África rural – África urbana: ¿Dos mundos, dos velocidades?

Ramón Arozarena

Estamos ante una de las transformaciones más acelerada de África subsahariana. En la exposición fotográfica hay abundantes testimonios de esta realidad: el rápido crecimiento de las ciudades debido al éxodo rural y el contraste entre estos dos mundos, el rural y el urbano.

Son sobre todo los jóvenes, ellos y ellas, los que deciden huir del campo, de las aldeas pobladas de campesinos, pastores, pescadores, pequeños comerciantes, artesanos; de un contexto social y económico y tradicional que no les ofrece expectativas de futuro. La ciudad se les presenta como el lugar de las oportunidades, del progreso, de la modernidad, de la emancipación personal frente al peso de la familia y el clan. El éxodo rural implica con frecuencia una ruptura (personal, mental, cultural – hay una foto que sería insólita en un medio rural  de una joven  que sale del campo de deportes en sujetador -) y una aventura o apuesta. En países que han conocido largos conflictos armados, otra razón por la que los núcleos urbanos han multiplicado su población es porque eran lugares mucho más seguros; el retorno a los lugares de origen para recuperar propiedades y bienes, después de varios años de ausencia, no siempre es fácil.

La consecuencia primera de estos desplazamientos masivos del campo a las ciudades es que éstas se han extendido caóticamente sin planificación alguna en suburbios en los que viven apelotonadas las gentes (ver foto muy expresiva de una barriada de este tipo, que podría contraponerse a una vista aérea de un poblado más rural)), con frecuencia sin los mínimos servicios de agua, electricidad, higiene. Solo este hecho representa un choque brutal con relación al hábitat rural y a la sociedad rural; bien es verdad que incluso en estas barriadas se produce un cierto agrupamiento solidario de personas de origen familiar/regional similar. En no pocos casos estos suburbios se convierten en focos de inseguridad, de delincuencia; se trata de fenómenos sociales que se han repetido en muchas ciudades en el mundo. La reestructuración de estos espacios urbanos exigirá sin duda tiempo y recursos importantes, y los dirigentes africanos tienen aquí una tarea ardua y urgente, porque si algo caracteriza a los “urbanitas” es una mayor capacidad de movilización social, de reivindicación y rebeldía (la dinámica “sociedad civil” africana es fundamentalmente un fenómeno urbano).

Por otra parte, los centros de las ciudades africanas se asemejan notablemente a los de toda ciudad, como lo muestran varias fotos: grandes edificios, sedes de la administración y de las empresas, centros educativos universitarios, publicidad, comercios, monumentos, “guapura” de hombres y  mujeres – cfr. Foto de una boda en la que confluyen vestimentas tradicionales y occidentales – .

El contraste es evidente con las espléndidas, fotos que nos muestran el mundo rural: agricultores, pastores, pescadores, ganado, bailes tradicionales – he echado en falta alguna foto de alguna de las abundantes salas de fiestas de la ciudad o de festejos típicamente urbanos -; en más de una de estas fotografías el personaje fotografiado aparece al lado o con un transistor, que es uno de los artilugios que no puede faltar en ninguna familia campesina africana. Pero ¡qué rostros! ¡qué miradas!

De ningún modo quiero oponer un mundo con otro, puesto que, por decirlo de un modo simple, muchos de los valores “tradicionales” están profundamente arraigados en las poblaciones urbanas; sí poner de relieve que la progresiva urbanización de África y la concentración en las ciudades de una clase media intelectual, artística, comercial etc. está a la base de una transformación social, cultural y política de África, y que significa una ruptura con el pasado y una búsqueda de nuevas identidades.

Por otra parte, debe constatarse y denunciarse que en muchos países subsaharianos el mundo rural es abandonado, desatendido por los dirigentes. Las inversiones públicas en forma de servicios educativos y sanitarios, en infraestructuras viarias, en programas de modernización de la agricultura, son insuficientes si no inexistentes. Cabría señalar incluso que en contraste con los primeros gobernantes de las post-independencias que tenían y mantuvieron íntimos lazos de unión con sus orígenes rurales (lo que no significa siempre que favorecieran al mundo rural), las nuevas clases dirigentes, surgidas sobre todo de las ciudades, en muchos casos tecnócratas formados en occidente, tienden a olvidarse del África profunda y de las necesidades de la población rural.

En este sentido, resulta especialmente escandaloso que en connivencia con multinacionales y países emergentes, los gobiernos africanos vendan millones de hectáreas de tierras fértiles a extranjeros.