonía

Isaías 50,4-7

Filipenses 2,6-11

Marcos 14,1-15,47

Notas a los textos bíblicos:

Un año más, pedimos disculpas a quienes buscarán un comentario bíblico-teológico «normal» para un domingo de Ramos; esperamos que podrán encontrarlo fácilmente en la red. Nosotros esta vez queremos volver a tratar de hacer un comentario pensando en aquellas personas que –como también nosotros ante el comentario que teníamos ya redactado– se sienten mal ante ese conjunto de conceptos bíblicos que se repiten y enlazan indefinidamente sin salir de un bucle teológico-litúrgico dentro el cual muchos de nosotros –que pensamos como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida– sentimos que casi nos asfixiamos.

En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias teológicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica diferente a la real, y que parecen estar de antemano inmunizados contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, todo debe ser escuchado y recibido sin discusión, sin espíritu crítico, «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»?

Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia –y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa–, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas… que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en Semana Santa, y lo que celebramos –así perciben en el templo– es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»… El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que cayó en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar por nosotros a Dios una reparación adecuada» por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.

Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo imaginario que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia.

¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?

¿Hemos dicho «no creemos»? Ante todo, hay que decir –para alivio de muchos– que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (si lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el secreto sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XXI. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o, para decirlo de otra manera, de una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van más allá de él. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar –no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación– deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury… Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo, repugna.

¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía… pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI… estando como estamos en el siglo XXI…

Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita… Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención…

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»… ¡y urgente! Y también legítima, por lo menos.

No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía… ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/ Por su carácter dramatizado, y por la mentalidad crítica con la que ya pudo ser escrita hace treinta años, la serie «Un tal Jesús» presenta, de un modo muy pedagógico, la visión de la vida de Jesús desde la perspectiva de la teología de la liberación.

– La serie «Otro Dios es posible» (http://radialistas.net/category/otro-dios-es-posible/), de los mismos autores, tiene un capítulo, el 85, titulado «¿Los judíos mataron a Cristo?», que puede ser útil para suscitar un diálogo-debate sobre el tema. Su guión puede recogerse de http://radialistas.net/article/85-los-judios-mataron-a-cristo/ y su audio de: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/85.mp3

Para el estudio de la continua sucesión de interpretaciones de las fiestas a lo largo de la historia de Israel, se puede recurrir a Fiesta en honor de Yavé, de Thierry MAERTENS (disponible en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca).

Como bibliografía para recuperar, desde la perspectiva de la liberación, lo mejor de la visión clásica de la teología respecto a la pasión y muerte de Jesús, recomendamos el excelente libro de BOFF Pasión de Cristo, Pasión del mundo (Sal Terrae en España, Indoamerican Press en Colombia, Vozes en Brasil… disponibilizado también en varios puntos de la red). Del mismo autor, el artículo 217 en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat): Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro señor Jesucristo.

No obstante, la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí, pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró. En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una «propuesta nueva pero desde los mismos presupuestos»… Hoy esos presupuestos están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva, es decir, desde presupuestos nuevos, por ejemplo: sin «dos pisos» (este mundo junto al otro mundo), sin el histórico pecado original, sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas literales…

En este sentido, es el obispo John Shelby SPONG quien con más claridad y valentía está proponiendo reinterpretar el cristianismo desde una superación radical de este «mito básico cristiano», como lo llama él: cfr. el capítulo «Cambiando el mito básico cristiano» de su reciente libro «Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo» [http://tiempoaxial.org] (Editorial Abya Yala [http://www.abyayala.org.ec], Quito enero 2011). Véase un capítulo de ese libro, explícitamente sobre el tema de la redención, en la RELaT [http://servicioskoinonia.org/relat] titulado «Jesús como rescatador y redentor: una imagen que debe desaparecer» [http://servicioskoinonia.org/relat/380.htm].

También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista «Selecciones de Teología», [http://www.seleccionesdeteologia.net]).

