Jesús Martínez Gordo
Pocos teólogos como el peruano se han visto sometidos a tantas y tan graves sospechas .Es indudable que la aportación de Gutiérrez ha permitido sanear una Iglesia, ligada a un orden social injusto.
La historia de la teología contemporánea, y puede que la de los próximos decenios, está marcada por las intuiciones y los desarrollos de Gustavo Gutiérrez. Pocos, antes de él, han reivindicado con tanta clarividencia, rigor y coherencia la centralidad de la perspectiva teológica y espiritual que brota del seguimiento de Jesús, a partir de sus preferidos, los parias y los crucificados de todos los tiempos y de nuestros días.
Y pocos, como él, han sabido considerar unitariamente la salvación y la liberación, Dios y los pobres, ortodoxia y ortopraxis, vida y muerte, contemplación y subversión, iniciativa divina y libertad humana, revelación y ocultamiento, silencio y palabra o justicia y gratuidad.
Pero, sin embargo, pocos teólogos como el peruano se han visto sometidos a tantas y tan graves sospechas sobre la calidad y ortodoxia de su pensamiento: premoderno, sociologista, asistemático, pauperista, pelagiano, fundamentalista… Probablemente, la que más dolores de cabeza le ha provocado durante el pontificado de Juan Pablo II fue la que cargó las tintas en imputarle que la suya era una aportación infectada de marxismo, una cosmovisión que, además de totalitaria, resultaba materialista y anticristiana. La teología de Gustavo Gutiérrez vendría a ser, al decir de estos críticos, marxismo puro y duro, eso sí, pretendidamente edulcorado o, si se prefiere, envuelto con celofán pseudo-espiritualista.
La respuesta del teólogo peruano a esta acusación ha sido cuádruple: desmarcarse claramente de algunas consideraciones sobre la relación entre el marxismo y el cristianismo que se le han atribuido; negar que su teología sea o haya pretendido ser un constantinismo de izquierdas ocupada en propiciar un empleo ideológico de la fe cristiana; enriquecer los análisis socio-políticos y económicos de una primera época con otros posteriores más culturales y argumentar, en cuarto lugar, la importancia de emplear la mediación socio-analítica en el quehacer teológico, más allá de filias y fobias marxistas. Leer más…
Jesús Martínez Gordo en Religión Digital, 13 de junio de 2018