Acabaremos recordando que, como es obvio, la problemática de la Redención no es del Domingo de Ramos, ni siquiera de la semana santa… sino de todo el cristianismo; afrontarla, tratando de «agarrar valientemente el toro por los cuernos», no es tarea para un domingo ni para una semana, sino para todo el año… Pero un domingo de ramos es una buena ocasión para plantearlo más detenidamente. Lo dejamos en manos de ustedes, lectores individuales y comunidades lectoras…

Domingo 5º de Cuaresma-José Luis Sicre

ANGUSTIA Y ORACIÓN

La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

Pero este marco optimista encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

José Luis Sicre

DOMINGO 5º DE CUARESMA  (B)-Fray Marcos

(Jr 31,31-34) «Meteré mi ley en su pecho, la escribirá en sus corazones.»

(Hch 5,7-9) «Él, a pesar de ser hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.»

(Jn 12, 20-33) Si el grano no muere, permanece solo, si muere se multiplica.

u vida biológica es solo un medio para alcanzar la verdadera Vida. Solo alcanzando esa meta, darás pleno sentido a tu vida.

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo, tiene que descubrirla ahora en “el Hombre”.

 Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotunda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

 Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida sicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo, no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomo consciencia de esto y perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

 El que quiera colaborar conmigo, que me siga, “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

 Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir?  “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

 

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro me está empujando a la entrega a los demás, pero debo superara la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y sicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Garizumako 5. igandea – B – José A. Pagola

(Joan 12,20-33)

MAITASUNA EZ DA IZATEN ORDAINIK GABEKO – NO SE AMA IMPUNEMENTE

Esaldi gutxi izan ohi dira gaurko ebanjelioan entzun ditugunak bezain probokatzaile: «Gari-alea, lurrera erori eta hiltzen ez bada, agor gelditzen da; hiltzen bada, ordea, fruitu ugari ematen du». Argia da Jesusen pentsamendua. Ezin eragin du batek bizitza, nork berea eman gabe. Ezin lagundu diezu besteei bizitzen, prest ez bazaude zeurea besteengatik emateko. Maitasunaren fruitu da bizitza, eta geure burua emateko gai garen neurrian sortzen da.

Kristautasunean ez dira bereizi izan beti, argiro, desegitea geure esku dugun sufrimendua eta desegin ezin dugun sufrimendua. Bada saihestezina den sufrimendu bat, geure sorkari-izaeraren isla da, orain garenaren eta izatera deituak garenaren arteko aldea adierazten du. Baina bada beste sufrimendu bat ere, gure egoismoaren eta zuzengabekerien fruitu dena. Sufrimendu bat, gizakiok elkar zauritzen erabiltzen duguna.

Arrazoizkoa da oinazeari ihes egin nahi izatea, bera saihesten saiatzea posible den guztietan, borroka egitea gugandik urruntzeko. Baina, horregatik hain justu, bada sufrimendu bat bizitzan baitaratu beharrekoa, nork bere egin beharrekoa: gizon-emakumeen artetik ezkutatzen saiatzeagatik sortu eta onartua den sufrimendua. «Oinazea ona da, soilik, bera desegiteko prozesuari aurrera eragiten badio» (Dorothee Sölle).

Garbi dago: bizitzan sufrimendu, samintasun eta atsekabe asko saihesten ahal genuke. Aski genuke begiak ixtea besteen sufrimenduaren aurrean eta geure bizitza buru-belarri ematea geure zorionaren bila, era egoistan. Baina beti prezio altuegi baten bizkar izango litzateke hori: sinpleki, maitatzea bertan behera utziz.

Maite duzunean eta bizitza biziki maite, ezin biziko zara axolagabe jendearen sufrimendu handiaren nahiz txikiaren aurrean. Maite duena zaurigarri bihurtzen da. Besteak maitatzeak berekin dakar sufrimendua, «gupida», solidaritatea oinazean. «Ez da sufrimendurik gugatik aparte izan daitekeenik» (K. Simonow). Solidaritate mingarri honek gizakiaren salbazioa eta liberazioa sorrarazten ditu. Horixe dugu topatzen Gurutziltzatuagan: salbatu egiten du oinazea partekatzen eta sufritzen ari denaren solidario bihurtzen denak.

José Antonio Pagola

Itzultzailea: Dionisio Amundarain

NO SE AMA IMPUNEMENTE

Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

Domingo 5º de Cuaresma – Koinonía

Jeremías 31,31-34

Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados

«Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor.» Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.»

Salmo responsorial: 50

Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso: / enseñaré a los malvados tus caminos, / los pecadores volverán a ti. R.

Hebreos 5,7-9

Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Juan 12,20-33

Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Notas a los textos bíblicos:

El profeta Isaías recuerda y reconoce la acción liberadora de Dios en la historia. Al pueblo sediento que experimenta la dureza de una vida oprimida, Dios le anuncia buenas nuevas colmando su sed. Esta historia del pueblo de la Biblia que parece imposible de cambiar recibe el favor de Dios que interviene renovando su promesa de no abandonarlo: «agua en el desierto, ríos en el arenal, camino en el mar, sendas en las aguas impetuosas». El pueblo reconoce la bendición de Dios y se maravilla, pero pronto la olvida; esa es su historia: vivir sin recordar la misericordia de Dios. La esperanza es el mejor tesoro que tenemos los pobres para soñar una mejor vida, especialmente insertos en una realidad egoísta y desleal. Al esperar, soñar y confiar en Dios, la boca se nos llena de risas y cantos, porque nuestra suerte ha cambiado, nuestro Dios se ha acordado de nosotros, hemos cosechado «las gavillas», sacrificios de una vida que nos hacen volver cantando como el salmista.

Pablo nos propone su gran sueño: parecerse a Jesús en todo, encontrar en él la vida y la libertad, el agua que calma la sed. Esta identificación incluye tomar parte en su misma vida, sufrimientos y Resurrección. A esto lo llamará “configurarse” con Cristo, encontrarse con él, “conocerlo”, “sentirlo”, y sobre todo “tomar parte en el sufrimiento redentor”.

En el evangelio, Jesús hace cumplir la ley de manera justa, enfrentando a los acusadores de una mujer pecadora. Alegra y salva la vida de esta mujer cumpliendo sus sueños de ser amada por alguien y liberada de sus ataduras. Es muy simple: por encima de la ley y los juicios morales, están las personas y las situaciones concretas de su pecado e historia. La palabra de Jesús siempre es Buena Nueva, no solo para la mujer a quien evidentemente le llega el perdón y la paz, sino también para el pueblo acostumbrado a ser objeto de juicios y condenas. Vivimos en sociedades propensas a juzgar y señalar las faltas que otros cometen, expertos en buscar culpables. Es el momento de volver el juicio hacia nosotros mismos y enfrentarnos a nuestra propia fragilidad: sólo Jesús puede dignificarnos y capacitarnos para dignificar a quien nos rodea. Nos llama a aliviar y a compartir agua viva a tanta persona sedienta en los desiertos del mundo. Hoy, en lugar de apagar la sed de miles de seres humanos, se acaparan las fuentes de agua, y se piensa egoístamente. ¿Cómo puedes aliviar la vida de personas necesitadas?

El bello texto de la primera lectura, de un discípulo de Isaías, es característico de su teología. Se ha llamado con frecuencia a Isaías el “profeta del nuevo éxodo” (35,6; 41,18ss) y el texto que comentamos, un texto muy citado y utilizado pastoralmente, lo muestra claramente. Con la fórmula clásica del “enviado” (“así dice…”) comienza la unidad; como ocurre con mucha frecuencia Dios, es presentado por lo que “hace”. La misma concluye en el v. 21 ya que en v. 22 comienza un nuevo oráculo de estilo muy diferente, con lo que el texto de la liturgia presenta claramente una unidad “redonda”. El estilo es hímnico, como se nota en los paralelismos (semejante a 40,22s; Sal 104,2ss; 136,5ss).

Es interesante que presenta una larga introducción (vv.16-17) sobre el pasado, haciendo memoria de los acontecimientos del éxodo (Ex 13-14), pero con una serie de tiempos verbales que debemos tener presentes, ya que si los dos primeros son participios (que traza, que hace salir), los dos segundos son imperfectos (se echarán, no se levantarán) y sólo los dos últimos son futuros, y claramente pasados (se apagaron, se extinguieron), por lo que el marco principal es el presente que pone al lector “en medio” de los acontecimientos, con lo que recuerda a Israel que su fe no radica en los acontecimientos del pasado, sino en un Dios que “hace” (en presente) esas cosas.

Lo llamativo es que después de toda esta introducción nos viene a decir en v. 18: “no se acuerden de las cosas pasadas” (no debe leerse como pregunta, como hacen algunas Biblias); las cosas “pasadas” son las del éxodo, como vemos en 41,22; 42,9; 43,9; 49,9; 48,3. ¿Por qué no recordar lo que acaba de poner en la memoria? La memoria (“¡recuerda!”) es fundamental en Israel (Sal 78), y por eso es importante la historia. Ciertamente porque lo que viene “es nuevo”, ya no estamos ante un río que se seca para que un pueblo pase, sino ante un desierto que se llena de agua para que el pueblo beba; lo nuevo es el camino en el desierto (35,8-10; 40,3-4), y el agua y la vegetación en ese lugar (35,6-7; 41,18-19).

Es interesante recordar que, para el tiempo del éxodo, el desierto es un lugar terrible (“enorme y temible”, Dt 1,19; 8,15); allí Dios dio agua de la roca, y alimento del cielo; lo que ahora va a realizar –y realiza– es algo notablemente superior, que hace empalidecer lo “antiguo”. Los acontecimientos que narra nos recuerdan lo que nos dice que no debemos recordar, y ahora en imperfecto: es algo que “se está haciendo”. Entre la doble referencia al agua en el desierto, aparece una extraña imagen: los que glorifican a Dios son los animales del desierto, no el pueblo (aunque estos parecen ocupar su lugar, como es frecuente, por ejemplo, en los sacrificios, y se confirma en el relato con la doble referencia “mi pueblo, mi elegido”). Es este pueblo el que contará las alabanzas de Yavé (ver 43,10; 44,8), y es presentado como el pueblo que “me modelé”, con lo que regresamos a las imágenes de creación, muy frecuentes en el discípulo de Isaías (ver 43,1.7).

Lo que quiere destacar el autor es que no hay que quedarse en los acontecimientos del pasado por más maravillosos que hayan sido; quedarse en los acontecimientos y no en Dios es una forma sutil de idolatría; lo que hay que recordar es a Dios que es quien las hizo, hace y hará. El éxodo es el acontecimiento arquetípico y por eso es modelo de acontecimientos nuevos, no es algo en lo que Dios se ha estancado en el pasado. La “sola memoria” puede ser peligrosa, no puede ser un permanecer “estancados”, no tiene valor si no va acompañada de la esperanza, si no prepara futuro.

En la carta a los Filipenses vemos que lo que ha cambiado a Pablo dando un nuevo enfoque a su vida es el “conocimiento de Cristo Jesús”. Es cierto que otro “conocimiento” puede ser inútil o hasta perverso, pero si de conocimiento de Cristo se trata, ése llegará a su plenitud al final de los tiempos, donde “conoceré, como soy conocido (por Dios)”, 1 Cor 13,12. Todo es “a causa de Cristo” (v. 7). La esperanza judía en el mesías era ciertamente futura, pero Pablo es consciente que ya ha conocido. Sin embargo, todas las esperanzas de Israel, que tan bien quedan expresadas en Rom 9,4-5 no han “conocido”, y han quedado al margen. Esto es para Pablo, un motivo de gran dolor, como lo manifiesta especialmente (9,3). Pero para él, todo lo que preparaba la llegada de Cristo, ya no tiene sentido, como el pedagogo (Gal 3,24-25) no tiene sentido una vez que el niño ha llegado a la escuela a la cual él lo llevaba. Es importante notar cómo Pablo empieza a poner los cimientos para una marcada separación entre Israel y la Iglesia: todo lo anterior, en comparación con Cristo es nada menos que basura.

El lenguaje que Pablo destaca es económico “pérdida/ganancia”, pero más bien es deportivo. Pablo pretende (nótese la semejanza con el lenguaje de 1 Cor 13 que acabamos de mencionar): “ganar a Cristo y ser encontrado por él”. Las imágenes deportivas no son extrañas a Pablo (1Cor 9,24-27; 2Cor 4,8-9), y le sirven a Pablo como un ejemplo más para destacar algo que ya ha comenzado pero que aún no ha concluido. Sin embargo, Pablo no pretende que las imágenes sean suficientes; él no corre con sus propias fuerzas, no espera llegar con su “justicia”; no lo ha alcanzado, sino que fue él mismo alcanzado por Cristo. Aunque más de pasada que en Gálatas y Romanos, queda planteado el tema de la fe y las obras. Pablo sabe que colabora con la obra de Dios, pero sabe que no son sus fuerzas las que le permiten alcanzar la meta (notar estos binomios tan característicos de Pablo: conocer/ser conocido, ganar/ser hallado, alcanzar/ser alcanzado). La justificación –la meta– sólo puede venir de la iniciativa de Dios, no por la ley sino por la fe.

Como no conocemos el contexto de este relato del evangelio de Juan, que es un relato añadido, no sabemos las razones por las cuales a Jesús quieren “ponerle una trampa”. Pero dada la semejanza con los acontecimientos del final de la vida de Jesús, según nos cuentan los evangelios sinópticos, podemos pensar que el drama ya se ha desencadenado y se pretende ahora por todos los medios encontrar argumentos para un juicio que ya está decidido. En ese sentido, el texto es semejante al de la moneda del impuesto al César. Tampoco es fácil saber exactamente cuál es la trampa, pero parece ser ponerlo en la disyuntiva entre, por un lado, ser fiel a la ley de Moisés, y consentir en que la adúltera sea apedreada, con lo que su insistencia en la misericordia se revela “hipócrita”, o, por otro lado, insistir en la misericordia con lo que se manifiesta como infiel a lo mandado por Moisés.

A Jesús no van a buscarlo porque confíen en su buen criterio o porque reconozcan autoridad a su palabra, o porque él pueda decidir la suerte de la mujer. En realidad, en este drama ni Jesús ni la mujer son importantes. Ambos son rechazados por los escribas y fariseos. Jesús, porque buscan atraparlo; la mujer porque es una simple excusa para ese objetivo. Por eso, porque su palabra en realidad no importa es por lo que el Señor se inclina para escribir en tierra. Manifiesta su desinterés por la cuestión, como ellos también la manifiestan.

Somos tan prontos a juzgar y condenar, nosotros los hombres… ¡Es tan fácil en este caso! Nada menos que una adúltera, descubierta en plena infidelidad. Hay que aplicarle el rigor de la ley: ¡debe ser apedreada! De paso, veremos cuánto de fiel a la ley es Jesús. La actitud del Señor no parece ser muy atenta; casi, hasta parece indiferente. En nuestras actitudes, muchas veces, juzgar y condenar van de la mano. Los hombres ya condenaron, falta que hable Jesús, para condenarlo también a él.

¿Sexo? ¡Horror! Para tantos, todavía sigue siendo el más grave y horroroso de los pecados. Es cierto que muchas veces nos hemos ido al otro extremo, y ni hablamos ya del tema… pero cuántas veces nos encontramos con actitudes o comentarios que parecen que el único pecado existente fuera el pecado sexual. La envidia, la ambición, la falta de solidaridad, la injusticia, la soberbia, y tantos otros, parecen no estar en la “lista”. El sexo es «el» pecado. Ésa es, también, la actitud de los acusadores de la mujer: fue descubierta en pleno pecado, ¡debe ser apedreada! «-Muy bien, el que no tenga pecado, que tire la primera piedra». Y, casualmente, los primeros en retirarse son los ancianos, los que ya no tienen «ése» pecado. Muchos pecados hay, no uno, pero nosotros juzgamos, ¡y hasta condenamos!

¿Quién considera pecado sus opciones políticas, que miran sus intereses y no lo que mejor beneficie la causa de todos, especialmente de los pobres? ¿Quién considera pecado su falta de solidaridad con los marginados de su mismo barrio o región? ¿Quién considera pecado su «no te entrometas«, o su falta de compromiso político para que los pecados desaparezcan?

Este que hoy leemos, fue el texto comentado por monseñor Romero en su célebre última homilía: “No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera… Fortaleza, pero ternura: la dignidad humana ante todo… A Jesús no le importaban (los) detalles legalistas… Él ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores… convertirla es mucho mejor que apedrearla, ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla… Las fuentes (del) pecado social (están) en el corazón del ser humano… Nadie quiere echarse la culpa y todos son responsables… de la ola de crímenes y violencia… la salvación comienza arrancando del pecado a cada persona». «–No peques más».

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 76 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «La primera piedra». El audio, el guión y un comentario bíblico-teológico pueden ser tomados de aquí: https://radialistas.net/76-la-primera-piedra/

La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene varios capítulos que pueden ser útiles para suscitar un diálogo-debate sobre el tema.

DOMINGO  4º  DE CUARESMA  (B) – Fray Marcos

(2 Cr 36,14-23)»Quien pertenezca a su pueblo sea su Dios con él y suba.»

(Ef 2,4-10) «Por pura gracia estáis salvados»

(Jn 3,14-21) No mandó al hijo para condenar al mundo sino para salvarlo 

No esperes que alguien venga a salvare. Eres ya plenitud, solo debes descubrirla dentro de ti, vivirla y manifestarla.

Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo: eso es imposible. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso?

El domingo pasado, Jesús criticó el culto idolátrico del templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (es lo que busca Nicodemo) sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología muy avanzada de finales del s. I.

 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por la serpiente). Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es necesario saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Jesús crucificado representa a la vez, muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado”, va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús.

Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión (crea) tenga Vida definitiva. «Vida definitiva» Denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por «eterna», empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La resultado de ser levantado en alto, es plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.

Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. «Dar a su Hijo» no se refiere sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo, Para los sinópticos, a Israel. La salvación destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu es para todos. A finales del s. I. el cristianismo era ya religión universal

El que le presta adhesión no tendrá sentencia; el que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferen­cia. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica, Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Para Dios todo está en equilibrio. Cada acto coloca al hombre en su sitio.

Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. «Su modo de obrar» Denota el proceder habitual, no un acto puntual. En el prólogo había dicho: «y la Vida era la luz de los hombres». No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús, exige salir de la situación de opresión.

El que obra con bajeza…  El que practica la lealtad. «Obra con bajeza se opone a “practicar la lealtad”. «Hacer la verdad» es un semitismo y lo opuesto es «hacer la falsedad». El que es cómplice de la muerte, no puede aguantar la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (luz) las que separan de Dios, sino la conduc­ta (Vida). Quién con su modo de obrar daña al hombre, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.

Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al decir lealtad, muestra que el amor es algo práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz, se hace por amor, no para que se vean las obras. «Realizadas en unión con Dios». No obras hechas según Dios, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas.

En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiestas en las obras. Cada puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Esperar de Dios una salvación raquítica.

Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestra vida espiritual. He creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación, sino llevarnos a plenitud de ser, al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.

La verdadera salvación no puede venirme de fuera, tiene que surgir de lo más hondo de mí ser. Desde ahí, Dios hace posible mi plenitud. Hay que tener claro, que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (S. Agustín. Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Para que se complete mi salvación solo falta lo que depende de mí.

La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitacio­nes. Buscar la salvación por ahí, es un error garrafal. La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy, vivir a tope esa toma de conciencia y manifestarla en el amor.

Falsa y verdadera salvación

Salvación consecuencia de una idea falsa de Dios:

Dios ofendido que necesita defender su honor

Salvación como rescate, gracias a la muerte de Cristo

Salvación como la superación de un desastre. El pecado del hombre

Salvaciones consecuencia de una idea falsa del hombre:

El hombre empecatado sin posibilidad de salir del fango

Sálvese quien pueda. El hombre individual sin conexión social con los demás.

Tengo un alma que salvar y es cosa exclusivamente mía.

Se salva el alma, no los cuerpos

Salvación consecuencia de una idea falsa del mundo:

El mundo como algo perverso que había que reprobar

Recompensa para el más allá por haber despreciado el más acá

Desconexión de la naturaleza como ámbito en el que nos desarrollamos

La salvación de Jesús como algo ajena a nuestras luchas

La salvación es plenitud de humanidad

Salvarse es desplegar lo que nos hace plenamente humanos

A medida que nos hacemos más humanos, crece nuestra plenitud

La salvación nunca podrá estar completada

Ninguna clase de paraíso puede satisfacer la necesidad de salvación

El ser humano es un proyecto que nunca podrá ser alcanzado del todo

La salvación nunca será un seguro a todo riesgo

La salvación nunca nos curará de nuestra finitud

No puede haber diferencia entre una salvación divina y una humana

DOMINGO 4º DE CUARESMA- J. A. Pagola

GURUTZILTZATUARI BEGIRA JARRI – MIRAR AL CRUCIFICADO

Joan ebanjelaria Jesusek Nikodemo izeneko fariseu ospetsu batekin bizi izandako topo egite arraro batez mintzo zaigu. Kontakizunaren arabera, Nikodemo izan da iniziatiba hartu eta Jesusengana «gauez» joan dena. Sumatu du Nikodemok «Jainkoagandik etorritako gizona» dela Jesus; halere, ilunpean bizi da bera. Argira gidatuko du Jesusek.

Jesusekin zinez nola topo egingo dabilen oro ordezkatzen du Nikodemok kontakizunean. Horregatik, halako batean, Nikodemo kontakizunean eszenatik ezkutatu egin da, eta Jesusek bere hitzaldia jarraitu du, gonbit orokor bat eginez, ilunpean bizi ez gaitezen, baizik eta argi bila ibili.

Jesusen arabera, den-dena argitzen ahal duen argia Gurutziltzatuagan dago. Ausarta da baieztapena: «Hainbeste maite zuen Jainkoak mundua bere Seme bakarra eman baitzuen beronengan sinesten dutenetako inor gal ez dadin, baizik eta denek betiko bizia izan dezaten». Ikusi ahal genezake Jainkoaren maitasuna eta sentitu gizon horrengan, gurutzean josia den horrengan?

Txikitatik gurutzea alde guztietan ikustera ohiturik, ez dugu ikasi Gurutziltzatuari aurpegira begira fedez eta maitasunez egoten. Gure begiak, zabarturik, ez dira gai aurpegi horretan argia ikusteko, gure bizitza une latz eta zailean argitzen ahal lukeena. Halaz guztiz, Jesus gurutzetik bizi- eta maitasun-seinaleak bidaltzen ari zaigu.

Zabalik dituen beso horietan, jadanik ezin besarkatu dituzte haurrak, eta esku iltzatu horietan, jadanik ezin ferekatu dituzte lepradunak ezta bedeinkatu ere gaixoak, Jainkoa dago, besoak zabal-zabal, gure bizitza pobrea, hainbeste sufrimenduk hautsia, onartu, besarkatu eta sostengatzeko.

Heriotzak itzalitako aurpegi horretatik, bekatariei eta prostituituei samurkiro begira jadanik ezin jarri diren begi horietatik, hainbat eta hainbat abusu eta zuzengabekeriaren biktimengatik jadanik sumindura-oihurik ezin egin duen aho horretatik, Jainkoa gizadiaz duen bere «maitasun zoroa» agertzen ari zaigu.

«Jainkoak bere Semea bidali zigun mundura, ez mundua juzkatzeko, baizik eta beraren bidez mundua salba dadin». Harrera ona egiten ahal diogu Jainko horri eta uko ere egiten ahal diogu. Inork ez gaitu behartzen. Gu geu gara erabaki behar dugunak. Baina «argia etorri da jadanik mundura». Zergatik egiten diogu uko hainbat aldiz, Gurutziltzatuagandik datorkigun argiari?

Berak jar lezake argia bizitzarik zoritxarrekoenean eta porrot handiena egina duenagan; baina «gaizki diharduena… ez da argira hurbiltzen, bere egintzek berek salatzen dutela ikusi nahi ezta». Era ez oso egoera duinean bizi ohi garenean, iskin egiten diogu argiari, Jainkoaren aurrean gaizki sentitzen garelako. Ez dugu jarri nahi izaten Gurutziltzatuari begira. Aitzitik, «egia egiten duena hurbiltzen da argira». Ez du ilunera ihes egiten. Ez du zer ezkutaturik izaten. Bere begiez Gurutziltzatuaren bila ibili ohi da. Honek biziarazten du nornahi bere argian.

José Antonio Pagola

Itzultzailea: Dionisio Amundarain

MIRAR AL CRUCIFICADO

El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos, que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas, que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su «amor loco» por la humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal… no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz, porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

José Antonio Pagola

Domingo 4º de Cuaresma – Koinonía

2Crónicas 36,14-16.19-23

La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: «El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»

Salmo responsorial: 136

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Junto a los canales de Babilonia / nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; / en los sauces de sus orillas / colgábamos nuestras cítaras. R.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; / nuestros opresores, a divertirlos: / «Cantadnos un cantar de Sión.» R.

¡Cómo cantar un cántico del Señor / en tierra extranjera! / Si me olvido de ti, Jerusalén, / que se me paralice la mano derecha. R.

Que se me pegue la lengua al paladar / si no me acuerdo de ti, / si no pongo a Jerusalén / en la cumbre de mis alegrías. R.

Efesios 2,4-10

Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

Juan 3,14-21

Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

COMENTARIO A LOS TEXTOS:

Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.

Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.

La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:

Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.

Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad.